Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

La plaza de convivencia comunitaria ya existía, pero no había sido fundada
Una reflexión sobre el habitar

Erika Enciso Sosa

Hablar del habitar pareciera, en principio, hacer referencia a una abstracción. Ello se debe a que no terminamos de comprender ¿qué es el habitar?, y con éste, ¿qué es la habitabilidad?, ¿cómo se pueden identificar sus manifestaciones concretas? y ¿qué tiene que ver ello con el objeto urbano y/o arquitectónico? Para aproximarnos a su comprensión, en este ensayo se propone algo muy sencillo: re-mirar y reflexionar en un objeto urbano, de mínima escala: Una pequeña plaza de convivencia en una unidad habitacional de interés social, construida por el INFONAVIT.

Bien, acerquémonos a una unidad habitacional diseñada y construida a principios de 1990 por el INFONAVIT, en el Estado de México. Cualquiera diría, tras un breve recorrido, que ésta cumple con todos los requerimientos de vivienda expresados en las metodologías de diseño urbano y arquitectónico editadas por el propio instituto, cuyos principales lineamientos, de corte funcionalista, fueron: la optimización máxima de los espacios, la funcionalidad, el ahorro de energía, la optimización en el uso de los materiales, etc. Miremos ahora por la ventana desde el interior de un departamento en los primeros multifamiliares y situémonos en primera persona:

-Miro a lo lejos las vialidades locales de acceso, después al lote contiguo donde alcanzo a percibir diferentes siluetas humanas que, antes de llegar a su destino, hacen una breve pausa frente a una extraña construcción pequeña, esperan un momento y luego desaparecen entre los multifamiliares. Ha cesado por completo la lluvia. La gente comienza de nuevo a salir. Van unas señoras con su bolsa para comprar el pan y de regreso las sorprendo haciendo la charla frente a otra extraña construcción pequeña que está en una "plaza" (como se acotaría en el plan maestro de diseño urbano del conjunto)… pasan y pasan los vecinos, unos se quedan a platicar, mientras otros se detienen un momento, miran lo que está dentro de la construcción, bajan su cabeza y continúan su camino. -

Recreando las primeras impresiones de este asomarnos por la ventana, podemos identificar a personas en movimiento, desplazándose, y casi todas ellas deteniendo su desplazamiento frente a su respectiva extraña construcción pequeña. De aquí surge una primera pregunta: ¿qué les hace detenerse, modificar su prisa, interrumpir su trayecto? Regresemos, con nuestras preguntas, a la ventana:

-Miro ahora que aquella placita se ha vuelto punto de convivencia donde se han reunido varias señoras, un par de señores y algunos niños, todos atentos hacia su pequeña construcción; sin embargo, echando un vistazo general alrededor vislumbro que hay otros lugares "plaza" de mayores dimensiones, mejor iluminados, con una mejor vista, más protegidos del frío, con mejor mobiliario urbano, etc., completamente desiertos… las personas pasan sin reparar en ellos y sólo se detienen, cual acto regular acostumbrado, donde las placitas que tienen: una extraña construcción pequeña. Valga la precisión, ahora, de que son extrañas construcciones pequeñas porque son ajenas al diseño original del conjunto; son auto-construidas por la comunidad.

Así, al cabo de un tiempo, también se puede registrar que cuando algún visitante pregunta por cierta dirección los hitos de referencia son estas autoconstrucciones, que por cierto, están mejor cuidadas que la mayoría de los edificios, asimismo, cuando uno pide un taxi por teléfono no hay mejor señal de ubicación que dichos elementos, de la misma manera en que se acuerdan citas ahí… las juntas de vecinos, y las fiestas de fin de año, aunque todos apretados, son celebradas en esa placita, las asperezas y fricciones entre las vecinas son resueltas en aquel lugar, nadie discute nada si el tema es el mantenimiento de aquel sitio… las madres sólo dan permiso de jugar a los niños en la noche bajo la condición de estar a la vista de aquél lugar, de la misma manera que a los novios adolescentes sólo se les permite salir si se quedan a luz del farol provisional de aquella zona... es más, reflexionando un poco, ahora uno mismo es testigo de que cuando se asoma a la ventana el primer lugar hacia donde se dirige la mirada es hacia aquel recinto, simplemente porque ahí se encuentra parte de la comunidad.

Surgen más preguntas: ¿cómo se explica que sólo en ese lugar los vecinos modificaran su andar normalmente apresurado?, ¿qué había en ese sitio que era capaz de trasformar el diseño urbano general del lote, confiriéndole las propiedades de núcleo a un espacio reducido y un tanto escondido?, ¿por qué se sucedía ahí la vida comunitaria más activa de los vecinos y no en los espacios "diseñados" para ello?, ¿qué hace que toda esta vida comunitaria sea desarrollada en aquella estrecha plaza y no en otra plaza u otro lugar?

Re-mirando el lugar, aparece una primera respuesta (aunque en principio pueda no entenderse como tal): las pequeñas autoconstrucciones contienen imágenes religiosas de la virgen de Guadalupe, de San Judas Tadeo, o de cualquier otro santo ratificado por la Iglesia Católica Mexicana (religión predominante practicada en el país), ante éstas, los hombres se detienen y se persignan, cual acto regular acostumbrado. Ello nos da pie para comenzar a entender. "Lo que un pueblo hace con respecto a sus dioses debe ser siempre la clave, tal vez la más segura, para saber lo que piensa" [1]. Para explicar este "comenzar a entender", tomemos, en primera instancia, la tesis de Cassirer que se refiere al mito como expresión del habitar de un pueblo.

El habitar, cuyo nombre deriva de la palabra hábito, se expresa a través de todo tipo de actos que al ser regularmente practicados forman costumbres, maneras de obrar, es decir hábitos. Dichos hábitos Cassirer los plantea, en su manifestación más profunda, como las expresiones concretas de los mitos de un pueblo, es decir, como las manifestaciones motrices de la vida psíquica del hombre. Surge entonces un elemento importante: el mito.

A la pregunta de qué es el mito, Cassirer expone algunas de las contradicciones significativas producto de un debate moderno con grandes controversias: que el mito es producto de la primitiva estupidez humana, producto de la imaginación, pura fantasmagoría (Tylor); que es grotesco, irracional, incongruente, absurdo, contradictorio, que es ilusión, alucinación y sueños construidos por una mente "prelógica" (Lévy-Bruhl); que es una patología o "peligrosa infección" que se origina en el campo del lenguaje y luego se difunde hacia la civilización humana (Müller); que son principios de asociación esenciales para el funcionamiento de la mente humana ilegítimamente aplicados que conducen a la magia, hermana bastarda de la ciencia (Frazer); que es tomado como realidad y que se piensa y actúa de acuerdo con ellos (Spencer); que son una masa de "ideas", de representaciones, de creencias teóricas y juicios, etc. Parece ser que el hombre se aferra poderosa y obstinadamente al mito en lugar de enfrentarse directamente con la realidad, porque vive una vida de emociones y no de pensamientos racionales.

"Para comprender el mito, se debe empezar por el estudio de los ritos" [2]. Pero, ¿qué tiene que ver todo ello con el campo de lo arquitectónico? Recordemos nuestra re-mirada: -la noche está fresca y con llovizna, me asomo a la ventana y pasa un vecino por el estacionamiento, se detiene, se persigna, espera un momento y continua su camino, pasan otros más y hacen lo mismo.

Sigamos pensando, ¿qué tiene que ver ello con el campo de lo arquitectónico?... Cassirer manifiesta que el mito no puede sustraerse del rito que desprende, así lo que se manifiesta en ellos son tendencias, apetitos, afanes y deseos que se traducen en movimientos. Los ritos pueden ser aquello de lo más profundo emotivamente que pone en movimiento al hombre. Esto es lo que constituye la sustancia de los hábitos (actos rituales), cuya suma integran el habitar. Heidegger dice: "La manera según la cual los mortales son en la Tierra, es el habitar". Ello nos lleva a otra explicación.

Martín Heidegger plantea que: "Al habitar llegamos, así parece, solamente por medio del construir" [3], donde plantea que el construir tiene al habitar como meta (yo diría que el construir tiene su origen en el habitar). Según Heidegger, el habitar y el construir están en una relación de fin a medio, entonces ello sugiere que es el habitar lo que sustenta al construir con la intención de cuidar, de mirar por el crecimiento, y qué son estas auto construcciones religiosas de las que hablamos, sino súplicas a los divinos para el cuidar y mirar por el crecimiento, de nosotros y de los nuestros y viceversa. En estos términos, tal vez, cuando decimos que son la manifestación concreta, y además auto-construida, de las expectativas de una comunidad, estamos hablando de la búsqueda y del encuentro con la Cuaternidad de Heidegger: unidad donde convergen la tierra, el cielo, los divinos y los mortales; donde los mortales habitan en la medida en que cuidan de dicha Cuaternidad y la llevan a la esencia de las cosas. Construir es al mismo tiempo el habitar.

Así, los hábitos demandan la conformación del terreno donde se desarrolle la vida cotidiana del hombre, es decir, donde tengan "lugar" las prácticas habituales que integran su expresión social concreta dando origen al entorno habitable construido, a saber: lo urbano y lo arquitectónico, en diferentes escalas. "En la vida cotidiana práctica y social del hombre, la derrota de lo racional parece ser completa e irrevocable" [4]. Pero como hemos visto, esto no se limita al mero hecho de resguardarse eficientemente de los elementos de la naturaleza, o de producir vivienda masivamente para cubrir ciertos programas gubernamentales, hechos fundamentales en la concepción racional de la unidad habitacional, de ahí que se explique la omisión intencionada del diseño de espacios para la expresión religiosa-mítica de sus habitantes: a saber mexicanos, en su gran mayoría católicos.

Octavio Paz lo dijo [5]: "Somos un pueblo ritual, donde las fiestas religiosas", con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, sus ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos… Durante los días que preceden y suceden al 12 de diciembre (día de la virgen de Guadalupe), el tiempo suspende su carrera… nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de México… La vida de cada pueblo está regida por un santo, al que se le festeja con devoción y regularidad… En esas ceremonias el mexicano se abre al exterior. Todas ellas le dan ocasión de revelarse y dialogar con la divinidad, la patria los amigos y los parientes."

Pero, ¿qué sucede cuando lo que expone Paz, que al parecer está profundamente arraigado en nuestra cultura y formas de socializar, se recrudece, y obreros, aspirantes a una vivienda digna de un programa instrumentado por un organismo gubernamental llamado INFONAVIT, motivados por la necesidad de vivienda propia que les posibilite mejorar su forma de vida (generalmente hacinada y un tanto insalubre), se enfrentan al hecho de no contar con los espacios en donde puedan realizar sus prácticas religiosas rituales? Lejos de esperar, o cambiar su forma cultural de ser y renunciar a la práctica comunitaria que les identifica, les reúne, les hermana, y les hace apropiarse del lugar en donde residen, es decir, el que habitan, simplemente: modifican y/o auto - construyen para conformar territorios y fundar sus lugares (en este caso para la práctica de un ritual religioso: llevarse y recibir la bendición de los divinos al salir y regresar de sus hogares).

Ese modificar y auto-construir manifiestan la voluntad de expresión de un particular modo de habitar, y tiene una íntima relación con lo que Worringer plantea acerca de la voluntad creativa, donde se habla de buscar en las relaciones históricas más íntimas de la humanidad para comprender las energías morfogenéticas existentes en la arquitectura que impulsan la necesidad de su expresión (la voluntad artística, la voluntad de forma) y con ello, comprender al fenómeno mismo de la arquitectura. La tesis que nos propone es: que si somos capaces de considerar a la historia del arte como una historia de la voluntad artística, entonces ésta adquiere una significación universal, porque los cambios de voluntad, se manifiestan en las variaciones de los estilos social e históricamente cambiantes, reflejados en los mitos, las religiones, las reflexiones filosóficas, y en las intuiciones del universo; así, ello se convierte en la historia del alma humana y de las formas en que se manifiesta.

Ello conlleva a valorar no tanto a los objetos producidos sino a la voluntad y los conocimientos mismos para materializarlos; y expresa: "… La tarea de la investigación de la voluntad artística consiste propiamente en dilucidar las categorías morfogenéticas del alma, es decir sus energías humanas que impulsan a la necesidad de expresarse formalmente en los estilos y su evolución, manifestándose en cambios cuya regularidad se hallan en la relación entre el hombre y el mundo exterior (relación llena de variantes y rica en múltiples peripecias)" [6]. Pero, ¿se puede hablar de voluntad artística en un auto-construcción?

No sé. Lo que sí se puede identificar claramente, es la voluntad de construir para el habitar una plaza, que es parte del territorio que se habita, y tal vez (mucho después) venga la voluntad de forma; es decir, la comunidad necesitó expresar más concreta que formalmente (reflexión en la que tal vez repararía con más detenimiento el diseñador profesional) sus deseos de concretizar un lugar para la práctica religiosa ritual comunitaria.

Así, fue sólo con el elemento auto construido como expresión concreta de las prácticas sociales que en términos religiosos lo motivaron, como se fundó el lugar (real) llamado: Plaza de convivencia comunitaria; Es decir, la plaza no era la plaza de convivencia sólo por existir, dicha fundación fue producto de la necesidades de satisfacer las intenciones, expectativas y deseos de quienes habitan la unidad habitacional y sus motivos para convivir, a saber: lo religioso; en respuesta a la omisión intencionada del diseñador que proyectó el conjunto (desde su escritorio), basado en unas normas ultra racionalista. Este hecho "determina el surgimiento de dos unidades conceptuales principales: el territorio y el lugar."

Reconocerse dentro de un territorio, como habitante del mismo, donde a su vez habitamos con los nuestros, es un factor de identificación y de pertenencia, es decir, de identidad. Así, el habitar (expresado a través de actos costumbre) territoriza al espacio, el vivir en lo califica, y ambos lo dotan de significado para que sea algo más que un conjunto coherente de sitios, haciendo que, cuando se constituye una comunidad territorial, sus habitantes integren una sociedad y la sostengan con sus formas de organización y producción de deseos, necesidades y satisfactores. Ello implica que en los modos de vida se encuentren las bases que definen el entorno construido (urbano y arquitectónico), donde el habitante genera soportes que le permiten identificarse en medio de múltiples acontecimientos y símbolos; así, son los lugares, los sitios donde se asocian rasgos con usos y con usuarios, fines y experiencias pasadas que les permiten adquirir identidad y reconocimiento como parte de un territorio.

Ambos, territorio y lugar, más que percibidos son construidos por el individuo y por prácticas y creencias que son de naturaleza social, ello da origen al entorno habitable construido, conformado por lo urbano y lo arquitectónico, que a su vez expresan el habitar. Pero como hemos visto, si este entorno no es construido por planificadores, diseñadores y constructores profesionalizados, ya sea por incompetencia o por omisión intencionada, entonces serán autoconstruidos por la comunidad. Y, así, como encontrar cierta reconciliación para diseñar lo que la comunidad requiere y que se integre lo diseñado.

Hartamman [7] reconoce que, en principio, la arquitectura es la menos libre de todas las artes, ya que está doblemente atada, primero por la determinación de sus fines prácticos a los que sirve (que le dan origen y que no es elegido libremente sino que deviene de un habitador o un constructor que lo demanda), y segundo, puesto que ha de ser construida, la atan el peso y fragilidad de los materiales con que se materializa; pero la búsqueda debería ser siempre la misma: llegar a construir algo más que cosas útiles. Para ello, Hartmann propone la identificación y hábil manejo de "estratos externos", definidos como: 1) la composición según un propósito, reconociendo con ello que la arquitectura nace de un fin práctico, pero que en su solución debe mostrarse el arte; 2) la composición espacial: que está referida a las posibilidades estéticas de la organización y dimensionamiento de los diferentes espacios y masas; y 3) la composición dinámica: manejo de los materiales y procesos de construcción. Así como "estratos internos", definidos como: 1) el sentido o espíritu de la tarea práctica; 2) la impresión de conjunto, de las partes y del todo, que tienen relación directa con los estratos externos de la composición espacial y la dinámica; y 3) la expresión de la voluntad vital y del modo de vida, casi siempre inconsciente y siempre en una cierta oposición con el propósito práctico.

En función de lo anterior podríamos hacer la siguiente lectura: los estratos externos fueron considerados en este conjunto de interés social, donde el fin práctico de vivienda es satisfecho, la organización de los espacios exteriores e interiores es funcional y los sistemas constructivos y el material empleado son altamente eficientes (tan eficientes que podrían estar en cualquier otra parte de la zona centro del país), también los dos primeros estratos internos se pudieron haber alcanzado; sin embargo, el último estrato (la expresión de la voluntad vital y del modo de vida) olvidado por los diseñadores, fue dotado al conjunto por los propios habitantes, a través de sus auto-construcciones, que dicen algo de la vida o del ser anímico de los hombres que las construyeron, donde se encuentra lo relevante para descubrir a través de ello, las manifestaciones del habitar que le dan origen, y a partir de los cuales se puede tener una visión mucho más rica y profunda sobre lo construido.

Así, a pesar de que lo peculiar de las formas urbanas y arquitectónicas es que expresan lo humano, y que no surgen como ocurrencias del individuo, sino que se configuran paulatinamente en una larga tradición, con lo que se confirma su carácter social, estas construcciones puede quedar sólo en los estratos externos o alcanzar su máxima expresión en los internos, donde se percibe la forma de ser del hombre en sus construcciones.

Entonces pueden ser: los mitos y sus respectivos ritos (Cassirer), o la expresión y búsqueda de la Cuaternidad (Heidegger), o la necesidad de ser quien se es en compañía de los otros, a través de los cuales nos reconocemos (Paz), o la voluntad de expresarse más concreta que formalmente (Worringer), o bien la consideración de los estratos más profundos de la arquitectura (Hartmann); todo ello, parece dar respuesta a lo que pone en movimiento a la comunidad, bien sea para desplazarse, detenerse, organizarse, convivir, sobrevivir, reconciliarse, recogerse, jugar, descubrirse, etc., y todo ello, a su vez, se desarrolla a su alrededor. Así, aquellos bellos jardines, plazas principales, hitos de concreto, nodos de referencia, áreas de juegos, zonas de convivencia y asuntos comunitarios, oficinas de mantenimiento, etc., que fueron diseñadas desde un restirador en una de las oficinas del departamento de proyectos del INFONAVIT, son completamente ignoradas para el desarrollo de las actividades esenciales de la comunidad.

¿Seguiremos pensando que esto no tiene que ver con el diseño arquitectónico? Para el hacer proyectual todo lo anterior debería ser un punto de reflexión impostergable, ya que si se entendiera con más claridad e interés lo que todo ello significa, la manera de proceder, particularmente de los arquitectos, para abordar un problema de diseño consideraría de inicio que el individuo no puede desprenderse arbitrariamente de las formas psíquicas y físicas que conoce, ya que es su manera de relacionarse con el mundo, y cuando se enfrenta a formas extrañas que no le son propias, se desorienta, se equivoca y fácilmente cae en una interpretación falsa de la forma extraña y la mezcla de modo contraproducente con la propia. Ello sugiere una amplia discusión respecto a la arquitectura internacional y/o de autor, así como de los aparatos ideológicos que la sustentan (a saber: la publicidad), que generalmente están por encima de los modos de habitar de la comunidad que la demanda, y que suelen confundir el carácter propositivo de la arquitectura, que posibilita la renovación formal del entorno construido, con el rompimiento abrupto de la tradición formal del sitio, en aras del reconocimiento a la creatividad u originalidad, sin sentido.

Otra consideración es que el carácter interno de un obra urbana o arquitectónica no se agota sólo con el propósito de la misma, ni en la forma espacial ni en la construcción dinámica y los recursos, sino que debiera expresar además algo del carácter y del modo de ser colectivo de los hombres que la crearon, pero no sólo desde el punto de vista del productor sino también del posible habitador. Si esto fuera así, muy probablemente la separación que generalmente existe entre los espacios construidos por terceros y los modos de habitar de futuros usuarios no sería tan grande, y las construcciones no sufrirían tantas modificaciones como omisiones del modo de habitar específico del usuario. Esto no quiere decir, que la arquitectura se diseñe reproduciendo fielmente todos los hábitos de su habitador, hecho casi imposible de identificar por el diseñador y/o constructor, y que además le compete al habitador mismo en aras de su apropiación del objeto; de lo que se trataría en todo caso es de partir de la concepción de que el hecho arquitectónico es complejo, que tiene un carácter social, e individual, formal e históricamente contextualizado, mismos que el diseñador, el productor y el constructor debieran atender con la misma avidez que las cuestiones de carácter práctico (económico y técnico), para lograr con ello entorno habitables que sean mucho más que construcciones útiles, porque en ellos se desenvuelve la vida del hombre y éste requiere de lugares con los que pueda relacionarse, pertenecer y finalmente identificarse, para "hacer pie existencialmente".

Así es, entonces, la experiencia habitual, ritualizada, de la vida en la obra construida, en su contemplación y utilización diaria, en la confianza que se les toma y en la creciente necesidad de hacer que lo habitado sea soportable, identificándose y perteneciendo al entorno construido, lo que llega a expresar algo del ser anímico y postura interior de vida. Cuando ello no es proporcionado por los "profesionales" (dados sus intereses esencialmente prácticos), se dará de manera intuitiva y voluntaria por los habitadores, ejemplo de ello es la pequeña plaza con su extraña auto-construcción pequeña (que ha servido de referencia a lo largo de este ensayo), lo que conllevaría a preguntarse ¿cuál es entonces la función sustantiva del diseñador y el constructor (independientemente de los títulos nobiliarios a que responda)?


Notas

1. Cassirer, E., "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
2. Cassirer op. cit.
3. Heidegger, M., "Construir, habitar y pensar", Barcelona: Conferencias y artículos, 1944.
4. Cassirer, op. cit.
5. Paz O., "El laberinto de la soledad - Postdata, Vuelta al laberinto de la soledad", México: FCE, 1998, (351 pp.).
6. Worringer, W., "Naturaleza y abstracción", México: FCE, 1997.
7. Hartmann, N., "Estética", México: UNAM, 1977, pp. 147-155, 249-258.

Bibliografía

Cassirer, E., "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
Hartmann, N., "Estética", México: UNAM, 1977.
Heidegger, M., "Construir, habitar y pensar", Barcelona: Conferencias y artículos, 1944.
Paz O., "El laberinto de la soledad - Postdata, Vuelta al laberinto de la soledad", México: FCE, 1998.
Worringer, W., "Naturaleza y abstracción", México: FCE, 1997.

Erika Enciso Sosa