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La Casa-Taller de Luis Barragán, el lugar personal
Patricia Barroso AriasConstruida en 1948 por el arquitecto Jalisciense Luis Barragán ubicada en el antiguo barrio de Tacubaya en la Ciudad de México. La Casa-Taller es incluida por la UNESCO en el 2004 a su lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad, pero más allá de este valor, la casa nos lleva a una lectura que capta la atención del habitante desde una visión filosófica y antropológica que define su sentido como una imagen-objeto.
La Casa-Taller de Luis Barragán, es la imagen de una función y de una conciencia del ser y estar ahí, es una obra arquitectónica que logra expresar a través de su composición formal y espacial un significado simbólico, conjugado y atrapado entre los rincones que la configuran. Es el territorio íntimo, el espacio privado donde encuentran reflejo los hábitos y los ritmos personales, la disposición de esta viña particular abraza el caparazón que inscribe una acción vital, la de morar.
Al analizar la fachada principal, se observa una puerta ubicada al norte que permite el acceso al taller de arquitectura, el cual se puede distinguir por el volumen de menor altura, independiente del acceso a la casa del arquitecto, así en una disposición introvertida, la casa se independiza del estudio en una composición ortogonal. Al acceder a ésta el recorrido se inicia al descubrir la pequeña portería, cuya luz teñida por un vidrio amarillo, un pavimento de piedra volcánica, los muros encalados y la madera, caracterizan el primer evento significativo, aquí se provoca una pausa. La portería funciona como un sitio de espera que se oculta, no se anticipa, es un espacio que tiene un carácter íntimo y reservado, es el umbral que da vida al interior, lleno de matices y texturas iluminadas con una gran austeridad. Esta arquitectura que invoca al silencio es una de las minúsculas madrigueras de la casa, así se configura el primer rincón de meditación, donde el misterio, la tranquilidad y la austeridad formal encuentran lugar.
Imagen 1. Portería
Imagen 2. Vestíbulo
En la misma trayectoria, en una distribución espacial interna de forma laberíntica, se va descubriendo esa secuencia de retiros establecidos, donde en un cambio de nivel se revela el vestíbulo, una unidad donde convergen las contexturas y se valora el muro. El vestíbulo es un espacio potenciado que se niega a los otros, un rincón que contiene detalles minuciosos, que va conjugando el uso de la luz manipulada por un mecanismo de reflejos que inciden sobre un retablo expresado por Mathias Goeritz y bañan al tono rosa intenso de los muros interiores. La prolongación de estos espacios de transición se logra por la continuidad de las texturas del pavimento, así la piedra volcánica cobra su papel y asciende para formar una superficie obscura y mostrar todo su peso tectónico.
En este sentido el sólido rosado que define el vestíbulo invade el interior de la zona pública, incluso la pequeña cámara que comunica a este íntimo desayunador con la cocina. De esta manera, el vestíbulo funciona como el espacio comunicante cuya densidad tonal destaca y se prolonga en la diversidad de planos que configuran esta parte de la casa, cobrando la imagen del mundo de Barragán, retratando su proceso habitable que se genera desde esa esfera personal y colectiva. Conectados en su sentido de privacidad, el comedor y el desayunador son los estuches de la vida social, donde surgen las prolongaciones visuales que se extienden hacia el jardín, enmarcando un pequeño paisaje opulento y semisalvaje, un oasis monocromático que enfatiza la perspectiva profunda. Aquí surge esa mirada a lo íntimo donde el ser se cobija, trabaja, ama y descansa para plasmar el universo particular.
En esta casa, Barragán no sólo convive con los objetos como bienes o patrimonio, sino que intercambia gentilezas, festines, comparte ritos, costumbres, creencias y conjuga sus tesoros en los territorios yuxtapuestos, ofrece las esencias de lo propio, de los objetos inanimados y manifiesta el fenómeno del habitar en su forma de organizar, gozar y experimentar su arquitectura.
En esta secuencia, el salón de la estancia-biblioteca cobra una doble altura, advirtiendo un cambio de escala y un juego de luz y sombra, donde el movimiento y el recorrido sorpresa que se genera, nos llevan a una nueva dilatación del espacio, el aire y la luz. Apareciendo cuidadosamente una serie de objetos vinculados a la presencia de madera maciza que cubre este flujo espacial, la unidad del salón queda subrayada por la fuga de líneas de la viguería que lo cubre y por el mismo librero que se aloja en uno de sus costados, vertebrando todos los espacios del salón. Entre los dos planos blancos a media altura, se ha conformado un lugar de trabajo para la biblioteca provocando que el jardín al fondo se vea a través de múltiples marcos. Aquí se encuentran los enseres, muebles, objetos que fiel y silenciosamente escoltan la vida de un hombre, el muro que permanece y que es testigo del uso, en él se mira ya el testimonio del tiempo. En este espacio físico y simbólico se erige como tributo a lo íntimo un pequeño rincón, un lugar que genera identidad, "el tapanco", que nace a partir de una escalera de tablones en cantiléver ubicada en un recinto conformado por un juego de muros a media altura.
Imagen 3. Escalera
En esta cultura de lo cotidiano se expresa el marco físico de un territorio que acoge esta idea de casa como el lugar personal, dejando huellas que adquieren en el espacio interior un relieve particular del uso cotidiano. En este microcosmos la casa es también un espejo de una condición cultural, es reflejo de hábitos y costumbres, es nuestra extensión, es el espacio que nos define. Barragán encuentra ahí seguridad, silencio y paz, y en esa estructura simbólica que soporta al entramado de límites y objetos que la personalizan, encontramos otro refugio, un escenario que recoge una actividad, el taller, el lugar de trabajo.
El taller refleja un culto a la calidad de vida desde un ámbito privado, a éste se accede por una esclusa que comunica la casa y causa un volumen independiente que se adosa a la chimenea, destacando su techo inclinado de madera, iluminado por un vano que mira hacia el oriente, donde el contacto visual con la calle es sustituido por una serie de planos blancos ascendentes que se apropian desde el interior de las copas de los árboles. Posteriormente, a través de un nicho articulado, se localiza en contra esquina, una salida al pequeño patio de las ollas. Este lugar invita a dos elementos naturales que protagonizan su expresión, el verde de las enredaderas que se descuelgan de los muros y el agua, obscura, contenida y arrinconada en un estanque que se recorta en el piso de piedra volcánica.
En un resguardo de muros bajos configurados por una secuencia de planos que se desdoblan, se prosigue con el ascenso hacia la escalera que se oculta tras este juego de límites. En la segunda planta la intimidad se hace presente y la escala sugiere una transformación; esta casa es un paisaje de rincones contenidos entre límites que conjugan la austeridad con la presencia de la luz, la textura y el color. Así, en la misma disposición laberíntica se van descubriendo y esta secuencia de refugios plasman una filosofía de vida, en éstas se ejerce la experiencia vital del habitar y sus muros se cargan de significado, hay un diálogo continuo entre luces y sombras, vanos y macizos, profundidades y amplitudes.
El tapanco, la habitación de los huéspedes, el cuarto del Cristo, el cuarto blanco y la habitación principal tienen en común el sentido de la austeridad, del carácter íntimo, alejado, donde se plasma el lenguaje del silencio, del hombre solitario y sereno, desde un escenario personalizado, sobrio, en un juego de espacialidad fluida y compleja. En estas habitaciones, la ventana es ahora un juego de trampas blancas, que con cuidado, detalle y proporción permiten el paso de luz que se imprime en los muros. En este sentido el vestidor o cuarto del Cristo, como válvula espacial es la invitación a descubrir la terraza que se insinúa a través de una hendidura vertical, por medio de un sólido bañado con luz amarilla.
Al salir y descubrir la terraza se manifiesta la secuencia de muros elevados que componen los planos del sistema mecánico de calefacción, el tiro de la chimenea, el depósito de agua implantado en una torre y las escaleras que conducen al área de servicio, es aquí en esta composición a cielo abierto donde tiene su desenlace esta casa. Entre paramentos desnudos, la terraza sucede en un recorrido fragmentado que enmarca una perspectiva que se levanta y se dirige a una visual ilimitada que atrapa al infinito.
Imágenes y fotografías: Recuperado de http://www.casaluisbarragan.org/
Bibliografía
Barroso Arias Patricia, "La casa estudio de Luis Barragán", "Revista Perspectivas de arquitectura y diseño", Guatemala, No. 12 Diez Casas, 2011.
Casa Luis Barragán. Recuperado de http://www.casaluisbarragan.org/