Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

Comprendiendo al habitante de la obra arquitectónica
Reflexiones desde el pensamiento de Michel Foucault

Jorge Anibal Manrique Prieto

Introducción

Este ensayo surge como complemento a mi trabajo de tesis, cuyo título es: "El habitante imaginado-real como binomio esencial en el proceso creativo de la obra arquitectónica." El objetivo principal de ese trabajo es reflexionar sobre la manera en cómo el arquitecto debería tratar de conocer en detalle la complejidad del ser humano - habitante real- que habitará los espacios arquitectónicos que él -el arquitecto- diseñará para responder a una determinada necesidad espacial de dicho habitante.

Se propone el concepto "Habitante imaginado-real" como un recurso que el arquitecto podría tener en cuenta durante el proceso creativo de los espacios arquitectónicos. Herramienta que dependerá del conocimiento que éste adquiera del o de los habitantes reales, de tal manera que cuando en el proceso creativo se imagine los futuros espacios habitables, éstos sean una respuesta clara, que relacione, por un lado, los requerimientos y anhelos del habitante real, y por el otro, las aportaciones que desde el conocimiento de su oficio -experiencia- hace el arquitecto. En otras palabras, el habitante imaginado-real es el arquitecto mismo imaginando los espacios habitables que propone, desde una mirada basada en el conocimiento del habitante real de la arquitectura.

Unos de los principales temas a tratar en el trabajo de tesis son entonces: la comunicación -entre el arquitecto y el habitante, entre el habitante y la arquitectura, entre la arquitectura y el contexto, y entre el habitante y el contexto- y la importancia de tratar de comprender más detalladamente la naturaleza del ser humano y su relación con todo lo que lo rodea. Estos temas serán los que se aborden en este ensayo.

Este trabajo ha sido estructurado en base a una serie de reflexiones que surgen de la revisión de la propuesta teórica de Michel Foucault en su libro "las palabras y las cosas". Varias de esas reflexiones se han complementado con algunas aportaciones de lo propuesto por Edgar Morín en su libro "los siete saberes necesarios para la educación del futuro". Se tomó la decisión de revisar esta obra de Foucault, porque en ella el pensador desarrolla un análisis crítico, entre otros temas, del lenguaje; argumentando que éste ha sido dominado y manipulado como un instrumento de poder -tema en cual se considera que hay similitud con la arquitectura-. Por otra parte, cuestiona el sistema estructuralista y explica como en los siglos XIX y XX muchos de esos instrumentos de dominio -entre ellos el lenguaje- están destinados a ser desestructurados.

Foucault aborda el tema de la comunicación de manera crítica, pero no escatima en destacar varias de sus virtudes, que han sido resultado de poner en tela de juicio los sistemas de poder dominantes en el mundo occidental -apoyados de un discurso de progreso y racionalidad- desde el siglo XVII hasta nuestros días. Esas virtudes o aciertos analizados por este autor son de gran aportación para las intenciones de este trabajo, y será a través de ellas que se tejan algunos de los puentes de relación entre el pensamiento filosófico y el arquitectónico. En la parte final de su libro, Foucault condensa todas sus reflexiones - de las ciencias humanas, del lenguaje, de las palabras y las cosas- en torno al tema del hombre y su ser. Se considera que en este punto, la aportación de este autor transciende del tema de la comunicación y se enfoca en algunas reflexiones sobre la compresión de lo humano, que servirán de articulación para entrar a la parte final de esta corta reflexión, con las aportaciones de Edgar Morín.

Con respecto a Morín, aparte de lo que ya se ha mencionado, se ha creído pertinente acudir a sus aportaciones sobre el pensamiento complejo, porque según lo han constatado otros autores, los seres y las cosas no pueden ser vistos, analizados o pensados solamente desde la individualidad y la clasificación racionales; sino que todos ellos, empezando por el ser humano, deben ser comprendidos desde su compleja relación con el todo y las partes que lo constituyen, y de las que hace parte a su vez. Morín abre las puertas a un pensamiento integral que busca generar conciencia y entender las relaciones de comunidad, de orfandad, de trabajo en equipo, que deberían existir entre los seres humanos -el arquitecto y el habitante-; entre ellos y la naturaleza; e inclusive entre los individuos consigo mismos.

Volviendo a la estructura de este documento, es importantes explicar que está constituido por dos partes: la primera, un poco más larga en extensión y densa en contenido, abarcará la reflexión de las propuestas teóricas de los pensadores mencionados, y lo que se considera pueden ser sus resonancias en el discurso teórico o práctico de la arquitectura - diseño y materialización de la obra-. Cabe recordar que las reflexiones de esta primera parte del trabajo han sido estructuradas específicamente en base a la propuesta de Foucault; las aportaciones de Morín son de carácter complementario. Se ha buscado que cada idea u aportación que se revise de estos autores sea relacionada de manera inmediata con el fenómeno arquitectónico, con el objetivo de que dicho entrelazamiento sea más claro.

Finalmente, en base a las reflexiones de la primera parte, se realizará el análisis de una obra arquitectónica del arquitecto colombiano Rogelio Salmona; esta obra es el Centro Cultural Gabriel García Márquez, del Fondo de Cultura Económica de México, en la ciudad de Bogotá, Colombia. Obra que ha sido escogida con el objetivo de demostrar a base de interpretaciones personales, la importancia que para este arquitecto tuvieron la comunicación y la comprensión del habitante o grupo de habitantes, como estrategias para el diseño arquitectónico.

Parte 1

a) Reflexión teórica: el lenguaje, la comunicación y la comprensión


Aunque el fenómeno arquitectónico es complejo, no podría llegar a afirmarse que lo sea tanto o más que el lenguaje. Sin embargo, en el desarrollo de este ensayo me permitiré establecer esa similitud entre el lenguaje -escrito y hablado- y la arquitectura, en pos de constituir un puente entre las reflexiones filosóficas de Foucault y su posible resonancia en el fenómeno arquitectónico. Basados en esta aclaración y de manera muy general, se puede decir a groso modo que la obra arquitectónica es un lenguaje por medio del cual el arquitecto le transmite una serie de mensajes al habitante. ¿Pero qué clase de mensajes quiere darle el arquitecto al habitante?

Por mucho tiempo se ha considerado que los arquitectos a través de sus obras han brindado las condiciones para enseñarle a los seres humanos a habitar en el mundo. Eso podría ser afirmativo hasta cierto punto; sin embargo, a continuación se verá cómo desde los cuestionamientos de Foucault, muchas de las verdades aparentes que vienen incluso desde la época clásica, deberían ser revisadas, incluyendo el discurso de bienestar que la misma arquitectura ofrece hoy en día.

A través de un reposado análisis, Foucault explica como el lenguaje es un instrumento de poder. El lenguaje, especialmente desde el siglo XVII, se ha convertido no solamente en una herramienta para documentar los descubrimientos de la ciencia que resultan ser verídicos, sino que en sí mismo se ha afirmado como un discurso de verdad; es decir, se ha hecho creer a los seres humanos que las palabras son la representación de las cosas que nombran. Así, si se nombra un árbol, se cree que la palabra árbol representa claramente ese objeto en la realidad. De esa manera, se entretejen semejanzas entre las palabras y las cosas que llevan a pensar que el lenguaje posee en sí mismo la verdad de la realidad. Dice el filósofo a manera de crítica "(…) la escritura, en cambio, es el intelecto activo, ‹‹el principio masculino›› del lenguaje. Sólo ella detenta la verdad" [1].

De la misma manera, como se comentó unas líneas atrás, la arquitectura diseñada por arquitectos suele considerarse como la respuesta más apropiada a la manera en como los seres humanos deben habitar en la tierra. Sin embargo, la realidad es otra, muchas de las obras arquitectónicas son pensadas con fines que van más allá del buen vivir de sus habitantes; es decir, son palabras que nada tienen que ver con las cosas -personas- que representan. Y es que las palabras a conveniencia de unos pocos no sólo afirman verdades que no son ciertas, sino que como lo explica Foucault, el lenguaje además de nombrar atribuye, ordena y mecaniza; cualidades que se le instauraron especialmente en la modernidad y que hoy en día continúan siendo vigentes.

Así, la arquitectura en vez de ser una respuesta cercana a la realidad de sus habitantes, se ha convertido en un instrumento de dominio que en muchas ocasiones les impone una mecanizada manera de vivir. Qué ejemplo podría ser más claro que el de los reducidos espacios arquitectónicos de las viviendas de interés social; por los cuales las personas pagan ciertas cantidades de dinero, que no son pocas, con la ilusión de que en esos espacios probablemente van a poder vivir mejor. Por otra parte, Foucault hace evidente como el lenguaje se ha convertido a la vez en un sistema de unificación, no como la integración de las cosas, sino dirigido a la simplificación; afirma el filósofo: "El análisis progresivo y la articulación más adelantada del lenguaje que permiten dar un solo nombre a muchas cosas (…) en efecto no son el resultado de un refinamiento del estilo; por el contrario, traicionan la movilidad propia de todo lenguaje (…)" [2].

A lo que se refiere el autor con ello, es a que la modernidad ha llegado tal punto de simplificación, que el mismo lenguaje se ha empobrecido. La arquitectura misma padece también de ese mal. Como respuesta al gran desarrollo de las industrias, la estandarización -mal aplicada claro está- ha limitado la versatilidad de las obras arquitectónicas; y no sólo eso, sino que en sí mismas las obras limitan las posibilidades para el habitante. La flexibilidad es entonces un requerimiento necesario que no puede estar limitado por el simplismo, que se ha vuelto tan característico en las edificaciones de este tiempo.

Como se ha hecho evidente hasta este punto, las reflexiones de Foucault van direccionadas a aclarar que el lenguaje no puede ser considerado como una verdad absoluta; y que realmente este es una representación de la realidad, es decir, no es la realidad misma. La arquitectura es también una representación, pero ni siquiera lo es del habitante -quien fundamenta su razón de ser- sino de los conceptos que se usan para promover el bienestar, que se cree, puede brindar a los seres humanos; en otras palabras, la arquitectura es una representación de otra representación.

La propuesta es, según el filósofo, entender que existe una notoria diferencia entre las palabras y las cosas. En términos de la arquitectura esto puede resumirse en, que es importante que los seres humanos se cuestionen acerca de los espacios en los que moran, y evalúen si realmente la arquitectura - el lenguaje- responde o no a sus requerimientos físicos y emocionales de habitabilidad; o si tal vez los espacios "habitables" se han quedado sumergidos en las respuestas a la finitud de lo inmediato; como aconteció con el estudio del lenguaje que llegó a limitarse a una analítica de la finitud, cuando la esencia de éste realmente radica en sus posibilidades infinitas.

Puede que las palabras y las cosas no sean lo mismo, pero lo más importante es que se entienda la relación que hay entre ellas. De igual manera, el arquitecto debe velar por entender las relaciones que se pueden establecer entre el espacio habitable y los seres humanos. La reflexiones de Foucault que nos han llevado a cuestionar la -en apariencia- estrecha relación entre la obra arquitectónica y el habitante, también son una invitación a superar los dogmas impuestos por los sistemas de poder, que muchas veces permanecen ocultos detrás de eventos tan cotidianos, pero a la vez tan complejos, como el mismo lenguaje.

En otra parte de su análisis, Foucault revisa la manera en cómo el conocimiento de las cosas durante mucho tiempo se basó en el entendimiento de las relaciones entre ellas; a esas relaciones las denomina semejanzas. Para él con el paso del tiempo, y gracias a los métodos científicos modernos, el análisis de los seres, los objetos, y los fenómenos, se ha especializado tanto que se ha reducido la posibilidad de seguir entendiendo las cosas desde su relación con las demás.

Dice el filósofo: "Conocer las cosas es revelar el sistema de semejanzas que las hace próximas y solidarias unas con otras" [3]. Traduciendo estas palabras al tema de este ensayo, puede decirse entonces que la verdadera estrategia para que el arquitecto conozca al habitante real de la arquitectura, podría radicar en entender la manera en cómo éste se relaciona con las demás cosas que lo rodean.

Así como las palabras son una representación de las cosas, la arquitectura puede llegar a ser una representación cercana del habitante, en la medida en que sea diseñada desde el entendimiento de las relaciones que éste establece, o debería establecer, con los otros seres humanos, con la naturaleza, con la historia, con la cultura o como lo sintetizaría Louis Kahn, con el cosmos [4]. El arquitecto debería, en la medida se sus posibilidades, entender las relaciones del ser humano con todo lo que lo rodea; relaciones que muchas veces son evidentes a simple vista, pero que también son construcciones mentales que pueden tener un origen cultural o histórico. Foucault comenta que las semejanzas suelen hacerse notorias a través de signos que revelan su existencia; es entonces labor del diseñador reconocerlas y tratar de transmitirlas a lenguaje de la arquitectura, para que el habitante pueda releerlas; ya sea de una manera consciente o inconsciente.

Durante todo ese proceso de entender las relaciones del ser humano con el cosmos, y de tratar de reinterpretarlas llevándolas a la arquitectura, el diseñador de espacios habitables se ve en la necesidad de recrearse en su imaginación. Es sólo en su pensamiento donde se pueden organizar todas las ideas, que luego se materializarán en una obra de arquitectura. Al respecto Foucault, hablando de la estrecha relación entre las semejanzas y la imaginación, comenta: "La semejanza se sitúa del lado de la imaginación o, más exactamente, no aparece sino por virtud de la imaginación, y ésta, a su vez, sólo se ejerce apoyándose en ella. (…) Sin imaginación no habría semejanza entre las cosas" [5].

Es entonces la imaginación la facultad mental que ayuda a ordenar y sintetizar el conocimiento, que previamente el diseñador de espacios habitables ha recaudado en relación al habitante y su contexto, para luego traducirlos en ideas espaciales, que se van a convertir en la génesis de la obra arquitectónica. Luego, esas ideas deben ser materializadas, es decir, las relaciones entre los seres humanos y su entorno, que el arquitecto desea poner en evidencia, deben ser escritas a través de la arquitectura, del lenguaje. Así como el lenguaje -escrito o hablado- es la única herramienta para transmitir un conocimiento; los materiales, las formas, las texturas, las relaciones espaciales, etcétera; son la única manera de poder establecer y expresar las relaciones de identidad y diferencia entre el ser humano y el universo. Por otra parte, al respecto del uso del lenguaje, Foucault comenta: "Si el lenguaje existe es porque, debajo de las identidades y las diferencias, está el fondo de las continuidades, de las semejanzas, de las repeticiones, de los entrecruzamientos naturales" [6].

Lo anterior confirma que una de las funciones del lenguaje, o de las palabras, es evidenciar las relaciones, la continuidad entre las cosas. Así la arquitectura misma está llamada a convertirse en una articulación, en una frontera que permita la identificación de esas continuidades; Foucault retomando lo dicho por Kant, denomina a ese fenómeno, la síntesis de lo diverso [7].

La síntesis de lo diverso pone en evidencia que entre todas las cosas -seres y objetos- y los fenómenos del universo, hay puentes que los unen y a la vez los diferencian; es decir, que todas las cosas se relacionan, pero a la vez todas ellas poseen una esencia propia [8]. Las palabras mismas para transmitir lo que quieren decir, necesitan estar contextualizadas. Así, la arquitectura que pretenda ser una representación cercana de su habitante, debería surgir como producto del contexto en donde éste está inmerso; que entre otros, permite incorporar dentro de la obra factores históricos y culturales.

Todo lo que se ha comentado hasta hora, es una muestra de la resistencia -que promueve el pensador francés Michel Foucault- a la reducción metodológica implementada incisivamente desde el inicio de la modernidad, en todos los campos del conocimiento humano, y que como se ha mencionado, es una realidad evidente en el fenómeno arquitectónico de nuestros tiempos.

La invitación es, pues, a apartarse de los mecanicismos y los órdenes impuestos a conveniencia de unos pocos, y retomar de forma consiente la libertad de conocer y de proponer abiertamente soluciones más adecuadas para las necesidades habitables de los seres humanos [9].

Los arquitectos no deberían seguir afirmándose en la idea de diseñar, por una parte, obras excesivamente sistemáticas o funcionales, y por otra, obras que sólo responden a caprichos estéticos. La arquitectura debe trascender en la vida de sus habitantes y no dejarse limitar por otro tipo de asuntos que la apartan de su verdadera esencia: ser el espacio para el desarrollo de la vida humana. Tampoco se pretende afirmar que la arquitectura debe ser un hecho poético, ilusorio o fantasiosos, sino que debe buscar el equilibrio entre lo empírico y lo trascendental, rasgos característicos de la naturaleza humana.

Y es que la esencia del lenguaje es, en sí misma, un ejemplo de la convivencia entre lo empírico y lo trascendental; convivencia que la misma arquitectura puede promover para estar mucho más cercana al habitante. Explica Foucault que la esencia del lenguaje radica en la posibilidad que este tiene, no de afirmar verdades, sino de dejar las puertas abiertas; de decir y a la vez no decir nada. El lenguaje se caracteriza, porque es fragmentario, y por la diversidad de sus intenciones [10].

En contra corriente a lo que se le ha hecho creer a los seres humanos, el lenguaje es libertad; y no verdad absoluta, clasificatoria o discursiva. Por ejemplo, las palabras son ellas mismas en el poema o en la literatura, porque dejan abiertos los horizontes de la imaginación. La arquitectura debería retomar esa cualidad del lenguaje, ser propositiva y no dominante, ser poética y no sólo funcional, ser en parte incertidumbre y no sólo certeza, ser más humana y no sólo objetual. Dice Foucault: "(…) las palabras se convierten en un texto que hay que cortar para poder ver aparecer a plena luz ese otro sentido que ocultan" [11].

Las obras de arquitectura requieren de la flexibilidad esencial del lenguaje. Los espacios habitables deberían brindarle la posibilidad a los seres humanos de relacionarse de distintas maneras con ellos; de ofrecerles un sinnúmero de oportunidades de interacción con su contexto -natural, social, histórico, económico y político- ; y también, de evocar, a la mejor manera de un poema, memorias del pasado que se conviertan en empujes para el futuro [12]. Cada hecho físico de las obras de arquitectura debería tener un potencial de trascendencia para los seres humanos.

Pero aún cabe hacer una reflexión adicional que tiene que ver con lo humano; Foucault plantea que aún no nos hemos preguntado lo suficiente sobre ello -tal cual lo hizo Nietzsche cuando se preguntó por el ser-. Y es que el filósofo francés es enfático en cuestionar la manera en que se ha dado por hecho la existencia del hombre, ya que la realidad demuestra otra cosa: la falta de comprensión que tenemos de lo humano. Para él, el ser humano no puede definirse completamente, porque su existencia es sinónimo de complejidad e indeterminación; y critica que tanto pensar en el hombre -premisa de la modernidad- ha hecho que nos olvidemos de lo que es ser seres humanos y del mundo en el que vivimos; comenta Foucault: "(…) es porque estamos tan cegados por la creciente evidencia del hombre que ya ni siquiera guardamos el recuerdo del tiempo, poco lejano, sin embargo, en que existían el mundo, su orden y los seres humanos, pero no el hombre" [13].

Con esa reflexión el pensador francés hace evidente lo que muchos de los seres humanos no hemos querido reconocer: la deshumanización de la humanidad. Todos los discursos que tienen implícito en su interior la dominación y el poder, se han maquillado con una imagen de progreso [14] usando el concepto del "hombre" y su bienestar, para controlar y someter a sus antojos a las grandes masas de seres humanos; y la arquitectura no ha sido la acepción.

Pero el mismo Foucault, retomando la propuesta del superhombre de Nietzsche, esboza lo que quedaría por hacer ante un panorama con tan aparente dificultad. Para él, el superhombre es una filosofía del retorno; un mensaje de renovación de la vuelta a las raíces que Nietzsche dejó a la humanidad. Ese hombre especial, para Foucault, es aquel que vuelve a tener conciencia de su humanidad, de la naturaleza, de la cultura, de la historia; es decir, de su ser y estar en el mundo. Es un despertar del humanismo que ha dormido serenamente durante tanto tiempo [15].

Humberto Eco dice que el arquitecto está llamado a ser la última figura del humanismo en la tierra; y tal vez tenga razón, si lo argumentamos con la reflexiones que hasta este momento se han podio retomar de Foucault. Un arquitecto humanista debería proponer entonces una desalienación de los seres humanos a través de la arquitectura; desalienación que le permita al hombre reconciliarse con su propia esencia, en el presente; y a la vez le permita remontarse a su origen, a su verdad [16].

Pero ¿de qué origen se está hablando? no precisamente de aquel adonde se remontan todas las cosas -Foucault lo llama el vértice virtual o punto de identidad- ; ya que se estaría hablando de un origen compartido donde se perderían las identidades de los objetos y los seres. El origen al que refiere el pensador, es aquel que define el comienzo de cada ser humano; al respecto dice: "el hombre siempre puede pensar lo que para él es válido como origen sólo sobre un fondo de algo ya iniciado" [17].

El filósofo explica que el origen de cada hombre, es la manera en que éste se articula, una vez ha nacido, con lo ya iniciado del trabajo y de la vida; es decir, con el tiempo, el universo o el lenguaje, entre muchas otras cosas que han existido antes que él. Pero también ese origen se define con relación a las cosas, seres y fenómenos que están más cercanos a cada ser humano: las personas que lo rodean, el entorno natural, las costumbres, etcétera.

Esa correspondencia con lo inmediato o lo cercano, hace que el ser humano entable a su vez una relación con las múltiples cronologías que han anticipado su llegada al mundo y que han definido en gran manera su existencia. Es así como se aclara también el principio originario que debería regir a las obras de arquitectura: el de permitir que el ser humano entable una relación armoniosa con todo aquello que define su existencia. Heidegger también se había percatado de ello; al proponer que la arquitectura, como Lugar, debería ser una frontera entre el ser humano y la cuaternidad -el cielo, la tierra, los mortales y los divinos [18].

La reflexión hasta este momento es contundente: los arquitectos más que creerse portadores de la verdad -es decir, creer que le van a enseñar cómo vivir a los individuos- deberían ser seres humanos interesados en comprender a los otros seres humanos, para ayudarles de cierta manera a moldear los espacios arquitectónicos que les brinden la posibilidad de habitar plenamente en el mundo. A propósito de la comprensión, Edgar Morín explica: "Comprender significa intelectualmente aprender en conjunto, Com-prehender, asir en conjunto (el texto y su contexto, las partes y el todo, lo múltiple y lo individual). (…) Comprender incluye necesariamente un proceso de empatía, de identificación, y de proyección. Siempre intersubjetiva, la comprensión necesita apertura, simpatía y generosidad" [19].

La comprensión tal cual la define Morín, es entonces medio y fin de la comunicación humana. En apariencia este concepto es muy sencillo, pero cuánto nos cuesta a veces a los arquitectos poderlo poner en práctica. La comunicación del diseñador de espacios habitables y el habitante, no se entabla entonces a través de la obra arquitectónica, sino que debe iniciarse mucho antes de que ella siquiera sea imaginada en la mente del arquitecto. La comunicación habla de comunidad, de trabajo en equipo y no de individualidades o imposiciones como muchas veces ocurre. No podría asegurarse, pero parece ser que la base de una buena arquitectura, depende de la comunicación: entre el arquitecto y el habitante, entre el habitante y la arquitectura, entre la arquitectura y el contexto, y entre el habitante y el contexto; y toda esa complejidad debería pasar por la mente del diseñador durante el proceso creativo de la arquitectura. A modo de conclusión, Morín comenta:

"Este es el modo de pensar [el de la comprensión] que permite aprender en conjunto el texto y el contexto, el ser y su entorno, lo local y lo global, lo multidimensional, en resumen, lo complejo, es decir, las condiciones del comportamiento humano. (…) La comprensión hacia los demás necesita la conciencia de la complejidad humana" [20].

Parte 2

Centro Cultural Gabriel García Márquez: Una obra de arquitectura basada en la comprensión del ser humano y su contexto


El edificio del Centro Cultural Gabriel García Márquez, última obra que el arquitecto colombiano Rogelio Salmona pudo ver materializándose en vida, está ubicado en pleno centro histórico de la ciudad de Bogotá, Colombia; en el sector de la Candelaria. A una cuadra de la plaza de Bolívar -zócalo capitalino-, de la catedral primada de Colombia y otros edificios de carácter histórico y patrimonial de la ciudad. Su ubicación precisa está en la esquina de cruce entre las calles: carrera sexta y calle once. Este centro cultural es una obra arquitectónica que posee cuatro plantas, de las cuales dos están enterradas. En él funcionan: un auditorio, una sala de exposiciones temporales, un par de restaurantes, las oficinas centrales del Fondo de Cultura Económica de México en Colombia, la librería con su respectivo deposito, una ludoteca, una biblioteca y las áreas de servicios. Lo sorprendente de todo ello es que cerca la mitad del área total del edificio está constituida por áreas exteriores, -entre patios, terrazas y corredores cubiertos o al aire libre.

Pero ¿por qué Rogelio Salmona decidió realizar una intervención de este tipo, en un contexto tan caracterizado por una ocupación casi total de los predios? ¿Qué motivos llevaron al arquitecto a proponer una obra con predominancia del vacío y las transparencias? ¿Acaso quiso romper con el contexto o con las tradiciones constructivas de este sector tan importante de la ciudad? La solución a estas preguntas y muchas más podría radicar en una respuesta contundente: Salmona diseñó el edificio del Centro Cultural Gabriel García Márquez con esas características, porque se dio a la tarea de tratar de comprender en detalle al ser humano -habitante-, y sus múltiples relaciones con el contexto donde este está inmerso.

Salmona no cayó en los simplismos al diseñar este edificio, al contrario, buscó la manera de responder a la mayor cantidad de complejidades que el ser humano y su contexto le plantearon como determinantes para este proyecto. Lo primero que propone el arquitecto, es una obra arquitectónica incluyente; por esa razón este edificio carece de puertas y rejas de control; esto quiere decir que el centro cultural está abierto todos los días, durante todo el año, para todas las personas.

La envolvente perimetral del edificio ha desaparecido, y sólo una hilera de columnas (en especial por la calle 11) se ha convertido en la frontera, entre el interior del edificio y el espacio urbano. El limite, que en las construcciones de este sector de la ciudad se caracteriza por ser de gruesos muros con pocas aberturas, en la obra de Salmona se ha convertido en una abstracción, que sólo parece ser un muro cuando se mira de perfil, como sucede con la columnata de Berníni en la plaza de San Pedro, en el vaticano.

Además de la casi desaparición de la envolvente, el arquitecto generó dos patios circulares; uno -el más grande y que está enfrente del acceso principal- a la manera de una gran plaza pública que convoca a los transeúntes y a la vez se fuga a hacia la ciudad. Y otro que está contenido por el cerramiento acristalado de la librería, que lo bordea casi en su plenitud; patio que en su centro posee un espejo de agua que refleja el cielo, y es cobijado por la espesa vegetación que se descuelga de las macetas ubicadas un piso arriba, en las terrazas.

Las personas, si así lo prefieren, pueden subir directamente a las terrazas del edificio sin involucrarse en las otras actividades que se estén desarrollando dentro de él. El arquitecto cuidó con detalle la accesibilidad para todas las personas en todas las espacialidades del edificio; en ese sentido su arquitectura no es dogmática, al contrario, le brinda la posibilidad al ser humano de que escoja los recorridos, la actividad que quiere realizar; si quiere estar solo o reunido con los demás seres humanos; en fin, la obra es sólo un ramillete de posibilidades para el habitante.

Salmona no escatimó en llenar a esta obra de detalles, que la vuelven sumamente compleja en su sencillez. El manejo de las volumetrías casi desmaterializadas, las relaciones espaciales basadas en ritmos de sombras y penumbras, las curvas insertas en la racionalidad del rectángulo, las terrazas como balcones, los patios como plazas, los accesos ceremoniales, los espacios cedidos a la ciudad, la solución de la esquina urbana, los recorridos bifurcados, las transparencias, las texturas del concreto y del ladrillo; la calidez de la madera en pisos, estanterías y barandales; la vegetación en los patio y terrazas; el agua, el sonido del viento, el encuentro entre los materiales; son sólo algunos de los detalles evidentes, que revelan las incansables reflexiones del arquitecto, en su búsqueda por encontrar a las potencialidades del espacio habitable de los seres humanos.

Hasta este momento se han resaltado especialmente las cualidades espaciales de la obra; sin embargo, es importante ahondar en la manera en cómo el arquitecto solucionó las relaciones del habitante con todo lo que lo rodea, en otras palabras con su contexto; que como se mencionó en el apartado anterior, es el que en gran porcentaje determina las características esenciales de los seres humanos. En cuanto a los requerimientos biológicos del ser humano, el Centro Cultural Gabriel García Márquez promueve varios tipos de relación entre el habitante y el clima de la ciudad de Bogotá, el cual se caracteriza por ser frio y lluvioso durante gran parte del año. El edificio ofrece espacios para actividades al aire libre, para cuando el clima lo permita; recorridos cubiertos, para cuando sea necesario protegerse de los rayos del sol o de las intensas lluvias. Hay espacios íntimos cubiertos y descubiertos; y espacios preparados para confortar del frio y brindar calidez al habitante, como el de la librería, que está revestida de madera natural y coloreada por el pigmento naranja -claro- del ladrillo de la sabana de Bogotá.

La relación del ser humano con la naturaleza también está resuelta en este edificio. La vegetación que descuelga de las terrazas, y la que está puesta en algunas macetas regadas por el espacio, expirando el olor a tierra y a plantas aromáticas. La naturaleza milenaria de los Andes -cerros orientales de la sabana- se hace evidente desde los patios y terrazas. El agua acompañando el recorrido de los espacios exteriores, rebosándose en los aljibes del patio principal y en el espejo de agua del patio de la librería. El viento estremeciendo la vegetación y chocando con los elementos verticales que soportan la estructura; y finalmente la luz del sol, que en las tardes casi rojizas, enciende el color naranja del ladrillo y el ocre del concreto, para llenar de calidez los ojos de los habitantes.

El centro cultural también permite la relación del habitante con la ciudad misma. Las terrazas son balcones para admirar las edificaciones antiguas del centro histórico y también para levantar la mirada hacia los edificios más recientes. El edificio es una especie de vitrina que enmarca, como un cuadro, las calles aledañas y permite ver detenidamente el movimiento, es decir, la vida de este sector de la ciudad.

Esta obra fue esencialmente pensada para promover la relación de los seres humanos con los otros seres humanos; es una arquitectura del encuentro. Por eso no tiene barreras, al contrario, convoca a la integración; esa es la función primordial de su patio principal; que desde mi punto de vista, más que patio es una plaza. Este espacio puede considerarse parte del tejido urbano de esta parte de la ciudad. Sólo bastó que se inaugurara el edificio para que la gente se abarrotara en él y lo convirtiera en una plaza de actividades culturales; mientras que los antepechos de las terrazas se han convertido en los palcos para poder disfrutar de dichos eventos.

Aunque suene paradójico, la arquitectura del Centro Cultural Gabriel García Márquez también promueve el encuentro del habitante consigo mismo. A la manera de los rincones descritos por Bachelard, Salmona ha dejado sugerencias en el espacio que permiten que las personas se sientan recogidas por él y puedan meditar sobre ellas mismas. Las bancas, los antepechos anchos, las esquinas de encuentro entre la geometría curva y la ortogonal, son algunas de esas sugerencias, que con el paso del tiempo han sido apropiadas por los seres humanos.

En este edificio el ser humano también tiene la oportunidad de estrechar su relación con el cielo; con el cosmos. Los patios para Salmona son aljibes del cielo; y por si fuera poco, el arquitecto ha tomado la decisión de duplicarlo con el espejo de agua que está contenido en el patio de la librería. Patio adonde se fugan todas las miradas desde el espacio interior de esta parte del edificio. Pareciera que el arquitecto intencionalmente, quiso acercar a los habitantes de la librería un fragmento del cielo bogotano.

Las costumbres y la historia también están a la merced del habitante; no en vano Salmona dispuso, tanto en espacios interiores como exteriores, elementos para resaltar la belleza de la antigua cubierta de la catedral o para enmarcar algunas reminiscencias conservadas de la arquitectura de la época colonial. Las terrazas a la mejor manera de balcones rememoran los días de mercado, cuando los señores de las casonas se asomaban para ver el acontecer de la ciudad; asimismo, hoy los seres humanos que habitan este edificio observan calladamente el fluir de la vida por estas estrechas calles tan cargadas de memorias individuales y colectivas.

En esta obra de arquitectura también ha habido espacio para resaltar la relación del ser humano con lo trascendental; reflejada en los mitos y ritos que son evocados desde sus espacialidades. El acceso -por la calle once- por citar un ejemplo, es un espacio ceremonial; una transición en la que el habitante es recibido por el agua que viene a su encuentro y lo limpia mientras está en la penumbra del adentro-afuera, para que pueda dirigirse hacia las escalinatas que lo separan y además lo acercan al corazón del edificio, el patio-plaza principal.

Antes de que el habitante suba las escalinatas, está obligado a mirar hacia el cielo y divisar a lo lejos los cerros orientales, lugar donde habitan los seres superiores -según los Muiscas, antigua cultura precolombina que habitó este territorio- que alimentan la sabana, dejando fluir el agua para que la madre tierra sea fecundada. Luego en un impulso que implica esfuerzo por parte del habitante, éste asciende por las escaleras y llega finalmente al nivel donde el cielo se abre ante sus ojos -el patio principal- y tiene la posibilidad de acercarse a la librería, que como otro espacio sagrado, alberga la luz del conocimiento que contienen los libros en su interior. Lo sorprendente de todo esto que se ha narrado hasta el momento, es que antes de haber sido materializado el edificio, todas estas relaciones que hoy son evidentes en la arquitectura del Centro Cultural Gabriel García Márquez, fueron construidas, analizadas, comprendidas, en la imaginación del arquitecto.

Muchas veces se le criticó y aún se le critica a Rogelio Salmona el haber generado un lenguaje arquitectónico propio. Para muchos, sus obras son la repetición de ese lenguaje. Sin embargo, habría que percatarse de que el contexto en el que Salmona trabajó casi toda su vida siempre fue el mismo: la sabana de Bogotá. Lo que se quiere decir con esto es que las obras de este arquitecto no pertenecen solamente al entorno inmediato en donde se han implantado, sino que son lugares dentro de un lugar más grande en donde hoy conviven a diario más de ocho millones de vidas.

Probablemente, Salmona entendía más del pensamiento complejo que aquellos que lo criticaban. Sus obras llegan hasta donde los ojos del habitante puedan observar; es decir, están relacionadas con más cosas de las que uno a simple vista podría imaginar. Con estos argumentos se podría responder brevemente a la siguiente pregunta ¿Cuánto tiempo le tomó a Salmona comprender a los habitantes de su arquitectura? Nos tomamos el atrevimiento de responder: todos los años de su existencia que pudo vivir en Bogotá. Comprender de tal manera al habitante, le permitió a este arquitecto diseñar espacios que responden, además de los requerimientos espaciales y físicos, a los requerimientos espirituales de los seres humanos. El centro cultural es una frontera entre el ser humano y el cosmos, que brinda espacialidades flexibles para que en un futuro se puedan desarrollar otras actividades en él; y a su vez, está tan arraigado a su sitio, que parece que está destinado a permanecer por mucho tiempo en él.

Para que el ser humano tenga una buena muerte, es necesario que haya vivido primero una buena vida, dice Heidegger. Y vivir una buena vida implica ser consciente de lo que se es, de donde se viene y hacia donde se va. Se ha resaltado cómo esta obra de Salmona permite que el ser humano sea consciente de su presente y su pasado; y ahora, brevemente y para terminar esta corta reflexión, se explicará porque también origina en sus habitantes un empuje hacia el futuro.

Hace poco más de una década, Colombia estaba más inmersa que nunca en un conflicto armado entre el estado y los grupos al margen de la ley, constituidos por guerrillas y carteles del narcotráfico. Por su parte, los especuladores del suelo buscaban la manera de aprovecharse de la situación para irrumpir en los centros históricos de las ciudades, y poder sacar provecho económico, haciendo arquitecturas insonoras, incoloras e inhabitables. En pocas palabras, salir a las calles, en especial las de Bogotá, era un acto de valentía.

De repente, de la mano de algunos hechos políticos, surgió un proyecto arquitectónico -la renovación del museo del Banco de la República- que se materializó a un par de cuadras de la localización de lo que hoy es el Centro Cultural Gabriel García Márquez. Era una obra de otro importante arquitecto colombiano: Enrique Triana. Salmona en agradecimiento -y a pesar de que entre ellos no hubiese una buena relación- por esa obra que se abría a la calle, que era incluyente; de manera sobria le remitió unas profundas palabras, a través de una nota, que decía: "qué bella obra le has regalado a la ciudad".

Después de algunos años la oportunidad fue para el mismo Salmona, quien no escatimó en escribir un discurso político de integridad e integración a través de su obra. En alguna ocasión mencionó el arquitecto: "Vivimos en medio de tragedias permanentes, pero también acompañados de la alegría de vivir. Ni siquiera en sus peores momentos ha perdido Colombia la posibilidad de cantar, bailar, escribir, soñar y construir. No ha perdido esa fortaleza. No ha perdido ese entusiasmo. (…) El canto a la vida es permanente porque se sabe que la vida es fugaz y la muerte imprevisible. Se vive sin memoria, pero es inevitable recordar. Se quiere tener identidad, pero no se trabaja para conseguirla. La identidad se construye todos los días" [21].

El Centro Cultural Gabriel García Márquez al igual que el museo del Banco de la República, se han encargado de seguir tejiendo con visión al futuro, los lazos de identidad entre los bogotanos. Este par de intervenciones, no sólo rompieron los muros que paramentan las edificaciones coloniales del centro histórico de la ciudad; sino que se han propuesto romper las cadenas de la desigualdad social, y entregar una dosis de esperanza, de confianza de colectividad, de paz, de unidad, de humildad y de libertad a los habitantes de la ciudad.

Valores como la seguridad, la confianza, la paz o la esperanza; en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, han dejado de pertenecer a un lenguaje de muros, de fortalezas, y se han convertido en vacíos. Ahora lo seguro no se plantea como lo encerrado o lo hermético; lo seguro es sinónimo de transparencia, de evidencia; en definitiva, de una arquitectura de puertas abiertas. Al respecto Salmona comenta: "Es necesario pensar en la perdurabilidad, en el futuro, en los niños de hoy y hombres de mañana. Estamos urgidos de nuevas propuestas estéticas, espirituales, funcionales. Como lo profetizaba Albert Camus: ‹‹Nos pueden maldecir por poder haber hecho tanto y haber hecho tan poco››. (…) Intentamos hacer una arquitectura embebida de esperanzas, y posibilidades" [22].

Notas

1. Foucault, Michel, "Las palabras y las cosas: Una arqueología de las ciencias humanas", México: Siglo XXI, 1968, p. 56
2. Foucault, op. cit., p.133. Por su parte Edgar Morín comenta con relación a la reducción y a la simplificación características de nuestro tiempo: "El principio de reducción conduce naturalmente a restringir lo complejo a lo simple. (…) también puede cegar y conducir a la eliminación de todo aquello que no sea cuantificable ni medible, suprimiendo así lo humano de lo humano, es decir, las pasiones, las emociones, dolores y alegrías." Morin Edgar; Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, México: UNESCO: Correo de la UNESCO, c1999, p. 40.
3. Foucault, Michel, op. cit., p.59.
4. Morín hablando de la condición cósmica de lo humano comenta al respecto: "Somos resultado del cosmos, de la naturaleza, de la vida, pero debido a nuestra humanidad misma, a nuestra cultura, a nuestra mente, a nuestra conciencia, nos hemos vuelto extraños a este cosmos que nos es secretamente íntimo." Morín, Edgar, op. cit., p. 50
5. Foucault, op. cit., p. 85
6. Foucault, op. cit., p. 138
7. Foucault, op. cit., p.179
8. Esto es lo que Edgar Morín denomina como lo complejo. Al respecto comenta: "(…) hay complejidad cuando los diferentes elementos que constituyen un todo (…) son inseparables y existe un tejido interdependiente, interactivo e inter-retroactivo entre el objeto de conocimiento y su contexto, las partes y el todo, el todo y las partes, las partes entre ellas. Por ello, la complejidad es la unión entre la unidad y la multiplicidad." Morín, Edgar, op. cit., p. 37.
9. Al respecto, comenta Foucault: "Como contrapunto de estas tentativas de reconstruir un campo epistemológico unitario, se encuentra, a intervalos regulares, la afirmación de una imposibilidad: ésta se debería o bien a una especificidad irreductible de la vida (que se intenta cercar, sobre todo a principios del siglo XIX), o bien al carácter singular de las ciencias humanas que se resistirían a toda reducción metodológica (…)."Foucault, op. cit., p. 260.
10. Foucault, op. cit., p. 320. Por su parte Morín propone que es necesario dejar que la incertidumbre tenga protagonismos en la existencia del ser humano. La verdad única no existe. "el conocimiento es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza" dice el autor. Morín, Edgar, op. cit., p. 81.
11. Foucault, op. cit., p.318.
12. "Todo ser humano, toda colectividad, debe dirigir su vida en una circulación interminable entre su pasado, donde encuentra su identidad apegándose a sus ascendentes; su presente, donde afirma sus necesidades, y un futuro hacia donde proyectar sus aspiraciones y esfuerzos". Morín, Edgar, op. cit., p. 71.
13. Foucault, op. cit., p.335
14. Morín comentando sobre la fragilidad del concepto de progreso, dice: "(…) no es el abandono del progreso sino el reconocimiento de sus carácter incierto y frágil. La renuncia al mejor de los mundos no es de ninguna manera la renuncia a un mundo mejor", Morin, op. cit., p. 85
15. Foucault, op. cit., p.335
16. Foucault, op. cit., p.340.
17. Foucault, op. cit., p. 343
18. Heidegger, Martín, "Construir, Habitar, Pensar", Conferencias y Artículos, SERBAL, Barcelona, 1994, p.10.
19. Morín, Edgar, op. cit., p. 91.
20. Morín, Edgar, op. cit., pp. 94 y 95.
21. Sociedad Colombiana de Arquitectos, "Rogelio Salmona: espacios abiertos / espacios colectivos", Bogotá: SCA, 2006, p. 89.
22. Sociedad Colombiana de Arquitectos, op. cit., p. 90.

Bibliografía

Foucault, Michel, "Las palabras y las cosas: Una arqueología de las ciencias humanas", México: Siglo XXI, 1968.
Heidegger, Martín, "Construir, habitar, pensar", conferencias y artículos, SERBAL, Barcelona, 1994.
Morin Edgar, "Los siete saberes necesarios para la educación del futuro", México: UNESCO, 1999.
Sociedad Colombiana de Arquitectos, "Rogelio Salmona: espacios abiertos / espacios colectivos", Bogotá: SCA, 2006.

Jorge Anibal Manrique Prieto