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Poesía y arquitectura: una relación difusa
Iván San Martín Córdova
El título "Poesía y arquitectura: una relación difusa" que he elegido dirige mi interés hacia el esclarecimiento -aunque no sé si lo logre- sobre la difusa relación que existe entre éstas dos disciplinas de producción. De hecho, la relación entre ambas no es nada nuevo, pues a lo largo de nuestra historia occidental se les ha vinculado en innumerables ocasiones, aunque muchas veces sólo sea con meros fines retóricos, como cuando se dice grandilocuentemente que: la arquitectura es poseía congelada, o bien, cuando se explica a la poesía en términos de: la arquitectura de la palabra, aunque a veces también se recurre a las trilladas analogías musicales, lo cual queda también bastante cool. Sin embargo, estas aseveraciones que a mi juicio, adornan mucho al orador, pero poco añaden verdaderamente en términos epistemológicos, pues aunque ciertamente poseen una dosis de verdad, las frases así enunciadas sólo contribuyen a confundir aún más sus diversos campos de producción.
Por ello, con el ánimo de comenzar a disipar las nubes que empañan esta difusa relación, comenzaría por señalar que distingo al menos dos maneras diferentes en que se han vinculado la arquitectura y la poesía a lo largo del desarrollo cultural occidental: la primera como una relación disciplinar, y la segunda como una estrategia de producción de bienes culturales. Comencemos por aclarar la primera, es decir, como una relación entre dos disciplinas: Recordemos que tanto la arquitectura como la poesía existieron profusamente en la antigüedad griega y romana, sin embargo, ocupaban puestos y valoraciones radicalmente distintos a los actuales: mientras la arquitectura era tan solo un arte o tecné -tecnh- es decir, la habilidad de producir bienes en base a reglas perfectamente establecidas, la poesía ocupaba por el contrario, un lugar infinitamente superior, pues eran consideradas como una actividad muy cercana a los dioses, a veces incluso atribuyéndole un poder adivinatorio (con excepción de Aristóteles, quien opinaba muy diferente, como tendremos oportunidad de revisar más adelante ).
De hecho, tratar a la poseía como una de las disciplinas artísticas hubiera sido sin duda una terrible ofensa a los poetas. La poesía no arrojaba productos materiales, ni se regía por leyes, sino sólo contaba con la inspiración de Apolo y sus Musas. Además, la poesía tenía la potestad de poder influir en las acciones éticas y morales de los seres humanos. Así, Aristófanes se preguntaba: ¿Qué es lo que debemos admirar en un poeta ?...", a lo cual él mismo se respondía: "...su inteligencia aguda, su sabio consejo y que haga mejor a los ciudadanos..." [1]. En cambio, la arquitectura, la pintura y la escultura eran simplemente artes, y no solo eso, sino que entre ellas ocupaban un puesto inferior, pues al igual que a la orfebrería o a la tejeduría, se les consideraban artes mecánicas, por incorporar un esfuerzo físico en sus respectivos procesos de realización, es decir, un concepto muy semejante al que nosotros aplicaríamos para definir a las actuales artesanías.
Las llamadas artes liberales -como la geometría, la astronomía o la retórica- ocupaban un rango superior, ya que si bien eran artes o habilidades productivas que también se sujetaban a ciertas reglas, sus procesos productivos no arrojaban el despreciable sudor, sino que eran únicamente producto del esfuerzo intelectual, un concepto semejante al que nosotros actualmente aplicamos a las ciencias. De hecho, esta relación entre aquellas disciplinas artísticas -producto evidentemente de la aplicación de su particular concepto de arte- fue tan trascendente que no sólo lo transmitieron los griegos a los romanos, sino que perduró incluso durante los muchos siglos que duró la Edad Media, tan sólo cambiándose el término de artes mecánicas por el de artes vulgares.
Sin embargo, la posición de la poesía si había sufrido un cambio radical, pues la teología cristiana -que recordemos entonces influía a todas las actividades humanas- había arrojado a la poseía a una posición bastante indefinida, ya que mientras aún perduraba la tradición de no incluirla entre ninguna de las artes -ni liberales ni vulgares- la poesía medieval había dejado de ser considerada como una actividad superior con matices adivinatorios. Por el contrario, en términos generales, era entendida más bien como un tipo de oración al Dios cristiano, una especie de actividad confesional que solo servía para expresar una gran devoción religiosa, es decir, siendo más un medio que un fin en sí mismo.
Más tarde, las primeras manifestaciones del pensamiento humanista renacentista comenzará a sentirse precisamente entre los poetas italianos de los siglos XIII y XIV, quienes lucharán por devolverla a una posición preeminente, aún a costa de marcar sus diferencias con el resto de las artes vulgares, como con la arquitectura, como cuando Petrarca señalaba que la diferencia consistía en la calidad de placer que cada una de ellas producía: "...el oro, la plata, la ropa púrpura, la mansión erigida en mármol, el campo cultivado, el corcel engalanado y las restantes cosas de esta condición contienen un placer silencioso y propio de quien las disfruta; los libros, en cambio, deleitan, dialogan y sirven a lo más profundo, y están ligados a nosotros por una relación palpitante y estrecha..." [2].
Por el mismo derrotero transitaron poco después los pintores italianos, quienes apoyándose en la cualidad de creatividad que entonces encontraban en la poesía, se esforzaban en elevarla al mismo rango que las ciencias o artes liberales, tratando por el contrario de marcar su distancia con el resto de las artes u oficios vulgares. Recordemos a Cennino Cennini cuando señalaba: "...Y éste es un arte que se llama pintar ( ...) Y con razón merece ser puesto en el segundo lugar de las ciencias y coronarlo con la poesía. La razón es ésta: que al poeta, la ciencia originaria que posee le hace digno y libre de componer y ligar sí y no según le place, según su voluntad. E igualmente al pintor se le dio libertad de poder componer una figura erecta o sentada, mitad hombre mitad caballo, según le place, según su fantasía..." [3].
De hecho, esta lenta redención que tendrá la poesía y la pintura en los albores del Renacimiento pronto será seguida por las disciplinas productivas de la escultura y la arquitectura, con artistas como Ghiberti y Brunelleschi primero, ó Alberti y Miguel Ángel después, es decir, un advenimiento que produjo finalmente que la poesía y la arquitectura pudieran ser incluidas en el mismo selecto grupo de artes liberales, dejando finalmente lejos a los despreciados y sudorosos oficios.
No obstante, como éste grupo también incluía a disciplinas como la geometría, la retórica o la astronomía, fue necesario encontrar nuevos conceptos que aclararan cuales elementos eran comunes a la poesía con la arquitectura o la pintura, y cuales los separaban de las actuales ciencias. Fue así necesario que transcurriera los siglos XVI y XVII para descubrir que todas ellas compartían el común objetivo de imitar la realidad, y más tarde en el XVIII, para señalar que además lo hacían bellamente, es decir, que lo que las unía era la finalidad estética de persecución de la belleza, dejando finalmente, así, que la astronomía o la aritmética entre otras, se alejasen gradualmente de ellas para incorporarse finalmente al grupo de las ciencias como la Física o la Química. Sin embargo, la Ilustración y sobretodo el Romanticismo del siglo XIX volvería a causar nuevos estragos en la relación entre la poesía y la arquitectura. La primera se encargó de distinguir que aunque la poesía abordaba la belleza, no lo hacía visualmente, mientras que la arquitectura, la pintura y la escultura si lo hacían siempre, por lo que entonces las llamaron Bellas Artes, prejuicio ilustrado que por cierto aún continua y que es uno de los factores que han originado tanto desempleo entre los arquitectos... Por su parte, el Romanticismo decimonónico se encargó de señalar nuevas diferencias entre ambas, recurriendo nuevamente al antiguo asunto de la inspiración poética. Así, Goethe señalaba que: "...Las artes y las ciencias se obtienen a través del pensamiento, pero éste no es el caso de la poesía, ya que se trata de una cuestión de inspiración; ésta no debe denominarse como arte ni como ciencia, sino como genio..."[4].
No obstante, si bien estos dos siglos fueron los causantes de que la poesía y el resto de las artes volviesen nuevamente a separarse, añadieron también un particular enfoque ahora bastante contemporáneo: en efecto, todas las disciplinas artísticas son distintas, pero todas ellas comparten una calidad poética. Con esto, de hecho, llegamos al segundo tipo de relación que señalaba yo al inicio de mi intervención: la poesía como estrategia de producción. Los orígenes de este enfoque eran sin embargo muy antiguos: Aristóteles, de hecho, fue el único que no trataba a la poesía como una actividad preeminentemente superior a las otras artes, ya que por el contrario, concebía que todas las artes -incluyendo a la poesía- tenían el cometido común de la imitación -la mimesis griega- diferenciándose sólo en los medios y los temas que cada una de ellas utiliza.
Sin embargo, además de esa concepción disciplinar, concibió al término Poética -o Poiesis- para explicar un proceso cualitativo de producción artística, es decir, producir mediante una buena imitación de la realidad, una condición que además concibió como algo natural a todos los seres humanos, por su carácter epistemológico: "....el hecho de imitar es, en efecto, algo connatural al hombre desde la infancia y en esto se diferencia de los demás animales, en que es sumamente apto para la imitación y adquiere sus primeros conocimientos imitando..."[5], de modo tal que todas las artes mecánicas -incluyendo la arquitectura, desde luego- podían aspirar a esa condición poética.
Así, desde este punto de vista, siempre la arquitectura habría sido Poética: pues así como los capiteles de los órdenes corintios imitan a los acantos, también la silueta convergente de las columnas imitan a los árboles. De hecho, tanto el romano Vitruvio como los tratadistas renacentistas que como Alberti lo emularon, recomendaban la imitación de la naturaleza, ya sea en sus formas como en sus principios. Por ello, cuando el siglo XIX, y más tarde el XX, retomaron estas ideas aristotélicas, las diferencias históricas entre la poesía y las artes se reencauzaron en un camino que, si bien es cierto que las separaba disciplinarmente, las unía productivamente. De este modo, podía haber poética no sólo en la pintura, la música o la arquitectura, sino incluso encontrarla en los paisajes naturales, pues todo ello poseía sus mismos principios, tal y como lo recomendaba Quatremére de Quincy a principios del siglo XIX: "...Si la arquitectura es imitación, no es porque ha embellecido sus necesidades originarias, sino porque imita la naturaleza en sus mismas leyes, y es por ello que a través de descubrir esas causas misteriosas naturales nos produce sensaciones agradables y desagradables..." [6].
Por ello, no es causal que en tiempos más cercanos aparezcan algunos títulos que refuerzan esta nueva forma de relacionarlas. Primero, hacia los años setenta el famoso texto de Robert Venturi de "Complejidad y Contradicción en Arquitectura" en donde señalaba, inmerso en pleno contexto lingüístico del Posmodernismo, una moderna lectura aristotélica de la arquitectura basándose en analogías que podían encontrarse con la estructura literaria de la tragedia griega. Más tarde, hacia los años ochenta, en "Arquitectura y Poética" de Joseph Muntañola, se retomaban las mismas ideas aristotélicas sobre la Poética, pues se exhortaba, no a la copia de sus formas sino que -al igual que el Estagirita- imitáramos los principios de la acción:"...El arquitecto es el poeta de las formas, porque sabe "construirlas" ("tramarlas") poéticamente, mediante la encadenación de sus elementos (caracteres) dentro de una misma totalidad, mito o fábula..."[7] .
A partir de ello, Muntañola nos proponía que la Poética pertenecía precisamente a uno de los tres niveles que posee la comunicación arquitectónica, es decir, la Poética, la Retórica y la Semiótica, en donde: "...La Poética nos define los términos bajo los cuales se produce el significado estético, la retórica nos ofrece las argumentaciones con las cuales la arquitectura se convierte en verosímil y persuade, la semiótica, por último, nos enseña la estructura de lo construido, o sea, la forma que en las diferentes culturas ha tomado la arquitectura como mimesis entre el construir, el habitar y el pensar..." [8].
Por ello, a partir de ésta concepción de la Poética como cualidad de la arquitectura nos permitiría a mi juicio, superar la dos trilladas definiciones de arquitectura -ya sea como arte o bien como únicamente productora de belleza- lo cual evidentemente limitan a la arquitectura a unas cuantas obras artísticas y bellas, mientras que el resto deberíamos entonces arrojarlas al denostado y numeroso grupo de las "edificaciones", a decir de los muchos arquitectos académicos que todavía apelan a estas caducas y excluyentes definiciones. Por el contrario, ésta concepción de la Poética en la arquitectura es mucho más democrática e incluyente, pues no apela a ni a la belleza absoluta, ni a ser sólo un producto privativo de nuestro gremio de arquitectos, y mucho menos aspira a ser siempre considerada como una obra de arte. Puede haber poética en una casa maya o en una residencia de las Lomas, puede haberla en una casa autoconstruida como en un edificio corporativo. Todo depende de la calidad de la Fábula.
Notas
1. Aristófanes, "Las Ranas", Citado en: Tatarkiewicz, Wladislaw, "Historia de seis ideas", Col. Metrópolis, Madrid: Tecnos, 1987, p. 115 (1ª edición: 1976).
2. Petrarca, Francesco, "Epistolae de rebus familiaribus", III, 18. Tatrkiewicz, Wladislaw, op. cit., p. 23, T. III.
3. Cennini, "Il libro dell'arte", I, 1 (ed. D.V. Thomson ), Citado en: Tatarkiewicz, Wladislaw, op. cit., p.42.
4. Citado en: Tatarkiewicz, Wladislaw, op. cit., p.148.
5. Aristóteles, "Poética" (capítulo IV), Madrid: Istmo Editorial, 2002, p. 37.
6. Citado por Muntañola, en: "Poética y arquitectura", Barcelona: Anagrama, 1981, p. 24.
7. Ídem.
8. Muntañola, op. cit., p. 69.
Bibliografía
Aristóteles, "Poética", Madrid: Istmo Editorial, 2002.
Muntañola, "Poética y arquitectura", Barcelona: Anagrama, 1981.
Tatarkiewicz, Wladislaw, "Historia de seis ideas", Col. Metrópolis, Madrid: Tecnos, 1987.