He aquí
que antes de que amaneciera, incluso antes de que comenzaran los gorriones
y las primaveras a anunciar la llegada inminente de la luz del día,
cuando todo estaba aún a orillas de las negras aguas de la
laguna de los sueños, me comenzó a rondar algún
dios o una diosa que me sugería una y otra vez proponer la
creación del puesto de Poeta Residente en la Construcción.
¿Pero cómo sería eso?, me preguntaba a mí
mismo sin querer desunir mi cabeza a la blanda piedra placentera de
la almohada, y sin poder hacerlo. Pues muy sencillo: la Casa del Poeta
debe asumir la histórica responsabilidad y comenzar a tramitar,
tanto en la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción
como en los Colegios de Arquitectos y de Ingenieros, así como
en las Comisiones correspondientes del Congreso, la reglamentación
que especifique que cada obra de carácter público que
se apruebe en el país tenga la obligación de contratar
a un Poeta Residente que vaya confeccionando su obra poética
al tiempo que se fabrica el edificio, la carretera, la presa, el monumento.
No necesariamente descriptivo pero sí en paralelo; sin restricciones
ni prejuicios -no limitéis la libertad creadora, ya sabrá
el maestro si utiliza el ingenio para labrarse, con estructura semejante,
un palacio interior o si nos da la bitácora de las navegaciones;
cualquier cosa estará bien pues se habrá de elegir a
los mejores mediante jurados móviles de personalidades del
mismo oficio-; y aun con la invitación para asistir a juntas
y alegatos de ingenieros, arquitectos, proyectistas y todos los que
deciden los caminos a seguir en lo construido; por el lapso que la
obra transcurra y con la obligación de presentar lo realizado
al tiempo que se inaugure -aunque claro que no será necesario
que declame en el acto protocolario-, sin demérito de que el
poeta se pueda permitir, ya bajo su cuenta y riesgo, seguir con el
mismo tema durante el resto de su vida.
Los presupuestos para tales obras, sobre todo las faraónicas,
que serían las más demandadas, suelen remontarse a los
cientos o miles de millones por lo que el salario del Poeta Residente,
por mejor que fuera, sería semejante a la insignificancia de
un grano de alpiste en la sección de gramíneas y a cambio
de eso el país tendría una riqueza poética -aparte
de la mucha de que ya disfruta-, relacionada de manera directa con
sus anhelos constructivos, con su crecimiento urbano y mundano. Una
auténtica poesía civil acompañando el desarrollo
colectivo. (¡Hay que proponérselo mejor al Presi directamente!)
Los poetas tendrían de qué vivir, su obra estaría
indisolublemente ligada al tiempo y a los acontecimientos y le daríamos
al mundo un ejemplo de cómo nuestra república ha sabido
aprovechar a sus poetas antes que tomar el trillado camino de echarlos
de su seno.
Claro está que la participación de los vates sería
estrictamente voluntaria: el que quiera, que se aplique y que aplique
y solicite, y el que no, que no. Pero, ¿se imaginan ustedes
al Poeta Residente que le hubiera tocado el contrato del Hotel Sheraton
del Proyecto Alameda? (Esa hora lodosa no distingue público
de privado sino, si acaso, grande y pequeño, y eso en dosis
muy peculiares.) Desde la excavación profunda para colocar
los cimientos hasta la coronación de las antenas que al final
le correspondan en la cresta. Y habría estado tantas horas
de tantos días de tantos meses enfrente, en la Alameda, con
su abigarrado bagaje histórico y espiritual, y en las propias
rampas por donde los albañiles, los plomeros, los electricistas
a toda hora suben y bajan, viendo, conviviendo con el hormigueo del
trabajo, la llegada de los materiales, el esfuerzo del músculo
y el cumplimiento mecánico de las herramientas, la solidificación
del aire piso a piso, el reto de la hercúlea construcción
burladora de los terremotos, el entorno transformado, la efervescencia
de la vida, el taquero en bicicleta con los frascos de salsas verde
y roja amarrados a la canasta equilibrista en la parrilla, y por las
madrugadas laborales, la vaporera de donde brotan los vigorosos tamales
con que se confeccionan las guajolotas. Por decir algo. Aunque claro
que el ojo del poeta vería lo que los demás no vemos
por más que también sea nuestro.
O el poeta chiapaneco al que le hubiera tocado ser residente en la
Presa del Sumidero. ¡Qué epopeya! ¡Sólo
de imaginarla me suda la frente! O los residentes de las colosales
excavaciones del Metro o del Drenaje Profundo. O el Poeta Residente
en la construcción de una autopista a través de cientos
de kilómetros de desierto en Sonora. Mucho mejor que la más
generosa de las becas. En fin, por no ser exhaustivo, se los dejo
así, aunque a mí me haya durado mucho más el
ensueño, por lo que estoy en la mejor disposición de
ofrecer las asesorías que sean necesarias (no por fuerza gratuitas
ya que cada quien debe vivir de lo que, mal que bien, sabe hacer).
Ccp. Presidente
de la República.
Director de la Casa del Poeta.
Presidente del CNCA.
Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción.
Colegio de Ingenieros.
Colegio de Arquitectos.
Srio. de Obras y Servicios, GDF.
Director de la Facultad de Arquitectura, UNAM.
Alejandro
Aura