Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos

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El espacio domesticado y el “alma” de la casa:
 Un rincón y cacho del mundo.
(El Vahído del orden)

Por: Javier Enrique Ramírez Arellano

                                       
a Erica y Adrhi, hijas de mi profundo ser.
 a Erick y Natalia, hijos de mi más profundo ser.

 

Dicen los entendidos que la conciencia de identidad es clave de madurez humana, y se llega a ella a través de la convicción de que, como pueblo, somos los mismos a lo largo de los siglos, aunque cambiemos de forma, de gustos, de aspiraciones y de ideales.
Carlos Chanfón Olmos (1928-2002)

“esas mujercitas son muy importantes; y aquellas que hablan con tono más humilde son bastante autoritarias en su hogar”
Gastón Bachelard

 

Del orden al desorden, y a la soledad del espacio domesticado…

“La manera en que nos proyectamos nosotros mismos y, ante todo, nuestra imagen en el espacio, confiriéndole un orden y un sentido es en gran parte inconsciente.” ,  ese orden en el que hemos delegado, casi sin darnos cuenta ¿o acaso si?, la tarea de transformar el espacio de la casa a la mujer en muda custodia de nuestra identidad. “Obra pura de la imaginación absoluta, es un fenómeno de ser, uno de los fenómenos específicos del ser parlante.” de esta manera la casa, es el lugar metafórico de nuestra identidad, con una serie de significados simbólicos que tienen que ver con “nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso” , pero que el descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; y nuestra consciencia se abre entre nosotros y el mundo intangible, etérea y sutilmente ante tal transparente muralla imperceptible.

 
Ante ese debate de lo inconsciente y lo consciente, la mujer en el mundo se manifiesta como pregunta de vida o muerte: “¿Qué somos y cómo realizamos eso que somos?” , pero como niñas o mujeres adultas  “pueden trascender su soledad y olvidarse de sí mismas a través de juego o trabajo” y lo observamos en un acto de trabajo muy simple: el ordenar su casa, y nos referimos al orden como al acomodo físico de ella y en ella de los muebles y al quehacer limpio de la casa , al “espacio homogéneo y neutro de la geometría euclidiana, indiferente a nosotros y a nuestro actuar” , y en general nos referiremos al “ama” de casa como una “intelectual de tiempo completo que dedica gran parte de su vida a clasificar una cantidad fenomenal de objetos diversos” , “no es aquí la inteligencia lo que es un mueble con cajones. Es el mueble el que es una inteligencia” . Que si por el tamaño, el color o el contenido, sin esos objetos, y algunos otros así valuados, la vida íntima no tendría modelo de intimidad, porque tienen, como mujer, por la mujer, para la mujer, una intimidad, convirtiéndose en una obsesión tener la casa y las cosas ordenadas y que termina por transformar la vida de todos los que allí viven en un infierno a puerta cerrada, “habiendo franqueado los mil pequeños umbrales del desorden de las cosas polvorientas, los objetos-recuerdos ponen el pasado en orden .

En un mueble, sólo una mujer “pobre de espíritu podría colocar cualquier cosa.” Ordenar cualquier cosa, de cualquier modo, en cualquier lugar, indica una debilidad insigne de la función de habitar para convertirlo en un espacio que será domesticado. “En el armario vive un centro de orden que protege a toda la casa contra un desorden sin límites. Allí reina el orden o más bien, allí el orden es un reino. El orden no es simplemente geométrico. El orden se acuerda allí de la historia de la familia.”

Sin embargo en esta sociedad capitalista, donde la filosofía del “usar y desechar” choca con nuestra herencia ontológica y cosmogónica (ordenar la casa es un acto ontológico), de una ideología educada que sobrevive incluso a esa presión consumista. Si bien “las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía” , o como dice Bachelard ¡Cuántos sueños en reserva si se rememora, si se vuelve al país de la vida tranquila!, y es precisamente en este orden que la casa contiene los símbolos personales y míticos de la mujer “ama” de casa que se convierte en un dialogo permanente entre la mujer con “alma” y esos símbolos como parte de su intimidad. Pero esos símbolos en forma de muebles no son muebles cotidianos, no se abren todos los días. Lo mismo que el “alma” del “ama” que no se confía, la llave no está en los muebles.

El rincón dentro del espacio domesticado

¿La casa: el espacio domesticado más habitable o más solitario, o está oculta a manera de mueble para ordenarla?           
¿Qué es un rincón, sólo un cacho, un pedazo del espacio domesticado?  Más que de desenmarañar el tejido de esa red tan compleja del espacio domesticado, la de interpretar  la idea de equilibrio de esa relación en la que se organiza el propio universo  de la casa o el micro cosmos del “ama” como su rincón, “he aquí el punto de partida de nuestras reflexiones: todo rincón de una casa, todo rincón de un cuarto, todo espacio reducido donde nos gusta acurrucarnos, agazaparnos sobre nosotros mismos, es para la imaginación una soledad, es decir, el germen de un cuarto, el germen de una casa” y en muchos aspectos interpretamos para comprender que el rincón que se vive se niega a la vida, restringe la vida, oculta el vivir o morir de la mujer. Por tanto, se puede manifestar que el rincón es una negación del espacio domesticado del “ama” y es aquí precisamente donde transcurren las horas ordenando, escuchando el silencio, el silencio de los pensamientos y de los ensueños. A veces, cuanto más simple es el espacio domesticado o el rincón, más grandes son los sueños.

Y en las páginas de la novela del poeta Milosz La iniciación amorosa, nos dice Bachelard, que encuentran mil remedios para el tedio y una infinidad de cosas dignas de ocupar su espíritu durante la eternidad: el olor enmoheciente de los minutos de hace tres siglos, el sentido secreto de los jeroglíficos de excrementos de mosca; el arco triunfal de ese mítico y típico agujero de roedor; el deshilachamiento de la tapicería donde se estira su espalda redonda y huesuda; el ruido de sus talones sobre el piso; el sonido de su estornudo a causa del polvo…, el alma, en fin, de todo ese viejo polvo del rincón de cualquier cuarto olvidado por los plumeros del orden.

Es sorprendente lo que significa fisiológica y destructivamente la palabra “vida”,  excederse, romper normas, ir hasta el fin ¿de qué? No lo sé, pero “experimentar sensaciones” es vivir según Octavio Paz. Augusto Quijano alude que una casa, más que una serie de cuartos organizados para ocuparlos con muebles, es una serie de espacios que albergan actividades, que alojan deseos y sueños, que encierran o contienen futuro, bienestar, calidad de vida. Para tal efecto co-habitar es una experiencia que parte de la convicción de que el orden del universo o del microcosmos -metafóricamente nuestra casa o ese rincón- ha sido roto o violado por el hombre mismo, ese intruso. Por el “hueco” o abertura de la herida que hemos infringido en el cuerpo compacto del mundo, puede irrumpir de nuevo el caos, que para los griegos es el estado original y natural de la vida. El regreso del antiguo desorden original es una amenaza que obsesiona a todas las conciencias y en particular a la del “ama” de casa en todos los tiempos, esa “gran boca vacía del caos”, dice Paz.

El espacio domesticado es un lugar de metamorfosis inquietantes, que diera la impresión de encontrarse al revés, sin embargo, constituye al parecer el único lugar posible de habitar; y se piensa, (porque aparentan las “amas” de casa) mientras realizan las tareas domésticas de ordenar que se abandonan a vagas e indefinidas fantasías sexuales, acaso buscando con ello evadirse del aburrimiento de su condición, replanteando el estereotipo de la soledad del “ama” de casa, donde la resignación, “es una de nuestras virtudes populares, al menos procuran ser resignadas, pacientes y sufridas.” , transfigurada en la heroína de un mundo aparte. Algo no muy diferente de todos esos, nuestros viejos chistes que presentaban al lechero y plomero como héroes salvadores de extenuantes tareas domésticas. De hecho, dice Bachelard, las pasiones se incuban y hierven en la soledad, ordenando objetos, libros, papeles, ropa, juguetes, cajas, junto con los deseos y la añoranza que las impulsa a fantasear, envolviéndolas en pensamientos enmarañados inextricables, de tal manera que no los pueden separar, liberar o escapar de ellos. Toda intimidad se esconde. “Nadie me ve cambiar. Pero, ¿Quién me ve? Yo soy mi escondite.

Y esa “doble influencia indígena y española se conjuga en nuestra predilección para la ceremonia, las formulas y el orden , donde la mujer “ama” y “alma” de la casa aspira a crear un mundo ordenado conforme a principios claros, comenzando por el amor que profesa a su espacio domesticado, donde le da sentido a su vida.

Son entre otras tantas expresiones de esta tendencia del orden y de su carácter como “ama” de casa, la que en su condición social define los límites de este apartheid casero, “las sombras son ya muros, un mueble es una barrera, una cortina es un techo” ,  y ya hay que designar el espacio doméstico transformándolo en el espacio domesticado del ser mujer y esto es mediante el proceso del ordenamiento. “Pero también el tiempo desempeña una función esencial en el hecho de convertir la casa” , y en particular su cocina: ese rincón como un cacho del ser, y esencialmente su dormitorio en lugares de segregación, en refugios que les aseguran un primer valor del ser: la inmovilidad. En tales casos el orden consiste en borrar lo más posible las huellas de quienes viven allí, incluso limitándose a vivir en los pocos metros cuadrados de la cocina y el tálamo. Esos rincones son los cuartos seguros, los lugares próximos a su inmovilidad, mitad muros, mitad puertas y ventanas. Un poeta escribiría: Je suis l’espace où je suis [yo soy el espacio donde estoy].

La vida del “ama” de casa es gobernada por un tiempo repetitivo y cíclico sometido a sí mismo a una abulia, a una pasividad con desinterés y falta de voluntad, evocada cada día por las mismas actividades de agotadora monotonía y al volver a su espacio domesticado, entra ella en ser ella misma, pudiendo “tomar conciencia de existir escapando al espacio” .

De aquí surge una reflexión dada esa impresión de la vida de la mujer “ama” de casa condicionada por un espacio domesticado metafóricamente de cuatro paredes (el rincón) establecida en una geometría de tan pobre soledad, “pero no borremos tan fácilmente las condiciones del lugar. Y todo retiro del alma tiene, a nuestro juicio, figura de refugio. El más sórdido de los refugios,” y es la modalidad “deshistorizada” de ese rol producto del propio capricho o modeladas según las costumbres personales de cada mujer.

Para esas grandes mujeres soñadoras en rincones de ángulos rectos, nada está vacío, nada está en desorden, la dialéctica del orden y el desorden solo corresponden a dos irrealidades geométricas. La función de habitar comunica el orden y el caos, lo lleno y lo vacío. Un ser vivo, regularmente la mujer “ama” de casa es la que llena un refugio o un espacio domesticado vacío, es decir, le da sentido y orden a lo habitable.

En el contexto actual, será importante analizar y criticar esa actividad del orden desde esa perspectiva histórica que tuvo Octavio Paz hace más de medio siglo, la realidad que prevalece de esta representación de la actividad del ordenar la casa y de la mujer “ama” de casa moderna. Pero, una vez más, éstas son cosas que la mujer no confiesa, entra en el gran dominio del pasado sin fecha, remontando para aflorar en el presente.  Condicionada la actividad doméstica de ordenar a una sintonía con ritmos colectivos, que regulan las estructuras y dinámicas de esta vida social, comenzando por las funciones o el reloj biológico cuya satisfacción no está gobernada ya por “la hora de comer”, “la hora de estudiar”, “la hora de compras”, la hora de cenar” o la “hora de ir a la cama”. En las sociedades modernas como la nuestra ya no se come cuando se tiene hambre o se duerme cuando se tiene sueño, sino siempre a horas establecidas según la convención y convicción social.

Ahora la idea de poner en orden la casa se vuelve una suerte de contrapunto silencioso y solitario de los ritmos sociales. En realidad, el que ordena, en ambos sentidos literales, en el de disponer o acomodar y organizar como método para realizar algo y en el de mandato que se debe obedecer: es el “amo del tiempo y del dinero”, en este aspecto y en consecuencia no interviene sólo sobre el presente sino que decide también sobre el pasado y en parte sobre el futuro.

“Todos los rituales – como el de ordenar la casa- tienen la propiedad de acaecer en el ahora, en este instante” no se puede dejar para después sino sería un desorden, y cuanto antes mejor para el “ama” de casa. Si no le dará el Patatus, una lipotimia.
Parafraseando a Octavio Paz, en cada mujer late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser otra mujer, y quizá entonces, empezarán a soñar otra vez con los ojos cerrados
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Gastón Bachelard afirmaba que “¡cuántos problemas afines si queremos determinar la realidad profunda de cada uno de los matices de nuestro apego a un lugar de elección!” , sobre todo a esa realidad muy profunda y tan arraigada como es el orden dado por la mujer en su casa. “Hay que decir, pues, cómo habitamos nuestro espacio vital de acuerdo con todas las dialécticas de la vida, cómo nos enraizamos, de día en día, en un rincón del mundo , pero ordenado, no permite que se disocie nada en él. Porque la casa es su rincón del mundo, su cacho de mundo, ese pequeño pedazo pero significativo lugar. En esas condiciones, si le preguntáramos a esa mujer, a esa “ama” de casa, cuál es el beneficio más precioso de su casa, diría seguramente que todo esté en su lugar y como ella lo quiere; ordenado para que la casa pueda albergar un ensueño como un privilegio de auto valorización y la proteja como soñadora en paz, porque todo está bien así, y ahí en la maternidad de la casa.

           La casa tal vez sea la (como espacio arquitectónico) más difícil de resolver, quizás también por esta razón es uno de los más difíciles de lograr como un todo de redondear en una unidad acertada. Implica no solo la organización de una serie de espacios, todos excesivamente particulares entre sí, sino que además, contiene características distintas a otras muchas casas de otras muchas familias. Cada familia y en particular la considerada “ama o el alma de la casa” pone de antemano una manera propia de vivir, de domesticar a la casa, una manera que es tan personal e íntima y a la vez tan ajena a los arquitectos, que se debe pensar y actuar como mujer y “ama” simultáneamente en el sentido del orden para diseñar una casa, por supuesto con nuestras características culturales. Casi siempre, el propietario es una especie de arquitecto, pero siempre la mujer transmite esa forma de actuar propia del “ama” de casa para hacerse comprender dando a conocer y explicando como si fuera una  verdadera arquitecta, y es lógico entender esa actitud. Todos viven y han vivido en una casa. ¿Cuántas maneras existen de vivir y ordenar una casa? Una infinitud, un sinnúmero, un sinfín, en pocas palabras ¡muchas!

Conocen de cocinas y de cómo se puede cocinar, de estancias y de cómo disfrutarlas, de comedores y de cómo nos gusta y gustaría comer en ellos, de recámaras y de cómo nos gustaría descansar mejor.

Todos hemos aprendido eso de nosotros mismos y de nuestros antepasados. Sin embargo, el arquitecto es el que organiza todos esos sueños y esas vivencias y costumbres. En una casa, como arquitectos, podemos hacer que una familia conviva, se relacione mejor, o bien se desintegre, al no tener las posibilidades de usarla de mejor modo y por tanto, de disfrutar de ese lugar para vivir y convivir. Los arquitectos hacemos que los lugares se disfruten, le proporcionamos seguridad, pero las vivencias y experiencias de habitar, pero sobre todo de co-habitar en una casa bien diseñada, hecha para vivir mejor, para elevar su calidad de vida, es para lo que sirve el orden particular de las cosas que la mujer da a la casa. Pero parece ser que no se ha dado cuenta que a veces o diríamos casi siempre el orden es el mejor escondite del desorden, sino pregúnteselo a quien hace el “quehacer doméstico”.

“…cuando, al volver tarde a casa hace unos días, entré en mi estudio, me di cuenta de que había ocurrido un cambio. Miré en torno. Todo lucía como antes. Los muebles se hallaban en su lugar habitual, la lámpara no se había caído, las cortinas colgaban en su aburrida rigidez, igual que siempre. Y sin embargo había una inquietud en el aire. Se cruzaban unos relámpagos sutiles. El equilibrio que adquiere una habitación donde se ha vivido mucho tiempo se había desvanecido. Pasó un momento hasta que descubrí la causa. Una señora se había encargado de quitar el polvo a mis libros. Se había quedado sola en el departamento todo el día. Al parecer, debía de haber retirado todos los libros de los estantes, para apilarlos en el piso a medida que los limpiaba. Luego los había vuelto a su lugar a su antojo. Demoré tres meses en volver a ordenarlos”.
Fragmento de Olof Lagercrantz

El desorden es siempre el orden de otro y viceversa.
“Y como hace falta que la ironía acompañe a la estupidez […], al abrir los cajones del mueble augusto descubre que la sirvienta ha guardado allí la mostaza y la sal, el arroz, el café, los guisantes y las lentejas. El mueble que piensa se había transformado en despensa.”

No sabríamos decir si unívocamente o equívocamente “todo esto puede interpretarse como un signo de mayor tolerancia o como una tentativa de dar más vida a viviendas frías, o si representa, en cambio, una idea diferente de vivir” muy diferente de ese concepto de orden obsesivo y hasta cierto punto caprichoso del “ama” de casa claustrofóbica. En este sentido “hace falta algo que conduzca a cierto orden, que lleve a algún equilibrio, y esto le toca al pensamiento de la proporción, de la proporcionalidad o equidad, cual es el pensamiento analógico”

Pero consideramos que nosotros los arquitectos no estamos tan alejados de esa idea del orden o desorden, pero la diferencia es que la definimos como “romántica”, y la vemos en nuestro estudio que constituye nuestro encanto como aquellos ateliers de los artistas y creativos de toda clase, esa parte de algo que nos define como un ser original y nos vuelve únicos, siempre y cuando vivamos solos. Pues de lo contrario el desorden es una forma de asocialidad, casi casi como un autismo, y si no lo creen, también pregúntenselo a sus hijos o en su caso a nuestras madres.

El espacio domesticado (la casa) ha sido y seguirá siendo un desafío para nosotros los arquitectos, a decir de Mario Botta: “la vivienda es y seguirá siendo el príncipe de los proyectos”, pero una cosa es cierta, “siempre terminamos durmiendo en la recamara, comiendo en el comedor o en la cocina y duchándonos en el baño.”

Se pretende ejemplificar de acuerdo a lo que plantea Pasquinelli; el funcionamiento de la cocina como espacio, como un sistema clasificador, que al mismo tiempo tiene necesidades prácticas y representaciones simbólicas importantes, así como estructuras espaciales características de este espacio y sobre todo las relaciones sociales que genera, según una lógica de equivalencias isomorfas que hacen de este espacio o lugar un “potente dispositivo” que norma el comportamiento disciplinario de los sujetos físicamente, del ser y los objetos presentes en su interior, formando un mapa cognitivo que permite, que cada quien se oriente en esa jungla de referencias espaciales, simbólicas y normativas que en la cocina se condensan.  ¿Sólo el “ama” y el “alma” de la casa serán condenadas a vivir en la planta baja? El sentido común del “ama” de casa habita en la planta baja y por esa razón la cocina siempre estará ubicada espacialmente allí.

¿Quién y qué controla las actividades del espacio domesticado? ¿Las relaciones sociales o los dispositivos espaciales? ¿Quiénes orientan las prácticas, personas y relaciones entre ellas administrando que hacer y qué no hacer? Existe una homología sustancial fundada y fundamentada en indeterminables correspondencias.

En ese vahído del orden, la cocina, espacio sagrado y consagrado por excelencia a la mujer, ha abierto al fin las puertas a los hombres (ente masculino), “pero también ha cambiado tiempos, modalidades y formas de consumo y ha transformado gestos, cuerpos, comportamientos como consecuencia de una profunda reorganización de su cabina de mando, construida en torno de la mesa de trabajo, verdadero altar de la domesticidad moderna.”

Resulta casi imposible establecer si estos cambios se han debido a la reestructuración del funcionamiento de este espacio ya adoptado en forma permanente por nosotros los arquitectos, o si, en cambio, no se ha de atribuir a los envases de los alimentos, empaquetados, congelados, enlatados, que la industria alimentaria nos induce con urgencia a consumir, o bien si no dependen de los diversos horarios, disposiciones y costumbres actuales de la familia. Es cierto que cada vez más a menudo la cocina se encuentra sola o nos situamos solos en la cocina para consumir de pie un emparedado o destapar una botella con algo que tal vez beberemos frente al televisor, donde fluyen imágenes especulares de otras personas que están solas y abren el refrigerador, ingieren la bebida y, a su vez, miran la televisión. Esto nos remite a decir que “en nuestro tiempo todo aquello ha cambiado […] porque una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración ya que en todas hay aportes positivos a la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen.” De tal manera, que se ha llevado a cabo una revolución o confusión semántica incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular, una forma de cultura menos refinada, artificiosa y pretenciosa que la otra, que nos permite ser más ”libre”, “genuino”, “representativo” y “audaz”.

Lo anterior se puede traducir a que el resultado de que el orden en el espacio domesticado sea más cómodo o también que el desorden tenga esa comodidad que la cultura popular impone en esas relaciones sociales que depende invariablemente de la cultura como reiteración. Comportamiento que las mujeres en esta cultura del siglo XXI lo veían impensable, “cuando las cocinas de nuestra infancia tenían como centro la mesa con las sillas en las que debíamos quedarnos rigurosamente sentados aunque sólo fuera para merendar, usando platos, vasos, cubiertos (de cualquier material menos desechables) y servilletas de tela.” Acaso éramos más disciplinados, más ordenados, o bien ese espacio no permitía movimientos sorpresivos. Se nos oprimía de los recorridos en forma de laberintos alrededor o debajo de la mesa. Eran otros espacios, otras vidas y otras mujeres.

Y por eso, explica Octavio Paz, que la virtud que más estimamos en las mujeres es el recato, como en los hombres la reserva. Ellas también deben defender su intimidad y sin duda en nuestra concepción del recato está su concepción del orden. “Al encarar las técnicas domésticas –que nos posibilitan cumplir los gestos precisos, junto con esa habilidad particular de coordinar de manera armónica y eficiente los movimientos para restituir cada mañana el aspecto familiar a la propia casa-, el cuerpo anula su disponibilidad para otras indicaciones de sentido” con un desvanecimiento y turbación por alguna indisposición que genera una apatía.

            Los mexicanos, decía Paz, consideraban a la mujer como un instrumento, ya de los deseos del hombre regularmente, finalidad sobre la que nunca se le ha pedido su consentimiento y en cuya realización participa sólo pasivamente con impasibilidad del ánimo, con abulia, lipotimia, en tanto que “depositaria” de ciertos valores, además de hallarse sintonizada con los ritmos colectivos de la vida social, la manera en que ordenan la casa es gobernada por una tradición de saberes y técnicas.

            “Gran señora…la mujer transmite o conserva, pero no crea…” , hay muy poca improvisación e inventiva en la manera en que ordena la mujer, nos dice Pasquinelli, sin que lo adviertan, todo está programado: gestos, movimientos, posturas forman parte de ese lenguaje silencioso que, con valores y energías que le confían la naturaleza o la sociedad, con aparente naturalidad, sea convertido en su maestro de ceremonias doméstico, según un código cultural cuya existencia ignoran, donde, en un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos. “Pasiva, se convierte en diosa, amada […] activa, es siempre función, medio […] La feminidad nunca es un fin en sí mismo.”

                “El secreto debe acompañar a la mujer. Pero la mujer no sólo debe ocultarse sino que, además, debe ofrecer cierta impasibilidad sonriente al mundo exterior […] en una gama que va desde el pudor y la “decencia” hasta el estoicismo, la resignación…” es todo eso que las capacita a través de la repetición y luego automatizadas por la costumbre, que constituyen el tejido social de una actividad que, tanto para la mujer que lo realiza como para el hombre que lo observa, parece tener principio y final en el interior de la casa, con el objetivo de asegurar una forma de reconocimiento social  al enorme derroche cotidiano de energía que se invierte diario en lograr que la casa “luzca” ordenada y presentable.

La actitud de los españoles frente a las mujeres en la época de la colonia era muy simple y se expresa, con brutalidad y concisión, en dos refranes: “la mujer en casa y con la pata rota” y “entre santa y santo, pared de cal y canto”
Acaso nos llevemos la sorpresa de descubrir ¿cuán poco nos basta para vivir bien?, bajo esta premisa implícita, dado que para vivir bien no necesitamos nada o poco, el espacio domesticado lo determinaremos como un lugar vacío, para que ni el orden o el desorden existan.

Es el caso del minimalismo, donde todo permanece en su lugar, sin que nada cambie, porque nada existe. ¿El orden soporta la máxima de “menos es más”, y el desorden a la de “más es menos”? o viceversa, es cuestión de interpretación.
Entonces, el orden estaría condicionado por el modo de habitar minimalista y que sería bastante simple: debemos vivir con menos de 100 cosas y no puedes tener hijos. Por tanto convertirse en minimalista nos dice que “Poseer menos es vivir más”. Encontrar en el minimalismo esa respuesta al orden sin ordenar en un mundo de consumismo ¿será la respuesta del “ama” de casa en nuestra cultura contemporánea? Cuando las cosas que tenemos en orden nos mantienen alejado de nuestros sueños de vivir un espacio tal vez en desorden.

                Naturalmente habría que preguntarles a esas mujeres dedicadas al orden, su opinión de lo expuesto aquí; para que no en ese “respeto” por ellas sea a veces una hipócrita manera de sujetarlas e impedirles que se expresen y que sean conscientes de esta realidad moderna  modificada y cambiante en lo social y cultural.

            Y nos referimos en este momento histórico actual, a un término aparente nuevo, pero más bien inusual que es el de los “no-lugares” que si son lugares pero con una fisonomía propia, sólo que cada uno de ellos es una réplica o copia idéntica de todos los demás, como los aeropuertos, centros comerciales, restaurantes o un gran hotel que son de una esfera pública transnacional y globalizada, donde dan la sensación de no saber dónde nos encontramos o por el contrario de situarnos en un lugar conocido. Marcados por la soledad, en un laberinto como el que describe Octavio Paz, paradójicamente, mientras las multitudes vuelven extraño un espacio familiar como lo es la casa o la cocina a la que nos referimos, los no-lugares convierten familiares los espacios extraños.

Javier Enrique Ramírez correo
Ciudad Universitaria, a 7 de junio de 2018.




NOTAS

m. coloq. Pedazo o trozo de algo.

Pasquinelli, Carla, El vértigo del orden, la relación entre el yo y la casa. Libros de la Araucaria. Buenos Aires, Arg, 2006. pág.9.

Bachelard, Gastón, La poética del espacio, FCE, México, 1983. pág.108.

Paz, Octavio, El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta a “El laberinto de la soledad”. Fondo de Cultura Económica, Ciudad de        México, Méx., 2016. Decimotercera reimpresión, pág.11.

Paz, Octavio, op.cit, pág.11.

Paz, Octavio, op.cit, pág.11.

Demiurgo según la Real Academia Española. Del gr. δημιουργός dēmiourgós ‘creador’.
En la filosofía platónica, divinidad que crea y armoniza el universo. En la filosofía de los gnósticos, alma universal, principio activo del mundo. En la eficaz interpretación de Pasquinelli, la mujer se convierte en ese demiurgo doméstico, como artesana o creadora, como una poderosa fuerza creativa o de personalidad. Ordenar la casa es algo más que la defensa del propio territorio. Es también una forma de relación entre las personas que la habitan , a partir de la representación del propio yo, en los límites en que un espacio lo permite. Además de los tantos criterios usados para ordenar el espacio , existe algo más, que es común a todos –invariablemente o pese a las diferencias de cultura de determinada sociedad- casi una regla universal, y es la necesidad de borrar las huellas del cuerpo. Como sostiene Mary Douglas, “lo sucio es incompatible con el orden”.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.11.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.14.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.110.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.178.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.112.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.112.

Paz, Octavio, op.cit, pág.14.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.171.

Paz, Octavio, op.cit, pág.34.

Bousquet, Joë, La neige d’un autre âge, pág.90.

Paz, Octavio, op.cit, pág.35.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.172.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.25.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.174.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.172.

Ver der Leeuw, L’homme primitif et la Religion, París., 1940.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.34.

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.34.                                     

Bachelard, Gastón, op.cit, pág.111.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.19.

Beuchot, Mauricio, Perfiles esenciales de la hermenéutica. FCE. México, 2008. pág.25.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.83.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.84.

Vargas Llosa, Mario, La civilización del espectáculo. Penguin Random House Grupo Editorial. México, DF, 2016, pág.66.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.85.

Pasquinelli, Carla. op.cit, pág.31.

Paz, Octavio, op.cit, pág.39.

Paz, Octavio, op.cit, pág.39.

Paz, Octavio, op.cit, pág.39.

Paz, Octavio, op.cit, pág.40.