Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

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La imagen poética, constructora de espacios reales y virtuales

Margarita León Vega

"Imagen, es "representación de un objeto", "figura real o irreal de un objeto". (Paz, 1982, p. 98 y ss.), o lo que es lo mismo, "similitud o signo de las cosas, que puede conservarse independientemente de las cosas mismas" N. Abbagnano, p.650). Aristóteles decía, en relación a la independencia de la imagen respecto de la realidad que refiere, que las imágenes son como las cosas sensibles mismas, excepto que no tienen materia. Así, podemos ver que la imagen se refiere tanto al producto de la imaginación como a la sensación o percepción misma, vista por parte de quien la recibe. La imagen tiene, entonces, un valor sicológico, pues las imágenes son productos imaginarios.

Cuando en el libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh, se señala que en el principio de la humanidad "Todo estaba en silencio, inmóvil, vacía la extensión del cielo...". la imagen de la "no imagen", la ausencia del sonido, el estatismo del vacío, la infinitud que conforman el espacio en el minuto previo a la Creación del mundo, ejercen un impacto muy fuerte en nuestra percepción, pues aluden a un espacio imaginario. Se trata de un relato mítico, el relato del origen de un pueblo [1].

Estas imágenes del Popol Vuh son representaciones que implican a su vez la invención del tiempo, el punto desde el cual se habrán de contabilizar las horas, los días y los años; el escenario donde se habrá de llevar a cabo el acontecer humano. Se trata de un tiempo y un espacio que como señala el mito, habrá de retornar en una espiral infinita. Figura ésta última en la que las circunvoluciones, marcan la circularidad del tiempo, su repetición en la eterna vuelta al origen para empezar de nuevo; pero también, la progresión constante de los actos humanos que implican también una evolución, un discurrir y que, por lo tanto, pertenecen al ámbito de la historia.

En la Biblia Cristiana, igual que en el libro maya, se señala que la palabra de Dios creó el mundo y al hombre, el orden del universo y con ello el tiempo (el antes y el después),el espacio (arriba, abajo, aquí, allá, acullá). El primer día, consigna el Génesis: "Dijo Dios: 'Sea la Luz' Y fue la luz. Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz 'Día' y a las tinieblas llamó 'Noche´... Y fue la tarde y la mañana del primer día". El sexto día, dijo Dios "Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza" Y el séptimo día, "concluidos los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos... reposó de todo cuanto había hecho."

El relato de la creación del mundo en estas y otras tradiciones, apunta a dos problemas fundamentales: uno, trata de dilucidar el misterio de cómo fue que el hombre se convirtió en lo que es gracias al decir de Dios, gracias al poder del lenguaje; y dos, cómo el hombre mismo adquirió los poderes para crear. Diferenciado de los otros seres de la naturaleza, la capacidad creadora, transformadora sobre todo lo que existe tiene relación directa con el lenguaje, pues hecho a imagen y a semejanza de Dios, el verdadero poder del hombre está basado en la palabra misma.

Cuando José Gorostiza exclama "qué agua tan agua" en el poema Muerte sin fin, nos remite a la radicalidad del lenguaje cuando nombra, cerca y separa, singulariza y define, cuando cierra y al mismo tiempo abre su significado. El nombrar es consignar algo que en efecto existe, el agua, pero también es crear algo que no había antes: un contenido y un continente, un vaso y un agua que poseen ciertas cualidades: transparencia, ductibilidad, pureza y frescura que alcanzan niveles sublimes, eso es, soñados, deseados, ideales, o por el contrario, aniquiladores:

No obstante -oh paradoja- constreñida
Por el rigor del vaso que la aclara,
El agua toma forma.
En él se asienta, se ahonda y edifica,
Cumple una edad amarga de silencios
Y un reposo gentil de muerte niña
Sonriente, que desflora
Un más allá de pájaros
En desbandada.
En la red de cristal que la estrangula,
Allí como en el agua de un espejo,
Se reconoce;
Atada allí, gota con gota,
Marchito el tropo de espuma en la garganta.
¡Qué desnudez de agua tan intensa,
Qué agua tan agua,
Está en su orbe tornasol soñando,
Cantando ya una sed de hielo justo!

La palabra da vida a lo inerte, eterniza lo perecedero, es fuente de conocimiento. La palabra conjura el vacío y la nada por donde se despeña el hombre, quizá sea éste el verdadero infierno que ha imaginado: un mundo hundido en el silencio. La palabra funda el espacio, pues nombrarlo es consagrarlo, crearlo, dice Mircea Eliade, al referirse al mito, y ese espacio "nombrado" "consagrado" durante el ritual, viene a ser el axis mundis, centro del Universo y punto alrededor del cual todo habrá de hacerse y decirse; pero también vendrá a constituirse en imago mundis, donde se generan ideas, conceptos, imágenes, en una intrincada red de significaciones; umbral donde predomina lo virtual sobre lo real, la representación sobre la cosa representada.

La palabra es un signo, un símbolo que produce otros en una proliferación que por momentos se antoja infinita. En la naturaleza simbólica del lenguaje al representar un signo por medio de otro signo, está implícita su esencia metafórica. Y es que, cuando crea el poeta, consciente de esta eterna mediación entre las palabras y las cosas, se imagina a sí mismo como aquel Dios que situado en el Principio, en el Origen, crea al nombrar el mundo, inventa una realidad más allá de los objetos. El poeta es entonces el Demiurgo que encuentra la combinación exacta de sonidos en una imagen acústica que, al relacionarse a un concepto, conforma la realidad del signo.

La palabra es real y concreta, tiene una materialidad irrefutable, su emisión se da en un tiempo y en un espacio históricamente determinados, no obstante las realidades a las que alude puedan ser de diversa naturaleza o aludan a diversos planos: la descripción de tipo realista, la narración de un sueño o una fantasía desorbitada.

Y es que, diría Pierce, el signo o símbolo es algo que representa algo para alguien. Nada es un signo para sí mismo. Para ser un signo requiere que alguien lo entienda como tal. Si bien se ha señalado muchas veces que el lenguaje tiende espontáneamente a cristalizarse en metáforas, por lo cual todos los seres humanos somos una especie de poetas "naturales", (o. Paz, El arco y la Lira), lo cierto es que la adquisición de una verdadera conciencia poética pasa necesariamente por una conciencia lingüística que se cristaliza en capacidad de imaginación, en continua selección y combinación de las formas y de los contenidos, como cuando Sor Juana comienza diciendo en su poema, El Primero Sueño, ejemplo notable de construcción poética y de densidad conceptual el cual escribió imitando a Góngora:

Piramidal, funesta, de la tierra
Nacida sombra, al Cielo encaminaba
De vanos obeliscos, punta altiva
Escalar pretendiendo las Estrellas.

El poeta cuenta con las palabras de todos los días, con la materia lingüística que le ha sido heredada por una tradición y una cultura. Ahí están, mesa, casa, agua, luz, sombra, perro, amor, nostalgia, estrella, muerte o flor. Pero todas estas palabras, encuentran en el poema un nuevo sitio, una significación que parte de lo ordinario y a un tiempo lo rebasa, lo sustituye. Igual que ocurre con los mismos materiales (piedra, varilla, cemento, cristal) con los que se puede construir desde una casa, un rascacielos, un puente o una prisión. A través del uso poético del lenguaje experimentamos un doble sentimiento, por un lado, se da una suerte de relación de identidad con lo que expresa un verso, por el otro, se produce una suerte de extrañamiento, ante lo que percibimos como distinto, nuevo, inusitado y que nos sacude. André Bretón, en el Primer Manifiesto del Surrealismo, señala que "la belleza será convulsa o no será", aludiendo al shock sicológico y afectivo que producen las imágenes y las metáforas, principio de transgresividad que supone todo arte "verdadero", toda poesía.

Y es que transgredir es "desautomatizar" a las palabras, devolverles su sentido primero o su sentido amplio, complejo, salvarlas de su uso mecánico, estereotipado para que recuperen su fuerza originaria. Desautomatizar las palabras a través de la metaforización del mundo, esas mismas que usamos para saludar al amigo, para verificar la hora , son las que usamos para saludar el estallido de la flor sobre la roca, para testimoniar que la noche es una palma blanca como la nieve, o que la tarde tiene un latido de corazón enamorado. Desautomatización que implica un uso diferente de los usos habituales de un término; desautomatización que nos confiere el uso poético de la lengua para descubrir que hay posibilidades de crear realidades "otras", imágenes "otras", ideas "otras" sobre los mismos asuntos de siempre, aquellos que involucran a todos los hombres desde que la humanidad fue creada, desde que los hombres fueron capaces de inventar el rostro de su propio Creador.


Notas

1. Esta interpretación contemporánea está basada en otros contextos afines al Popol Vuh tomados en cuenta para su interpretación por parte de antropólogos y lingüistas especializados en la escritura maya.

Bibliografía


Abbagnano, Nicola, "Diccionario de filosofía", México: FCE, 2004.
Abreu Gómez, Ermilo, "Popol Vuh", USA: Fondo De Cultura Económica, 2006.
Paz, Octavio, "El arco y la lira", México: FCE, 1982.

Margarita León Vega