LA CASA FANTASMA

Casa para vivir,
casa que el hombre busca
desde que el mundo es mundo, desde que el hombre es hombre,
desde que el techo es cielo.

¿Es la casa este techo,
es esta viga
que sale afuera como un hueso puro,
es la ventana
para aguardar el tiempo de su vidrio?

¿Es la casa esta noche,
es el ave que trina la trinidad del vidrio,
es el jardín de la caverna loca,
es la huella del niño
que siembra la aventura a cada paso?

Desde que el mundo es canto: la aventura,
desde que el hombre es viaje: la morada,
desde que solo estoy: la compañía;
puesto que el hombre está, como transido,
siempre entre la intemperie y la muralla.

La casa está en la tierra, está como la fruta
esperando que el sol nutra su cáscara,
nutra su techo y lo perfume
con toda la experiencia del espacio.

La casa está en el mar,
llena de espumas,
la casa choca y se transforma en blanca
lección de cortesía:
ella que fue arrecife.

La casa está en el cielo,
arraigada en la nube y en el orden
del loco génesis de las escalas:
como un Valparaíso en miniatura
ella dice el adiós, la bienvenida.

La casa sí, la casa está naciendo,
misteriosa ella va, de oscura noche
vestida, rumbo al día que la aclama,
ella es pura, y por tanto va al cimiento,
queriendo ser la casa, no el fantasma.

Ella, la casa, es pura,
y por tanto se orienta a las paredes,
se orienta al coro juvenil del vidrio,
se orienta al subterráneo,
a la techumbre.

Ella está al exterior, como nosotros,
y busca su razón, como nosotros,
es su propio fantasma
y
quiere ser la casa, en la medida
que nosotros queremos habitarla.

Ella, la casa, es pura
y quiere ver la criatura humana,
quiere latir su corazón al ritmo
del corazón del niño, y busca, busca
corazones que quieran habitarla.

La casa está en su casa,
casa, casa, ¡cuántas casas ausentes para el hombre,
cuánta miseria atroz, cuánta intemperie,
cuánta casa fantasma!

No comprende la casa su silencio,
su vacío de barco abandonado,
no comprende esta paz de cementerio,
¿dónde está mi habitante, se pregunta,
dónde está mi habitante, se pregunta,
dónde el niño sin techo del que hablaban?

La casa yace, yace sin remedio,
fantasma de sí misma, yace, yace,
la casa pasa por sus vidrios rotos,
penetra al comedor que está hecho trizas,
anida en las paredes desplomadas.

Penetra al dormitorio y se detiene,
¿quién duerme aquí?, pregunta,
nadie, nadie,
ni un dedal en la pieza de costura,
ni un plato en la cocina abandonada.

¿Y dónde están los hombres?,
no han venido,
no han llegado más bien,
pero a lo lejos: llegaremos, se oye,
llegaremos un día hasta la casa.

Llegaremos un día,
y tanta ruina
de la fantasmal casa
será esplendor, puesto que el hombre entonces
vendrá a morarla.

 

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Braulio Arenas
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