Crítica urbano-arquitectónica de Ciudad Tlatelolco
Por: Abraham Ignacio Chino Cruz.
El siguiente artículo tiene como principal objetivo la crítica urbano arquitectónica a uno de los últimos y más relevantes proyectos metropolitanos habitacionales construidos en la Ciudad de México. Así mismo, ejemplificará cómo el “menosprecio a la memoria”, se traduce en perjuicio que irrumpe en las construcciones de valor significativo del siglo XX, sujetas de convertirse en monumentos artísticos, y cómo esta amenaza arremete contra el futuro de la especialidad en Conservación y Restauración de Monumentos. Ciudad Tlatelolco padece por la omisión y la falta de interés de la comunidad y autoridades, sin embargo, se niega a desaparecer. Es este dilema, en donde se centra el debate de la búsqueda de respuestas y convicciones que hagan posible el resurgimiento habitable del patrimonio arquitectónico de la ciudad.
Ciudad Tlatelolco (también llamada Centro Urbano Presidente López Mateos o Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco) emergió de la mente del arquitecto Mario Pani y tuvo como objetivo la regeneración urbana de franja conocida como ‘Cintura Central de Tugurios’, zona que delimitó el norte de la Ciudad de México durante la década de los sesenta y que reflejó una zona de miseria, hacinamiento y nula habitabilidad que sirvió de refugio para cerca de cien mil familias. El desarrollo habitacional fue uno de los últimos macro-proyectos urbanos encabezados por el Estado Mexicano. Su construcción, que se implementó en un terreno de noventa y cinco hectáreas, inició en 1960 y finalizó en 1964, albergó en su etapa final a ochenta mil habitantes.
Considerando esta descripción del origen del objeto urbano, se admite la relación ‘trabajador-producto’ que Guy Debord presenta en su obra La sociedad del espectáculo, donde señala: “El éxito del sistema económico de la separación, es la proletarización del mundo” (Enunciado #26, p. 10). Así, Ciudad Tlatelolco escenificó la tabula rasa mexicana de mitad de siglo, eliminando los emplazamientos humanos existentes en busca de la modernidad, pero también de su aprovechamiento para la creación de un sistema económico de proletarización de la vivienda. De tal forma que la construcción de los nuevos departamentos tendría como destino el de los sindicatos y otras organizaciones afines que permitirían la creación de clientelas políticas. Conjuntamente, sirva como metáfora señalar que los principales promotores de este “renacimiento de la metrópoli mexicana” proceden precisamente de entes del sistema económico: Compañías de Seguros, el Banco Nacional Hipotecario Urbano de Obras Públicas (B.N.H.U.O.P.) y el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (I.S.S.S.T.E.).
En contraste con las casonas decimonónicas, la vivienda colectiva agrupada en bloques de gran altura propuso que el desarrollo de la ciudad debía darse a partir de la habitación vertical del espacio, agrupando con ello módulos de departamentos de masiva escala que reproducían las propuestas lecorbusianas y los conceptos de diseño urbano-habitacional discutidos durante el Cuarto Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) de 1933. Por tanto, los conjuntos urbanos nacidos de la modernidad conformaron hitos en las ciudades donde fueron edificados, algunos con cualidades constructivas excepcionales que merecen ser temas de estudios históricos y que, además, a través del establecimiento de la “vida de barrio”, ayudaron a materializar las políticas de bienestar del Estado mexicano. Esta aseveración les valida como testigos arquitectónicos del pasado y fuentes centrales de un proceso de transformación social, en consecuencia, los legitima como bienes patrimoniales sujetos de conservación.
El concepto lecorbusiano de “la máquina perfecta de habitar” expresó una fascinación por la tecnificación productiva de satisfactores, sus estatutos formaron parte de los ideales del desarrollo de las objetos urbano-arquitectónicos a lo largo del siglo XX. Las células de habitación hacían uso y alarde de los recursos tecnológicos que materiales como el concreto y el acero permitían producir. La construcción en altura permitía aprovechar al máximo el terreno disponible y ofrecía vivienda a una cantidad mayor de población en torres que contemplaban nuevas pautas de habitabilidad. Se relacionó a la higiene directamente con el asoleamiento natural y la entrada de aire al interior de la vivienda; así mismo se valida a la forestación y creación de espacios verdes como actividades principales que contribuyen ampliamente a la salud del habitador. En lo tangible, estos ideales se materializaron con la implementación de grandes ventanales en las fachadas de los edificios, fue con estas grandes superficies de cristal, como surgió uno de los principales elementos distintivos del diseño arquitectónico de la vivienda colectiva de la modernidad.
Al respecto de la zonificación de Ciudad Tlatelolco, se observa un cambio fundamental entre el estado hipotético que planteó Pani frente a la obra construida. Este ajuste en el proyecto significó uno de los lastres que más afectan la habitabilidad en el multifamiliar. Esta variación del objetivo original, que representa lo que ha formulado Karel Kosik en Reflexiones antediluvianas, reproduce a uno de los componentes del “señor oculto de la época moderna, el dominus absconditus”, el transporte. Al respecto, escribe: “En el presuroso transporte y la acumulación de cosas y personas, la ciudad pierde la proximidad y la intimidad, su atmósfera está cada vez más determinada por la enajenación y la indiferencia, sin magia ni misterio” (p. 65). La adecuación realizada en el conjunto urbano radicó en que, en vez de la integración de dos centros comerciales regionales con estacionamientos, ubicados en los extremos norte y sur del proyecto, se optó por una zonificación perimetral de los mismos en la totalidad del conjunto, inclusive reemplazando superficie para plazas públicas, explanadas y jardines. Este inmenso decremento del espacio abierto habitable afectó, sin lugar a dudas, la consecución de la vida en comunidad que perseguía el conjunto habitacional. Tal como lo describe Kosik, la predilección por el vehículo automotor sobre el peatón restó “magia y misterio” al hito recién creado de la capital mexicana.
En adición al análisis de sus características, la unidad adaptó principalmente cuatro ideales del movimiento moderno europeo: la concentración de zonas habitacionales para formar comunidades, la funcionalidad concéntrica de las actividades, la integración de los diversos estratos socio-económicos a través de espacio público y la proporcionalidad del trinomio “densidad humana – construcción – área libre”. A partir de este hecho, puede advertirse lo que cita Mauricio Beuchot en La racionalidad analógica en la filosofía mexicana: “En la actualidad [modernidad] vivimos todavía de ese intento (o pretensión) de profesionalizar la filosofía [arquitectura] mexicana, importando ideas y métodos del extranjero (ojalá que sea más bien incorporándonos a la filosofía universal, pues no podemos desligarnos de ella)” (p. 88). A la par de este comentario y en estricta consonancia con el concepto del “mimetismo cultural europeo” enraizado en nuestro país, Samuel Ramos expresa en El perfil del hombre y la cultura en México: “Los mexicanos han imitado mucho tiempo, sin darse cuenta de qué estaban imitando. Creían, de buena fe, estar incorporando la civilización al país. El mimetismo ha sido un fenómeno inconsciente, que descubre un carácter peculiar de la psicología mestiza… Para que algo tienda a imitarse, es preciso creer que vale la pena ser imitado” (p. 21, 22). Dentro de estas dos reflexiones podemos descomponer un rasgo arquitectónico-social muy presente en nuestro país, la necesidad de reflejar como un símbolo de vanguardia la imitación de esquemas europeos. El hecho de que Ciudad Tlatelolco sea una reproducción maximizada de la Cité Radieuse de Marsella de Le Corbusier, confirma el enunciado anterior. Profundizando en el programa arquitectónico de los departamentos podemos reconocer esta descontextualización de productos extranjeros en lo local, por ejemplo, en la restricción espacial de los locales como la cocina, baños y cuartos de servicio, áreas esenciales para el desenvolvimiento de las costumbres de vida de la familia mexicana, no así para las del comportamiento en el viejo continente. De aquí, la conclusión reflexiva de Ramos: “…el único punto de vista [arquitectónico] justo en México es pensar como [arquitectos] mexicanos. Parecerá que ésta es una afirmación trivial y perogrullesca. Pero hay que hacerla porque con frecuencia pensamos como si fuéramos extranjeros, desde un punto de vista que no es el sitio en que espiritual y materialmente estamos colocados” (p.135).
Al respecto del análisis urbano de conjunto, los porcentajes de utilización de las noventa y cinco hectáreas se sintetizaron en: 30.7 ha de uso habitacional (32.3 %), 20.2 ha de vialidades y equipamiento (21.3 %) y 44.1 ha de jardines y plazas (46.4 %). Por tanto, podemos confirmar que el espacio abierto se convirtió en el elemento de diseño arquitectónico preponderante de la unidad habitacional. En lo positivo, Ciudad Tlatelolco fue el intérprete de la transformación hacia la modernidad de vecindades y tugurios que existieron en la zona. Esta innovación se logró a través de la edificación de departamentos con mejoras sustanciales de la calidad habitable, las viviendas contaron con espacios iluminados y ventilados naturalmente, además de que fueron más seguras estructuralmente gracias a los sistemas constructivos implementados de concreto reforzado. Conjuntamente, se dio a sus habitantes acceso a espacios abiertos y a zonas de esparcimiento, antes inexistentes. Pani volcó en su proyecto el sentido de la trascendencia histórica, Mauricio Beuchot, en Perfiles esenciales de la hermenéutica, describe acertadamente esto al escribir: “Hay en el artista una especie de pugna o dialéctica entre su libertad y la determinación que le impone su momento histórico. Intervienen condicionamientos sociales y personales, su cultura y su psiquismo lo restringen a ciertos materiales, ciertos métodos, ciertas mentalidades; tiene que alcanzar a romper esos condicionamientos con su libertad, a trascenderlos o sobrepujarlos” (p. 67). El arquitecto le confirió a Ciudad Tlatelolco el estatuto de convertirse en parteaguas de la forma de habitar en México, organizó un esquema de funcionamiento pragmático, aprovechó los modelos económicos gubernamentales para conducir a una correcta ejecución técnica y atendió hábilmente la gestión de promoción del producto. Aún con todas estas virtudes, falló en reconocer que los habitadores de estos espacios, familias mexicanas, aún no estaban listas para el reto que representa el modelo de convivencia del multifamiliar. Octavio Paz lo retrata en El laberinto de la soledad en una forma más poética: “No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales, también disimulamos la existencia de nuestros semejantes” (p. 48). Esta forma para “aparentarnos y encubrirnos” desembocó en que, a los pocos meses de su inauguración, la unidad padeciera de problemas de sanidad, seguridad, mantenimiento, funcionamiento y uso apropiado de los servicios de agua, drenaje, electricidad, entre otros. Estos malos hábitos, que son señal de la falta de integridad y conciencia social, generan aún en nuestros días el factor principal de daños a las construcciones, infraestructura y equipamiento urbano.
Si todo lo tratado con anterioridad pareciera insuficiente para darle al conjunto urbano Nonoalco – Tlatelolco, su lugar como un “testigo insobornable de la historia”, la fecha del dos de octubre de 1968 estableció en el núcleo de su espacio urbano, uno de los capítulos más sombríos de la vida pública nacional. Nos referimos a la masacre de estudiantes ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas. Al respecto, Octavio Paz pondera: “El sentido profundo de la protesta juvenil – sin ignorar ni sus razones ni sus objetivos inmediatos y circunstanciales – consiste en haber opuesto al fantasma implacable del futuro, la realidad espontánea del ahora. La irrupción del ahora significa la aparición, en el centro de la vida contemporánea, de la palabra prohibida, la palabra maldita: placer. Una palabra no menos explosiva y no menos hermosa que la palabra justicia” (p. 244). Así, este espacio tomó forma como el referente histórico por excelencia de Ciudad Tlatelolco. Por otra parte, se vinculan en el conjunto, los cimientos prehispánicos y cosmogónicos de nuestra raza, la tradición espiritual producto del mestizaje español y, además, el cruel argumento del progreso y fracaso de la modernidad. Este espacio abierto monumental nos hace volver dolorosamente al discurso de Fuentes: “México no puede saltarse etapas. No podemos brincar de una plataforma mínima de modernización tecnológica nacional a la gran corriente globalizadora, si no sustentamos nuestra propia participación en una previa e indispensable ‘globalización’ de nuestro propio país” (p. 123-124). A razón del poeta, la nación azteca pagó su “derecho de piso”, sin embargo, el futuro todavía puede ser esperanzador, Vargas Llosa en La civilización del espectáculo expone: “Felizmente, la historia no es algo fatídico, sino una página en blanco en la que con nuestra propia pluma – nuestras decisiones y omisiones – escribiremos el futuro” (p. 204). El autor reitera en su respuesta, la necesidad de actuar como grupo conjunto para producir el cambio deseado. Se podrá apelar, como fuente de certidumbre, a los valores de antiguas épocas que lograron formular las bases de una próspera “cultura del pasado”. La reinterpretación y re-comprensión del sentido de la belleza, de lo sublime y lo poético, concretamente planteando el descrédito hegemónico de la imagen como medio respondiente a las necesidades, la argumentación sobre las propuestas que verdaderamente atiendan a las causas y que solamente que exijan de ellas, virtudes superficiales.
Para finalizar, resta señalar cómo es que esta argumentación irrumpe en el ámbito de la protección de los monumentos arquitectónicos. En principio, por la contradicción observable entre el evidente respeto colectivo que se tiene de Tlatelolco como concepto que rememora al ´68 y en el también evidente abandono de Tlatelolco como espacio físico construido. Bastidor material que guarda en sus superficies, volúmenes y superficies los acontecimientos históricos. Al observar el estado de conservación de sus edificios, plazas, parques e infraestructura urbana, se duda acerca de si la “memoria colectiva”, como ícono mental figurativo, existe sólo en un sentido intangible y no en el físico. De tal forma que se puede separar al monumento del acontecimiento y viceversa. Sin importar la respuesta que se produzca a partir de este debate es indiscutible que, en casos como Tlatelolco, el “menosprecio a la memoria” atenta directamente contra de la existencia de patrimonio en el siglo XXI.
La historia nos ha demostrado que son muchos los países que amplían con gran prontitud el espectro de protección de los bienes muebles e inmuebles sujetos de conservación. La tendencia, que adolece de madurez en México, refleja una verdad esencial, los individuos nos encontramos cegados ante el diluvio que representa la destrucción del sentido de ‘habitar’ y ‘re-habitar’ los espacios. En contraparte, contenemos espiritualmente una grandiosa necesidad por sentirnos incorporados a la memoria colectiva construida donde se fundaron nuestras raíces. Este paradigma entre la conciencia cultural que puja y busca arraigo, inserto en una civilización moderna que retrocede en sus concepciones, es el ambiente que debe ser re-interpretado desde la teoría y práctica por parte de los conservadores del patrimonio.
Bajo esta consideración se puede pensar que las respuestas ante el rescate de la memoria en las urbanizaciones deben de garantizar dos aspectos elementales, el primero que deberá tutelar decisivamente el uso primigenio de cada monumento, esto con el fin de que su origen trascienda como herencia entre las generaciones de habitadores de la localidad. En segundo orden, que cada intervención debe exigir un estudio sensato de las posibilidades reales de subsistencia del medio social en el que se cederá al edificio restaurado. En tanto se garanticen estas dos afirmaciones, se podrá aprobar el procedimiento de actuación ante la preservación de las construcciones históricas y artísticas. Por otro lado, una de las responsabilidades mayores para los especialistas de la restauración es la selección del catálogo patrimonial a rescatar. La escala de valores que se inspiran en cada lugar presentará variaciones en sus planteamientos y diversificación en sus juicios. El tiempo fue, en el principio de la conservación, la cualidad que permitía otorgar trascendencia entre los monumentos. Hoy, la temporalidad se presenta únicamente como uno de las condicionantes de las construcciones, pero lo son también, el estilo, la monumentalidad, los materiales y sistemas constructivos, la autenticidad, la autoría de los mismos, los acontecimientos representativos que se produjeron en sus espacios e inclusive la relación que tienen dentro de conjuntos históricos de mayor complejidad. Por lo tanto, se cree que estos valores, que en su conjunto sí podrían restaurar la arquitectónica de las ciudades modernas, deban ser las conjugaciones que den merecimiento al rescate, o no, de los inmuebles que aún sobreviven. En suma, la Conservación del Patrimonio Arquitectónico en las urbanizaciones modernas como Ciudad Tlatelolco puede convertirse en una respuesta ante la pérdida de significados arquitectónicos. La recuperación de espacios, o en otros la restauración o rehabilitación, pudieran también dotar de nuevas acepciones a las construcciones de las ciudades.
Abraham Ignacio Chino Cruz
Ciudad Universitaria, México a 30 de octubre de 2019.
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