Arquitectura y Humanidades

Propuesta académica

 

 
Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

Las transformaciones de una casa
De espacio funcional a habitar poético

Milena Quintanilla Carranza


Primera parte
La casa de mi infancia


Hoy escribo estas líneas con la intención de hacer un homenaje a la casa que ya no habitaré más. Hoy me despido cordialmente de ella con la esperanza de que estas palabras lleguen a lo más profundo de sus muros, sus pavimentos, cubiertas e intersticios… ¿podrá oírme? quizás no, pero ella merece estas palabras, porque al nacer, me acogió, y como dice Gaston Bachelard en La poética del espacio, mi vida empezó bien, empezó encerrada, protegida, toda tibia en el regazo -de mis padres- y de esa casa [1].

No dormiré más bajo su techo de madera a dos aguas, ni pisaré los escalones helicoidales, que orgánicamente ascendía a fin de llegar al espacio más reconfortante, tranquilo y mío que jamás he conocido, un espacio entre cuatro muros, colores verdes y vistas hacia las montañas del Desierto de los Leones, en donde acontecieron muchos de mis sueños y mis ensueños, los que en buena medida, me trajeron hasta aquí, este momento, este instante, en el que soy quien soy porque habité en donde habité.

Sin embargo, eso no es pesadumbre, pudiera serlo si junto con mi partida, se borraran de mi ser los recuerdos que conservo de ella y en ella… empero eso no ha sucedido ni sucederá, porque ahora sé que ella está prendida de mí y yo prendida de ella. Los recuerdos y las experiencias dan estructura al ser habitante, y esa estructura que me ha formado, conlleva la casa en que pasé mis primeros días, mi infancia, mi adolescencia muy dentro de mí, hoy sé que me acompañará eternamente.

Tengo una última oportunidad para recorrerla, para reposar en ella, para contemplarla y al ver con detenimiento, noto que la madera comienza a apolillarse, las ventanas guardan polvo y quedan restos de humedad en sus aristas. A pesar de todo esto, me parece que es cálida, me parece que es acogedora, podría pasar la noche aquí aún entre arañas… me pregunto - ¿por qué?, si no aceptaría eso ni en la mansión más lujosa y exclusiva del mundo, ¿polvo, humedad, telarañas y hospitalidad? Son imágenes inconexas. Pero jamás si se trata de la casa natal, la casa de la infancia, ese nido original.

Ahora, después de haber leído a Bachelard, puedo comprender mejor ese sentimiento hacia un ente que a simple vista pareciera inerte. Y es que me encuentro en un espacio cargado de poética: los espacios poéticos nos sitúan en el origen de nuestro propio ser, es decir, nos retornan a la esencia de aquellos espacios primigenios, aislados de agentes que contaminan nuestros sentidos, que nos reconfortan, nos hacen sentir protegidos, espacios en donde nuestra alma puede velar en paz; para esto, no hace falta el mármol en el piso ni los candelabros colgando del tejado, sólo es necesaria esa comunión que en afortunadas ocasiones se da entre espacio y habitante.

Dice Bachelard que "todo lector que relee una obra que ama, sabe que las páginas amadas le conciernen" [2] y los mismo sucede con las obras arquitectónicas poéticas, toda persona que busca volver a recorrer un espacio que ama, sabe que sus vanos, macizos, cuartos, sótanos, guardillas, patios le conciernen, y a mí, esta casa me concierne. Entre estos muros, me veo conducida a un ensueño poético, a un estado que se asimila a la duermevela en el que puedo recordar, imaginar, soñar despierta y crear fantasías tal como lo hacía cuando era niña, descubriendo la vida por medio de la imaginación y el juego. Y es que en el ensueño al que nos conducen los espacios poéticamente habitables, el alma vela, no hay tensiones, nuestra alma, mi alma, permanece descansada y activa.

Al recorrer o habitar un espacio poéticamente habitable, la lectura del mismo nos lo ofrece. "Echa raíces en nosotros mismos. Lo recibimos, pero al mismo tiempo tenemos la impresión de que hubiéramos podido crearlo nosotros mismos, de que hubiéramos debido crearlo" [3], puesto que congenia con nuestras expectativas y necesidades físicas, pero también espirituales, nada sobra y nada falta en él. Es así como el espacio se convierte en nuestra segunda piel, en parte de nosotros y nos hace retornar cuantas veces sea posible, porque "es a la vez un devenir de expresión y un devenir de nuestro ser en donde la expresión crea ser" [4].

Pero, así como se requiere de la sensibilidad y la experiencia para habitar y vivir un espacio, también se requiere sensibilidad al crearlo. Para crear un nido poéticamente habitable, no hace falta más que un movimiento del alma de su creador, un movimiento que se instaure en todas las demás almas. En esos momentos creativos del espacio el alma dice su presencia y, por lo tanto, al ser habitados cobran su presencia congruentemente con su diseño; tal como sucedió muchos años con esta casa, fue concebida como un nido en donde la familia viviría en paz, resguardada de todo mal y, al mismo tiempo, expresaría su amor conyugal y paternal.

Ahora me entusiasma la idea de que esta misma sensación la puedo llevar conmigo a cualquier morada donde habite en el futuro, porque mi casa es ahora universo y si al diseñar y habitar una nueva casa poseo la sensibilidad y el conocimiento de lo que requieren todas las almas para poder construirse en un espacio, este vientre artificial siempre me acompañará, y lo que es aún mejor, acompañará a muchas almas más que compartirán ese sentimiento poéticamente espacial conmigo.

Hay procesos creativos, que no necesariamente requieren un conocimiento técnico o científico. Pueden surgir desde una conciencia ingenua, siempre y cuando esta sea sensible y sin embargo, el resultado puede ser poético; pues el poeta arquitecto, "en la novedad de sus imágenes es siempre origen del lenguaje" [5]; es decir, se expresa de una manera pura que se instaura en nosotros porque comprende nuestras necesidades espirituales, humanas, primigenias y permanentes.

Para ello, debo convertirme en una arquitecta poetiza, porque este es un sujeto -sensible- que conoce y percibe otras almas, otros anhelos, otros deseos y necesidades espaciales además de las suyas, inaugurando así un espacio arquitectónico poéticamente habitable. En palabras de Bachelard: "La poesía es un alma inaugurando una forma" [6]. En mi camino, buscaré inaugurar formas que respondan al llamado de esas almas, que claman por espacios en donde no se sientan asfixiadas, distraídas, espacios que las dejen desarrollarse, interactuar y crecer hasta la máxima expresión espiritual. Sólo así, siendo conscientes de que son almas y no sólo cuerpos los que habitan en el mundo se podrán mejorar la calidad de vida en las ciudades del presente.

Así, se propone que "el espacio captado por la imaginación no puede seguir siendo el espacio indiferente entregado a la medida y a la reflexión del geómetra. Es vivido. Y es vivido no en su positividad, sino con todas las parcialidades de la imaginación (…) Concentra ser en el interior de los límites que protege" [7]. Como responsables de este oficio, debemos apuntar a que los espacios estén cargados de poética, que no soslayen que habrá vidas y almas desarrollándose en sus rincones, que concentrarán ser y, por tanto, deben estar concebidos, si desde el oficio, pero también desde el mismo ser.

La casa de mi infancia -desde sus primeros días- poseía esta virtud, y es por ello que en mis sueños y en mis ensueños podré volver a ella cuantas veces mi alma lo quiera y lo requiera.

Segunda parte
La nueva casa

Hace poco se cumplió nuestro mi primer año habitando en esta casa. Sinceramente nunca pensé en residir en el sur de la ciudad después de veinticuatro años viviendo en el poniente de esta megalópolis; sin embargo, siempre lo anhelé, ya que casi toda nuestra vida diaria se ha desarrollado en esta zona. Ahora sé, que mi familia también tenía ese anhelo, aunque quizás ninguno de nosotros era verdaderamente consciente de ello.

Aún recuerdo el día en que mi mamá llegó al departamento en el que habitamos durante el último año y medio, con la nueva de que teníamos la oportunidad de vivir en este barrio histórico y tan apreciado por nosotros. Todos nos emocionamos y comenzó la búsqueda que más tarde se convertiría en el inicio de una nueva etapa en nuestras vidas.

Sin embargo, hubo un momento de desilusión ya que las casas que visitábamos resultaban ser demasiado costosas, o de difícil acceso urbano, o carecían de aquél encanto que nosotros buscábamos. Pero, ¿en qué consiste aquel encanto que puede hacer que una familia sin aspiración a grandes lujos, se enamore de un lugar para habitar?

Para reducir el tiempo de búsqueda, mi familia esperaba que yo, al haber estudiado arquitectura, pudiera brindar una mayor orientación; por lo que gustosa me ofrecí a analizar a detalle cada caso, y desde luego que en el transcurso de este proceso, recordé a muchos de mis profesores y sus sabias enseñanzas para poder aportar herramientas en esta importante toma de decisión.

Comenzaba por analizar la orientación, las dimensiones mínimas, la accesibilidad, el estilo, la calidad de los materiales de construcción incluidos los acabados, la estructura y variedad de otros aspectos que me habían enseñado a "leer" durante mis clases en la facultad. En pocas palabras, analizaba todos los factores lógicos, cartesianos y objetivos que me fueron enseñados en la carrera. Sin embargo, además de todo esto, había algo que las casas nos revelaban desde que accedíamos a ellas, y esto era algo que no sólo yo como arquitecta podía vislumbrar, sino que era algo que cada uno de los miembros de este hogar podía percibir incluso con los ojos bien cerrados. Más tarde comprendí que cada uno de nosotros relacionábamos cada casa que visitamos con nuestros propios modos de habitar, pero también había otro factor, la poesía que percibíamos o no en cada lugar.

Así fue que nos enamoramos de este hogar, quizás no es perfecto, claro que tiene deficiencias y hubo mucho trabajo por hacer, desde la piel hasta lo más oculto tras las gastadas capas de yeso y concreto que lo recubren; pero cada uno de nosotros encontró aquí un espacio que podría hacer suyo. Mi hermana dijo -tiene mucha luz, voy a poder despertar con los rayos de sol -mi madre comentó-, está a tan sólo cinco cuadras de la plaza que nos gusta tanto, y aquí, junto a este ventanal voy a poder poner todas mis plantas, ¡me encanta!-, mientras que mi padre por su parte apuntó - ¡me gusta la ubicación!, ¡además en este espacio puedo poner mi taller de carpintería!-, concluí por decirle a mis padres y hermana, -¡esta casa, tiene muchas posibilidades!-. La elección de las habitaciones fue relativamente sencilla, yo me quedé con la habitación que a pesar de ser la más pequeña, cumplía con mis expectativas, puesto que poseía luz natural. Sin embargo, para compensar esta falta de espacio -dado que como todo arquitecto, tiendo a expandirme-, mis padres me ofrecieron ocupar el estudio con mi restirador, computadora, libros y demás objetos de dibujo que se van acumulando durante los años de estudio. Este espacio es ideal para mí, dado que suelo disfrutar las horas del atardecer para leer y escribir y éste cuenta con una sola ventana orientada al poniente.

Hoy, después de año y medio habitando en mi recámara, puedo decir que la siento mía más que nunca, sin embargo, este proceso no fue fácil, esencialmente consistió en estudiar mis modos de habitar y, por lo tanto, estudiarme a mí misma. Además tuve que espaciar mi habitación, en el sentido en el que Heidegger hace referencia en "El arte y el espacio", "aportar lo libre, lo abierto para un asentamiento y -que pueda acontecer- un habitar…" [8]. Mi propio habitar.

En un principio la cama y el tocador estaban separados tan sólo por un estrecho pasillo, lo cual no era nada cómodo tanto para tender la cama como para abrir los cajones del mueble; sin embargo, el desorden producto de la mudanza, impedía que pudiera reacomodar estos objetos, lo cual en ocasiones incluso creo que influía en un mal carácter. Asimismo, carecía de un espacio para leer cómodamente.

Mi habitación está orientada al sur, se ilumina desde un patio interior en el segundo nivel, durante el atardecer, la luz natural a penas y accede a través de la ventana y la luminaria artificial había sido ubicada por los residentes anteriores, justo en el centro de la habitación, pero, yo no leo en el centro de mi habitación, leo en el sillón o por las noches en mi cama. Otro elemento que ubiqué que me inquietaba, era un perchero cargado de bolsas que a diario me recibía como remate visual, lo cual no me producía una sensación de tranquilidad, sino de agobio al poner el primer pie sobre mi habitación. Por último, los aparatos electrónicos que en ocasiones ocupo, no tenían un lugar específico y seguido me molestaba ver los cables desperdigados producto del uso del día anterior. Un buen día, y en gran medida gracias a las lecturas en las que me he visto inmersa durante los últimos meses, reflexioné sobre estas pequeñas cosas que me estaban inquietando ¿será que el acomodo de un espacio puede llegar a influir en el estado de ánimo de una persona? Esta pregunta me fue respondida afirmativamente más adelante cuando me vi decidida al transformar mi habitación y al emplazar [9] cada cosa en su sitio.

Fue así que reubiqué el tocador, hacía la pared del poniente dejando libre el muro norte, lo que posibilitó centrar la cama justo a la mitad del muro oriente, este reacomodo de la cama posibilitó acercar mi sillón de lectura junto a la ventana, y a su vez cerca de la nueva luminaria artificial que cobra sentido durante mis noches de lectura. Por su parte, ubiqué al perchero tras de la puerta, por lo que ya no me recibe a diario como remate visual al acceder a mi habitación. En ella, hacían falta espacios vacíos, pero no vacíos en el sentido en el que los entendemos coloquialmente, sino en que menciona Heidegger y que "está presumiblemente hermanado con el carácter peculiar de lugar y, por ello, no es un echar en falta sino un producir, un reunir que obra en el lugar y un instituir que busca y proyecta lugares" [10]. Fue así como instauré un espacio sin objetos en el cual preparo lugar para que algo inesperado pueda ocurrir, si fuera el caso, y si no, simplemente para mi libre habitar.

En esta revolución, fue necesario deshacerme de diversos objetos que ya sólo poseía por costumbre, hoy día me doy cuenta que no extraño ninguno de ellos. Empero, hay objetos que podrían ser considerados como "adornos barrocos", los cuales serían tachados y mal vistos por las decoraciones minimalistas, de los cuales yo no deseo deshacerme, porque sin ellos, una parte de mi perdería su esencia. Tal es el caso de mi dispersor de fragancias, el cual enciendo en algunas tardes en las que el estrés me agobia, o mis joyeros en los que reposan mis aretes y pulseras sin los cuales yo ya no sería la misma, o qué decir de mis fotografías, que más que simple imágenes son fragmentos de la memoria que cada día me asombro de leer de una manera muy distinta, porque así como los rayos de sol las van opacando y transformando, yo misma también me transformo, ya lo decía mi hermana quien estudia física, -no sé porque la materia de sistemas dinámicos dura tan sólo un semestre, si todo en este mundo es un sistema dinámico.

Hoy, puedo decir que al acceder a mi habitación yo me siento yo, porque el espacio arquitectónico revela la verdad sobre mi ser que lo habita, convirtiéndose en un reflejo de mi esencia, pero quizás mañana ya no y nuevamente me inunde la inquietud por transformar este espacio en el que aludiendo al ensayo "Habitar, construir, pensar" de Martin Heidegger, yo soy y yo habito, resultan ser la misma Cosa [11].

En este sentido, mi hermana y yo, así como nuestras habitaciones somos sistemas dinámicos en constante transformación, pero sistemas capaces de transformarse poéticamente con su derredor, ya que el acontecer-poético-espacial es responsabilidad de quien diseña y también de quien lo habita. Hoy me explico un poco más claro el porqué de la elección de esta casa, y es que su diseño nos pareció más allá de lo habitable, un diseño poético en el que podríamos instaurar nuestro lugar y nuestra morada familiar en este mundo.

Ahora bien, ¿cómo se desarrolla este proceso en el que un espacio puede pasar de un estado funcional a un estado poético? Autores como Octavio Paz, Gaston Bachelard y por supuesto Martin Heidegger, pueden ayudarnos a explicar este fenómeno espacial positivo, desde la filosofía del arte y la poética. Estas reflexiones las dejamos para un segundo texto en el cual se elaborará una aproximación desde las nociones de la poética, al método de diseño arquitectónico.

Notas


1. Bachelard, G. "La poética del espacio", FCE: México, 1975, p.37.
2. Bachelard, op. cit., p.18.
3. Bachelard, op. cit., p.15.
4. Bachelard, op. cit., p.15.
5. Bachelard, op. cit., p.11.
6. Bachelard, op. cit., p.13.
7. Bachelard, op. cit., p.28.
8. Heidegger, Martín, "El arte y el espacio", Barcelona: Herder, 2009, p. 21.
9. Heidegger, op. cit., p. 23. El autor explica que, "El emplazar admite algo. Deja que se despliegue lo abierto, que, entre otras cosas, permite la aparición de las cosas presentes a las cuales de ve remitido el habitar humano".
10. Heidegger, op. cit., p.31.
11. Heidegger, Martín; "Habitar, construir, pensar", Barcelona: Serbal, 1994. p.2 Heidegger explica que en el antiguo alemán la palabra bauen, buan bhu, beo, es la actual palabra bin (ser). Entonces la antigua palabra bauen con la cual tiene que ver bin, quiere decir: yo habito, tú habitas. "Ser hombre significa estar en la tierra como mortal, significa: habitar."

Bibliografía

Bachelard, G. "La poética del espacio", FCE: México, 1975.
Heidegger, Martín, "El arte y el espacio", Barcelona: Herder, 2009. _________,
"Habitar, construir, pensar", Barcelona: Serbal, 1994.

Milena Quintanilla Carranza