EL Rosetón
Allí dentro: el indolente paso de
sus zarpas
crea un silencio, que casi te desconcierta;
y como luego uno de los gatos, de pronto,
toma a la mirada puesta en él, errante,
violentamente en su gran ojo...
la mirada que, como aprisionada por el círculo
de un remlino, nada un rato aún
y luego se hunde y ya no sabe nadas de sí misma;
cunado este ojo, que descansa en apariencia,
se abre y la sepulta en él con un bramido
y la arrebata a su interior, hasta la roja sangre...
así antaño, desde la oscuridad
de las catedrales,
grandes rosetones agarraban un corazón
y lo arrebataban hacia el interior de Dios.