Espacio privado e íntimo, la construcción de todos los días
Carlos I. Castillo C.Hoy desperté tranquilamente, no hubo alarma ni teléfono que demandara mi presencia ni atención antes de mi regreso a la conciencia. Es uno de esos días en que uno despierta y echa a andar la mente antes de abrir los ojos, aún con los ojos cerrados percibo la luz del día, y me niego a abrirlos. Hoy es domingo, esta mañana es mía.
Aún con los ojos cerrados veo mi habitación, sé que a mi derecha está mi cuadro de Miró, frente a mí está mi librero, con mis libros y películas favoritos. Sobre él la pequeña escultura que mi fallecida tía me regaló, un juguete de la infancia de mi padre, una pequeña caja con mi correspondencia escrita, cartas y postales que he guardado. Detrás del librero que es bajo, un ventanal que junto con la cortina filtra la luz para mí y la hace llegar en un apacible tono azul que tiñe el largo muro blanco de la cabecera de mi cama, donde hay un cuadro pequeño de Picasso. Junto a la ventana la puerta del baño con mi calendario, el cual he dejado de atender hace meses, creo que se quedó en febrero, mostrando una hermosa pintura de Dalí. Todo esto es mío. Allá afuera está el mundo, pero aquí soy yo y todo lo que hay aquí me pertenece, y yo a él. Este espacio soy yo.
Abro los ojos y me encuentro con todo tal como lo describí, nada se ha movido ni un centímetro. Lo conozco todo de memoria. Y me complace. ¡Cuánta paz! ¡Cuánta tranquilidad!
Sólo en mi lugar me siento tan seguro y tan tranquilo. Esto no es sólo un cuarto, es mi refugio, es la entrada a mi mundo y a mi vida. En este lugar las reglas son otras, las cosas están como yo quiero. Dibujé tantas veces los muebles que iba a colocar y en dónde irían; no tengo duda, no hay mejor manera de disponer este espacio para mí. Aquí están prohibidos los relojes a la vista, quizá por eso siempre llego tarde. Pero me gusta no tener esa conciencia del tiempo, al menos no aquí dentro. Tengo muchas cosas aquí conmigo, pero todas son importantes, todo lo demás va al estudio o a la bodega. En este espacio está lo indispensable para mí, y lo indispensable para mí son muchas cosas.
No me decido a levantarme, me siento tan dueño de mi este día que aún no sé qué hacer con mí libertad. Pienso poner un poco de música mientras tiendo mi cama, después voy continuar con los dibujos que dejé a medias anoche. Acomodaré mis libros nuevos. Hoy voy a hacer todo lo que me gusta. Aquí estoy a mis anchas. No hay prisa, voy a seguir viendo la luz que entra por la cortina un par de minutos tratando de hilar algunas ideas que dejé ayer antes de dormir. Y sigo pensando, pero entonces...
Recuerdo que tenía una cita, prometí acompañar a mi padre a visitar la tumba de mis abuelos, no lo quiero decepcionar, pues ya casi no vive conmigo, se quedó en la noche sólo por eso. ¿Qué hora será? si son más de las diez él se habrá ido para no despertarme. No lo quiero decepcionar. De un salto me levanto de la cama y tiro las cobijas, busco dentro de un cajón entre mis relojes, ¡Qué suerte! son apenas las 8:40, debo tener unos 15 minutos para salir. Grito sin abrir la puerta: ¡Papá! ¿Sigues aquí?, me responde ¡Sí hijo, salgo en 15 minutos! ¿Vienes? Le pido que no se vaya sin mí.
Levanto las cobijas del piso y las arrojo sobre la cama. De repente todo se nubla. Ese hermoso librero blanco que contiene mis cosas favoritas se ha transformado en un volumen rectangular sobre el que están mis llaves, mi cartera y mi teléfono celular; la puerta del baño con mi calendario y mi pintura favorita de Dalí se han vuelto un estorbo que retiro de mi paso hacia el baño; entro y me baño en 5 minutos, me seco con prisa y recuerdo lo mucho que mi padre odia mi barba y mis cabellos sin peinar; tomo la rasuradora, un peine, algo de loción y de nuevo soy el orgullo de mi padre. Salgo corriendo hacia el clóset, un pantalón, una camisa y unos zapatos cómodos. Tomo del cajón reloj que me devolvió al mundo de las horas y ato mi mano a él, como un grillete. ¡Tiempo récord! Estuve listo en 8 minutos.
De aquel volumen difuso del que sólo distingo lo que necesito, en el momento tomo mi cartera y mi teléfono. Y me dispongo a salir a tiempo. Volteo a ver y de nuevo surge la belleza ante mí, la luz filtrada en color azul tiñe mis muros y mis cuadros la reflejan, mis libros ordenados y el espacio que se queda en silencio en cuanto me voy. Lo observo con nostalgia y le digo: "espérame aquí, regreso en unas horas".
Un comentario
Pensaba apoyar este texto con algunas citas literarias, siempre es necesario que un texto académico esté bien fundamentado; y éste lo estuvo, pero quise escribirlo de manera muy personal; a continuación expongo algunas de las ideas que me inspiraron para hacer este texto: Nos dice Paul Valery en su Cementerio Marino citando a Píndaro: "Alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible" [1]. Esta idea nos sugiere agotar las posibilidades de lo real, y en el espacio personal se aplica por completo, el mundo de la fantasía y de lo irreal se echa a andar en cuanto uno tiene posibilidad, los colores y la luz se dramatizan, los sonidos se vuelven estridentes o insignificantes dependiendo de nuestro humor. Al final, el espacio ofrece mucho más de lo que aparece físicamente, y es inagotable. No se puede ignorar la noción de espacio de Martin Heidegger, quien nos ha otorgado la idea de espaciar, fundar en el espacio. Reconociéndonos la capacidad de hacer surgir en el espacio habitable un camino a la otredad [2].
Peter Zumthor [3] y Steven Holl [4], quienes como arquitectos han aportado a nuestro conocimiento del espacio un estudio fenoménico, nos presentan la idea de la experiencia espacial de la atmósfera, y cómo en ella intervienen mucho más cosas que la obra arquitectónica. El espacio construido-arquitectónico es sólo una parte de la percepción total y compleja del ser humano. También en la poesía, Charles Baudelaire [5], nos muestra que la manera de ver el espacio y la propia existencia hace que se transforme la experiencia de habitar. El espacio se transforma con uno y uno con el espacio.
Por último, un poco menos académico, pero no menos cierto me apoyaré en una frase de mi madre. Una mañana al despertar en un verano de vacaciones, me la encontré en la sala leyendo una revista, la luz del sol entraba y pintaba de dorado la sala, por el balcón se veía la sombra de un árbol y las aves que volaban y volvían a éste, el sonido era hermoso para mí. Y le dije ¡mira qué lindo día!, ella me dijo: "así amanece casi todos los días hijo, si ves así el día es porque hoy tu corazón amaneció feliz".
Epílogo / coda
Como si de una melodía se tratara, quisiera terminar mi texto con una coda. Una alegoría de la percepción del espacio de un poeta; la siguiente poesía de Charles Baudelaire, que precisamente describe la manera en que el autor poeta percibía el mismo espacio de dos maneras muy disonantes, dejándonos claro, sólo cómo es que las percibía, no precisamente cómo eran. Apoyando a la idea de que el espacio lo construye uno todos los días.
La habitación doble
(Charles Baudelaire)
Una alcoba semejante a un ensueño, una alcoba verdaderamente espiritual, cuya atmósfera es remanso que suavemente se tiñe de rosa y azul.
Es un baño de indolencia para el alma, aromatizado por la añoranza y el deseo; es algo crepuscular, azulado y rosado; un voluptuoso sueño en tanto dura un eclipse.
Los muebles presentan formas alargadas, postradas, lánguidas; diríase que sueñan, dotados de una vida letárgica, como el vegetal y el mineral. Los tejidos hablan una lengua muda, como las flores, los cielos y los atardeceres.
Ni una sola abominación artística ensucia las paredes. Con relación al sueño puro, a la impresión no analizada, el arte definido, el arte concreto, es una blasfemia. Aquí todo posee la claridad suficiente y la deliciosa obscuridad de la armonía.
Una fragancia infinitesimal escogida con el más exquisito gusto, a la que viene a añadirse un ligerísimo toque de humedad, flota en este ambiente, similar al de un invernadero de sensaciones que mecen al alma soñolienta.
Una lluvia torrencial de muselina vela las ventanas y el lecho, fluyendo en níveas cascadas. Y en este lecho yace el Ídolo, la soberana de mis sueños. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Quién la ha traído? ¿Qué mágico poder la ha emplazado en este fantástico y voluptuoso trono? ¡Qué más da! ¡Ahí está! Es ella.
No cabe duda, son esos ojos cuya llama arde más allá del crepúsculo, esos sutiles y terribles luceros que reconozco por su espeluznante malicia. Atraen, subyugan, devoran la mirada del imprudente que osa contemplarlos. Con frecuencia he escrutado esas negras estrellas que irremediablemente suscitan la curiosidad y la admiración.
¿A qué demonio benévolo he de agradecer esta atmósfera de misterios, silencio, paz y perfumes? ¡Oh, celestial dicha! Aquello que solemos llamar vida, ni siquiera en sus más gozosas manifestaciones puede compararse a esta Vida suprema que en estos instantes conozco, y que saboreo minuto a minuto, segundo a segundo.
¡No! ¡Ya no existen los minutos! ¡Ya no existen los segundos! El tiempo se ha desvanecido. Ahora reina la Eternidad, ¡una eternidad de delicias!
Pero un golpe pesado, terrible, hizo retumbar la puerta, y, como en una infernal pesadilla, me pareció sentir que alguien clavaba un pico en mis entrañas.
Acto seguido, entró un Espectro. Es un alguacil que viene a torturarme en nombre de la ley, una infame concubina que se lamenta de sus desgracias, añadiendo así la banalidad de su existencia al sufrimiento de la mía, o bien el recadero de turno del director de un periódico, que reclama la continuación del manuscrito.
La alcoba paradisiaca, el ídolo, la soberana de mis sueños, la Sílfide, como decía el gran René, toda esa magia se esfumó a resultas del golpe brutal asestado por el Espectro.
¡Horror! ¡Ya recuerdo! ¡Ya recuerdo! ¡Sí! Este infecto cuchitril, esta morada del eterno hastío, no es otra que la mía. Ahí están mis burdos muebles, polvorientos, desvencijados; la chimenea sin llama ni rescoldo, sembrada de esputos; las tristes ventanas en donde se distinguen los surcos que la lluvia trazó sobre el polvo; los manuscritos, emborronados o incompletos; el calendario, con las fechas siniestras marcadas a lápiz.
Y aquel perfume de otro mundo, que exacerbaba mis sentidos, embriagándome, se ha transformado en un fétido hedor a tabaco mezclado con no sé qué sustancia enmohecida y nauseabunda. Ahora se respira aquí el olor rancio de la desolación.
En este mundo angosto y vomitivo, un solo objeto conocido me sonríe: el frasco de láudano; una vieja y terrible amiga. Como todas las amigas, ¡ay!, tan fecunda en caricias como en perfidias.
¡Oh, sí! El Tiempo ha resurgido, de nuevo empuña el cetro; y a este horrible anciano le acompaña todo su demoniaco cortejo de Recuerdos, Pesares, Espasmo, Terrores, Angustias, Pesadillas, Cóleras y Neurosis.
Puedo juraros que ahora los segundos están fuerte y solemnemente acentuados, y cada uno de ellos, escupido por el péndulo, me espeta el rostro: "¡Soy la Vida, la insoportable, la implacable Vida!".
Tan sólo hay un segundo en la vida de un hombre cuyo cometido es anunciar una buena nueva, la buena nueva que a todos causa un inexplicable temor.
¡Sí!, el Tiempo reina, restaurando su brutal dictadura, y con su doble aguijón me empuja, como si yo fuese un buey: ¡Camina, asno! ¡Suda, esclavo! ¡Vive pues, maldito!
Notas
1. Valéry, "El Cementerio Marino", Buenos Aires: Leviatan, 1997, p. 31.
2. Heidegger, "Arte y Espacio", España: Herder, 2009, (45 pp.).
3. Zumthor, "Atmósferas", Barcelona: GG. 2006.
4. Holl, "Cuestiones de Percepción", Barcelona: GG. 2008, (64 pp.).
5. Baudelaire, "Spleen de París", España: Visor, 2008, (239 pp.).
Bibliografía
Baudelaire, "Spleen de París", España: Visor, 2008.
Heidegger, "Arte y Espacio", España: Herder, 2009.
Holl, "Cuestiones de Percepción", Barcelona: GG. 2008.
Valéry, "El Cementerio Marino", Buenos Aires: Leviatan, 1997.
Zumthor, "Atmósferas", Barcelona: GG. 2006.