Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.


Poetizar el diseño arquitectónico desentrañando la esencia del habitar

Nancy Rossbelli Trujillo López


¿Qué es hoy en día habitar un espacio? es conveniente profundizar en la comprensión de una manera holística de este experimentar, es decir, este habitar un espacio, pero referenciado a nuestro tiempo y contexto actual. Para alcanzar esta comprensión, es primordial conocer qué es el origen, el cual es explicado en palabras de Heidegger en su texto “Arte y Poesía” como “aquello de donde una cosa procede y por cuyo medio es lo qué es y cómo es” [ ].

Sin embargo, es pertinente preguntar ¿si en la actualidad nos detenemos un momento a reflexionar o concientizar sobre el origen de un espacio, de una obra arquitectónica o bien, sin pedir más a cambio, tan solo de una edificación?

Lamentablemente esta mirada profunda no se lleva a cabo por el habitante de un espacio, pero lo más preocupante es que en los profesionales del quehacer arquitectónico tampoco se hace presente esta práctica. Es por ello que en esta travesía es sumamente sugerente acercarnos a este “origen” y comprenderlo como la fuente de la esencia de la obra, sin embargo, ¿cómo es posible encontrar o desentrañar esta esencia?

Es cierto que esto no se deja ver a simple vista y en la cotidianeidad, es posible dar un primer acercamiento tal y como nos sugiere el autor a través de preguntarle a la propia obra real qué es y cómo es [ ]. Y, al tener este primer contacto no es factible dejar de lado o considerar a la obra por sí sola, ya que ésta está íntimamente correlacionada con el artista o en nuestro caso con el arquitecto, con quien guarda una estrecha relación y reciprocidad, haciéndose evidente en las palabras de Heidegger: “El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno es sin el otro. Ninguno de los dos es por sí solo el sostén del otro, pues el artista y la obra son cada uno en sí y en su recíproca relación” [ ].

En esta reciprocidad existe una peculiar relación, ya que no puede existir uno sin el otro y tampoco es factible dar sustento uno sin mirar al otro, pero aún más importante ninguno sobresale o inhibe al otro, son los dos en una equivalencia atemporal. De este modo se trae a relucir el cuestionamiento del autor: ¿Hay obra y artista solo en la medida en que el arte existe como su origen? [ ]. Mientras estos dos actores, la obra y el arquitecto, cuenten con un común denominador, en este caso la arquitectura, y más minuciosamente desgajando está palabra, se podría decir aquí que el diseño arquitectónico, es donde ambos podrán existir y permanecer en el tiempo. Debido a que la obra surge según la representación habitual y global de la actividad del artista, y a su vez y más importante dicha obra “hace conocer lo otro, revela lo otro” según Heidegger, es como podemos comprender la presencia de “el arte, asunto primordial y sin el cual ni obra ni artista podrían ser”.

Ahora bien, la mirada profunda es asequible abordarla, tal y como Heidegger hace mención, “en su intacta realidad, sin prejuzgar, para que, entonces se muestra que las obras son tan naturalmente existentes como las cosas” [ ].
¿Las obras son tan naturalmente existentes como las cosas?, ¿a qué se refiere con generalizar las cosas? El autor nos dice “(…) todas las obras de arte tienen este carácter de cosa” [ ]. Dado lo anterior, podríamos dilucidar que, en el supuesto que las obras arquitectónicas estén conceptualizadas desde su origen dentro de las artes, dichas obras tienen carácter de cosa, es decir poseen “lo cósico”, comprendiendo lo cósico en palabras heideggerianas como “el cimiento en el cual y sobre el cual está construido lo otro y peculiar” [ ].

De igual manera a lo que ya se ha explicado como “lo cósico”, también es importante relacionar la obra directamente con “lo útil”, ya que la obra arquitectónica será confeccionada como un útil para algo, es decir lo cósico no existe de forma aislada en la obra sino más bien va intrínsecamente ligado con lo útil, como bien nos menciona Heidegger diciendo: “El útil es mitad cosa porque es determinado por la cosidad y, sin embargo, más; al mismo tiempo mitad obra de arte y, sin embargo, menos, porque no tiene la autosuficiencia de la obra de arte. El útil tiene una peculiar posición intermedia entre la cosa y la obra” [ ].

En este camino del habitar en la actualidad, se identifican algunos sucesos que redefinen constantemente la forma de cómo habitamos el mundo y por ende cómo es el estar en la tierra. Ya que existen situaciones como el despojo y el desvanecimiento del mundo que funcionan como un parte aguas para el redireccionamiento del rumbo de la  arquitectura.

En la aceleración de la vida moderna y la alienación que ejercen los medios masivos de comunicación sobre el hombre y la sociedad, se produce un cambio constante en las “necesidades” y actividades del ser humano, las cuales son difíciles de analizar, comprender y alcanzar por la arquitectura, ocasionando un desvanecimiento del mundo, del cual nos habla Heidegger diciendo “el mundo de las obras existentes se ha desvanecido. El despojo y el desvanecimiento de su mundo son irrevocables” [ ].

En cuanto al despojo, resulta fácil precisar cómo escudados bajo la bandera de la globalización, se ha optado por la unificación e integración no únicamente de económicas sino también de culturas, comportamientos y en nuestro referente también de arquitectura. Lo anterior se puede observar en la arquitectura global que predomina en nuestros tiempos, la cual con mucha facilidad “replica o copia” las obras arquitectónicas de cualquier parte del mundo y las instaura en los contextos socioculturales más diversos, haciendo caso omiso del origen de la obra, es decir, “lo otro que la hace ser” e ignorando que la obra arquitectónica es situada en su propio espacio existencial y solo en éste encuentra su origen y existencia, no es concebible en algún otro lugar, no es posible arrancar la obra de dicho espacio porque se estaría despojando de su mundo [ ].

En segundo plano, se tiene el desvanecimiento, donde “las obras ya no son lo que eran. Las que encontramos son ciertamente las mismas, pero ellas mismas son las pasadas. Están frente a nosotros, por ser las pasadas, en el reino de la tradición y la conservación” [ ]. Dicho desvanecimiento puede ser observado en las edificaciones que han trascendido a lo largo de la historia o simplemente un ejemplo más reciente puede ser el cambio continuo de pensamiento, debido a las aceleradas transformaciones tecnológicas e informáticas que ocasionan el surgimiento de nuevas “necesidades” día con día, evocando al consumismo.

Sin ir más lejos un ejemplo claro se puede verificar en  los proyectos que se realizan en los despachos de arquitectura, los cuales son pensados para un aquí y un ahora y que debido a la diversidad de factores e intereses involucrados en la gestión suelen tardar años en concretarse y en erigirse, por lo que pierden vigencia y ya no responden y corresponden a esa “necesidad” primigenia  de un presente para la cual fueron concebidos, sino más bien llegan tarde a una sociedad que ya ha evolucionado y a la cual ya no le pertenecen. La historia ha sido testigo de estos sucesos, sin embargo, hoy en día estos cambio son cada vez más frecuentes y fugaces, por lo que la sociedad para la cual fue construida la obra arquitectónica muchas de las veces no es la misma para la cual fue creada.

En este intento de copia de una arquitectura que se vuelve desterritorializada y se aleja de su origen y esencia, se evidencia que también deja de lado la visión que contempla el hombre de sí mismo a través del estar en pie de la obra arquitectónica [ ]. A lo largo de la historia el ser humano ha visto su reflejo en la arquitectura de su tiempo, como por ejemplo, el complejo urbano-arquitectónico de Teotihuacán, nombre de origen náhuatl que significa “lugar donde los hombres se convierten en dioses o ciudad de los dioses”. En este conjunto arquitectónico aún se puede observar la huella inmensa que dejaron los pobladores de aquella época, en la cual fundaron y crearon un mundo basado en sus ritos, creencias, es decir, en su propio ser, el cual quedo impregnado en la esencia de su arquitectura.

Por otro lado, se encuentra el caso de aquellos que no lograron develar completamente su ser y optaron por tomar la de alguien  más, como es el caso reflejado en dos obras arquitectónicas sumamente reconocidas en la Ciudad de México, el Palacio de Bellas Artes y el Castillo de Chapultepec, ambos con más de cien años de diferencia entre uno y otro, pero que sin embargo, coinciden en reflejar la visión que el hombre del momento aspiro de sí mismo, pero en esencia no era él, como lo fue Porfirio Díaz (1904) y  el virrey Bernardo de Gálvez y Madrid (1788) respectivamente. Quienes hicieron el intento de retomar una arquitectura que no pertenecía a su lugar de origen, donde su voluntad no consistía en mirar hacia su interior sino todo lo contrario; por lo que nunca mostraron su verdadero ser. Como nos dice Heidegger el verdadero ser no se encuentra en la determinación de lo cósico, en los números, en el simple cálculo, en lo útil, más bien se descubre en la esencia, es decir, en “lo otro” [ ].

Durante este proceso de reflexión que ha partido de algunos ejemplos, también resulta posible darse cuenta cómo es que en palabras heideggerianas “la obra, como tal, únicamente pertenece al reino que se abre por medio de ella” [ ]. La obra arquitectónica toma como función principal la de crear un mundo, “establecer un mundo (…) y haciendo a la tierra ser una tierra” mediante la consagración y la gloria [ ].

Derivado de lo anterior, es posible dilucidar que la arquitectura, desde su concepción, como lo es en el proceso de diseño arquitectónico hasta su construcción, cuenta con la capacidad de proponer, fundar y establecer un mundo, “entregándose a la oculta originalidad de la fuente de su propio ser, es decir a la autoafirmación de su esencia” [ ].

Hasta este momento se ha hablado un poco del hecho de fundar y establecer, ahora es tiempo de hablar del proponer, específicamente de la “proposición”. Ésta actúa como medio para enunciar un conocimiento, el cual es verdadero “(…) cuando se ajusta correctamente a lo desocultado”. Por lo tanto, ahora es esencial plantear la siguiente pregunta ¿el diseño arquitectónico es una proposición?, y si esto resulta aceptable, entonces ¿puede ser una verdad? De igual manera Heidegger nos dice “(…) llamamos verdadera no solo a una proposición, sino también a una cosa” [ ], entonces ¿la obra construida también puede ser una verdad?

Estas preguntas obligan a replantearnos ¿si en la actualidad las obras arquitectónicas son realmente construcciones, entendiendo lo real como “la esencia de lo verdadero”, o son únicamente edificaciones que solo permiten ver lo cósico? Es importante tomar conciencia de estos asuntos, debido a que si ya contamos con una crisis de pensamiento y de identidad “globalizada”, resulta un tanto más complejo desentrañar el “verdadero ser”, que como nos describe el autor es la verdadera esencia de una cosa, por lo que sin ello la arquitectura no tendrá un camino que seguir para atestiguar nuestro tiempo, como bien ha citado el poeta mexicano Octavio Paz “La arquitectura es el testigo insobornable de la historia, porque no se puede hablar de un gran edificio sin reconocer en él, el testigo de una época, su cultura, su sociedad, sus intenciones”.

Una vez ya establecidos algunos de los acontecimientos que redefinen constantemente la forma de cómo habitamos el mundo, es pertinente abordar algunos aspectos más específicos, desde el punto de vista del autor, como son; el proceso de creación; el proceso proyectual; el proyecto arquitectónico; la obra construida, abordado desde los conceptos de producción y contemplación; la obra arquitectónica como forma y Poesía y finalmente el papel que desempeña el arquitecto, lo anterior va encaminado a conocer un poco más de la “actividad del artista”, para tener un mayor acercamiento a su obra.

Para iniciar en este abordaje de conceptos, resulta conveniente dar comienzo con la pertinente comprensión del proceso de creación, ya que para el arquitecto es fundamental  tener la posibilidad de conocer la esencia de la obra arquitectónica. Mediante el conocimiento de dicho proceso, es factible verificar el acontecimiento de una verdad habitable que fue demandada por una  comunidad [ ]. Lo cual significa que el artista/arquitecto conoció la esencia del “ente” de la comunidad para la cual diseñaría un habitar. Un ejemplo de esto lo podemos observar en algunas de las obras de Rogelio Salmona, quien conocía a fondo la esencia de su cultura y del lugar.

Esta esencia que se menciona es la manera en que el hombre habita un espacio, es la explicación sobre la esencia del individuo o de la comunidad para la cual fue concebido el habitar [ ], lo cual se resume evocando una frase del texto de “Construir, habitar, pensar” de Heidegger (1994) que dice “como yo habito, yo soy”.

Es por ello que antes de comenzar el proceso proyectual, el cual culminará en un código de edificación, será indispensable conocer la esencia de la persona individual o colectiva a la cual se destinará el habitar que se diseña para reconocer así la verdad y con ello contar con la posibilidad de habitar imaginariamente la singularidad de la obra arquitectónica, es decir, aquello que hará que ésta sea y no encuentre su camino en otra. Lo que en palabras de Heidegger, refiere como “Mientras más esencialmente se manifiesta la obra, más luminosa se hace la singularidad de que ella es y no que no sea” [ ]. Ya que si el proceso de diseño de una obra arquitectónica, no parte del conocimiento de una esencia habitable que quiere manifestarse, la resultante será un producto inmobiliario subordinado a intereses ya establecidos, pero no a vencer la lucha contra ellos para desocultar una verdad que demanda la comunidad, que no es pero que será, si el arquitecto obedece a la voluntad creativa “que quiere ser”.

Por otra parte, si bien nos dice el autor que “para tocar el origen de la obra de arte, hay que entrar en la actividad del artista” [ ], esto representa una invitación abierta para conocer realmente la actividad proyectual del arquitecto, con objeto de tener un acercamiento real a su obra.

De igual manera es importante comprender que en el proceso de diseño arquitectónico, no únicamente hay que considerar “la hechura” entendiéndola como una “producción”, sino más bien trascender e ir más allá de lo “cósico”. Por lo que es primordial reflexionar y tomar conciencia ¿si en el proceso de creación actual, “el ser-creado de la obra arquitectónica” fija la verdad en la forma? [ ]. Lo anterior, encaminado al formalismo que arrasa con en el pensamiento contemporáneo y que únicamente se queda en lo exterior, abandonando el intento de fijar una verdad en ello. Se tratará en la fijación de la verdad en la forma.

En seguida se habla un poco de algunas actividades que forman parte de este quehacer arquitectónico como es el proyecto, ya que a través de éste, el arquitecto trae al mundo “lo indecible” como tal [ ]. Mediante esta puesta en el mundo se desocoulta la verdad del ente y se hace patente la pertenencia de éste en la historia universal.
Más adelante se encuentra la obra construida, la cual significa en palabras heideggerianas la liberación de “lo útil”, con la finalidad de ir más allá y agotarse en el servicio” [ ]. A su vez dicha obra construida es imperante abordarla mediante dos caminos que se integran mutuamente, el de la “producción” y el de la “contemplación”.

Referente a la “producción” nos dice Heidegger que ésta “hace provenir al ente por su apariencia a su presencia, (…) la hechura es producción, es lo cósico” [ ] y lo podemos verificar en la masificación de conjuntos habitacionales de interés social que son promovidos por las inmobiliarias, los cuales se establecen únicamente en “lo cósico”, dejando de lado la esencia de la comunidad que ahí trataría de buscar su propio habitar y obedeciendo las leyes del espectáculo, economía y política.

El autor aborda dos conceptos de gran interés, el ser-acabado del útil  y el ser-creada de la obra. El primero “significa que el ser es liberado para ir más allá de sí mismo, para agotarse en el servicio” [ ], como se muestra en una obra arquitectónica una vez que ésta ha sido construida, la cual está lista para ser habitada y desempeñar las diversas actividades que el habitante demande. El segundo fija la verdad en la forma.

Existe un tercero que se constituye de los dos anteriores, que es el ser- producido. Este hecho integrador forma un ser-producido que se ha manifestado en las templos griegos, las catedrales góticas, los conjuntos urbano-arquitectónicos prehispánicos, etc., donde se muestra la sinergia que existió entre “lo útil” y “la creación” para dar origen a obras arquitectónicas que han logrado traspasar las barreras del tiempo y del desvanecimiento de las ciudades, siendo ahora contempladas a través de la tradición.

El segundo camino que es el de la “contemplación”, la cual solo puede ser a través del habitante de un espacio, pero también como nos dice Heidegger en ocasiones aquellos que sean capaces de contemplar la que verdaderamente es una obra, no están presentes y “Si es una obra, siempre queda referida a los contempladores aún cuando y justo tenga que esperar por ellos y adquirir y aguardar el ingreso de ellos a su verdad” [ ], es decir, ser paciente en la espera de que el habitante desoculte la verdad que la obra posee en su ser.

Es por ello que aún cuando una obra arquitectónica no es habitada, es decir tenga presente a sus “contempladores o habitadores”, no deja de expresar la verdad que desoculta. Por ejemplo, la construcción de las obras del arquitecto mexicano Luis Barragán, las cuales  son muestra clara de que él no se aisló de sus vivencias mediante la contemplación, sino más bien las inserto en la pertenencia de la verdad de sus obras, fundando así “el ser-uno-para-otro y el ser-uno-con-otro” [ ].

Lo anterior es una muestra de la singularidad de la obra arquitectónica, que hoy en día con el imperante mundo globalizado resulta difícil reconocer, ya que el común denominador de la actividad edilicia contemporánea va encaminada a no permitir conocer más allá del “útil” y “lo cósico” [ ], formando una homogeneización global que no logra desocultar la verdad.

La desocultación de la verdad se da mediante la obra arquitectónica y únicamente sucede en lo que Heidegger llama “instalación”. Esta instalación acontece históricamente en múltiples formas, instalando una verdad que antes todavía no era y posteriormente nunca volverá a ser [ ].

En palabras del autor, sí es posible resaltar la obra y su pureza, cuando es desconocido el artista, el ser y la circunstancia en que nació la obra, y de este modo resaltar ese empuje, ese “qué es”  del ser-creación” [ ]. Este punto de convergencia, lo podemos verificar en casos como la construcción del complejo de edificios del Taj Mahal, ubicado en la ciudad de Agra, India, del cual no conocemos al arquitecto que lo diseño y sin embargo, está ahí establecido en la tierra, donde en su momento creo un mundo, pero que hoy en día solo es contemplado a través de la historia.

En este sentido y retomando las palabras de Heidegger, podemos decir que la obra arquitectónica es la fijación de la verdad que se establece en la forma. Y esta verdad, no puede ser leída en lo existente y habitual, sino más bien en la singularidad, en la esencia.  [ ].

Se ha llegado al punto de explicar un poco más acerca de la forma y comprender que “Lo que aquí se llama forma debe entenderse por aquella posición y composición en que la obra es en tanto que se expone y se propone” [ ]. Si bien lo anterior nos acerca al entendimiento de la forma, ésta no es posible considerarla en solitario, no es posible separarla de la esencia, tal y como ocurre actualmente, donde el predominio de las formas se torna imperante y deslumbrante, no permitiendo o tal vez imponiéndose al descubrimiento de la esencia de la obra arquitectónica y por lo tanto estableciéndose como mera superficialidad. Como por ejemplo el museo Soumaya de Plaza Carso, ubicado en la zona de conversión urbana llamada Nuevo Polanco, el cual no hace alusión, ni el intento por exponer la esencia de la comunidad o de la obra en sí misma, sino más bien es una contraposición al entorno, evidenciado en la ubicación que desde su construcción ha traído serios inconvenientes por no contemplar el entorno urbano en el cual se iba a instalar y en lo referente a la composición, la cual funge como una  respuesta a la veneración incansable de la forma.

En la arquitectura contemporánea tenemos grandes contradicciones de pensamiento con respecto a la obra arquitectónica, debido a que hoy en día no se ve que la forma sea establecida a partir de la fijación de la verdad, como nos dice Heidegger [ ] sino más bien en “honor y veneración” al capricho del arquitecto.

En contraparte se tiene a la Poesía y en este sentido Heidegger nos dice todo arte es en esencia Poesía, “pero la Poesía no es ningún imaginar que fantasea al capricho, ni es ningún flotar de la mera representación e imaginación de lo irreal”. Se aproxima a la esencia, es la lucha para desocultar una verdad que quiere ser [ ].

Lo anterior se enfrenta con la producción arquitectónica de nuestros días, donde se idólatra  el predominio de la forma y del ser del arquitecto, imponiéndose ante la fundación de un habitar. Como por ejemplo, la edificación llamada “Estela de luz” en una de las avenidas más representativas de la Ciudad de México, avenida Reforma, donde es un monumento concebido para conmemoración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario de la Revolución Mexicana, de los cuales nada representa. Monumento en el cual se dejó de lado por completo la esencia de la cultura mexicana, haciéndolo aparecer como un capricho más de la población que representa el sector de poder de la ciudad, evitando que brotará la mutua correspondencia esencial de la obra, de la creación y la contemplación.

No todos son aspectos negativos, también se puede reconocer que la obra arquitectónica puede ser poética y real, en el preciso momento que ésta nos arranca de la habitualidad y como menciona Heidegger  cuando “(…) hace morada nuestra esencia misma en la verdad del ente” [ ]. Es aquí donde podemos mirar la Casa Gilardi del arquitecto mexicano  Luis Barragán y reflexionar sobre la posibilidad de alcanzar este hecho.

Finalizando con los conceptos propuestos para este entendimiento del quehacer arquitectónico, ahora es esencial retomar al arquitecto, quien es esencialmente necesario, ya que la obra arquitectónica no puede ser sin ser creada por él, pero tampoco puede llegar a ser por sí misma si no es habitada “Si una obra no puede ser sin ser creada, pues necesita esencialmente los creadores, tampoco puede lo creado mismo llegar a ser existente sin la contemplación” [ ].

En el mundo contemporáneo no existe una equivalencia y una reciprocidad entre el arquitecto y su obra, lo que se identifica más es un enaltecimiento del arquitecto a través de su obra, como por ejemplo el archi-star system, quienes elaboran proyectos de gran envergadura, los cuales lo hacen resaltar más allá de su obra, instaurándolo como “el estilo arquitectónico”, el cual cuenta con ciertas características técnicas y morfológicas ya establecidas, relegando el contexto en el que se edifica.

A través del arquitecto se puede dar la desocultación de una verdad que quiere ser y a su vez tiene la posibilidad de fundar un habitar para una comunidad, logrando así que este habitar “sea” uno, que muestre la peculiar realidad de la obra y que a su vez no se aísle, como menciona el autor, “la contemplación no aísla al hombre de sus vivencias, sino que las inserta en la pertenencia a la verdad que acontece en la obra” [ ].

Por todo lo anterior, resulta imperante reflexionar, mirando al pasado, el hecho de que cada vez que el pensamiento de la humanidad cambió, esto se reflejó en su cultura, tradiciones y formas de vivir, es decir,  “cada vez se abrió un mundo nuevo y esencial” [ ], por lo que en la actualidad, le queda al arquitecto la responsabilidad de revelar la esencia del nuevo pensamiento, y así desocultarlo, para poder instaurarlo en su esencia histórica y sumergirlo en el medio que le es dado.

Un comienzo puede llevarse a cabo como lo menciona el autor mediante “la entrega al juego, la más inocente de las actividades humanas, a inventar un mundo de imágenes”, es decir, el poetizar [ ].

Es importante comprender el diseño arquitectónico como un lenguaje, que en palabras de Heidegger se define como “el más peligroso de los bienes”, debido a que es también, una posibilidad tanto para crear como para destruir [ ]. Resulta primordial, hacer consciencia de la gran responsabilidad que este quehacer conlleva, con el propósito de crear mundos para una comunidad en la que se muestre su pertenencia a la tierra y en el ser testimonio de ésta acontezca como historia, como es el caso del complejo urbano arquitectónico de Teotihuacán, antes ya mencionado, el cual es una evidencia histórica de la puesta en operación de la pertenencia del hombre a la tierra [ ], el cual fueron interpretados sus mitos, ritos y sus más íntimas creencias plasmadas en sus construcciones ancestrales.

Este lenguaje que se ha mencionado como el más peligroso de los bienes, ha sido dado al hombre para que muestre quién es, a qué mundo pertenece, qué mundos puede abrir o destruir con él. En nuestro lenguaje como arquitectos abrimos o destruimos mundos, mostramos quienes en verdad somos, a quién estamos subordinados o que lucha estamos dispuestos a emprender para desocultar una verdad [ ].

Para comprender un poco más acerca del lenguaje, se retoma ahora el habla como uno de los principales componentes del mismo, evocando a Heidegger, quien dice “El ser del hombre se funda en el habla; pero ésta acontece primero en el diálogo (…) el habla es el medio para llegar uno al otro” [ ]. Este “diálogo” es el proceso que se lleva a cabo en el diseño arquitectónico, el cual se establece entre la comunidad y el arquitecto, para así “llegar el uno al otro” a través del tiempo.

Finalmente, el ser de una comunidad que se manifiesta mediante el diseño y a los ojos del arquitecto es un juego, que en palabras heideggerianas “se escapa de lo serio de la decisión que siempre de un modo u otro compromete” [ ]. El diseño arquitectónico dialoga con el habitar, es decir, éste detiene el tiempo en la obra [ ]. Tomando consciencia de que no basta solo con “creernos en casa” sino “estar en casa”, lo cual es posible mediante un habitar poético en la presencia de los dioses y donde sea posible ser tocado por la esencia cercana de las cosas. Con ello se puede decir que el arquitecto tiene la posibilidad de interpretar “lo sagrado” perteneciente a un tiempo determinado [ ], desocultando la esencia e instaurando un mundo nuevo.


Nancy Rossbelli Trujillo López

Ciudad de México, junio de 2016

 

Notas


Heidegger, M. (1952). Arte y Poesía, Trad. Samuel Ramos, 2da edición (1973), México: FCE. p. 35.

Ibídem, p. 37.

Ibídem, p. 35.

Ibídem, p. 35.

Ibídem, p. 37.

Ibídem, p. 37.

Ibídem, p. 38.

Ibídem, p. 48.

Ibídem, p. 61

Ibídem, p. 61

Ibídem, p. 61

Ibídem, p. 64

Ibídem, p. 68.

Ibídem, p. 62.

Ibídem, p. 65.

Ibídem, p. 70.

Ibídem, p. 72.

Ibídem, p. 80.

Ibídem, p. 102.

Ibídem, p. 88.

Ibídem, p. 80.

Ibídem, p. 86.

Ibídem, p. 97.

Ibídem, p. 87.

Ibídem, p. 82.

Ibídem, p. 87.

Ibídem, p. 90.

Ibídem, p. 91.

Ibídem, p. 88.

Ibídem, p. 85.

Ibídem, p. 88.

Ibídem, p. 94 y 95.

Ibídem, p. 86.

Ibídem, p. 94.

Ibídem, p. 95.

Ibídem, p. 98.

Ibídem, p. 89.

Ibídem, p. 91.

Ibídem, p. 100.

Ibídem, p. 107.

Ibídem, p. 109.

Ibídem, p. 110.

Ibídem, p. 109.

Ibídem, p. 112.

Ibídem, p. 108.

Ibídem, p. 115.

Ibídem, p. 122 y 123.

 

Bibliografía
Heidegger, M. (1958). Arte y poesía. Trad. Samuel Ramos, 2da. Edición (1973) México: Fondo de Cultura Económica.