Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

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De paisajes poéticamente habitados

María Elena Hernández Álvarez

Francisco González León nació el 10 de septiembre de 1862 en Lagos de Moreno, Jalisco.

Enamorado de sus paisajes urbanos, meticuloso observador de los objetos que ocupan las habitaciones, de los olores que impregnan los ambientes y que definen fronteras de habitabilidad, de las réplicas virtuales de la arquitectura en los espejos del río, en los estanques y hasta en los pequeños pilones, González León tiene mucho qué decirnos a los arquitectos.

Poeta de espacios que se habitan a ritmo de provincia, de su provincia, en la cual centra buena parte su obra, y particularmente en tres "estaciones": la parroquia, el convento y su casa, sitios que integran un triángulo sagrado que él ama y recorre cotidianamente percibiendo su palpitar, sus transpiraciones.

Para Francisco González León su parroquia es más atmósfera que teología; este recinto espiritual churrigueresco lo evoca en la palabra con singular cuidado para leerse desde todos los sentidos humanos: el olor a incienso que se sienta en las sillas abaciales; el aroma de jazmines impregnando al atrio y también a una santurrona que pasa por ahí "persignándose en su inopia"; los cuchicheos de niños que se portan mal a la hora del rosario; los fierros que por viejos rechinan en el barandal del comulgatorio; los clamores y secretos celosamente guardados en las bancas; las campanas llamando a misa de doce que asustan a algún palomo perezoso en la cornisa de la fachada.

El Convento de las Clarisas, muy cercano a su hogar, marca también su sensibilidad frente a los espacios arquitectónicos; así, descubrimos en su obra olores a galletas recién horneadas, el griterío de chicos a la salida del catecismo, todos formaditos y listos a devorar el premio de recortes de hostia, el pilón que refleja la quietud del convento y hasta la celda con una vela aún encendida que de noche él espía desde lejos, como adivinando morbosamente las tentaciones de una monja.

La casa del poeta, rescrita en sus versos, es autobiográfica. La libertad de recorridos íntimos en ella, expresados con fina elegancia, revela la fascinación que en él ejercen las "presencias-ausentes", de su amada esposa Petra, de momentos compartidos alrededor del fuego, de historias encerradas en antiguos objetos o en amarillentos retratos de antepasados, de exquisitas meriendas casi conventuales, "mi casa -dice el poeta- tiene algo de capilla, ternuras de capillas interiores; ternuras que se fueron de puntillas/ temerosas tal vez de algún desaire" (Flores, 1990). Todos estos ambientes, bellamente poetizados, ineludiblemente provocan en el lector de la obra del laguense la nostalgia y el anhelo de vidas pasadas o futuras plenas de esencialidad.

Los espacios urbanos de su ciudad natal, minuciosamente observados, los atardeceres contemplados desde una banca en la plaza; las calles, generalmente vacías de personas que acaban de pasar, "algún aparador madrugador/ que en su cristal retrata/ las prisas de alguna beata" (Flores, 1990). La gota de rocío que amenaza con rendirse al fin de la hoja de un rosal; todo esto lo captura y lo eterniza en su poesía: "La campana de hoy es la de ayer/ y ha de ser la campana de mañana" (Flores, 1990). Así, la obra de este poeta es también un valioso documento historiográfico para la arquitectura, quizá más elocuente que muchos otros. Poeta de percepciones sensoriales y místicas a flor de piel, pero que no lo evidencia todo; sin duda, múltiples sonidos, olores o vistas se sugieren -quizá intencionalmente- para regalo del lector, para asomarse sorpresivamente tras las líneas de sus versos, como la firma de sus paisajes. En este sentido, en González León se cumple aquella idea de que, si bien una imagen visual vale mil palabras, la palabra poética evoca un sinfín de imágenes.

Además, la parroquia, las calles, los parques, el convento, su casa, su aspiración mística y también su fino erotismo con frecuencia se presentan en su obra poética enmarcados por el agua; en efecto, el poeta identifica muy diversas presencias del agua en su amada provincia y con ello acompaña, acentúa y embellece todavía más los espacios habitados, los abrazos humanos.

Un par de ejemplos a continuación ilustran lo dicho hasta aquí:

"La gotera"

Llovió toda la noche.
La llovizna final aún parpadea
un húmedo rumor en la azotea;
archivo de hojas que moviera el viento.
La oscuridad del ámbito se duerme
desvelada dentro del aposento.

La lluvia ha hecho
que se filtre el agua
y se traspase el techo
destilando metódica en la estera
del piso de la pieza,
una gotera.

Esbozo musical que se devana.
…Ritmo alterno
de arteria o de campana:
Tic… Tac…

Si motivos de música de cámara
la llovizna ejecuta,
la gotera en el suelo pertiguea
la ley de una batuta.

Hay algo que recóndito se afina;
la oscuridad es morfina
propia para soñar.

Ábranse de par en par
los sencillos postigos de la infancia.
Perspectiva interior de la distancia,
que tan cerca del alma se veía:
la vieja casa conventual y fría;
las grandes y recónditas alcobas;
los cuentos de los duendes que ahí andaban
cambiando de lugar a las escobas.

Y el bullicioso gozo;
y el asomarse al pozo
por distinguir la arruga
que en el agua dejaba la tortuga.

Recóndita virtud de aquellas cosas
que se amplían en el alma a la manera
del vidrio de una esfera.

Gotera
de renguera
desigual:
Tic… Tac…

Clepsidra cuya gota horada el tiempo
con caída de ritmo vertical;
rumor que asemeja al de la péndola
que en la sala de ambiente colonial
rebanaba el silencio de las horas
con el filo de su disco de metal

"Agua dormida"

Agua dormida de aquel pilón:
agua desierta;
agua contagiada del conventual
silencio de la huerta.

Agua que no te evaporas,
que no te viola la cántara,
y que no cantas, y que no lloras.

Tu oblongo cristal
es como el vidrio de una cámara fotográfica
que retrata un idéntico paisaje
de silencio y de paz.

Tus húmedos helechos,
un cielo siempre azul, y quizás
un celaje...

Tú a la vida, jamás, jamás te asomas,
y te basta de un álamo el follaje,
y en las tardes un vuelo de palomas...

Agua dormida,
agua que contrastas con mi vida,
agua desierta...

Pegado a la cancela de la huerta,
de sus rejas detrás,
¡qué de veces de lejos te he mirado!
y con hambre espiritual he suspirado:
¡Si me dieras tu paz!

Este breve texto con admiración y profundo agradecimiento a un gran poeta mexicano, quien nos convence de que, como dice Holderlin, "sólo poéticamente es como el hombre habita en la Tierra". Francisco González León es uno de los poetas que mejor nos permiten comprender y comprometernos de otra manera, de manera poética, con la arquitectura.

Notas

Flores, Ernesto, "Francisco González León. Poemas", México: Fondo de Cultura Económica, 1990.
* Artículo publicado en Bitácora No. 16, revista de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.

Bibliografía

Flores, Ernesto, "Francisco González León. Poemas", México: Fondo de Cultura Económica, 1990.

María Elena Hernández Álvarez