Arquitectura y Humanidades

Propuesta académica


Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

Muros nuevos que arrullan mi sueño

Luz Gabriela González Rocha


Recuerdo el primer día que llegué, mi primera impresión no fue buena, había algo vacío en sus macizos blancos que formaban un espacio gris, un lugar donde se pudiera estar un día o dos. Espacio pequeño ante mis ojos. Nuevo, reducido, sin identidad. Dejé el equipaje y salí. No encontraba nada que me sedujera a permanecer en él, sólo la idea de la resignación.

Extrañaba la vista turquesa de mi espacio, el viento que movía las cortinas doradas semitransparentes, los muebles obscuros contrastantes, el sol de la mañana que con su luz forzaba a abrir mis ojos. Fue entonces donde comprendí que no extrañaba el mobiliario, ni las "cosas", lo que añoraba era mi color, temperatura, el olor y más que nada mi sentimientos. Accedí en ese momento de añoranza, a una imagen que me trasladó al estado de un minuto mágico. Porque "cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro" [1]. Sí, lo conservo impregnado en la mente y así quería mantenerlo, perpetuarlo y trasladarlo a este nuevo espacio.

Poco a poco esto debía de cambiar, apropiarme de mi nuevo sitio, dejar de sentir que cualquiera pudiera estar en él, convertirlo en mi refugio. Comencé entonces, sin darme cuenta, a ejercer arquitectura, a convertir ese espacio en mi propio mundo, para así encontrar el nivel adecuado de intimidad. Ir descubriendo lentamente la verdad [2] que como toda obra debe de tener.

Desde el instante en que me apropio dejo de ser el sujeto que lo usa para ser el arquitecto. Habló de una apropiación mental que después iré instalando en sus muros. Me di cuenta que lo único que tenía era una representación técnica, una materialización, edificación sin alma. Pareciera ser que el autor de dicha construcción olvidó que la arquitectura debe contener dos partes esenciales la espiritual y la tangible. Hacer de éste un poema [3] que no es una forma literaria sino un lugar de encuentro entre verdad y el habitante. Donde forma y esencia, son lo mismo.

Siempre me he creído afortunada por tener todos mis sentidos, sin embargo, son la vista y el olfato mis consentidos. Estar por primera vez en este lugar significaba para mí algo más que una mudanza, era algo nuevo, me habían movido de mi raíz. Me llevó tiempo, no recuerdo cuánto, el observarlo; sus lienzos blancos estaban ahí, pero aún no me sentía con la seguridad de invadirlos, mancharlos, firmarlos; sería como ultrajarlos, quizá porque aún no los sentía propios.

Tres cajas separadas por puertas grises, conforman la totalidad del espacio, pero sólo puedo acceder a ellas por una puerta: la que me da acceso al espacio principal; un piso obscuro, muros blancos y un vano acristalado; este último cubierto por una serie de planos seriados color rosado que se abren y cierran manualmente. La descubrí en cuanto llegué y ahora procuro tenerla siempre abierta. Es un marco perfecto para el cielo azul de fondo donde se pintan diversos verdes con diferentes texturas y escalas; pero también se puede observar un monstruo ladrillado como su vecino, pero ni él logra opacar por algún momento el retoño de algunas hojas verdes en unas ramas casi secas, con pequeñas flores lilas que deseo en algunos meses se conviertan en duraznos amarillos. Ese hermoso cuadro me da la bienvenida, es lo primero que ven mis ojos al entrar, cabecera fija de la cama, tan bella y silenciosa.

Hasta hace poco había notado lo importante de esa "ventana", es una entrada de sensaciones, el olor a guayaba que se produjo todo diciembre, aroma a tierra húmeda, el sonido del agua tranquilizador cuando se llena la pileta, algunos pájaros perdidos que buscan sus nidos, el gato que se pasea por el techo y marquesinas. Pero es también el efecto sonoro el que me recuerda que estoy en una ciudad; las campanas de la iglesia cada hora nunca me fallan, aunque a veces soy yo la que le falla a ellas al estar distraída para escucharlas; el sonido de los autos y el ruido que provocan sus cláxones son la alarma de la hora de salida.

Ahora me pongo a pensar por qué el reloj sigue sin pila, no lo necesito, es el sol, el piar de los pájaros, el rápido cambio de temperatura que se asoma por el cristal hasta bañar mi cama con sus cálidos rayos, la primera campanada, el bullicio de la gente apresurada; lo que me avisa que ya es de mañana aun cuando mantengo los ojos cerrados. Es entonces que he logrado apropiarme ya de sus sonidos, la caja ahora es un imán sonoro. "(…) se alertan los sentidos y se dispone la mente para apreciar todo aquello que un lugar le ofrece. La experiencia estética de la arquitectura se encuentra presente en todo momento" [4].

Como lo había dicho, es el olor aquel que a la mayoría nos hace recordar, y los olores están en todos lados; qué tontería al no pensar que la arquitectura también se percibe por el olfato. Mi primer invitada fue la canela, la canela que coloca mi papá en el comedor, donde se reúne mi familia para reír, conversar y, por qué no, hasta para discutir. Pude haber escogido otro aroma, pero no fue así, el olor de "mi comedor" fue el elegido.

Ahora cada vez que inserto la llave y, en cuanto se escapa el aire contenido en mi guarida, siento que llegué a ella, mi nariz me lo comunica; mi alma ya percibe la serenidad y la tranquilidad de que estaré a salvo, en otros términos, he llegado a "casa". "(…) el nido recibe una evaluación extraordinaria. Se requiere que sea perfecto, que lleve la marca de un instinto muy seguro" [5]. Sin importar que tan pesado fuese el día, ahí todo se olvida, se queda afuera, no es invitado al lugar de mi paz.

Cuando cierro mi pequeña fortaleza me siento segura, aunque hay momentos en los que me siento ahogada, encerrada ¿será por la mala costumbre que he tenido de dejar siempre las puertas semi abiertas? pero ahora no puedo, pues no me siento en familia.

Pero a medida que voy modificando, voy descubriendo un lenguaje, algo confuso, turbio y oculto y hablo de lenguaje en un sentido material; pues cuál otro pudiera ser sino este lenguaje del arquitecto, que poco a poco me ha dado la oportunidad de transformarlo e irlo apropiando. Pasar de un usuario a ser un habitante.

Mi segunda caja adjunta es un clóset, al cual rápidamente coloqué toda mi ropa con cierta armonía colorida con el fin de transformar ese armario en una vista más. No me gusta su ubicación, pues muchas veces me distrae con el hecho de girar la cabeza unos cuantos grados en el momento de trabajar. Pero he pensado que mi mejor opción es reacomodar los muebles.

Debo aclarar que es aquí donde me he dado cuenta que tengo un problema con la privacidad total. Me doy cuenta que los arquitectos o constructores del edificio, el que ahora es ya mi espacio, pensaron que la privacidad se lleva en los muros macizos y los cristales esmerilados. Como suele ocurrir en la mayoría de los espacios. Una línea delgada separa la posible privacidad dada por muros y la seguridad que sé transmitir al reconocer y sentir propio un espacio.

Lo mismo sucede con la ventana de mi tercera caja: la ducha a la cual ingreso por una puerta mal colocada en el centro del muro, lo cual me limita el movimiento de los muebles, sin embargo, lo serio es que estoy fuera de relación con la ventana, no puedo creer que un cristal sea totalmente opaco, siento que quebrantan su esencia [6], su naturaleza de ser transparente, visible, se olvidaron de las sutilezas que marcan la diferencia en un espacio. Pero la culpa no la tiene el cristal, sino la ubicación, el hecho que se convierta en un ente opaco es sólo su reacción, el resultado de algo que no se pensó. Ningún vano bien pensado, ubicado y reflexionado debería de ser cubierto con cortinas, persianas, o cristales opacos. Las ventanas deben ser creadas como marcos de lo que es afuera y adentro, es la vista que nos inspira, que nos deja respirar. Sin embargo, al igual que la mayoría, mi ventana sufre ese mal. Y no puede ser de otra forma, pues sin ese disfraz no tendría privacidad, los sujetos del edificio vecino pudieran tener contacto visual con mi espacio. Me desagrada salir de la ducha y no ver nada, sólo el intento de la luz natural que se filtra pero no ilumina. Intenta ser pero no es, y todo por una mala decisión en el diseño arquitectónico de los detalles, de esas sutilezas que pueden cambiar el espacio.

Busco la línea horizontal clara, formada al mantener el vano abierto, en el vacío provocado por el cristal y el marco, que me permite observar la realidad, ver el clima y saber qué es lo que sucede con tan sólo ver las nubes o la tela azul. Hubiera bastado con un giro distinto hacia el oriente del espacio, la marquesina superior de mayor magnitud, o el desplazamiento de algún par de metros del monstruo vecino, lo que nos hubiera dado la mejor vista y, entrada de luz natural a todo nuestro edificio. Pero es así y me tengo que adaptar, sin embargo, algo puedo hacer cambiar el cristal, por uno transparente, y brindarle sombras en algunas partes que permitan mantener esa privacidad y relucir el transparente que me mantenga en contacto con el exterior.

El recinto principal de esta habitación lo conforma un espacio rectangular, tres muros macizos, el de la cabecera con un vano en la parte superior del total del muro, mi ya mencionada "ventana", y un perpendicular a éste, donde se localizan los otros dos vanos que dan acceso a los espacios adjuntos. Cuando abro la puerta, se muestra quieto y estático, pero he logrado que contenga vida. Un espejo colocado en uno de sus muros, en la pequeña longitud de las dos puertas me sirve de menhir delimitando virtualmente el fin de mi área de dormir y el comienzo de espacio de trabajo. Es sencillo, todo lo designa el mobiliario. Por la mañana es un área multifuncional, un lugar de trabajo, de estar y hasta de convivir.

Un escritorio de madera es mi rincón de tareas, mi compañero en las noches, colocado en una manera indispuesta, pues desperdicio una hermosa vista al colocarme de espaldas a la entrada del sol, pero en ocasiones giro para tomar aire, despejarme y continuar. Ahí sentada sólo giro la cabeza hacia arriba y suelo ver mi medio de comunicación, un televisor negro que sobresale de entre el respaldo blanco; se siente el protagonista y no lo es, es por eso que decido colocar una repisa de madera amarrada de ese muro donde puedo colocar lo que para mí es importante, mis libros y una pequeña fotografía, ahora puedo levantar la mirada y ahí están sus letras y mi familia.

De noche se transforma; al ver descender el sol que se va ocultando entre los follajes hasta quedar oculto tras la barda, y rápidamente mi piel siente el descenso de la temperatura en ella, debido a que durante el día casi no es tocada por los rayos dorados, únicamente unos minutos en la mañana cuando sale el sol y antes de que las copas de los árboles se le interpongan. Es fría y con esto mi cuerpo sufre ya que con la oscuridad se cuela el viento frio que hace enchinar mi piel. Y es en esa noche que se muestra sereno, silencioso, mudo e inmóvil, el espacio se pausa se dispone para arroparme en su quietud. Hay momentos cortos o largos, realmente no cito el tiempo, pues es actor secundario, pero ese instante en que sus muros me arropan, sus sonidos me envuelven y los olores me mantienen en la realidad, el reposo de mi ser, un bienestar me permite pasar de una ensoñación [7] consciente a mi tiempo de soñar.

El sonido tranquilizador del agua, el viento susurrar, y algún gato maullar es la sinfonía de cada noche, pero todo esto cambia cuando enciendo la luz; el chillido ensordecedor de la lámpara lo cambia todo, me perturba y opto, entonces, por trabajar con la tenue luz que me regala un pequeño foco de luz amarilla del clóset; y prefiero forzar la vista a sacrificar mis oídos y concentración.

Algo que aún no puedo lograr, es el apropiarme del cielo raso y el piso; disfruto andar descalza, pero existe algo que aún no descubro en este piso que no me lo permite, quizá sea su baja temperatura o la textura, tal vez la falta de una limitante visual o de tacto que me designe el adentro del afuera. Pero creo que con la experiencia y el tiempo lo descubriré.

Y así, sin darme cuenta, en pausas, convierto este espacio que es mi habitación, en mi lugar de confianza. Cierro la puerta y me encuentro en mi territorio, es "mi" vista y mi olor, son sus sonidos al entrar cuando me apropio de ellos, me adueño de sus muros. Y conforme observo y descubro algo que no me agrada, lo muevo, añado, quito. Porque como nos dice Octavio Paz, el ser tocados por la mano del hombre, cambia de naturaleza y penetra en el mundo de las obras. Y todas las obras desembocan en la significación, lo que el hombre roza, se tiñe de intencionalidad: es un ir hacia… el mundo del hombre es el mundo del sentido. [8] Y mi hacia es ese ser de confianza, esa apropiación que me hará libre.

En este momento mi obra es mi recamara, y hago uso de la conexión que quiero lograr mediante mis habilidades para crear un lenguaje único entre él y yo. Y así lo seguiré haciendo, recolocaré los muebles, y aunque no pueda hacer mucho, pues los espacios también son castigados por las circulaciones prediseñadas, continuaré habitando poéticamente ese espacio.

Aun cuando hay muchos detalles que me gustaría cambiar, como la orientación, la cual me queda claro que nunca se pensó, la textura de los muros o el color de las puertas, todo en blanco es demasiado frio, sobrio. Quizá un piso diferente al exterior que ya es un lugar público, o las lámparas, porque es molesto escuchar su ruido. Y descubrió que hay tanto por hacer, y que no lo hubiese descubierto si no fuera por la disposición que tuve ante el espacio para descubrir lo que es, lo que se instaló ahí para ser leído, vivido, descubierto y contemplado [9].

Probablemente, hubiese sido suficiente que el autor de este espacio se postrara en él, en una manera de querer que la arquitectura nos saque de lo habitual, dar la oportunidad a quien fuese el habitador la oportunidad de apropiación del espacio mediante pequeñas sutilezas que pudiera ir descubriendo en la creación de la obra. "Quien verdaderamente sabe del ente, sabe lo que quiere en medio del ente" [10].

Como verdadero creador se debe saber querer [11] para ponerse en una disposición de comunicación con el ser vivo de la obra. Porque es la desocultación de una verdad mediante un lenguaje, y en ese momento el lenguaje era la arquitectura. Y debiese haber tenido en mente la posibilidad que mediante la arquitectura pueda transformarse al habitante, dar la oportunidad de vivir un momento místico de encuentro con el espacio, donde el alma puede habitar de manera consiente y terrenal. Lograr citar el tiempo en una memoria porque: "Cada vez que el lector revive de veras el poema, accede a un estado que podemos llamar poético. La experiencia puede adoptar esta o aquella forma, pero siempre un ir más allá de sí, un romper los muros temporales para ser otro" [12].

Con sus limitantes y errores de diseño preliminar, al final cuando lo veo por última vez antes de salir, giro la llave y lo dejo atrás esperando regresar a él. Lo dejo quieto, inmóvil. Pienso que no puede ser perfecto y probablemente le falte mucho, pero lo voy acoplando a mi vida, a mi ser, lo voy haciendo mi espacio de libertad, mi ser de confianza [13]. Es mi oportunidad de lograr convertirlo ese sitio, en lugar mediante la apropiación de éste con una experiencia que se manifiesta en emociones y sensaciones. Es mi oportunidad de convertirme en poeta, en creadora de recuerdos, imágenes y poemas que destellen en cada uno de sus muros y de sus vanos nada más que poesía, esa verdad pura.

…Así es que, déjame que te cuente el mundo que mis sentidos habitan.


Notas


1. Paz, Octavio; "El arco y la Lira", México: FCE, 2008, p. 24
2. Heidegger, Martín, "Arte y Poesía", México: FCE, 1970, pp. 80-101. En estas páginas el autor sostiene que la obra de arte debe contener una verdad, la cual no es creada sino develada por el artista mediante una traducción, en este caso la materialización de un espacio. Toda obra de arte debe tener una verdad, que nos da la oportunidad de ser libres en este mundo terrenal, la cual puede ser expuesta mediante una lucha y unión entre lo tangible y lo intangible. La verdad como alumbramiento y ocultación del ente acontece al poetizarse. Todo arte es como dejar acontecer el advenimiento de la verdad del ente.
3. Paz, op. cit., pp. 14-17.
4. Saldarriaga Roa, Alberto; "La arquitectura como experiencia", Colombia: Villegas editores, 2002, p. 29.
5. Bachelard, Gastón; "La poética del espacio", México: FCE, México, 1973, p. 125
6. Heidegger, op. cit., pp. 35-60. En el capítulo del "Origen de la obra de arte" el autor hace referencia al término esencia como la parte intangible, de lo que la cosa es, y no puede prescindir de ella. Del conocimiento a profundidad de una obra que desvela poco a poco su esencia su razón de ser. Esencia de aquello que otorga confianza, paz, tranquilidad y libertad. Un espacio donde se puede ser.
7. Bachelard,Gastón, "la poética de la ensoñación", México: FCE, 1993, pp. 8-12. En el libro "La poética de la ensoñación" el autor, pretende comunicar que la ensoñación poética es un estado donde se encuentran todos los sentido. Polifonía de los sentidos que la ensoñación poética escucha y que la conciencia poética debe registrar. La diferencia sutil pero esencial radica en que se sueña dormida, es decir inconsciente, mientras que la conciencia puede intervenir en la ensoñación, ya que el individuo está despierto, es todo un universo que viene a contribuir a nuestra felicidad, cuando la ensoñación viene a asentar nuestro reposo.
8. Paz, op. cit., p. 19.
9. Heidegger, op. cit., p. 83. La patencia de lo así patente, es decir, la verdad, sólo puede serlo que es, o sea la patencia misma cuando y mientras ella misma se instala en lo así patente. Por eso cada ente deber ser en cada caso un ente en que tome estado y haga estancia la patencia.
10. Heidegger, op. cit., p. 90.
11. Heidegger, op. cit., pp. 90-96. Para Heidegger el "saber querer" involucra un estado de extático que se manifiesta mediante el abandono del hombre como ser físico para ponerse ante la desocultación del ser. Es el estado de resolución de ir más allá de uno mismo, al estar expuesto ante el ente, y el cual es también el sereno estado de interioridad en lo extraordinario de la obra de arte. La contemplación de la obra no aísla al hombre de sus vivencias, sino que las inserta en la pertenencia a la verdad que acontece en la obra, y así funda el ser -uno-para-otro y el ser-uno-con-otro como el histórico soporte el existente (Dansein) por la relación con la no-ocultación.
12. Paz, op. cit., p. 25.
13. Heidegger, op. cit., pp. 54-55. "Ser de confianza". El ser del útil, el ser de confianza, concentra en sí todas las cosas a su modo y según su alcance.

Bibliografía

Bachelard, Gastón; "La poética del espacio", México: FCE, México, 1973.
_______________, "la poética de la ensoñación", México: FCE, 1993.
Heidegger, Martín, "Arte y Poesía", México: FCE, 1970.
Paz, Octavio; "El arco y la Lira", México: FCE, 2008.
Saldarriaga Roa, Alberto; "La arquitectura como experiencia", Colombia: Villegas editores, 2002.

 
Luz Gabriela González Rocha