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Espacio, forma y estructura
Juan Carlos Calderón Romero
Ser estudiante de Arquitectura en estos primeros días del siglo no debe ser cosa fácil.
Existen tantas filosofías de diseño, tantos Ismos peleándose el centro del escenario, tantas estrellas fugaces que son prontamente reemplazadas por las últimas modas, que un joven ilusionado en convertirse en arquitecto debe sentirse absolutamente desorientado al no poder agarrarse a un ancla sólida. Frank Lloyd Wright decía que "lo que está de moda es lo que se pasa de moda", y tal vez para comprender los sentimientos de la juventud actual, habría que citar una de las estrofas del Rubayat de Omar Kayán el gran poeta árabe de hace siglos:"Yo mismo cuando joven ansioso frecuentaba
A santos y doctores y escuchaba
De esto y aquello, grandes argumentos
Pero siempre salía
Por el mismo portón por donde entraba".Vamos a considerar el asunto de la Arquitectura y las Ingenierías, actividades que, con las ciencias básicas, estaban hasta hace poco inseparablemente ligadas y que hoy, por la increíble complejidad y sofisticación de sus sistemas, han sido segmentadas y divididas en diversas especialidades. Ahora se dice que si un arquitecto construye un edificio sin la ayuda de un ingeniero, el edificio se cae y si un ingeniero construye un edificio sin el diseño de un arquitecto, al edificio se lo demuele.
No hay mente en el planeta que pueda abarcar los incontables aspectos del tema que nos ocupa. Según algunos, Goethe fue el último hombre que lo sabía todo, y por supuesto, Leonardo fue la cumbre del individuo múltiple. Hoy en día, en los enormes espacios de cualquier firma de arquitectos comercializados, no sólo las ingenierías están establecidas como actividades independientes, sino que el mismo ejercicio de la arquitectura está dividido en departamentos en los cuales el diseño, los dibujos de construcción, la elaboración de documentos y la supervisión son realizados separadamente, de tal manera que un equipo de diseñadores por ejemplo, pierde contacto con su proyecto una vez que su tarea ha terminado. Se crea así una alienación, una robotización del ser arquitecto que permite que la profesión se convierta en un mero vehículo para ganar dinero.
Personalmente he presenciado la actividad de una enorme firma de arquitectura en los Estados Unidos de Norteamérica donde trabajan cuatrocientos profesionales. Sus tarjetas magnéticas les abren las puertas y registran automáticamente la hora de su llegada y, por supuesto, también de su salida. Sus computadoras les brindan todos los elementos requeridos para un trabajo árido y deshumanizante. En los cinco pisos de la firma no encontré un solo lápiz de dibujo.
Eliel Saarinen, padre de Eero Saarinen, decía que la tragedia del siglo XX fue el divorcio entre el sentir y el pensar. Prueba de ello es que el sentimiento, carente de pensamiento, ha creado todas las cursilerías que han invadido el planeta, y el pensamiento sin sentimiento lo está deshumanizando. Sin embargo, una simbiosis entre el pensar y el sentir ha existido en el pasado y ella ha sido, a través de los tiempos, la fuerza motriz que ha creado las grandes obras arquitectónicas. La arquitectura y la ingeniería se muestran en ellas como la expresión de una actividad monolítica en la cual el pensamiento y sentimiento unidos producen una obra de arte.
¿Dónde termina la Ingeniería y comienza la Arquitectura? Son inseparables en las pirámides mesoamericanas y en las egipcias, en las fortificaciones de Sacsahuamán en América del Sur o en los zigurats babilónicos. Aún las grandes obras de ingeniería del lmperio Romano, el Coliseo, el Panteón, las termas y los acueductos, son obras maestras de lo que puede llamarse la arquingeniería. Esa arquingeniería se muestra en una de sus expresiones más logradas en la catedral gótica. En ella la estética, la función y la estructura constituyen un solo evento. Aún el ornamento es - como decía Wright- "del edificio, no sobre él". En una colosal integración, las tinieblas de las criptas se van disipando en una apoteosis ascendente hacia la luz, hacia la desmaterialización de la piedra, hacia las bóvedas, que por su altura, ya se tornan celestiales. Fulcanelli habló de estos misterios, de esta magia hecha realidad, de esta mole hecha trascendencia. Aquí uno puede comprender por qué la Arquitectura es el arte de organizar el espacio físico, el espacio psicológico y el espacio espiritual. Tres actividades de la arquingeniería que conducen al Hombre a niveles superiores.
Mucho después, Victor Hugo dijo del Renacimiento que fue el crepúsculo que todos confundieron con la aurora, y lo dijo, no porque el Renacimiento haya sido feo, ya que fue muy bello, sino por falso. La cúpula de San Pedro del Vaticano, símbolo de su época, diseñada nada menos que por Miguel Ángel, es sin embargo una estructura que, de no estar atada por una enorme cadena circundante, terminaría desplomada sobre la columnata de Bernini. Franco contraste con el hermoso domo de Brunelleschi en Florencia que auguraba un futuro no realizado más honesto. Todo en el Renacimiento es escenografía, pastel de novia, make believe. Revestimientos que ocultan las estructuras, perspectivas falsas. No es coincidencia que una época tan abocada a la imagen, a la fachada, tenga un eco a fines del siglo XX en las piruetas arquitectónicas de un postmodernismo exclusivamente preocupado por lo que Ada Louise Huxtable llama la obsesión con los parques temáticos, el triunfo de Disney, el espejo de nuestras superficialidades, la ausencia total de la arquingeniería.
Por su parte, el movimiento moderno con su insistencia en la honestidad de materiales y su fe en el valor de las estructuras, tiene mucho en común con el pensamiento gótico. Después de siglos en los que la humanidad se solazó en las apariencias, surgió en el siglo XIX una conciencia de los nuevos materiales de construcción y de las recientes técnicas utilizadas en edificaciones que al principio fueron empleadas para fines industriales y acabaron por fin por constituirse en el lenguaje de la nueva arquitectura.
El uso del hierro fundido, usado ya en 1826 en un puente de ciento sesenta metros de luz y el posterior uso del acero permitieron la tenuidad del edificio y la eliminación de muros masivos como el diseño del Palacio de Cristal erigido en Londres en 1851 en un lapso de treinta y nueve semanas a pesar de sus noventa mil metros cuadrados de extensión. Hay quienes piensan que esta obra es una de las más importantes de todos los tiempos debido a la influencia que ella ejerció sobre las épocas posteriores.
El uso estructural de un esqueleto de acero consistente en columnas y vigas, hizo posible la construcción de edificios de gran altura, los cuales resultaron ser posteriormente el símbolo de la arquitectura urbana de este siglo. James Bogardus, William Le Baron Jenney y Louis Sullivan fueron los autores de las primeras estructuras de este tipo. En ellas ya están presentes características como la eliminación de los muros portantes y una mayor libertad de diseño tanto en los espacios interiores como en el tratamiento de los exteriores. El concepto del muro cortina, tan imprescindible para el llamado Estilo Internacional, encontró su génesis en estas primeras obras. Cabe mencionar que tales edificios no hubieran sido posibles sin la invención de un ascensor seguro, el cual fue introducido por Elisha Graves precisamente para el Palacio de Cristal. Otros inventos técnicos complementaron en esa época el desarrollo de megaestructuras que se harían comunes en todo el planeta en siglos posteriores. Sistemas de calefacción a vapor, aire acondicionado, diferentes tipos de combustible, tanques de agua y, posteriormente el uso de la electricidad y actualmente el de la energía solar, convierte a estas edificaciones en entes casi autosuficientes.
La Torre Eiffel es, sin lugar a dudas, uno de los logros importantes de la Humanidad. Terminada en 1889, la torre es la expresión de toda la experiencia que su creador Gustavo Eiffel acumuló en una vida dedicada a construir estructuras metálicas. Más allá de su colosal estructura, Eiffel consideró en ella otros aspectos tales como los efectos del viento y el transporte del público por medio de ascensores de cremallera. El divorcio entre pensar y sentir se hizo patente, sin embargo en una airada protesta lanzada por pintores, escultores, escritores y arquitectos en contra de la construcción de la torre en nombre del buen gusto francés y de la Historia de Francia. Arquitectónicamente, la torre captura el espacio, no de golpe, sino desde varios puntos de vista simultáneos, anticipándose al Cubismo y aún a los conceptos del tiempo espacio de Einstein. La arquingeniería se manifiesta allí en una asombrosa simbiosis.
El uso del hormigón armado se comenzó a plasmar en el siglo XIX. Se dice que fue el jardinero Monnier quien inventó el sistema al fabricar tubos de drenaje vaciando hormigón sobre una malla de alambre. A fines de ese siglo Francois Hennebique, uno de los pioneros de la técnica, construyó su propia casa al estilo de la época, pero con volados que se extendían hasta cuatro metros. A principios del siglo XX el uso del hormigón se hizo general en edificios como el Sanatorio Reina Alejandra construido por Robert Maillard en 1907 como un augurio del Racionalismo. En estos años se suceden una serie de arquitectos ingenieros y de arquitectos constructores, maestros del nuevo proceso constructivo, entre ellos Augusto Perret con su famoso Edificio de Departamentos de la calle Franklin en París y Tony Garnier cuyo diseño de la Cité Industrielle se adelanta años al uso sofisticado del hormigón armado y al lenguaje de la arquitectura contemporánea.
Le Corbusier trabajó en 1909 en el taller de Perret en Paris y posteriormente en el estudio de Peter Behrens en Berlín. Posteriormente se convirtió en uno de los arquitectos más influyentes del siglo y sus residencias continúan hoy en día siendo fuentes de inspiración para muchos arquitectos. Sus conceptos sobre el diseño arquitectónico tienen que ver con cuatro principios básicos: el pilar expresado independientemente del edificio, la separación de la estructura y el muro, las plantas y fachadas libres v espacialmente ambiguas y el techo jardín. La Villa Saboya de 1930 sigue estos principios y en el campo de la vivienda es su obra maestra.
Walter Gropius, otro de los maestros de la arquitectura de este siglo, fue el gestor del grupo que finalmente aglutinó los campos de las artes visuales y la arquitectura en la Escuela de Diseño del Bauhaus. En ella, algunos de los talentos más prominentes de la época organizaron un formidable grupo, el cual, desde la apertura en 1926 de su edificio en Dessau, un hito de la arquitectura moderna, hasta su disolución a la llegada del nazismo en Alemania, formaron a generaciones de jóvenes estudiantes que luego diseminaron sus teorías en todo el mundo. El edificio mismo, con sus pilares expuestos, su estructura de hormigón armado, sus flotantes cortinas de vidrio, constituyen un símbolo de la época. La ambigüedad de sus planos, el juego rectangular de sus diferentes elementos y su transparencia logran un efecto de simultaneidad que también, como en la Torre Eiffel treinta y siete años antes, tienen mucho que ver con las obras cubistas de esos años.
Después de 1938, Le Corbusier amplía la escala de sus diseños por medio de megaestructuras que se extienden sobre el paisaje urbano, en propuestas que de haber sido realizadas, habrían arrasado con los centros de varias ciudades del mundo, incluyendo Paris. Esta etapa es, sin lugar a dudas, su talón de Aquiles. Mies van der Rohe llevó el ahorro de formas y estructuras hasta sus últimas consecuencias. Su lema "menos es más" apoyaba una arquitectura que desnudaba sus diseños de residencias y edificios en altura hasta sus mismos esqueletos. "El tintineo de huesos" los llamaba Frank Lloyd Wright.
En las siguientes décadas, las torres de oficinas v apartamentos se han convertido en la imagen volumétrica del siglo XX, una imagen que seguramente seguirá prevaleciendo en el siglo XXI. Desgraciadamente, una falta de criterio en los conceptos del diseño urbano han permitido la proliferación indiscriminada de estos volúmenes, los cuales al no ser edificados donde corresponde, destruyen con su gran escala la armonía de zonas ya existentes. Los avances tecnológicos, los métodos de prefabricación, la producción en masa, los acelerados procesos de instalación y la inclinación de promotores, constructores, ingenieros y arquitectos hacia el obsesivo deseo de ganar más y más dinero, han causado que el interés económico haya avasallado a valores más idealistas.
En los últimos años se menciona frecuentemente la idea del edificio inteligente, el cual, por medio de los milagros de la tecnología y la cibernética, se comporta como una especie de ente autónomo que nos libra de toda responsabilidad respecto al control de nuestro medio ambiente. En este edificio no se necesita abrir una puerta ni cerrar una ventana, soltar un grifo de agua ni controlar la intensidad lumínica. No se requiere presionar ningún botón ni descolgar el teléfono, desempolvar un piso ni lavar un baño. Quién sabe cuan más inteligente se volverá este edificio en los años venideros, ya que con los próximos adelantos de la ciencia se logrará tal vez que el ser humano se integre a estos sistemas robóticos los cuales por su inteligencia, posiblemente eliminarán la necesidad de usar la nuestra. Conviene pensar, sin embargo, que en cada época de la Historia cada edificio ha tenido su medida de inteligencia. Qué más inteligente puede ser una estructura que como la Pirámide de Chichen ltzá se convierte en cierto día del año en una serpiente descendiente? Y es que el edifico es siempre tan inteligente como el que lo construye o tan bobo como el que se deja devorar por él.
No todo ha sido un ejercicio tecnológico en la arquitectura de nuestros días. Han existido y siguen existiendo arquitectos que se sirven de los nuevos adelantos para producir obras del hombre para el hombre. Mientras los arquitectos europeos se enamoraban de la estructura y de las salidas y entradas espaciales de una vivienda tratada como una maqueta sobre la mesa de dibujo, mientras el individuo era considerado un intruso en lo que Le Corbusier denominaba "la máquina de vivir", ya había surgido en América un genio que fue a principio de siglo el germen del modernismo. Frank Lloyd Wright dejó sus estudios de ingeniería faltándole meses para obtener su título. Tales conocimientos combinados con su intenso amor por la Naturaleza, hicieron que su arquitectura se centrara en el hombre como parte inseparable del planeta y como protagonista de su entorno orgánico. Su último libro "Un testamento", dedicado a la juventud, debería ser leído por todos los estudiantes de arquitectura ya que él constituye una inagotable fuente de inspiración y de idealismo que, desgraciadamente, se va perdiendo en un mundo en el que el ensordecedor ruido de las monedas no nos permiten oír el sonido de una hoja al caer sobre el agua.
Se dice que no se puede diseñar una sola línea que Wright no la hubiera trazado ya, hacía varias décadas. Su mente inventiva se imaginó la idea básica del modernismo: el espacio como la realidad de un edificio y el mismo como un algo continuo y dinámico. Inventó la calefacción radiante, pensó en un ascensor de cinco pisos para su edificio de mil seiscientos metros de altura, diseñó edificios que -cual árboles- poseían una estructura troncal de la cual los diferentes niveles se extendían como ramas y eran suministrados de los diferentes servicios por medio del núcleo central. En el Edificio Johnson inventó un sistema de columnas que al expandirse en su parte superior se convertían en la cubierta del espacio, integrando así columna y losa en un todo estructural muy diferente a la división de los elementos verticales y horizontales del modernismo europeo. Cada uno de sus edificios es un tributo a la imaginación y un novedoso alarde de creatividad. Si ellos fueran publicados actualmente como obras recién diseñadas, estarían aún a la vanguardia de la Arquitectura Contemporánea. Su famosa Casa de la Cascada, Fallingwater, fue la respuesta a las críticas del funcionalismo que lo acusaba de prenderse demasiado a la tierra v al entorno. Una magistral simbiosis entre Naturaleza y Tecnología ha producido allí lo que para muchos es la casa del siglo. Su gran rampa del Museo Guggenheim de Nueva York asombra y deleita. El concepto del espacio continuo en espiral ha sido repetido en varios de los últimos museos, aunque disfrazado de una variedad de ismos.
El rechazo de todo lo que es anglosajón, bueno o malo, con excepción, claro está, de McDonald's, estridente música rock y espantosas películas de Hollywood, no ha permitido poner a Frank Lloyd Wright en el sitial que se merece en el aprecio de muchos arquitectos latinoamericanos, a pesar de que sus muchos pronunciamientos en contra del capitalismo desbocado le crearon grandes vacíos en su propia patria. Hay muchos arquitectos que siguieron el sendero del Humanismo y se alejaron de la frialdad del Estilo Internacional, no como lo hiciera la corriente posmoderna mirando hacia atrás y prestándose del pasado para justificar la bancarrota estética, ya que no tecnológica, de su presente, sino echando mano de las técnicas y el lenguaje que mejor expresen nuestra época y con la clara intención de conservar al Hombre alejado de la peligrosa robotización que nos acecha. Saarinen, Aalto, Tange, Safdie, Utzon, Barragán, Ando y Calatrava, están entre estos creadores. Otros visionarios idearon nuevas morfologías y utilizaron materiales y métodos de construcción que recién ahora están comenzando a imponerse y a surgir, gracias a los adelantos de la tecnología.
Desde la increíble cubierta de hormigón armado del Hipódromo de la Zarzuela diseñada por Eduardo Torroja con un volado que se lanza catorce metros y llega a un espesor de cinco centímetros en sus bordes, siguiendo con Pierre Luigi Nervi y Félix Candela, maestros de esta técnica en la ejecución de sus elegantes estructuras, los arquingenieros de este siglo tienen a su disposición todo el caudal imaginativo y técnico de estos pioneros. Hay quienes han dedicado su vida profesional a explorar las posibilidades de un sistema aún más reciente, el de las membranas en tensión, heredero de un concepto utilizado por siglos en el mundo para guarecerse temporalmente de los elementos. Sombrillas, paraguas, carpas y aún el globo cautivo de los hermanos Montgolfier son productos de esta idea y constituyen el germen de esta nueva arquingeniería que ya ha demostrado sus posibilidades en grandes estructuras como la del Pabellón Alemán de la Feria Internacional de Montreal de 1967, el Estadio de San Petersburgo en el Estado de Florida con una luz de más de 200 metros, o el recientemente terminado Aeropuerto de Denver en el Estado de Colorado. Continuos avances tecnológicos y análisis estructurales computarizados, hacen de hoy posible el desarrollo cada vez más acelerado de este tipo de estructura cuyas ventajas lumínicas, acústicas, térmicas y ahora de durabilidad, las adecúan para tal vez tornarse en un elemento importante en el futuro de la Arquitectura.
Buckminster Fuller fue otro de los grandes talentos del siglo XX. Dos veces expulsado de la Universidad de Harvard, hecho que tal vez consuele a algún estudiante conflictivo, Fuller concentró su interés en el diseño mecánico de vivienda, basado en los campos de la náutica y la balística, y su fe en los métodos industriales y la producción en serie, con el fin de lograr una estructura barata, transportable y liviana. "¿Cuánto pesa su casa?" era una de sus preguntas favoritas. Su primer diseño, un edificio de 10 pisos se asemeja en algo a nuestra idea del edificio inteligente con elementos como aspiradores de polvo integrados, escudos aerodinámicos transparentes para el control del viento y la pérdida de calor, aprovechamiento del viento como generador de energía, estructura hexagonal metálica sujeta por tensores y sostenida por un núcleo central que se semeja a la idea wrightiana del tronco de árbol, la cual es fabricada por partes, ensamblada y transportada al sitio en un dirigible y plantada en una base de hormigón en un proceso que solamente dura un día. Su vivienda llamada Dymaxion es la versión en una sola planta del mismo edificio.
La creación más conocida de Fuller es, sin embargo, el domo geodésico, una estructura de varillas en la cual las líneas de fuerza constituyen la distancia más corta entre dos puntos pero en una superficie curva o esférica. Estas estructuras, construidas en todo el planeta como cubiertas de gimnasios, teatros, y jardines botánicos, fueron propuestas por FuIler hasta para cubrir ciudades enteras y se originaron como resultado de su investigación de la geometría energética y la sinergéntica, y le permitieron lograr una forma que, a pesar de sus orígenes puramente científicos, comienza a expresar aspectos que solamente se encuentran en los misterios geométricos de la naturaleza. "La Naturaleza de la Naturaleza" a la que se refería Frank Lloyd Wright.
Ya en 1955 Fuller propuso un domo geodésico que, plegado, fuera transportado por aire al sitio y que al soltarse se abriera en impacto al tocar tierra. La idea de estructuras desplegables, nuevamente hijas de simples y conocidos dispositivos como las sombrillas, fue avanzada por Emilio Piñero en la década de los 60, utilizando un sistema de tijeras tipo pantógrafo y posteriormente, Félix Escrig Pallares y Juan Pérez Valcárcel de las escuelas de Arquitectura de Sevilla y La Coruña han continuado explorando hasta ahora las posibilidades de las estructuras desplegables. El pabellón de Venezuela en la Exposición Mundial de Sevilla de 1992, diseñado por Waclaw Zalewsky, fue armado en menos de un día y es considerado uno de los mejores logros de este tipo de estructuras hasta el momento.
El concepto de una estructura desplegable implica la asimilación en su diseño del movimiento, es decir del tiempo como una cuarta dimensión, hecho que acerca más aún al diseño arquitectónico a los procesos naturales. No es pues coincidencia que en nuestros días se esté explorando el tema de la morfología estructural rotando elementos en el espacio para formar poliedros y se estén utilizando formas animadas computarizadas para transformarlas topológicamente. Existe, asimismo, el incipiente campo de la Ingeniería Orgánica que estudia los modelos de las estructuras vivientes.
En 1917 D'Arcy Thompson publicó su obra titulada "On Growth and Form", Sobre el Crecimiento y la Forma, un análisis de los procesos biológicos desde el punto de vista de sus aspectos físicos y matemáticos. Es sorprendente Ieer en estas páginas acerca de los principios que recién están siendo examinados por las disciplinas de la arquitectura y de la ingeniería y que, sin embargo, han sido la gramática estructural de la naturaleza desde los albores de la vida en el planeta. La serie de Fibonacci descubierta en 1202, el rectángulo áureo de los griegos, la espiral del Nautilus, el módulo y la cuadrícula, son algunos de los aspectos de ese proceso cuatridimensional que constituye el lenguaje biológico: un comienzo, una huella y un final; el devenir en el tiempo lineal.
Ya los futuristas habían tratado de incluir la cuarta dimensión en sus diseños. Santa Elia, el gran talento desperdiciado, ya mostraba en sus dibujos el dinamismo de sus ideas. Frank Lloyd Wright y los organicistas que seguimos sus principios, tratamos de expresar en nuestras obras el impulso de crecer. Nuestros diseños muestran en sus estructuras, sus plantas, sus volumetrías, el final de un acontecer en el tiempo espacio. En este siglo, tal evento podrá ocurrir, tal vez, no como el resultado final de un tosco método constructivo, sino como el milenario proceso que adopta la naturaleza desde la semilla hasta la flor, desde el óvulo hasta el niño y el adulto, desde el Big Bang hasta quien sabe, qué final en esa su sempiterna ley de expansión desde un punto de origen.