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El lugar de la memoria
Alejandro Sanz Santillán
A Domitilo sólo le faltaban 40 pasos al Este para llegar a la "equis", que tendría que estar a 150 cm. por debajo del nivel del piso cerámico, sin ninguna seña en la superficie. Durante 57 años había esperado este momento, 57 años de incansable búsqueda que le habían costado, en los últimos 20, toda su pequeña fortuna, dos matrimonios y el cariño de sus 3 hijos. Cuarenta pasos le separaban de la total reivindicación, apretó el mapa en tinta sepia apergaminado con la mano izquierda, sudorosa por el entusiasmo y con la derecha buscó con disimulo en el bolsillo el fino cincel de punta diamantada para hacer la incisión, una incisión delicada y precisa, que le permita volver en la noche, cuando no habría gente que visitara la Galería Comercial y le vea, escarbando, inicialmente, para aflojar las losas de cerámica y excavando luego, el metro y medio de profundidad, primero el vaciado de cemento, el mortero de piedras, la tierra apisonada y ahí, ahí tendría que estar.
Ya era noche avanzada, su primera noche de turno como portero de la Galería Comercial, cargo que para Domitilo, con su título de Arqueólogo, que nunca ejerció, excepto en la Cátedra Universitaria, le fue difícil de obtener, hubo de esconder y falsear documentación personal, cambiar su aspecto y "dejarse estar" como le decían sus familiares, durante varios meses, para lograr esa fachada de viejo necesitado y trabajador, ¡mierda!- se decía a sí mismo-, que difícil es ser portero en esta ciudad.
¡Cómo había cambiado aquella casona!, que hoy tendría poco más de una centuria, mucha de la estructura original estaba intacta, incluso gran parte de la fachada, a excepción del acristalado de la entrada, -horrible!, de mal gusto-, lo peor era la zona de galerías, o sea el 80% de la planta baja, solo aluminio, vidrio y piso cerámico, - todo frío, todo feo-, mucho espacio y al mismo tiempo sin campo para nada, sin un lugar para sentarse a pensar, pero claro, aquí no se piensa, se compra sin pensar, si no, no sería negocio.
La noche cerrada era perfecta, las luces de la entrada directa a la calle le confeccionaban una cortina que impedía la visión hacia el interior y, al mismo tiempo, iluminaba el piso lo suficiente para trabajar. Las herramientas, minuciosamente seleccionadas durante mucho tiempo justificaban su costo y su exquisitez, las lozas aflojaban de inmediato, con poco esfuerzo y casi sin ruido, la plancha de cemento dio más trabajo, el empedrado dio menos, pero cansaba bastante, la tierra apisonada estaba demasiado dura al principio, después, poco a poco estaba más húmeda, se tornaba más amable para el trabajo, pero claro, la limpieza luego iba a ser más morosa por el barrial.
En sólo tres horas de laboriosa faena, la pala de palanca manual choca con algo plano y sólido, que, sin embargo, suena a hueco, sí, era el cofre, durante años se había hecho la imagen del cofre, madera de roble, refuerzos metálicos en las aristas y ángulos, dos candados en el frente, la madera de un ligero color verdoso, era por la pintura no por oxidación ninguna, ese color le daba más clase. El sonido del golpe de la pala en el cofre cobró un repetitivo eco en el pecho de Domitilo, eso que se aceleraba cada vez más, el sudor aumentaba también y no era por el cansancio, Domitilo sentía explotar de energía, ahí estaba, entre sus manos, el cofre tan idéntico al de la imagen en su memoria, no le faltaba detalle, los refuerzos metálicos oxidados, por su puesto ahí la imagen variaba, pero era lógico, ¡tantos años!
Pero primero debería rellenar el hueco y reparar el piso, borrar toda huella y no dejar evidencia alguna de la intervención, y todo antes de las 08:00 a.m.-Buenos días, don Domi.
-Buenos días licenciado ¿cómo amaneció hoy?
-Bien, bien, gracias ¿Sin novedad?
-Sin novedad, licenciado
-Y este piso…como que se ve más limpio ¿no?
-He limpiado anoche para no aburrirme, me he olvidado mi radio
-Ah que bueno hombre, gracias y lo felicito, se ve muy bien.
-Gracias licenciado, se hace lo que se puede, con permiso, ya pasó mi turno, me cambio y me voy a mi casa -Vaya, vaya no más don Domi.Ya en su departamento, más bien en el garçonnier que alquila a cuadra y media de la Galería, (no había vacancia más cerca), Domitilo saca las llaves que debieran coincidir con los candados del cofre, pero primero, aceite de máquina para aflojar el mecanismo de los candados y que se limpien un poco. Casi media hora se tarda en abrir cada uno de los candados, no hay que forzarlos, éstas son sus llaves, no hay duda, sólo hay que darles tiempo para que se reconozcan.
Al abrir el cofre, muy lentamente, los recuerdos de Domitilo se hacen presentes, todos de golpe, rápidos y sin orden, su infancia en la casona señorial, la muerte de su padre y la necesidad de su madre de vender la propiedad e irse ambos a otra ciudad, él con menos de 10 años de edad y con la responsabilidad de guardar los tesoros de la familia, tesoros invalorables que aparecían uno a uno en el interior del cofre a medida que lo abría, la única foto de la boda de sus padres, la hoja de papel donde estaba escrita en tinta sepia, la letra de la canción que le enseñaba el abuelo, el reloj de papá, un mechón de cabello de Jacinta, la empleada quinceañera que sería el primer amor del niño Domi, la foto de Marilyn Monroe en su vestido blanco con puntos, y con la sonrisa tan idéntica a la de la Jacinta, varios papeles con poemas escritos, todos en la misma tinta sepia, que más bien eran conjuros y embrujos para reunirse con ella algún día, para volver a recuperar la casa y sus rincones de ensueño, para aliviar el llanto de mamá, para evitar que el abuelo siga visitándolos después de haberse ido al cielo, igual que otra copia del mapa de la casa y del barrio, señalando exactamente el lugar donde se escondía el cofre, a metro y medio del piso de machihembre de tabla ancha, con esa copia sería más fácil encontrarlo, por la atracción que las cosas tienen cuando son iguales o son mitades de un todo, como la media canica que se partió extrañamente en el momento que ganaba el gran campeonato barrial y la Jacinta empezó a gritar desaforada para alentarlo, entonces la otra mitad se la entregó a ella, -(quizá ahora, a ella también la encuentre)-.
Los dibujos que le hizo su tío Arturo con los personajes de sus sueños, los buenos bien planchados para que pudieran protegerlo y los malos arrugados y doblados en ocho para que no puedan salir a molestarlo nunca más, ahí estaba todo, ahí estaba toda su vida, porque a partir de los 10 años, lo demás es un pretexto que transcurre para poder encontrarse algún día con la vida que se deja en algún rincón del tiempo, que quizá no vuelve, pero que se mantiene siempre en ese mágico espacio.