Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.
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El proceso de Diseño Arquitectónico regresando al origen

Nancy Rossbelli Trujillo López



¿Cómo desarrollamos en la actualidad el proceso de diseño arquitectónico? Inicio con esta pregunta porque es evidente que en la época que estamos viviendo nos preocupamos más por el ¿qué? que por el ¿cómo?, ya que los diversos medios de comunicación se han encargado de brindarnos “todo lo que teóricamente necesitamos”, con lo cual nos inundan de información sin permitirnos pensar en el origen de ésta, convirtiéndonos en una sociedad totalmente alienada por la información fugaz y la velocidad de la tecnología, donde esta última es un factor que juega de manera esencial en el desvanecimiento de una identidad filosófica, es decir, de ese pensamiento que trasciende, que cuestiona, únicamente nos dejamos llevar por quienes producen las nuevas tecnologías, sin ser conscientes de lo que realmente transcurre.

Con toda esta serie de fenómenos ocurriendo a nuestro alrededor y el hecho de movernos en la sociedad como una gran masa que muchas de las veces está muy alejada de siquiera conocer ¿qué ideales persigue? o ¿a quién persigue?, es muy común que no nos detengamos a reflexionar ¿quiénes somos?, ¿qué queremos?, ¿cómo lo pretendemos lograr?, ¿qué queremos seguir?, ¿a quién queremos seguir? y ¿qué nos mueve en la vida?, todo esto pasa a un segundo plano donde permitimos que “otros” tomen las decisiones por nosotros, mientras tanto la colectividad se preocupa por la banalidad y se estanca en el conformismo.

Si no cambiamos está limitada perspectiva como sociedad y no logramos tener claro hacia donde vamos y cuál es nuestro impulso interior en común será difícil que podamos modificar el pensamiento de una individualidad a una colectividad y más desafiante será el hecho de identificar a un ser que pueda ser el portavoz de este pensamiento común y ser fiel al mismo.
Como humanidad necesitamos sentir apego, afinidad, fe en algo, en la religión podemos encontrar alguna divinidad que nos llene ese vacío, pero ahora tampoco las grandes religiones del mundo, como se entienden actualmente, satisfacen todos los requisitos. Pues se han asociado con las causas de los partidos y son instrumentos de propaganda y de alabanza propia, como nos dice Campbell (1992), también esta divinidad  no deja de ser un ser supremo e intangible, el cual no podemos ver actuar; por lo que nos encontrarnos en una búsqueda constante de un ser mortal con el cual nos identifiquemos en el mundo terrenal, en el cual veamos afinidad ya sea de valores, conocimientos, ideales y/o creencias. Ese alguien que sea un hombre con fortalezas y debilidades como nosotros, pero que a su vez cuente con un impulso interno, con una convicción indescriptible, del cual de manera innata logremos aprehendernos y coincidir en su camino.

El fruto de lo anterior será la comprensión y aprehendimiento del ser de la arquitectura para así, una vez conocido nuestro hacer arquitectónico, también podernos percatar de la esencia de nuestra época. Ya que en este transcurrir de lo moderno a lo posmoderno es complejo determinar nuestro tiempo a través de la arquitectura.

Es por ello que tenemos que despertar de esta realidad virtual que, si bien es cierto nos da soluciones instantáneas, sin embargo, no nos permite replicar el procedimiento de resolución del problema; es decir que nunca lo vemos, nunca lo comprendemos y mucho menos lo cuestionamos, es decir, se desconoce la esencia de las cosas, por lo tanto; se dificulta el entendimiento de la naturaleza de ellas y por ende incidir en ellas, evadiendo  el verdadero conocimiento de nuestro quehacer, es decir, conocer su ser, para poder hacer.

En nuestros días esta falta de rumbo también aqueja el ámbito del arte, ya que resulta complejo identificar la esencia de la manifestación de ésta, no se ha logrado encontrar la conexión entre la sensibilidad y las formas externas de las expresiones artísticas de lo cual nos habla Worringer (1942).

Resulta predominante esta batalla ancestral entre la forma y el contenido, esta dualidad que se manifiesta en toda su expresión en la arquitectura contemporánea y que tiene su origen en el lugar mas intimo de relación del conocimiento que es el salón de clases. Es aquí en la licenciatura cuando inicia este enfrentamiento impuesto por los profesores que se han formado en el funcionalismo y que bajo esas premisas nos han moldeado como profesionales de la arquitectura.

Es imprescindible mencionar que no todo son las majestuosas envolventes que nos demuestra hoy el “arquistar system”,  el ser humano no vive en el fachadismo, el ser humano vive, es decir, habita en el interior de la obra arquitectónica.

Por lo anterior, me pregunto por qué hemos de dedicar así nuestro máximo esfuerzo al hecho de privilegiar el exterior, no pretendo decir que no debe existir, ni tampoco disminuir su importancia, más bien es lograr una integración donde coexistan simultáneamente la forma y el contenido, logrando así que se provea de esencia e identidad a nuestros diseños.

Es posible reorientar este punto medular en la formación del arquitecto diseñador contemplando como nos dice Worringer (1942) el subsuelo de las relaciones históricas más intimas de la humanidad. Si bien es cierto que como arquitectos diseñadores nuestro objeto de estudio es el espacio y en el centramos toda nuestra atención, no perdamos de vista ¿para quién es?, ¿quién lo habitara?, ¿quién lo encarnará?, ¿quién lo comprenderá? o simplemente ¿quién logrará apropiarse de él o aprehenderse a él?

Por lo anterior, resulta relevante preguntar, tal y como lo hace Heidegger, ¿qué es habitar?, palabra que nos es conocida y podría decir que hasta familiar y que sin embargo, como muchas otras en las que no hemos logrado penetrar en su verdadero significado y aún más allá, ni siquiera hemos comprendido su trasfondo o su trascendencia, es posible encontrar este trasfondo del que hablo en el conocimiento de la verdadera esencia del habitar.

Habitar, comúnmente relacionado con el vivir, estar, morar, alojar, albergar y muchos más que podría nombrar, y que sin embargo nunca había relacionado con el ser o con el construir. Siempre pensando que éste último es un antes, es una etapa separada y previa del habitar sin comprender que como nos dice Heidegger (1994) “al habitar llegamos, así parece, solamente por medio del construir. Éste, el construir, tiene a aquél, el habitar, como meta”.

Comprendiendo así al construir como un habitar, es posible ahora también comprender al habitar como el ser. Este ser del que hablo es la esencia de cómo soy, es la naturaleza innata, aquello que da vida y que hace ser a un individuo, pero que a su vez lo posiciona en una comunidad o sociedad, haciendo parte de un todo pero también el todo a la vez, así como nos dice Heidegger (1994) “el hombre es en la medida en que habita”. Entendiendo que para habitar primero tengo que ser, ¿si no soy cómo será posible habitar? y parte de la respuesta a esto se encuentra en el desconocimiento de nosotros mismos, en la falta de reflexión y de introspección en conocernos internamente para así, de este modo aspirar a conocer nuestro propio habitar.

Si bien estamos reconociendo que debido a la falta de una directriz en nuestro quehacer y en nuestra época, la obra arquitectónica está a bordo de una embarcación donde todos remamos sin cesar pero en diferentes direcciones, sin avanzar y sin un destino en común. Es por ello que identificamos una ausencia de algo que en palabras de Karel Kosik la nombra “la arquitectónica”, y él nos dice “Más esencial que la arquitectura como actividad especializada es la arquitectónica como delimitación histórica de la realidad”, esta premisa trastoca nuestro pensamiento pero también nuestro sentir ya que estamos existiendo en el mundo sin realmente existir, no estamos incidiendo de forma trascendental en nuestro tiempo, únicamente nos encontramos atrapados en identidades superficiales y banales que hoy son y mañana desaparecen como la moda viene y se va. Hoy en día el ser humano se encuentra en una crisis de pensamiento en una adolecer de esencia  y la ciudad lo manifiesta, como nos dice el autor: la ciudad es un vivo, un visible testimonio de lo que es la época: la época se encarna en la ciudad (Kosik, 2012).

Este desconocimiento no es propio de la arquitectura es un hecho concerniente a la humanidad, que sin embargo, para este fin lo abordaré desde el punto de vista del arquitecto, quien poco se ha preocupado por cambiar los paradigmas establecidos, sino más bien se ha adaptado y se ha sumergido en una corriente de banalidad y superficialidad donde lo que menos preocupa es comprender la esencia de alguien, así mucho menos su habitar. Haciendo de la arquitectura actual una producción en serie, es decir, un producir, contrariando a que “construir, en el sentido de abrigar y cuidar, no es ningún producir” (Heidegger, 1994).

En este hacer conciencia es fundamental el cuidar como nos dice Heidegger (1994) “el cuidar y el erigir es el construir en el sentido estricto. El habitar, en la medida en que guarda (en verdad) a la Cuaternidad en las cosas, es, en tanto que este guardar (en verdad), un construir”.
Es por ello, que este cuidar conlleva mayor trascendencia de la que a simple vista percibimos, ya que no nos hemos preocupado por la esencia de las cosas y menos así de las palabras, y en el significado de éstas es donde hallaremos esa naturaleza, ese verdadero ser, el cual hemos dejado dormir y por ende ha caído en el olvido y que sin embargo, está ahí y nunca se ha ido, sino más bien lo hemos enmudecido a través del olvido.

Si como seres humanos, como los mortales que somos en la tierra resulta imprescindible adentrarnos en este tema, como arquitectos es crucial, ya que para poder pensar en el construir, primeramente como nos dice Heidegger (1994) es indispensable no solo pensar en el habitar sino también aprender y saber habitar en la tierra.

Es aterrador pensar que la arquitectura sea una moda, pero más estremecedor resulta que el ser humano no solo forme parte de esto sino que su esencia, la razón de su ser, sea definido únicamente por una moda, o que también sea influido por otros factores, que como nos menciona Kosik, lo han convertido en un ser que está constantemente de viaje, de viaje hacia lo finito y limitado, que se incorpora una y otra vez al funcionamiento de sistemas útiles (Kosik, 2012). Esto nos desvirtúa como seres capaces de modificar paradigmas y es así que este crudo desprendimiento es el que tenemos que llevar a cabo de manera emergente y urgente, comprendiendo nuestra situación actual, nuestro punto de partida, para asumirlo y tomar la responsabilidad que nos corresponde y de ninguna manera saltar de la embarcación de la que somos participes, más bien apelando a encontrar un destino en común para así encauzarnos a éste.

Sin embargo, esto no resulta ser el único problema en el que el ser humano de la época moderna vive en nuestros días, Kosik también nos hace participes de la importancia que ha tomado el transporte en la actualidad, donde en palabras del autor, el transporte “se convierte en el nervio que permite que la ciudad, como conjunto de tres funciones espacialmente separadas, funcione” (Kosik, 2012), descubriendo al transporte como un sistema de aparente ordenamiento, pero más bien funcionando como un eje en torno al cual se asignan funciones  al contexto, se limitan espacios y actividades, desvirtuando a la arquitectónica por su agresiva penetración en la ciudad. Destaquemos cómo Kosik ensalza lo siguiente:    “(…) en el presuroso transporte y la acumulación de cosas y personas, la pérdida de la proximidad de la ciudad y de la intimidad, su atmósfera está cada vez más determinada por la enajenación y la indiferencia, sin magia ni misterio” (Kosik, 2012).

Esta falta de magia y misterio son en parte el resultado de que la sociedad en la actualidad no es perceptora de los cambios del ambiente, no distingue este tipo de inserciones descontroladas, el hombre moderno ya no es consciente del acontecer natural y menos aún hace consciencia de ello, no es congruente con su tiempo debido a que vive en una incesante velocidad como al interior de una máquina, un gran engranaje del cual nada puede detenerse o de lo contrario, colapsaría. Este ente, que también nos describe Kosik diciendo que “el hombre del siglo XX pierde esta relación intima con las cosas por dos motivos: uno de ellos es que el ritmo de la vida se ha acelerado, las premuras y las prisas empujan a la gente y no le permiten detenerse y mantenerse unos en compañía de otros, cultivando con las cosas de su entorno una relación de admirativa permanencia. La prisa es enemiga de la confianza y de la intimidad” (Kosik, 2012).

Lo anterior posiciona al ser humano en un círculo vicioso del cual no puede desprenderse, ya que lo asume como un ritmo normal de la vida, él no conoce un mundo diferente y así lo acepta por bueno, sin imaginar que si perdemos esa capacidad de reflexión, de introspección, de mirar atrás a nuestra historia, podemos enfilarnos a una gran caída a un precipicio agreste y del que no podremos rescatar la sublimidad. Será entonces cuando nuestro ser se haya ido totalmente.

En el proceso de evitar perder nuestra esencia, es posible modificar nuestro propio destino, haciendo un cambio de paradigma en el pensamiento, comprendiendo al otro, a nuestro semejante, no entendernos como seres únicos e individuales, sino más bien como seres sociales que funcionamos de manera colectiva, aceptando la homogeneidad de nuestra época. Romper paradigmas no es tarea fácil pero si es posible, tal y como nos deja ver Worringer, esto no es un tema de la diversidad o especificidad de capacidades más bien es de hacer coincidir esta voluntad de la que nos habla el autor con el rumbo de una sociedad, con sus anhelos más íntimos “Se ha podido todo lo que se ha querido, y lo que no se ha podido es porque no estaba en la dirección de la voluntad artística” (Worringer, 1942).

Por otra parte, Kosik (2012) como inicio del cambio de paradigma nos dice que “Para que las ciudades se conviertan en sitios de articulación arquitectónica y las gentes puedan habitarlas como unidades de lo trivial y lo poético, o sea lo sublime, lo bello y lo intimo, la época moderna debe librarse de ese poderoso dictador anónimo que es al mismo tiempo u mistificador y su ocupante”. Haciendo un llamado a nosotros mismos, a nuestro subconsciente, a nuestros sentimientos y valores, identificaremos y conoceremos desde nuestro interior a aquellos antihéroes o como lo denomina Kosik al dictador que tiene el asombroso poder de “degradar a los hombres sin atormentarlos” (Kosik, 2012) y encontrar la fuerza interior para confrontar a esa “loca pasión de la hipocresía” que nos está consumiendo lentamente como humanidad.

El arquitecto diseñador consiente de esto no tomara decisiones de diseño de forma caprichosa o accidental, ya que todos y cada uno de sus juicios emitidos encontrarán una validación razonable en la historia y en la identidad del ser humano para el cual debe su quehacer, aunado al hecho de que también buscará reconciliar al ser humano con su ambiente natural, como nos comparte Worringer (1942), esto se constituye como el punto de partida para todo tipo de psicología de gran envergadura, de lo contrario no podrá penetrar ningún fenómeno histórico, cultural o artístico.

De igual manera, es relevante reconocer que la contemplación únicamente de la forma no llena el vacío de nuestro interior, necesitamos algo más allá, algo de trascendencia, obviamente este algo del que hablo no es evidente a primera vista se requiere de “dilucidar esas categorías morfogenéticas del alma” (Worringer, 1942, p. 20), interpretar los mitos, comprender la historia, conocer las religiones, penetrar en los sistemas filosóficos e intuir el universo.

A lo largo de la historia y de las grandes civilizaciones se han presentado grandes diferencias entre la voluntad artística y el pasado (Worringer, 1942, p. 15), nuestra época no es la excepción, ya que es sede de esta terrible añoranza por la época pretérita, debido a que hoy en día no encontramos como sociedad esa identificación o afinidad por nuestro presente, nos encontramos varados en un muelle sin poder zarpar porque desconocemos nuestro propio destino, a pesar de que el ser humano se ha encargado de establecer una compleja ideología derrotando a la racionalidad con la victoria inminente del mito, a través del incansable afán de encontrar una correspondencia punto por punto de nuestras formas lógicas de pensamiento y las formas del pensamiento mítico, tal y como nos dice Cassirer (1947). Lo cual actúa como una respuesta directa a todas los fenómenos que no se pueden comprender o explicar científicamente, pero más allá de esto, es la perpetua búsqueda de creer en un ser o seres superiores, seres supremos, a los cuales por naturaleza el ser humano necesita aprehenderse y por lo tanto venerar.

Es evidente que en la historia “no hallamos ninguna gran cultura que no esté dominada por elementos míticos y penetrada por ellos” (Cassirer, 1947), lo cual ha sido reflejado por todos los pueblos y civilizaciones que se han establecido históricamente y que han dado muestra de todas sus características de forma de vida, costumbres y tradiciones, estas últimas originadas íntimamente por motivos míticos que determinaron el rumbo de su desarrollo, siendo “el rito un elemento más profundo y mucho más perdurable que el mito en la vida religiosa del hombre” (Cassirer, 1947), resulta trascendental conocer que la clave para comprender el mito es el hecho de penetrar en todas aquellas actividades, costumbres y/o tradiciones que un pueblo realiza con respecto a sus deidades o símbolos de culto, con objeto de saber profundamente cuáles son sus creencias y comprender lo que piensan. Ya que si no conocemos lo que realmente piensa el ser humano, no lograremos comprender sus anhelos y sus más profundos deseos; por lo tanto no lograremos incidir o trascender en su modo de habitar que es lo que nos ocupa.

Es ahí en lo inexplicable donde buscando la esencia propia el ser humano encuentra en el rito la manifestación a través de la cual entra en una comunión del cuerpo y el alma, elevándolo a niveles trascendentales y hasta inimaginables, demostrando la intrínseca comprensión y aprehensión del mito en su ser.

Retomando a Fichte que nos dice “tu vocación no es solamente conocer, sino obrar de acuerdo con tu conocimiento”, es también un camino trazado que podemos seguir para influir aunque en un pequeño entorno pero nunca insignificante, así como también, el conocimiento y el reconocimiento de la grandeza propia, modificando nuestras acciones de automáticas a conscientes y trascendentes, ya que sin esta introspección será difícil escalar al reconocimiento del todo que nos rodea.

“Vive -dice Nietzsche- como si el día hubiera llegado.” No es la sociedad la que habrá de guiar y salvar al héroe creador, sino todo lo contrario”. En cada uno de nosotros puede existir un héroe que debe despertar y actuar, su conocimiento será la herramienta que sirva como apoyo para infiltrarse cuidadosamente para influir en el despertar de la comunidad, donde se construya el verdadero camino que se desea seguir, ese camino desbordado de la pasión del hombre, de sus anhelos y esperanzas, donde pueda volver a creer.
Si bien no es fácil, pero sí posible, desde esta perspectiva encontrar nuestra esencia, es de igual manera factible aprender a habitar como base de un cambio trascendental en los paradigmas establecidos, donde acontezca la modificación de nuestras premisas de diseño fluyendo en un mismo cauce direccionado al pensar para un habitar.

Nancy Rossbelli Trujillo López 

México, D.F., diciembre de 2015.

Bibliografía

  • Cassirer, E. (1947). El mito del estado. Distrito Federal, México: Fondo de Cultura Económica. (Texto El Mito y El Héroe).
  • Kosik, K. (2012). “Reflexiones antediluvianas”, México, Ed. Itaca.
  • Worringer, W. (1942). La esencia del gótico. Distrito Federal, México: Fondo de Cultura Económica.
  • Hartmann, N. (1977). Estética, México: UNAM-Instituto de Investigaciones Filosóficas.
  • Heidegger, M. (1951). Construir, habitar, pensar. Traducción de Eustaquio Barjau, en conferencia s y artículos, Serval, Barcelona, 1994.
  • Campbell, Joseph, “El héroe de las mil caras”, México: FCE, 1992.