Selvas de ciudad

En semicírculo
se abre
la selva de casas:
unas al lado de otras,
unas detrás de otras,
unas encima de otras,
unas delante de otras,
todas lejos de todas.
Moles grises que caminan
hasta que los brazos se les secan
en el aire frío del sur.
Moles grises que caminan
hasta que una bocanada
de horno del norte
les afloja las articulaciones.
Siempre haciendo
el signo de la cruz.
Reproduciéndose por ángulos
Con las mismas ventanas
de juguetería.
Las mismas azoteas rojizas
Las mismas cúpulas pardas.
Los mismos frentes desteñidos.
Las mismas rejas sombrías.
Los mismos buzones rojos.
Las mismas columnas negras.
Los mismos focos amarillos.
Debajo de los techos,
otra selva,
una selva humana,
se mueve.
Pero no en línea recta.
Troncos extraños,
de luminosas copas,
se agitan
movidos por un viento
que no silba.
Pero no alcanzo sus actitudes,
ni oigo sus palabras,
ni veo el resplandor
de sus ojos.
Son muy anchas las paredes;
muy espesos los techos.

 

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