Novedad
de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada
cada día,
convivida en calles, plazas, autobuses, taxis, cines, teatros,
bares, hoteles, palomares, catacumbas,
la ciudad enorme que cabe en un cuarto de tres metros cuadrados
inacabable como galaxia,
la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos
y deshacemos y rehacemos mientras soñamos,
la ciudad que todos soñamos y que cambia sin cesar
mientras la soñamos,
la ciudad que despierta cada cien años y se mira
en el espejo de una palabra y no se reconoce y otra vez
se echa a dormir,
la ciudad que brota de los parpados de la mujer que duerme
a mi lado y se convierte,
con sus monumentos y sus estatuas, sus historias y sus leyendas,
en un manantial hecho de muchos ojos y cada ojo refleja
el mismo paisaje detenido,
antes de las escuelas y las prisiones, los alfabetos y los
números, el altar y la ley:
el río que es cuatro ríos, el huerto, el árbol,
la Varona y el Varón vestidos de viento
-volver, volver, ser otra vez arcilla, bañarse en
esa luz, dormir bajo esas luminarias,
flotar sobre las aguas del tiempo como la hoja llameante
del arce que arrastra la corriente,
volver, ¿estamos dormidos o despiertos?, estamos,
nada más estamos, amanece, es temprano,
estamos en la ciudad, no podemos salir de ella sin caer
en otra, idéntica aunque sea distinta,
hablo de la ciudad inmensa, realidad diaria hecha de dos
palabras: los otros,
y en cada uno de ellos hay un yo cercenado de un nosotros,
un yo a la deriva,
hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada
por sus tercos fantasmas, regida por su despótica
memoria,
la ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y que
ahora me dicta estas palabras insomnes,
hablo de las torres, los puentes, los subterráneos,
los hangares, maravillas y desastres,
el Estado abstracto y sus policías concretos, sus
pedagogos, sus carceleros, sus predicadores,
las tiendas donde hay de todo y gastamos de todo y todo
se vuelve humo,
los mercados y sus pirámides de frutos, rotación
de las cuatro estaciones, las reses en canal colgando de
los garfios, las colinas de especias y las torres de frascos
y conservas,
todos los sabores y los colores, todos los olores y todas
las materias, la marea de las voces -agua, metal, madera,
barro-, el trajín, el regateo y el trapicheo desde
el comienzo de los días,
hablo de los edificios de cantería y de mármol,
de cemento, vidrio, hierro, del gentío en los vestíbulos
y portales, de los elevadores que suben y bajan como el
mercurio en los termómetros,
de los bancos y sus consejos de administración, de
la fábricas y sus gerentes, de los obreros y sus
máquinas incestuosas,
hablo del desfile inmemorial de la prostitución por
calles largas como el deseo y como el aburrimiento,
del ir y venir de los autos, espejo de nuestros afanes,
quehaceres y pasiones (¿por què, para qué,
hacia dónde?),
de los hospitales siempre repletos y en los que siempre
morimos solos,
hablo de la penumbra de ciertas iglesias y de las llamas
titubeantes de los cirios en los altares,
tímidas lenguas con las que los desamparados hablan
con los santos y con las vírgenes en un lenguaje
ardiente y entrecortado,
hablo de la cena bajo la luz tuerta en la mesa coja y los
platos desportillados,
de las tribus inocentes que acampan en los baldíos
con sus mujeres y sus niños, sus animales y sus espectros,
de las ratas en el albañal y de los gorriones valientes
que anidan en los alambres, en las cornisas y en los árboles
martirizados,
de los gatos contemplativos y de sus novelas libertinas
a la luz de la luna, diosa cruel de las azoteas,
de los perros errabundos, que son franciscanos y nuestros
bhikkus, los perros que desentierran los huesos del sol,
hablo del anacoreta y de la fraternidad de los libertarios,
de la conjura de los justicieros y de la banda de los ladrones,
de la conspiración de los iguales y de la sociedad
de amigos del Crimen, del club de los suicidas y de Jack
el Destripador,
del Amigo de los hombres, afilador de la guillotina, y de
César, Delicia del Género Humano,
hablo del barrio paralítico, el muro llagado, la
fuente seca, la estatua pintarrajeada,
hablo de los basureros del tamaño de una montaña
y del sol taciturno que se filtra en el polumo,
de los vidrios rotos y del desierto de chatarra, del crimen
de anoche y del banquete del inmortal Trimalción,
de la luna entre las antenas de la Televisión y de
una mariposa sobre un bote de inmundicias,
hablo de madrugadas como vuelo de garzas en la laguna y
del sol de alas transparentes que se posa en los follajes
de piedra de las iglesias y del gorjeo de la luz en los
tallos de vidrio de los palacios,
hablo de algunos atardeceres al comienzo del otoño,
cascadas de oro incorpóreo, transfiguración
de este mundo, todo pierde cuerpo, todo se queda suspenso,
la luz piensa y cada uno de nosotros se siente pensado por
esa luz reflexiva, durante un largo instante el tiempo se
disipa, somos aire otra vez,
hablo del verano y de la noche pausada crece en el horizonte
como un monte de humo que poco a poco se desmorona y cae
sobre nosotros con una ola,
reconciliación de los elementos, la noche se ha tendido
y su cuerpo es un río poderoso de pronto dormido,
nos mecemos en el oleaje de su respiración, la hora
es palpable, la podemos tocar como un fruto,
han encendido las luces, arden las avenidas con el fulgor
del deseo, en los parques la luz eléctrica atraviesa
los follajes y cae sobre nosotros una llovizna verde y fosforescente
que nos ilumina sin mojarnos, los árboles murmuran,
nos dicen algo,
hay calles en penumbra que son una insinuación sonriente,
no sabemos adónde van, tal vez al embarcadero de
las islas perdidas,
hablo de las estrellas sobre las altas terrazas y de las
frases indescifrables que escriben en la piedra del cielo,
hablo del chubasco rápido que azota los vidrios y
humilla las arboledas, duró veinticinco minutos y
ahora allá arriba hay agujeros azules y chorros de
luz, el vapor sube del asfalto, los coches relucen, hay
charcos donde navegan barcos reflejos,
hablo de nubes nómadas y de una música delgada
que ilumina una habitación en un quinto piso y de
un rumor de risas en mitad de la noche como agua remota
que fluye entre raíces y yerbas,
hablo del encuentro esperado con esa forma inesperada en
la que encarna lo desconocido y se manifiesta a cada uno:
ojos que son la noche que se entreabre y el día que
despierta, el mar que se tiende y la llama que habla, pechos
valientes: marea lunar,
labios que dicen sésamo y el tiempo se abre y el
pequeño cuarto se vuelve jardín de metamorfosis
y el aire y el fuego se entrelazan, la tierra y el agua
se confunden,
o es el advenimiento del instante en que allá, en
aquel otro lado que es aquí mismo, la llave se cierra
y el tiempo cesa de manar,
instante del hasta aquí, fin del hipo, del quejido
y del ansia, el alma pierde cuerpo y se desploma por un
agujero del piso, cae en sí misma, el tiempo se ha
desfondado, caminamos por un corredor sin fin, jadeamos
en un arenal,
¿esa música se aleja o se acerca, esas luces
pálidas se encienden o apagan?, canta el espacio,
el tiempo se disipa: es el boqueo, es la mirada que resbala
por la lisa pared, es la pared que calla, la pared,
hablo de nuestra historia pública y de nuestra historia
secreta, la tuya y la mía,
hablo de la selva de piedra, el desierto, del profeta, el
hormiguero de almas, la congregación de tribus, la
casa de los espejos, el laberinto de ecos,
hablo del gran rumor que viene del fondo de los tiempos,
murmullo incoherente de naciones que se juntan o dispersan,
rodar de multitudes y sus armas como peñascos que
se despeñan, sordo sonar de huesos cayendo en el
hoyo de la historia,
hablo de la ciudad, pastora de siglos, madre que nos engendra
y nos devora, nos inventa y nos olvida.