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El silencio en mi habitación
Jorge Anibal Manrique Prieto
Ya no oigo nada; poco a poco mi cuerpo se va a acostumbrando a no escuchar; hace unos instantes tomé la decisión de dejarlo de hacer (oír). Estaba en el baño mientras me ponía estos instrumentos que ahora tapan mis oídos y me ayudan a mitigar los sonidos. Camino hacia mi recinto; paso por la cocina y el aroma que en ella me encuentro me acompaña hasta la puerta de la recamara.
Al abrir la puerta, inmediatamente he percibido la caricia del viento. Había dejado un poco abierta la ventana y al abrir la puerta el aire atrapado en la habitación buscó la salida, pasó por mi lado, chocó contra mí; doy un par de pasos más y percibo el aroma de mi colonia en la cortina que está a mi lado izquierdo; ahora me doy cuenta: mi olfato se ha agudizado. Muchas veces paso por aquí, pero en este instante ese olor se ha hecho más evidente; me ha dado la bienvenida, me ha hecho sentir que estoy en el espacio en el que habito.
Entro por completo a la habitación y medito un poco; me doy cuenta, lo siento, de que he ganado mucho. Sin oír todo aquello que cotidianamente me rodea me siento más liviano. Es increíble como los ruidos pueden llenar de pesantez nuestro habitar; pero ahora no, en este instante este pequeño espacio parece ser más grande, más despejado, más limpio. Siento como si no hubiera límites; en verdad me siento libre. Soy yo completamente viviendo el espacio, sintiendo el latido de mi corazón [1].
Tomo asiento junto a la mesa; escribo y mi mano se siente ligera sin el sonido de la puntilla del portaminas chocando contra el papel; sutilmente roso la pared rugosa (a mi lado izquierdo) con mis manos y siento un cosquilleo que se va desvaneciendo poco a poco entre mis músculos y huesos. Por experimentar, decido golpear suavemente con las articulaciones de mis dedos de la mano, aquellos muros rugosos que limitan la habitación, e increíblemente ya no percibo la diferencia entre el muro que es de tabla-roca y el que es de mampostería; con el silencio a los dos los percibo igual.
Nuevamente, me dirijo hacia la ventana, abro aún más las cortinas y no escucho el sonido de los rieles, pero en cambio percibo su olor (de las cortinas), que es una mezcla entre un olor a viejo y mi colonia, la colonia con la que las he impregnado para que al entrar a la habitación, este aroma, me haga olvidar los olores de la cocina y el patio de ropas. En ese momento también percibo con la piel de mi cara el frio que emana el cristal de la ventana.
Abro la ventana y no escucho el chillido del rose de los perfiles de aluminio, lo cual me causa cotidianamente una sensación de fastidio en mi dentadura; en cambio siento en mis brazos el esfuerzo que hago para abrirla, acompañado de una suave vibración que produce el desplazamiento hacia la derecha. Al asomar mi cara por esa porción de vano que ha quedado abierta, se agudiza un poco más el tacto de mi piel del rostro y siento como la suave corriente del viento toca cada punto de mi cara y como circula por el interior de mi nariz; soy consiente en ese momento de cómo mi cuerpo inhala y exhala ese aire; que respiro; que estoy vivo.
Sin el oído estoy más atento de cada paso que doy, de lo que toco, miro y mastico; hace mucho tiempo no me sentía así. La última vez fue cuando tuve la oportunidad de estar solo en una sala de teatro; no sentía nada, sólo me sentía a mí mismo. Parece que este silencio que estoy viviendo es de la plenitud de mí ser, un silencio de libertad [2].
Me acuesto un momento en mi cama y siento la suavidad de la cobija de algodón que la cubre; también me acompaña el suave rose del viento que entra para liberar del calor de la mañana. Recuerdo haber sentido esto en el primer lugar en que viví aquí en México, cuando se calentaban las tejas y recostado en la cama esperaba que el viento apaciguara ese calor; calor que hoy vuelvo a sentir, y que también transpira el muro junto a la cama, el cual recibe el rayo directo del sol de la mañana.
Hoy he experimentado con mayor intensidad el encontrarme con la otredad [3], con mi otro yo, es decir, conmigo mismo a través del espacio que habito. El silencio agudiza el ojo, el tacto y el olfato, pero para mí agudiza mucho más al hacerme consiente de que estoy vivo, de sentir mi corazón palpitando. No pensé que el ruido tuviera peso, hoy lo he descubierto. A veces ese peso nos interrumpe la posibilidad de soñar o de anhelar; como lo acabo de hacer, oliendo un frasco de café en grano que tengo guardado en mi clóset; olor que en un instante me hizo anhelar estar en mi casa, en Bogotá, oliendo el café que prepara mi madre en las mañanas a uno cuantos metros de mi habitación.
Notas
1. "Yo soy el espacio donde estoy" Noel Arnaud. Citado por Gaston Bachelard en "La poética del espacio", México, FCE, 1965, p.172.
2. Heidegger, Martín, "Arte y poesía" México: FCE, 1970, p. 54. Dice el autor: "El ser del útil, el ser de confianza, concentra en sí todas las cosas a su modo y según su alcance. El servir para algo el útil sólo es, en rigor, la consecuencia esencial del ser de confianza. Aquél está dentro de éste y sin él no sería nada". La arquitectura debe ser de confianza para el habitante, permitir que el ser que la habita se sienta libre, en paz.
3. Paz, Octavio, "El arco y la lira: el poema, la revelación poética, poesía e historia", México: FCE, 2006; Capítulo: "la otredad". Octavio Paz Lozano (1914 - 1998) fue un poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano, Premio Nobel de Literatura 1990. Se le considera uno de los más grandes escritores del siglo XX y uno de los grandes poetas hispanos de todos los tiempos. Bibliografía Gaston Bachelard, "La poética del espacio", México, FCE, 1965. Heidegger, Martín, "Arte y Poesía" México: FCE, 1970. Paz, Octavio, "El arco y la lira: el poema, la revelación poética, poesía e historia", México: FCE, 2006.
Bibliografía
Gaston Bachelard, "La poética del espacio", México, FCE, 1965.
Heidegger, Martín, "Arte y Poesía" México: FCE, 1970.
Paz, Octavio, "El arco y la lira: el poema, la revelación poética, poesía e historia", México: FCE, 2006.