La
Catedral
En aquellas pequeñas
ciudades, donde en corro
se acuclillan las viejas casas como una feria
que de pronto la ha notado a ella y, asustada,
cierra los puestos, y toda cerrada y muda,
callados los charlatantes,
parados los tambores,
vuelve el oído excitado hacia arriba, hacia ella,
mientras ella siempre está quieta, en el viejo
gabán plegado de sus contrafuertes,
y de las casas nada sabe:
en aquellas pequeñas
ciuades puedes ver
cómo habían crecido por encima de su entorno
las catedrales. Su alzarse pasaba
por encima de todo; así como la excesiva
cercanía de su propia vida supera a nuestra mirada,
la supera sin cesar y como si no ocurriera
otra cosa; como si estuviera el destino,
que sin medida en ellas se amontona,
petrificado y destinado a urar,
no aquello que abajo, en las oscuras calles,
toma un nombre cualquiera al azar
y va con él, como los niños llevan de delantal
el verde y el rojo y lo que tenga el tendedero.
Hubo nacimiento en estos cimientos
y hubo empuje y fuerza en este elevarse,
y amor por todas partes como vino y pan,
y los pórticos estuvieron llenos de quejas de amor.
La vida vacilaba al tocar las horas,
y en las torres, que llenas de renuncia
de pronto dejaron de alzarse, estaba la muerte