Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.


La grandeza de la concha y el encanto de los rincones

Jorge Anibal Manrique Prieto

"No quiero que me duelan las paredes de mi casa
que nadie diga que me miré al espejo
ni que tiré para siempre mis zapatos
que perdieron su color por la distancia,
constrúyela... para que converse conmigo
y ponle mil ventanas que den al paraíso."
Fragmentos del poema "Para construir una morada" de Nazario Chacón Pineda
(Dedicado al arquitecto Lorenzo Carrasco,
Documento inédito propiedad de Roberto López Moreno)

Todos los días en la mañana, millones de seres humanos se vuelcan a las calles de aquellos paisajes artificiales llamados ciudades. Unos salen a trabajar, otros a estudiar, unos cuantos a divertirse, otros tantos no saben a qué salen y unos pocos salen para nunca volver. Hay algo en común, todos salen. Y si todos salen quiere decir que también todos, o mejor, casi todos vuelven, llegan o regresan. Pero ¿a dónde regresan los seres humanos? Los seres humanos regresan a su casa; a ese espacio o conjunto de espacios donde se reúnen con sus seres queridos y no tan queridos, o simplemente donde moran en la individualidad. En ese lugar llamado casa hay espacios destinados o adaptados para dar paso a la intimidad [1], que a grandes rasgos está relacionada con la privacidad. Estos espacios han sido bautizados con el nombre de cuartos, habitaciones o recamaras; aunque cabe la salvedad de que la misma casa puede considerarse en muchos casos como recinto de la intimidad.

En conclusión, todos los seres humanos, al parecer por naturaleza, demandan un espacio para la intimidad. Gastón Bachelard, consciente de ello, ha decidido dejar en sus reflexiones sobre la concha y los rincones [2]; valiosas enseñanzas, no solo a filósofos y poetas, sino a los arquitectos y aún a los habitantes, para que no se deje de lado lo que Hölderlin, poeta visionario, había revelado con anterioridad: "Pleno de méritos, pero es poéticamente como el hombre habita esta tierra" [3]. Tierra que desde la experiencia cotidiana de estos días, los seres humanos ven transformada y reacomodada en espacios arquitectónicos; desde los más públicos hasta los detalladamente íntimos.

Pero ¿qué relación tiene la concha con el espacio íntimo? Si se mira desde una perspectiva netamente racional, aparentemente nada. Para entender esa relación es necesario que ustedes, estudiantes de la maestría en arquitectura, se trasladen a la frontera entre lo fantástico y lo real, ese filo que Graciela Montes denomina la frontera indómita [4], que no es más que el mundo de lo imaginario, el universo de lo poético. Es la invitación para que dejen de ser ustedes mismos en el mundo real, y entren una vez más a la libertad del mudo de lo imaginario.

El espacio íntimo debe tener el carácter de una concha. La concha no surge de afuera hacia adentro sino de adentro hacia a fuera. Su forma es el resultado del impulso vital que la origina; así, el espacio íntimo debe ser una manifestación de la esencia de quien lo habita. Es responsabilidad de los arquitectos, entender y hacerle entender al habitante que "hay que vivir para edificar la casa y no edificar la casa para vivir" [5]. Uno de los esfuerzos de la vida es elaborar conchas; esto se traduce en que uno de los esfuerzos del ser humano (en cuerpo y alma) es elaborar espacios para el habitar. Pero lo más sorprendente es que esas formas, las conchas y los espacios habitables, que son una manifestación de la vida, reciben una vida propia. Esto es lo que Dulce María Loynaz descubre en su poema los últimos días de una casa, cuando aquella casa-concha que ha dejado de ser habitada, dice:


Y entonces, digo yo: ¿Será posible
que no sientan lo hombres el alma que me han dado?
¿Qué no la reconozcan junto a ella,
que no vuelvan el rostro si los llama,
y siendo cosa suya les sea cosa ajena? [6]

De lo anterior surgen un par de preguntas ¿cuándo serán consientes los arquitectos de que el espacio íntimo, para existir, requiere de la vitalidad o de una porción de vida de quien lo va a habitar?, o más bien, ¿hasta cuándo los espacios íntimos, diseñados por los arquitectos, serán autobiografías imperantes que quieren enseñarle a vivir a sus habitantes? Estas dos cuestiones quedan a disposición de ustedes, que son arquitectos y también habitantes. Volviendo a la reflexión de la concha, Bachelard comenta, por ejemplo, que el caracol hace uso de ella para protegerse. Para este indefenso molusco la concha es su fortaleza. Para el ser humano es igual; el espacio íntimo debe ser su refugio, no solo físico, sino también para su alma. Y ¿cómo puede ser un espacio habitable un refugio para el alma? La respuesta es en apariencia sencilla, pero goza de una profundidad incalculable: el espacio íntimo es un refugio para el alma cuando permite que esta se recree en el mundo de la imaginación; en las memorias y anhelos de su existencia. Dice Bachelard: "la imaginación vive la protección" [7].

Así como el poeta vela por que cada palabra de sus poemas, despierte una y mil imágenes en la mente (imaginación) del lector, el arquitecto debe velar por que ese espacio habitable promueva en el habitante la evocación de imágenes de su pasado y la proyección de imágenes del futuro que quiere ser [8]. En ese sentido el espacio arquitectónico debe abrir las puertas de un nuevo mundo al habitante. En ese otro mundo, en el de la frontera indómita, el de lo imaginario, en el de la poética; el ser humano que físicamente está parado sobre esta tierra, ha dejado de ser él para convertirse en otro el, es decir, ha experimentado lo que Octavio paz denomina la otredad. Ahora ese habitante es un ser imaginario que se contempla así mismo, habitando en espacios memorables de su infancia o su juventud; espacios donde reposó con gratitud, y que espera con gran anhelo volver a experimentar. Es precisamente en lo anterior donde radica la grandeza de la concha. En la posibilidad de albergar y revelar el universo interior, el mundo imaginario del ser humano, del habitante. No en vano Bachelard reflexiona sobre la manera en que de la concha puede salir un elefante [9]. Es entonces deber del arquitecto lograr que en un pequeño espacio se habrá un universo para el habitante; pero ¿cómo lograr esto?

Alguna vez un famoso arquitecto dijo: "dios está en los detalles" [10], refiriéndose a los detalles constructivos de un espacio arquitectónico. Sin embargo, es válido contemplar esta frase desde una perspectiva más profunda hasta el punto de decir: "La poética [dios] está en los detalles". Al respecto Bachelard dice: "con un detalle poético la imaginación se sitúa ante un mundo nuevo" [11]. La labor del arquitecto es entonces, ser un medio para que la voluntad de ser del habitante, se materialice en los espacios habitables. En este punto hay que aclarar que la poética en la arquitectura es experimentada gracias a la mediación de los sentidos. Así como un poema no podría abrir el mundo de lo imaginario si no se leyera, se escuchara o se palpara; el espacio arquitectónico, la concha, debe responder sensiblemente a los sentidos de su habitante; debe estimularlos en la proporción adecuada para que la poética tenga lugar. Todo ello está a menester del arquitecto, que debe conocer la esencia de los materiales de la concha y su relación con el cuerpo humano [12].

Las impresiones de la intimidad están presentes en los detalles, y esos detalles pueden apreciarse claramente en los rincones de la concha. Los rincones son del carácter de las conchas, pero su escala es tan próxima al cuerpo humano que de repente parecen convertirse en una segunda piel de quien los habita. Prácticamente todos los seres humanos han gozado del refugio de un rincón. ¿Quién en su infancia no habitó dentro de una caja, detrás de un mueble, o debajo de una cama, una mesa o una manta sostenida por un palo de escoba? "Los rincones son espacios reducidos donde nos gusta acurrucarnos, agazaparnos sobre nosotros mismos y entrar en la soledad de la imaginación" [13], dice Bachelard.

En esto reducidos refugios los sentidos se agudizan, el tiempo se alarga, los detalles, al parecer insignificantes, se vuelven evidentes, se amplían; y lo más importante, permiten que el habitante tome conciencia de quien es. Ese es el encanto de los rincones; que el ser humano que los experimenta se enfrenta a un armario de recuerdos y de nostalgias, que lo han acompañado y lo acompañaran durante toda su vida. -Esta ventana me recuerda a la ventana de la cocina de mi abuelita, ventana que estaba acompañada de una vieja silla de madera, en la cual yo me paraba para poder asomarme y mirar las montañas a través de ella. En verdad era chiquitita; en madera lacada y con algunos clavos que mi abuela había incrustado intencionalmente en ella para colgar algunos trapos--. Los rincones son un retiro del alma, son refugios donde el universo de lo real se niega, donde reinan el silencio y el recuerdo. En ellos el habitante se repliega sobre sí mismo, muere y vuelve a vivir. Muere para el mundo real, para lo cotidiano, y vive nuevamente por que se recrea en su imaginación, en las memorias de aquellos rincones del pasado que lo han hecho ser él.

Que ávidos están los seres humanos de aquellos rincones y que deuda, que responsabilidad, tienen los arquitectos de ayudarlos a materializar. Que necesitada está la arquitectura de que la poética sea instaurada nuevamente en ella. La puerta quiere convertirse en un umbral; la ventana anhela ser un nicho, una frontera que vincule al habitante con el universo, las fotografías se mueren por participar dentro del espacio, los colores y las texturas deliran por alegrar la vida de los seres. En fin, la labor poética es mucha y parece que son pocos los arquitectos que quieren hacerla. Las conchas y los rincones son lugares de la intimidad por que permiten que el ser humano que los habita dialogue consigo mismo, con su otro yo y con el universo. Pero se preguntarán ¿y de que nos sirve esto a los arquitectos? Bachelard responde: el ser al encontrarse consigo mismo se renueva, se limpia y se purifica; se prepara para salir con más fuerza; de ahí que de la concha salga un elefante.

Habitar en un espacio de confianza, de libertad (experimentada en la imaginación), y donde el ser humano disfruta del sueño de la tranquilidad, se convierte en un empuje, en una motivación para seguir adelante. Los arquitectos muchas veces le imponen cierta manera de vivir al habitante, ignorando que la solución es más sencilla de lo que parece; ignorando que lo más importante, y ese es el sentido de la poética, es que el ser humano sea consiente de los detalles que rodean su existencia en el mundo. La poética oculta y desoculta la relación del ser humano con el universo.

Al tener los espacios habitables el carácter de la concha de un caracol, el habitante tendrá la certeza de salir cada día, cada mañana, con la firmeza de un elefante a enfrentarse nuevamente a esa fatalidad elegida [14], que son las ciudades, y más que ellas, el mundo que se sumerge en la inmediatez. Al respecto, Bachelard hablando del caracol dice: "las concha es una escalera, en cada contorsión [salida y entrada] se fabrica un peldaño, para avanzar y crecer". El ser humano al igual que el caracol, llevará su concha a donde vaya [15]. El caracol la llevará físicamente; en cambio el ser humano la llevará en su memoria, esperando recrearla cada vez que un espacio arquitectónico se lo permita. Cuando un espacio permite imaginar, fantasear o soñar, es habitable. Y como se dijo antes el espacio habitable termina siendo el reflejo uno mismo. Noel Arnaud hablando con la propiedad de un ser humano que ha habitado en su concha y dice: "yo soy el espacio donde estoy" [16].

Notas

1. Revisar palabras sobre la intimidad pronunciadas por la Filosofía María Noel Lapoujade en conferencia magistral, Coloquio Espacios imaginarios, F.F. y L., UNAM, 1997.
2. Bachelard, Gastón, "La poética del espacio", México: Fondo de Cultura Económica, Capítulos V y VI, 1975.
3. Heidegger, Martin, "Arte y poesía", México: Fondo de Cultura Económica, 1958, p. 116.
4. Montes, Graciela, "La frontera indómita: en torno a la construcción y defensa del espacio poético", México: Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 49- 59.
5. Bachelard, op. cit., p. 141.
6. Loynaz, Dulce María, "Los últimos días de una casa", Madrid: Ediciones TORREMOZAS S. L. p. 41.
7. Bachelard, op. cit., p. 168
8. Montes, op. cit., p. 39. Dice la autora: "la responsabilidad del hacedor (…) estriba, justamente, en que la obra pueda tener lugar, en hacerle sitio y en ser leal a ella, permitiéndole desarrollarse bien y con coherencia".
9. Bachelard, op. cit., p. 143 Dice el autor: "En el orden de lo imaginario, es normal que el elefante, ese animal inmenso, salga de una concha de caracol.
10. Celebre frase de Mies van der Rohe "God is in the details".
11. Bachelard, op. cit., p. 170
12. Heidegger, op. cit., p. 81. Dice Heidegger: "Los grandes artistas, aprecian en extremo la capacidad manual, para cuyo pleno dominio exige un cultivo esmerado." Esto es una recomendación certera; el arquitecto está en la obligación de conocer las técnicas constructivas de su tiempo, entender los materiales, cómo funcionan, cuáles son sus propiedades y sobre todo cuál es su aporte a la habitabilidad de los espacios que permiten materializar.
13. Bachelard, op. cit., p. 171
14. Así denomina Carlos Monsiváis a la ciudad de México en su artículo: "La ciudad de México: La fatalidad elegida". Publicado en La Gaceta del F.C.E., No.287. Noviembre de 1994, pp.6-8
15. Loynaz, op. cit., p. 28 Dice un fragmento del poema "los últimos días de una casa": Y es que el hombre, aunque no lo sepa, / unido está a su casa poco menos / que el molusco a su concha. / No se quiebra esta unión sin que algo muera / en la casa, en el hombre… O en los dos.
16. Bachelard, op. cit., p.172

Bibliografía


Bachelard, Gastón, "La poética del espacio", México: Fondo de Cultura Económica, 1975.
Heidegger, Martin, "Arte y poesía", México: Fondo de Cultura Económica, 1958
Lapoujade María Noel, "Conferencia magistral", Coloquio Espacios imaginarios, F.F. y L., UNAM, 1997.
Loynaz, Dulce María, "Los últimos días de una casa", Madrid: Ediciones TORREMOZAS S. L.
Monsiváis Carlos, "La ciudad de México: La fatalidad elegida", México: Gaceta del F.C.E., No.287, Noviembre de 1994.
Montes, Graciela, "La frontera indómita: en torno a la construcción y defensa del espacio poético", México: Fondo de Cultura Económica, 2001.

Jorge Anibal Manrique Prieto