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Cartas a un Joven
Poeta
En aquellas pequeñas ciudades,
donde en corro
se acuclillan las viejas casas como una feria
que de pronto la ha notado a ella y, asustada,
cierra los puestos, y toda cerrada y muda.
callados los charlatanes, parados los
tambores,
vuelve el oído excitado hacia arriba, hacia ella,
mientras ella siempre está quieta, en el viejo
gabán plegado de sus contrafuertes,
y de las casas nada sabe:
en aquellas pequeñas ciudades
puedes ver
como habían crecido por encima de su entorno
las catedrales. Su alzarse pasaba
por encima de todo; así como la excesiva
cercanía de nuestra propia vida supera a nuestra mirada,
la supera sin cesar y como si no ocurriera
otra cosa; como si estuviera el destino,
que sin medida en ellas se amontona,
petrificado y destinado a durar,
no aquello que abajo, en las oscuras calles,
toma un nombre cualquiera del azar
y va con él, como los niños llevan el delantal
el verde y el rojo y lo que tenga el tendero.
Hubo nacimiento en esos cimientos
y hubo fuerza y empuje en este elevarse,
y amor por todas partes como vino y pan,
y los pórticos estuvieron llenos de quejas de amor.
La vida vacilaba al tocar las horas,
y en las torres, que llenas de renuncia de pronto dejaron de alzarse,
estaba la muerte.
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