Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.
Poeta residente
Una modesta proposición
Alejandro Aura
He aquí que antes de que amaneciera, incluso antes de que comenzaran los gorriones y las primaveras a anunciar la llegada inminente de la luz del día, cuando todo estaba aún a orillas de las negras aguas de la laguna de los sueños, me comenzó a rondar algún dios o una diosa que me sugería una y otra vez proponer la creación del puesto de Poeta Residente en la Construcción. ¿Pero cómo sería eso?, me preguntaba a mí mismo sin querer desunir mi cabeza a la blanda piedra placentera de la almohada, y sin poder hacerlo. Pues muy sencillo: la Casa del Poeta debe asumir la histórica responsabilidad y comenzar a tramitar, tanto en la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción como en los Colegios de Arquitectos y de Ingenieros, así como en las Comisiones correspondientes del Congreso, la reglamentación que especifique que cada obra de carácter público que se apruebe en el país tenga la obligación de contratar a un Poeta Residente que vaya confeccionando su obra poética al tiempo que se fabrica el edificio, la carretera, la presa, el monumento.
No necesariamente descriptivo pero sí en paralelo; sin restricciones ni prejuicios -no limitéis la libertad creadora, ya sabrá el maestro si utiliza el ingenio para labrarse, con estructura semejante, un palacio interior o si nos da la bitácora de las navegaciones; cualquier cosa estará bien pues se habrá de elegir a los mejores mediante jurados móviles de personalidades del mismo oficio-; y aun con la invitación para asistir a juntas y alegatos de ingenieros, arquitectos, proyectistas y todos los que deciden los caminos a seguir en lo construido; por el lapso que la obra transcurra y con la obligación de presentar lo realizado al tiempo que se inaugure -aunque claro que no será necesario que declame en el acto protocolario-, sin demérito de que el poeta se pueda permitir, ya bajo su cuenta y riesgo, seguir con el mismo tema durante el resto de su vida.
Los presupuestos para tales obras, sobre todo las faraónicas, que serían las más demandadas, suelen remontarse a los cientos o miles de millones por lo que el salario del Poeta Residente, por mejor que fuera, sería semejante a la insignificancia de un grano de alpiste en la sección de gramíneas y a cambio de eso el país tendría una riqueza poética -aparte de la mucha de que ya disfruta-, relacionada de manera directa con sus anhelos constructivos, con su crecimiento urbano y mundano. Una auténtica poesía civil acompañando el desarrollo colectivo. (¡Hay que proponérselo mejor al Presi directamente!) Los poetas tendrían de qué vivir, su obra estaría indisolublemente ligada al tiempo y a los acontecimientos y le daríamos al mundo un ejemplo de cómo nuestra república ha sabido aprovechar a sus poetas antes que tomar el trillado camino de echarlos de su seno.
Claro está que la participación de los vates sería estrictamente voluntaria: el que quiera, que se aplique y que aplique y solicite, y el que no, que no. Pero, ¿se imaginan ustedes al Poeta Residente que le hubiera tocado el contrato del Hotel Sheraton del Proyecto Alameda? (Esa hora lodosa no distingue público de privado sino, si acaso, grande y pequeño, y eso en dosis muy peculiares.) Desde la excavación profunda para colocar los cimientos hasta la coronación de las antenas que al final le correspondan en la cresta.
Y habría estado tantas horas de tantos días de tantos meses enfrente, en la Alameda, con su abigarrado bagaje histórico y espiritual, y en las propias rampas por donde los albañiles, los plomeros, los electricistas a toda hora suben y bajan, viendo, conviviendo con el hormigueo del trabajo, la llegada de los materiales, el esfuerzo del músculo y el cumplimiento mecánico de las herramientas, la solidificación del aire piso a piso, el reto de la hercúlea construcción burladora de los terremotos, el entorno transformado, la efervescencia de la vida, el taquero en bicicleta con los frascos de salsas verde y roja amarrados a la canasta equilibrista en la parrilla, y por las madrugadas laborales, la vaporera de donde brotan los vigorosos tamales con que se confeccionan las guajolotas. Por decir algo. Aunque claro que el ojo del poeta vería lo que los demás no vemos por más que también sea nuestro.
O el poeta chiapaneco al que le hubiera tocado ser residente en la Presa del Sumidero. ¡Qué epopeya! ¡Sólo de imaginarla me suda la frente! O los residentes de las colosales excavaciones del Metro o del Drenaje Profundo. O el Poeta Residente en la construcción de una autopista a través de cientos de kilómetros de desierto en Sonora. Mucho mejor que la más generosa de las becas. En fin, por no ser exhaustivo, se los dejo así, aunque a mí me haya durado mucho más el ensueño, por lo que estoy en la mejor disposición de ofrecer las asesorías que sean necesarias (no por fuerza gratuitas ya que cada quien debe vivir de lo que, mal que bien, sabe hacer).