Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.


Reflexión para el diseñador de arquitectura

Marcos Vinicius Teles Guimarães

 

"¿Cómo puede uno conocerse a sí mismo?
No por la contemplación sino por la acción.
Procura cumplir con tu deber y sabrás lo que lleva dentro.
¿Y cuál es tu deber? Lo que pide el día."
Goethe (Máximas y Reflexiones, 1907

Introducción

Nosotros habitamos el mundo de acuerdo con nuestra propia noción de existencia. El reflejo de nuestra vivencia se manifiesta en la cultura como un todo, nos permite, a través de la historia, ubicarnos en el tiempo. La historia es aquí entendida como la memoria material y espiritual a que nos referimos en nuestra experiencia con las cosas y con la sociedad. Luego, el estado del ser en el mundo está definido por las categorías filosóficas, artísticas y científicas que, en diálogo con la naturaleza, conforman la contingencia humana.

Nos deparamos ahora con las diferencias culturales presentes en las distintas manifestaciones sociales de nuestra historia. ¿Podemos nosotros pensar en la posibilidad de tener un sentido global de la vida humana? ¿Será posible llegar a una esencia universal a partir del conocimiento de una variedad multicultural? ¿Existirán valores únicos y globales que hagan referencia a un hombre genérico y desparticularizado? A nosotros nos parece más acertado que las humanidades no se encuentran en condiciones de homogeneizar sino de proporcionar una visión polifacetada y al mismo tiempo sintonizada con la realidad. El humanismo, en las palabras de Schiller, no renuncia a la verdad, ni por supuesto a la realidad, sólo pretende que sean más ricas o que se conozca su inagotable riqueza.

Ya no se puede pensar la arquitectura como una disciplina independiente, cuando nos encontramos en una época donde las áreas de conocimiento presentan incuestionables puntos de convergencia de ideas. Las ciencias humanas no son una excepción, como confirma María Elena Hernández: (...) la Arquitectura comienza y termina en las humanidades, es decir, parte del hombre en su esencia y es para el hombre esencialmente. Y el arquitecto Jesús Aguirre añade además las categorías interdisciplinarias de las artes y de las ciencias, justificándose por el deseable dominio cultural del arquitecto idealizado por Vitruvio en "Los diez libros de arquitectura".

La arquitectura abarca, debido a su intrínseca naturaleza, a muchas de las áreas de conocimiento como son las científicas, filosóficas o artísticas, y contiene en sus estructuras una carga humanística que refleja la condición del hombre de habitante del mundo. ¿Cómo podemos pensar la arquitectura sin llevarse en cuenta los factores psicológicos de los usuarios, la necesidad fisiológica de los habitantes o la satisfacción espiritual de cada individuo? Nos parece necesario, para alcanzar resultados dignos de habitabilidad, tener una aproximación más espontánea a las problemáticas planteadas por la disciplina arquitectónica, y transferirnos así para una dimensión que nos haga confrontar con nuestra propia condición humana. En este punto estamos en pleno acuerdo con Carlos Chanfón cuando afirma que la arquitectura, considerada en forma integral como expresión del modo de vida de un grupo humano, reúne aspectos humanísticos que permiten comprender al hombre (...). Esto, juntamente con el contexto cultural que la historia nos ofrece, nos ubica en el mundo y nos dispone de un sentido espacio-temporal para actuar en el proceso de la producción arquitectónica.


Un área de estudio: Colonia Nativitas y Militar Marte

Proponemos aquí como un caso de estudio la región urbana en el límite entre las colonias Nativitas y Militar Marte, situado en la Delegación Iztacalco, Ciudad de México. Esta área está comprendida entre dos ejes viarios (5 y 6) en el sentido norte-sur, y por la calzada de Tlalpan (con su respectiva línea de metro - estación Nativitas) y el Eje 1 oriente en el sentido este-oeste. Está caracterizada por un uso residencial en su mayor parte, siendo que la Av. Plutarco Elías Calles funciona como un eje comercial que divide las dos colonias anteriormente mencionadas. Observamos además que esta avenida marca claramente la separación entre clases sociales como veremos a seguir.

El hecho que más nos llama la atención y que, consecuentemente, nos hace parecer interesante tomar este ejemplo de análisis en este trabajo, consta de la división de clases que representa la Av. Plutarco. Lo que llamaremos acá de Nativitas, se caracteriza por una ocupación de medio-bajo padrón, en cuanto Militar Marte se identifica según los cánones de una clase media. Lo que trataremos de analizar acá será precisamente los elementos diferenciadores o de igualdad entre los dos polos, retomándose así el comentario de Cassirer sobre la obra de Kant: El conocimiento humano sólo puede alcanzar su fin siguiendo ambos caminos y satisfaciendo a ambos intereses. Tiene que actuar de acuerdo con los principios reguladores: los principios de la similitud y la disimilitud, de la homogeneidad y la heterogeneidad. Entendemos que se habla de la condición de existencia individual y comunitaria de los seres, distinguiéndose el estado de cosas relacionadas al éste y su interacción con la diferencia del otro. El mito, que se desarrolla exactamente con esta noción del ser en un universo diverso y al mismo tiempo identificable, es una objetivación de la experiencia social del hombre, no de su experiencia individual.

En la colonia Nativitas podemos identificar varios elementos y acciones que celebran esta condición social de los hombres. Empecemos por los servicios prestados por establecimientos comerciales como sastrería, correos, lavandería, salón de belleza o tlapalería: es un comercio local de barrio que sirve a los propios moradores. La tamalería, famosa por sus tamales oaxaqueños y atoles de arroz, atrae grupos de personas en sus balcones, que pacientemente aguardan por su vez. Hoy es viernes, día de tianguis en la Calle Elisa, dónde también está el mercado de frutas y verduras. Enfrente al mercado, se encuentra el señor que, desde su garaje, vende a los transeúntes sus deliciosos flanes, los cuales se puede saborear allí mismo o llevar para casa en una bolsa plástica. A dos cuadras de ahí, al lado de la carnicería, encontramos una nevería donde se compran cremosos helados de cajeta. Allí cerquita se puede sentar en los bancos metálicos situados alrededor de la central de aguas del barrio. Plazas y jardines inexisten, pero al menos hay lugar donde se pueda descansar o tomar un poco de baño de sol. Domingo es día de misa, cuando se concentran en frente a la iglesia grupos de fieles, además de una camioneta de venta de productos oaxaqueños y una banca de panes y galletas. Si tenemos suerte, podemos darnos con la señora que gana su pan con el comercio de elotes cocidos. Pero ¿por qué nos detenemos tanto en estos aspectos de la vida cotidiana? Muy bien, sabemos que el mito no es nada más que la simplicidad misma, pues no se trata sino de la sancta simplicitas del género humano. Luego, si el mito está conectado íntimamente con todas las actividades humanas, que por su vez se manifiestan según las condiciones emotivas del propio lenguaje, podemos decir que los acontecimientos de nuestra experiencia diaria representan no otra cosa que ritos. "Los ritos son, en efecto, manifestaciones motrices de la vida psíquica", representan el elemento dramático de la vida religiosa, es nada más la satisfacción del "profundo y ardiente deseo que sienten los individuos de identificarse con la vida de la comunidad y con la vida de la naturaleza."

Pasemos ahora a la colonia Militar Marte. En este bloque del barrio seleccionado, no hay tráfico interno de automóviles, lo cual se restringe a los propios moradores. Estos, a través de, probablemente, asociaciones locales, se disponen de guardia personal y cerramiento de calles por perfiles metálicos. Un lugar de uso público transformado en una área restricta por causa de la inseguridad que su propia ciudad proporciona. Las casas están pintadas, los jardines cuidados y no hay suciedad en las calzadas - los niños pueden jugar tranquilamente con sus vecinos sin sufrir ningún tipo de amenaza. Entonces nos preguntamos: ¿Será mismo que esta situación contribuye para el sentimiento fundamental de la humanidad identificado por Worringer en el culto dionisíaco, caracterizado por el profundo deseo que siente el individuo de liberarse de las ataduras de su propia individualidad, de sumergirse en la corriente de la vida universal, de perder su identidad, de ser absorbido por la totalidad de la naturaleza? Pero pasemos a los aspectos positivos, representados aquí, principalmente, por el callejón peatonal interno a las cuadras. Es en este espacio donde los ancianos caminan por las mañanas, muchas veces acompañados de sus fieles perros. Los papás lo usan para llevar sus niños a la escuela pública que está un poco más para allá. Árboles y pequeños jardines complementan este agradable ambiente que, todavía sin lugares de descanso y contemplación (simples bancos), representa un elemento de resistencia a la alienación colectiva.

Terminamos esta reflexión acerca de los mitos y ritos de nuestra condición humana, recordándonos de nuestras expresiones instintivas y emotivas, además de las puramente racionales. Nosotros no somos puros productos de la ciencia y, luego, el estudio del tema del mito no puede proporcionarnos una respuesta definitiva. Pues lo que deseamos saber no es la mera sustancia del mito, sino más bien su función en la vida social y cultural del hombre.

Jardín Mariano Matamoros

Otro caso de reflexión bien puede ser el Jardín Mariano Matamoros, área verde localizada en la colonia Militar Marte. Este jardín está localizado en el remate de una suntuosa avenida con palmeras imperiales en su calzada central. De dimensiones razonables, esta agradable plaza abarca acciones cotidianas de la población local: es ahí donde yo, por ejemplo, me voy a tomar baño de sol en los fines de semana. Bancos para sentar, quiosco de helados y un parque infantil ofrecen la infraestructura para disfrute de los usuarios.

El hombre y el instinto


El instinto y el intelecto. Mucha cosa nos sugiere la consideración de estos distintos términos. El primero nos remete al hombre primitivo, el cual no se encontraba todavía inmerso en la complejidad cultural presente en la contemporaneidad. La vida probablemente se daba a partir de la relación existente entre el cuerpo humano y las cosas físicas en su alrededor. El código biológico innato, juntamente a la percepción ofrecida por los sentidos orgánicos, permitía al hombre imponer al mundo su forma de vivir. Pero ¿será que se puede considerar como hombre, ser humano, a este animal irracional primitivo? Si la respuesta fuera afirmativa, la etología, entendida como parte de la biología que estudia el comportamiento de los animales, podría nos dar muchas pistas para investigar la condición instintiva de este hombre primitivo.

Este asunto nos interesa bastante, pues estamos convencidos de que las reacciones instintivas están siendo cada vez más enflaquecidas por la fuerza intelectual de la mente racional. No pretendemos aquí defender un regreso a un estado primitivo o una reducción cultural de nuestra vida comunitaria, lo que sería una idea retroactiva y negativa de la realidad. Nos apetece más identificar en nuestra manera de relacionarse entre sí y con las cosas, una falta de naturalidad con respeto al que de hecho deseamos. Dejar que las necesidades más íntimas y primitivas del alma accionen también en los juicios puede hacer con que nuestra interacción con el ambiente sea más humana, incluso más placentera.

Elegimos un ejemplo para intentar relacionar el asunto con la vida cotidiana: la virginidad. Para empezar, nos parece un tanto raro este valor haber sido atribuido con más fuerza al género femenino. Un científico de la medicina podría ensayar una explicación escatológica cuanto a la mutilación física -el rompimiento del himen- del cuerpo de la hembra, pero carecería en mucho de sentido lógico. Bueno, sentido lógico nos parece lo mismo no existir, una vez que identificamos a este estado de virginidad, nada más a una caracterización de un período todavía no fértil (en el sentido reproductivo) de determinado ser vivo, sea él vegetal o animal, macho, hembra o hermafrodita.

Con la organización social del hombre, se intuye que hubo un deseo de limitar la reproducción de la especie. Esto antes mismo del aparecimiento de la religión organizada, en específico la católica, donde tenemos nuestra referencia de imposición cultural. La virginidad está relacionada aquí con pureza, pecado, fidelidad, contención de deseos instintivos naturales. Hoy día, a pesar de dicha religión se encontrar más flexibilizada, todavía percibimos trazas de su control espiritual en los valores morales de la población. No queremos proclamar un manifiesto al sexo libre, como pretendieran los hippies en los 60s. Nada más pensamos identificar en nuestra cultura un patrón ideológico derivado de un prejuicio intelectual que nos priva del deleite de una vida más natural, instintiva.

El jardín de la colonia Militar Marte, lugar con una intensa actividad de niños. La infancia es un período realmente impresionante de la vida: es ahí donde nos encontramos más libres de los patrones racionales que serán nuestros compañeros hasta, tal vez, la extrema ancianidad, cuando algunos tienen la suerte (¿o azar?) de regresar a los estados primitivos de la humanidad. Es para pocos el placer de dar una vuelta en el parque a bordo del ultra microómnibus del señor H, nuestro eterno héroe. No tener la noción clara de dinero, enfermedad, peligro, contaminación o tiempo es un lujo que dejamos de tener como adultos. Estar en la cama elástica saltando, liberar la imaginación en la pintura de diseños o simplemente estar jugando con los compañeros, es un estado de felicidad totalmente desnudo de racionalidad. Es la retomada del primitivo contenido en todos nosotros.

Ahora bien, siguiendo con la discusión respecto a la posibilidad de leer el trasfondo de la arquitectura en las obras construidas. Este trasfondo según Nicolai Hartmann "aparece" cuando nos disponemos a vivir naturalmente un fenómeno del ver arquitectónico. Llena y anima así las formas, dotándolas de un carácter dinámico. Luego, cualquier tipo de solución de una tarea arquitectónica práctica permite reconocer su propio principio. ¿Será mismo posible que el trasfondo pueda ser percibido integralmente en las obras arquitectónicas poseedoras de los estratos más profundos identificados por el autor?

En la producción arquitectónica nos deparamos no raramente con prejuicios críticos que pretenden identificar los principios teóricos o prácticos generadores de las formas. Se pretende además, fijar la postura que el arquitecto tomó frente a la problemática confrontada. En entrevista posterior con el autor de la obra se descubre que, por lo menos conscientemente, no hubo la voluntad correspondiente a los principios anteriormente interpretados. No queremos con esto decir que no sea posible leer el trasfondo en una obra construida, sino que esta interpretación tiene sus alcances limitados. ¿Qué nos dirían las ruinas de Teotihuacán sobre el modo de vida de los indígenas? Sin embargo la arqueología nos daría muchas pistas sobre los rasgos culturales del pueblo anciano, pero una idea más o menos aproximada de la forma de vida de esta población parece estar lejos de se encontrar. Hartmann parece estar consciente de lo límites impuestos por el tiempo y la historia, pues fija como principal punto de referencia la experiencia de la vida misma: en última instancia la peculiaridad de una estirpe humana y su forma de vida no se caracterizan tan ciertamente por nada como por lo que corresponde a su vista cotidiana.

Semejante discusión sigue teniendo dicho autor con respeto a los estilos arquitectónicos. Para él, es posible identificar en las construcciones de determinada época los fines, deseos y metas de la cultura que la conforma. Existe así un condicionamiento interno manifiesto en la forma, que al ser percibida revela un trasfondo compuesto de estratos internos y externos. El estilo está representado por la producción de su época, que por su vez refleja, en un cierto grado, las condiciones históricas vigentes. No se puede entonces vivir en un tiempo que no corresponda al aquí y ahora, en un dado momento al cual pertenecemos intrínsecamente. Sólo puede construir como se construye, es decir, caer dentro del estilo de la época. Así sucede que los hombres estén atados, en épocas arquitectónicamente productivas, al estilo de su época.

Volviendo a nuestro objeto elegido para análisis: el jardín Mariano Matamoros. De salida podemos decir que esta labor será siempre derivada de una visión interpretativa personal y que, por lo tanto, no corresponderá ni al juicio de otros ni a la realidad. Cuanto a encontrar explícitamente los trasfondos que construyeron la obra, lo mismo se puede decir: responde a una percepción filtrada por la subjetividad y por una intuición no objetiva.

En dicho parque fueron previstas actividades de puro deleite para la población local. Los habitantes lo disfrutan como opción de relajamiento a la más grande urbe del mundo. Allí el grupo de niños se une para paseos en bicicleta. Los novios se encuentran para cambiar caricias. Los ancianos ejercitan sus esqueletos en las mañanas asoleadas. Es en este lugar donde la gente pierde, de cierta forma, su anonimato ciudadano. Hay proximidad, acción, contacto visual demorado. Este tipo de elemento urbano celebra una invitación a una reunión colectiva. El parque representa un microclima conformado por la imposibilidad de acceso viario, por una vegetación acogedora, por una invitación a disfrutar de sus estructuras. Si esta construcción ha sobrevivido al tiempo y a la vida cotidiana, luego refleja los ideales de los usuarios, pues el hombre construye su morada como se concibe a sí mismo.

Las personas, las que se distinguen

Declaramos héroe el señor H, un hombre que, en nuestro tranquilo jardín de la colonia Militar Marte, conduce niños y niñas en su poderoso microómnibus. Es en este lugar donde aparece nuestro gran protagonista con su transporte metálico de ventanas translúcidas. Capacidad para alrededor de 8 infantes, los dos que se sientan adelante tienen la emoción de, imaginariamente, guiar la nave. Pero en realidad, el motor de la máquina son los fuertes muslos del increíble señor H que, desde fuera, en la parte trasera, impulsa y dirige el vehículo. Biiiiiiiiiiii!! grita nuestro héroe imitando una bocina cuando aparecen transeúntes en la calzada.

Es en la simplicidad del señor H que identificamos la caracterización de Thomas Carlyle del hombre que no nace para resolver los enigmas del universo. Lo que puede y debe hacer es comprenderse a sí mismo, comprender su destino y sus deberes. Para nosotros, los hechos sí se concluyen en la figura de un gran hombre, que por su vez puede tener una capacidad de accionar en una grado más sensible que el resto de la humanidad. Pero esta labor no se da de una manera individualista, pues un hombre sólo no puede cambiar los rumbos de la civilización; su acto libre que lo garantiza como sujeto, tiene que completarse con otro acto, por el cual reconozcamos a otros sujetos libres. Es todo un proceso cultural que conforma el conocimiento de cada época y que, finalmente, culmina en grandes éxitos muchas veces atribuidos a personalidades. Nos inclinamos más a entender este proceso como un hecho histórico derivado de la evolución del pensamiento e da la comunidad como un todo, al revés de aceptar a los hombres singulares de Carlyle considerados ventanas místicas a través de las cuales alcanzamos ver más hondamente en los ocultos modos de la naturaleza.

El señor H parece compartir de la "filosofía de la Vida" apuntada por Carlyle. Lo que piensa y hace está basado en su experiencia personal con las cosas. No tiene duda sobre la significación de su trabajo en la comunidad en que vive. Sus acciones diarias simplemente ocurren de acuerdo con el tiempo y el lugar que la abarcan. Señor H es el conductor que pasea con los niños en la plaza; es único, específico, sirve a la sociedad sin tener necesidad o aspiraciones políticas. Los niños están seguros en sus manos, pues su grandeza moral y su sensatez intelectual garantizan un viaje tranquilo y divertido. Nuestro héroe expresa sus sentimientos en las actividades cotidianas, sean ellas laborales y ociosas, distinción muchas veces no reconocida por él. Hacer y construir constituyen los motivos por los cuales señor H, sin cualquier necesidad de sentido lógico y racional de sus actos, expresa sus valores en la condición de vida humana. Es, está y acciona mediante su interpretación de la realidad imaginaria en que vive. El magnífico héroe de todos los tiempos no es otro que el Señor H, un ser humano como otro cualquier que tiene la capacidad de estar y actuar en una sociedad.

Conclusiones

La arquitectura es, sin duda, una disciplina poética. Es poesía en la medida en que nos remete a nuestra condición como seres humanos. Seres activos en busca de una significación en nuestro quehacer cotidiano. El ejercicio del diseño arquitectónico no se basa exclusivamente en parámetros racionales conscientes. Nosotros estamos arraigados a una memoria que no necesariamente identificamos en nuestro estado de vigilia, pues son las potencias del inconsciente quienes fijan los recuerdos más lejanos. El inconsciente puede ser comprendido como culto al estado primitivo de nuestro ser, capacidad natural de aprensión de las imágenes circundantes del complejo estado de cosas en que vivimos. No nos dejemos dominar por las paranoias mentales impuestas por la sociedad moderna, hecho este que tiende a debilitar nuestro intrínseco carácter instintivo. Hay que retomar nuestra más íntima razón de ser y abrir de nuevo el campo de las imágenes primitivas que han sido tal vez los centros de fijación de los recuerdos que se quedaron en la memoria.

El sentido de la historia en la labor de la arquitectura remete a la historia misma de la disciplina. Entendemos que nada surge de la nada, y que el presente deriva de una cadena de acontecimientos que remontan a la génesis humana. Llevarse en cuenta la historia no implica solamente una lectura temporal de hechos pasados, sino más una postura de incorporación de un sentido de memoria y recuerdo en nuestra existencia cotidiana. Nosotros, hombres culturales, estamos en relación directa con el mundo físico de cosas que acompaña la construcción dinámica del tiempo. El tiempo no está fuera de nosotros ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del reloj: nosotros somos el tiempo y no son los años sino nosotros los que pasamos. El tiempo posee una dirección, un sentido, porque es nosotros mismos.

Pero ¿cuál es el papel del arquitecto en la sociedad? ¿En qué medida puede la arquitectura contribuir para edificar la comunidad, sin excluir grupos humanos marginados? Nosotros sabemos muy bien que los arquitectos no tienen poderes divinos y que, por tanto, no pueden se proponer a salvar el mundo. Lo que está en nuestro alcance consta en la diseminación de una posibilidad de vida más armónica con el medio ambiente, una interacción comunitaria más humana y que pueda generar frutos para las generaciones porvenir. Para esto, se depende de numerosos y diversos factores como políticos o económicos que muchas veces se encuentran fuera de nuestro campo de intervención. A lo que nos concierne, se puede y debe accionar de modo a propiciar al pueblo - al hombre común y sin distinción de clases - las vías para llevar el habitar a la plenitud de su esencia, pues sólo si somos capaces de habitar podemos construir .... quizá un mundo más digno.

Bibliografía

Bachelard, Gaston, "La poética del espacio", México: FCE, 2011.
Heidegger, Martín; "Construir, habitar, pensar", conferencias y artículos, Barcelona: SERBAL, 1994.
Hernández, María Elena, "Antología para el taller de investigación: Arquitectura y Humanidades2, CIEP / UNAM, México, 1999
Paz, Octavio, "El arco y la lira", México: FCE, 2006.

Marcos Vinicius Teles Guimarães