Arquitectura y Humanidades

Propuesta académica
 

 
Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

Poética de la habitación privada

Edgar Fabián Hernández Rivero


Vincularse conscientemente con el espacio privado

Reflexionemos acerca del hogar, acerca de los elementos de él que destacan con particular resonancia. ¿Alguna vez han tenido la impresión de que comparten vida con los habitantes de extramuros? Olvidemos las barreras físicas por un momento, desprendámonos de la noción delimitante de lote y notemos que de la "exterioridad" se incorpora a la experiencia de nuestro espacio privado. Así, observemos los patios, cocheras o viviendas de los vecinos; cuáles son las evidencias, los restos, de la antigua conformación de nuestro sitio. De alguna u otra manera, lo que sucede en el afuera interactúa con nosotros a través del sonido, los olores o las imágenes.

Aunque estas identificaciones no siempre parezcan agradables, el pensar cómo la exterioridad se manifiesta en la interioridad puede resultar fascinante. Durante el día, es común escuchar las transformaciones a las que el contexto se ve sometido: la mezcla del sonido urbano -campanas de recolección de basura, altavoces que anuncian la llegada del servicio de gas, grabaciones ininterrumpidas de los vendedores de tamales o los compradores de chatarra, estruendos de maquinaria de demolición o construcción- se entrelaza con el sonido de lo familiar -conversaciones, riñas, juegos, pasos, actividades, música norteña-. Todo forma parte de la orquesta del lugar, toda nota nos habla de los deseos, costumbres o necesidades de quienes habitamos aquí.

La sonoridad exterior, que a lo largo del día puede tornarse caótica y cercana a lo insoportable, por las noches adquiere matices distintos, quizá armoniosos si les prestamos el suficiente cuidado: aisladas resonancias del contacto de vehículos sobre el pavimento, ráfagas de viento que cruzan las ramificaciones de los árboles, alarmas y torretas de vehículos oficiales que gradualmente se desvanecen, ecos del ladrido de los perros en las azoteas, lejanísimas turbinas de algún vuelo nocturno. Ahora todo es más pausado, y es posible lograr una sincronía con el sonido del interior, inclusive con el del cuerpo mismo: el ritmo de la respiración, las palpitaciones del corazón. Existe una extraña belleza en la manera en que nos vinculamos con la totalidad de nuestro ambiente, en cómo los sonidos solitarios son acoplados a la rítmica del todo. Los sonidos le sientan bien a los lugares, los llena de vibra y calor; características que no están relacionadas con las condiciones atmosféricas.

La construcción del espacio privado es tan propia como ajena, es más una obra intangible que una sólida elaboración sensible al tacto. Y es que nunca nos desprendemos de lo que sucede en el exterior, no sólo por lo inevitable de percibir sino también porque todo aquello que nos rodea -y forma parte de la elaboración de nuestras esperanzas, frustraciones, alegrías o tristezas- ingresa con nosotros, mejor dicho, es parte de nosotros.

En el espacio privado construimos una frontera entre el "yo soy" y "lo demás es", por lo que tiende a ser el reflejo más honesto de nosotros y nuestra valorización de lo que nos rodea; a partir de ello, lo dinamizamos, lo transformamos. Pero aquí no hablamos de los radicales cambios, sino de las sutiles modificaciones que alimentan nuestra existencia y le proporcionan un sentido al aquí y ahora. En gran medida, la riqueza espacial estriba en los detalles.

En las viviendas actuales -acordes a la masificación desarrollista de nuestro tiempo- es común que en una reciente ocupación se tenga la impresión de que son ajenas, distantes por ese carácter de novedad, pero también por su tectónica muchas veces pre-fabricada (elaboraciones estándar para seres indistintos): ventanas aún con las anotaciones de su serie y modelo, clósets, puertas, persianas o pisos prototípicos obtenidos de los grandes almacenes y muy al estilo dictado por la supuesta tendencia vigente. Aunque no tengamos una opinión forzosamente negativa de tales características, se sienten despersonalizadas y, como tal, poco apropiables. Realicemos una comparación, por ejemplo, con el hogar del pasado que tiende a remitir a solidez, personalidad y "sustancia". El hecho de que en los espacios actuales, el roce de un mueble deje marcas indelebles en la pared puede resultar frustrante; es como si todo fuera un tanto simulado: pretendidamente pulcro y "contemporáneo", pero sumamente frágil y falto de "alma".

De alguna manera, todos poseemos la necesidad de sentir un espacio como propio y esperamos que sus características hablen de nosotros. Sin embargo, esto no supone que lo realicemos con plena conciencia. Al pensar en ello, notaremos que en nuestra habitación gradualmente hemos incorporado detalles que permiten sentirnos vinculados con lo que consideramos ser. Quisiera mencionar algunas muestras de esto: cuando llegué a mi actual vivienda heredé de una amiga (la antigua inquilina) mi buró y mi cama, en términos prácticos resultó conveniente al principio, pero con el paso del tiempo sentía que algo me incomodaba en ellos, de algo carecían. Un día decidí que quería sentirme bien al respecto (ya que, finalmente, fue un préstamo muy bien intencionado) por lo que experimenté con colores y texturas en las almohadas, los cobertores y la disposición de ciertos artefactos sobre el buró.

Estos ajustes, más que resultar muy notables, permitieron sentirme conectado con lo que pasaba en la habitación en general. Saber que los objetos presentes y su disposición formaron parte de una decisión personal generó en mí una tranquilidad distinta, algo superior al descanso físico que, en sí, el mobiliario ya me proporcionaba. Quizá con la misma intención, he colocado algunos recuerdos que representan aspectos valiosos de mi vida, por ejemplo, la pantalla de lámpara que cuelga al centro de la habitación y las fotografías que apuntan hacia la cabecera de la cama, todos los días son lo primero que veo e indistintamente me remite a conflictos y conciliaciones personales y familiares.

De igual manera, en el librero frente a la cama he ubicado algunos electrónicos que adquirí en una etapa en la que urgentemente buscaba una independencia personal, que aunque ellos sólo sean objetos de consumo, para mí representan el recordatorio de una etapa muy trascendente en mi vida y me permiten plantarme en lo que soy hoy a partir de lo que he vivido y decidido. Finalmente, un efecto similar tiene el cuadro de una imagen típica de la ciudad de Las Vegas; la singularidad del caso es que, inicialmente, me disgustaba enormemente por su carácter genérico, pero fue un regalo de alguien muy importante para mí; me di cuenta que el conflicto que me generaba terminó por manifestarse: en una especie de "auto-protesta", lo coloqué en el piso, recargado sobre el muro bajo la ventana y en un sentido distinto al que "debería ser" de manera instintiva y casi azarosa; desde entonces, noto una interpretación personal del cuadro distinta, de mucho mayor disfrute personal porque algo de mí está contenido en la imagen y, por ello, ha adquirido valores insospechados. Con todo esto concluyo que en lo intuitivo -en aquella parte de nosotros que responde de manera más natural y primigenia- es donde se producen los efectos más enriquecedores de un espacio privado, en las sutilezas que intempestivamente provocan, amplían rumbos y nos sorprenden hasta lo entrañable.

A partir de estas breves reflexiones, considero que, al pensar acerca del espacio privado y de cómo enriquecerlo significativamente, hemos de trascender la materia "per se"; debemos de indagar en nosotros, descubrir la esencia personal que esperamos proyectar en el recinto, pues todo un mundo -el nuestro- se despliega a través de él. No es un asunto de economía, ni siquiera de dimensiones, es atención y cuidado en las pequeñas soluciones que día a día contribuyen a reducir esa "vacuidad". Explorar conscientemente las maneras en que nos vinculamos con nuestro espacio -con su dimensión interna y externa, con su reflejo de nosotros y de lo que aprehendemos de los otros- sensibiliza nuestra capacidad de entenderlo e incidir en él, de identificar las posibilidades de hacerlo más propio, más poético.

Edgar Fabián Hernández Rivero