Aquella
nuestra casa
Volar,
volar al trote, libre y suelto
volar al espacio infinito.
Espacio donde la nieve va cayendo.
¡Oh! fenómeno extraño,
después de tardes cálidas
a la sombra de tu galería.
Y en el remanso de tus verdes, polvaredas de juegos
y aquel viejo horno de sabrosas creaciones.
Nuestro
espacio de aventuras y travesuras.
Nuestra choza bajo la higuera.
Y en aquellas noches
en que la urgencia mandaba,
el trote se convertía en una oscura ilusión,
y rompiendo records,
y volviendo del baño sin aliento.
Tardes
de mates con los mayores
al cobijo de un damasco.
¡Cuidado con el brasero!
Pero, ¿cómo superar la atracción
hipnótica del fuego¿
Inevitable tentación
de quemar un palito.
¡Qué
variedad de colores
desbordan tus primaveras!
Y el suave aroma del sol veraniego
filtrado por tu pérgola.
Este universo que comienza en tu calle
y culmina en los frutales,
nuestro inmenso Mundo Compartido.
Y
al retornar a la escuela,
la carrera urgente hacia tus habitantes,
cálidos como tu espíritu,
eres manifestación de sus Esperanzas,
sus Deseos y sus Almas.
Creciste
de a poco, junto a la familia.
Y hoy día, con tus décadas sobre los adobes,
bajo la sombra de tus verdes,
y aún habiendo vivido otros mundos,
tu espíritu nos marcó a fuego
bajo la piel, en el centro del Corazón.
(...)
todo proceso creador presupone el sentimiento de descubrir,
existe así la necesidad de inventar y por ende la invención
lleva implícito el desarrollo de la imaginación. Es así
que la ensoñación permite sumergirnos en un mundo despegado
del mundo real, con sus propias leyes, potencias y limitaciones.
(...) gracias a la ensoñación podemos descubrir las esencias
de la existencia y acceder a aquello que está negado a la
vista de los sentidos del mundo real y concreto.
Carlos
Marcelo Herrera