Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.
Hablemos
de una opción para diseñar
Edgar Fabián Hernández Rivero
El siguiente listado es la construcción de una vía posible para el diseño de espacios habitables. No posee una pretensión de cubrir todos los procesos, en su lugar, busca ser un instrumento de reflexión-acción que conduzca a resultados congruentes con las cualidades de un momento socio-histórico específico. Contempla cinco etapas que han sido organizadas de acuerdo al orden considerado como adecuado, sin embargo, cabe tener presente que el diseño no es un proceso lineal, sino un vaivén de diversas interacciones que deben retroalimentarse y enriquecer la labor continuamente.
El encuentro con el habitante y la utilidad del objeto
Como punto de partida, es adecuado clarificarse qué es lo que el objeto a diseñar pretende satisfacer utilitariamente, identificar cuál es el problema que percibe el solicitante y al que se busca dar respuesta con la intervención del arquitecto -que aquí llamaremos diseñador de espacios habitables-. Inicialmente, esta información se adquiere en el acercamiento con el interesado (ya que puede ser un promotor) o usuario potencial, quien durante este primer encuentro suele manifestar una serie de necesidades generales a partir de cierto estilo de vida, predilecciones y gustos particulares. Gradualmente, el diseñador interpreta y jerarquiza los datos obtenidos para elaborar, de la mano con el usuario o promotor, el denominado programa arquitectónico, que suele constituirse por parámetros de utilidad. Es decir, se conforma un listado de los espacios que debe contener el futuro objeto arquitectónico; sin embargo, éste suele transformarse según se incremente el diálogo diseñador-usuario y las nociones sobre el problema de diseño mismo.
El asunto de diseño y el análisis contextual
En base a los planteamientos resultantes del paso previo, debe identificarse aquél que resulte esencial, aquel elemento clave que rige a los demás y que -a través de su profundización- nos permite comprender los aspectos inherentes al objeto a diseñar, es decir, el aspecto fundamental que se traduce como el verdadero asunto de diseño. En la reflexión del asunto, notaremos que se despliega una dinámica de variables que incidirán, tanto interna como externamente, en el objeto arquitectónico. Esto nos conduce al análisis contextual, es decir, al entendimiento de la obra no como resultado aislado del proceso de diseño, sino como entidad profundamente vinculada a una serie de procesos, que van desde lo sociopolítico y cultural, hasta lo geográfico, económico y ambiental. Tener conciencia de la complejidad en torno a una obra, permite trascender su concepción como simple materialidad. Los alcances de un objeto arquitectónico, independientemente de su escala física real, son superiores a las dimensiones tangibles, en realidad, poseen una relación muy profunda con el ser humano, sus actividades particulares, su construcción social y el ambiente global en el que se desarrolla.
El usuario y su ambiente
Así, el asunto central de diseño se convierte en la vía de comunicación para el indivisible binomio usuario (real o potencial) y diseñador de espacios habitables. La claridad en este ámbito (por parte de ambos actores) permite desarrollar un lazo estrecho; y es que, para lograr una adecuada "construcción mental" del objeto, se debe buscar comprender al habitante más allá de los términos de practicidad. Por ello, el diseñador debe adentrarse, con especial atención, a los aspectos sustanciales del habitante, aquella esencia que enriquece y sostiene la concepción de sí mismo y su entorno, sus anhelos, creencias, voluntades o preocupaciones y su conciencia como miembro de la comunidad; en otras palabras, se debe identificar en el usuario qué le otorga confianza y tranquilidad, qué le permite ser y pertenecer, qué y cómo es aquello que alimenta su existencia y le impulsa a realizar esta obra arquitectónica.
Cabe mencionar que la dimensión profunda del habitante no suele presentarse de manera explícita, sino que, en realidad, se nos despliega en la observación reflexiva, tanto en sus relaciones estrechas como a nivel comunitario; el diseñador debe poseer la sensibilidad para leer e interpretar los "mensajes entre líneas" y subyacentes que sutilmente le expresa el usuario y comprender que sólo al incorporar los elementos intangibles en la configuración del espacio se consolida el vínculo e identificación del usuario con el objeto arquitectónico.
La configuración espacial
Con la conciencia de interrelación y constitución de la obra arquitectónica que los elementos descritos anteriormente refieren, se lleva a cabo la configuración. Ésta corresponde a su proceso de integración, pero interpretados a nivel de espacio habitable y bajo un lenguaje estético. Inicialmente, en la configuración se busca una secuencia y disposición lógica de los elementos que cumplen la función primaria de utilidad; es decir, una traducción en términos espaciales del programa arquitectónico. La satisfacción de los requerimientos fisiológicos del ser humano -como pueden ser las dimensiones o la accesibilidad- se encuentra contenida en esta etapa.
En un segundo momento se busca construir la experiencia del usuario, expresarle mensajes significativos, evocaciones y generarle ciertos efectos que han sido determinados por las características psicológicas y culturales que conforman su ideario y valores. Es decir, corresponde a una exploración dialógica entre los elementos estéticos (formas, materiales, luces, colores o texturas, ritmos, escalas, niveles, entre otros) y el usuario, a través de lo intuitivo. Resulta vital comprender que una obra arquitectónica constituye la confirmación de un momento y estilo de vida particulares; en su congruencia radica su autenticidad. En la configuración del espacio debe ponerse de manifiesto la existencia irrepetible de un habitante, aquélla que sólo en ese tiempo y espacio pudo suscitarse. Por ello, una obra arquitectónica no debe ser el resultado de formalismos planteados por algunos diseñadores renombrados o apegarse a las tendencias presentes en otros contextos; el valor de una obra se encuentra en su franqueza con el mundo en el que se encuentra -entendido como experiencia humana-, así como en el mundo que, a partir de ella, se establece y manifiesta a los demás. A partir de la configuración, en la que el diseñador considera la suma y dinámica de todos los elementos anteriormente mostrados, se conforma el denominado proyecto, cuyo destino es la materialización de la obra.
El factor "recursos"
Toda obra arquitectónica permanentemente estará condicionada a dos recursos estrechamente relacionados: la economía y la técnica; la primera, marca la pauta de lo posible en términos de tiempo, adquisición, características o cantidades de procesos, mientras que la segunda, rige lo posible en lo que a sistemas, capacidades y cualidades se refiere. El diseño y materialización del espacio urbano-arquitectónico que se diseña debe funcionar con la presencia -o ausencia- de ciertos recursos. Esto no significa que el proceso creativo se vea subordinado a ellos, aunque sí es parte de las consideraciones paralelas en las actividades de diseño. La genuina concordancia entre los recursos -técnicos y económicos- y la expresión en el objeto arquitectónico es característica de un diseño posible, coherente y significativo para el ser humano.
Notas
En "el origen de la obra de arte", el filósofo alemán Martin Heidegger hace referencia a que todo objeto -que va desde un instrumento hasta una edificación- posee una finalidad utilitaria (ser del útil). A partir de la cual se despliegan dimensiones de carácter más profundo.
En el taller de investigación "Arquitectura y Humanidades" del posgrado de Arquitectura de la UNAM se aborda a la obra como resultante de un momento socio-histórico, en el cual se encuentran contenidas variables políticas, económicas y culturales; sin el cual un objeto urbano-arquitectónico no puede ser creado o entendido, ya que se encuentra inmerso y, por tanto, en función de él.
Al constituirse la obra como un reflejo significativo de la cosmovisión del habitante se desarrolla el "ser de confianza" -planteado por Heidegger como la máxima de una verdadera obra de arte-. Esto le permite al usuario detonar un momento (instante poético planteado por Gaston Bachelard en "Poética del espacio" y por Octavio Paz en "El arco y la lira") y cuya efervescencia radica en el encuentro consigo mismo, es decir, con aquello verdaderamente entrañable, con esa libertad y plenitud que todo ser humano busca.
En "La frontera indómita", Graciela Montes refiere a la imaginación como el punto en donde brotan y se desencadenan nuestros más profundos anhelos, pues es ahí donde se encuentra la esencia personal, "nuestro lugar". La autora menciona que el juego es la actividad -casi ritual- en la que se expresa esta sustancia. Partiendo de ello, en lo lúdico, en la experiencia más honesta, el diseñador de espacios habitables notará las pulsaciones que rigen la vida del habitante en cuestión, por lo que debe sensibilizarse a identificar esos momentos, sus circunstancias y la profundidad que guardan.
Nicolai Hartmann, en sus observaciones ontológicas acerca de la estética, plantea que las obras de arte poseen estratos, es decir, capas que se despliegan al espectador -el que las experimenta- de acuerdo a la naturaleza de sus propios mecanismos. En el caso de la arquitectura, plantea sus creaciones cubren un espectro que va desde la materia tectónica y la utilidad hasta el cobijo metafísico a nivel individual o la expresión universal -al mundo, como patrimonio tangible y como memoria- de la cosmovisión de un momento histórico específico. A esta noción le denomina Heidegger el desvelamiento de la verdad.Bibliografía
Bachelard, Gaston, "La poética del espacio", México: FCE, 2011.
Hartmann, Nicolai, "Estética", México: UNAM, 1977.
Heidegger, Martin, "Arte y poesía", México: FCE, 1992.
Montes, Graciela, "La frontera indómita", en torno a la construcción y defensa del espacio poético, México: Fondo de Cultura Económica, 1999.
Paz, Octavio, "El arco y la lira", México: FCE, 2006.