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Una letra del laberinto
Eduardo Pérez González
Fotografía 1.
El laberinto es una de las figuras más ricas y enigmáticas de nuestra cultura. El origen del laberinto es totalmente mítico y muchos han sido los maravillados por estos espacios. El primer laberinto de la historia se lo debemos al que se encuentra en Creta, sólo existe impreso en una piedra de la isla, lo que sabemos de él es gracias a la mitología griega. Dédalo lo construyó para encerrar al Minotauro en él. Teseo entró al laberinto para matar al Minotauro ayudado por Ariadna quien, lo guió con un hilo para permitirle encontrar el camino de regreso.
En la literatura y la pintura se pueden encontrar frecuentemente obras alusivas a estos espacios. Picasso, por ejemplo, se inspiró en este mito para una de sus series de grabados, Borges escribió varios cuentos tomando como referencia el tema del laberinto de Creta, y no olvidemos la obra de Octavio Paz. El laberinto es un mito para ser interpretado y su significado va mas allá de la simple forma, es un espacio imaginario, mental, es un concepto, una imagen, una forma espacial, y en su forma, un espacio arquitectónico.
El laberinto
Si nos enfrentamos a un laberinto real, es decir a una construcción, esta es, como primera impresión un muro, puesto que el laberinto no puede ser contemplado en su totalidad desde su base; lo que hace a un laberinto es el muro que delimita lo externo de lo interno.
Un laberinto invita a estar dentro, el laberinto no es tal si se está afuera; la acción se da dentro, el laberinto invita a la acción, a su recorrido, un recorrido que implica un transcurso de tiempo y espacio, y por lo tanto, implica también una narrativa. Si pensamos en un laberinto no pensamos sólo en un muro, pensamos en una especie de serpiente, en un jardín o en un dibujo de espirales con una entrada y una salida, lo prefiguramos visto a vuelo de pájaro, lo cual significa que siempre pensamos en un laberinto desde afuera y desde arriba; y esto es natural si queremos resolver el secreto del mismo, puesto que la mejor posición para hacerlo es a través de la contemplación del todo, y no sólo de sus partes.
Un trazo marcado en el laberinto parece indicarnos el camino a seguir e invitarnos u obligarnos a su recorrido, lo que lo convierte en un espacio narrativo, en una secuencia. Para el arquitecto Rem Koolhaas, la arquitectura es un espacio negativo, en éste suceden las cosas, la vida transcurre en sus ausencias, en ellas se espera que algo suceda; el espacio no construido significa y da valor a lo arquitectónico.
Dos laberintos
Podemos encontrar una diferencia muy significativa entre el laberinto de Creta y el medieval, el segundo consiste en jardines creados para el divertimento (el inglés tienen una palabra diferente para éstos: maze), a los cuales se entraba tratando de encontrar la salida lo más pronto posible; la intención era confundir al visitante y hacerle perder el camino, provocando una desorientación en el espacio; quien recorre el laberinto sigue un camino correcto o incorrecto puesto que existe un camino bueno y otro malo. La idea es encontrar la salida lo más pronto posible, optimizar el recorrido. Mientras más rápido, mejor; eso es efectividad. La efectividad u optimización del recorrido sería una línea recta. ¿No es ésta también la forma de pensar de la cultura moderna, donde la idea del progreso está marcada por la efectividad de las líneas rectas que, llevando al extremo, mueve nuestras sociedades y nos hace que la vida tenga sentido?
El laberinto de Creta, por su parte, nos hace recorrer todo el espacio para llegar al centro, solamente hay una puerta de salida, la misma por la que se accede; el centro al cual debemos llegar, nos ubica y nos hace cambiar de sentido. Hay un solo camino, ¿dónde está la confusión que creíamos, pertenecía como característica intrínseca al laberinto? Estamos frente a un enigma nuevamente, el del laberinto. Este otro laberinto es más metafórico; no nos podemos perder en un camino que va hacia un solo lugar con una sola opción para decidir, adelante o atrás, adentro o afuera, a menos que no sepamos si caminamos hacia el centro o nos alejamos de él. Esta vez parece tener mayor sentido el laberinto. ¿En dónde está el bien y dónde el mal? No se trata entonces tan solo de encontrar la entrada o la salida sino de preguntarnos por qué nos dirigimos hacia dentro o hacia fuera. Esta parece, entonces, una figura más reflexiva que en el caso del laberinto contemporáneo.
Fotografía 2.El concepto
El placer de un laberinto -parafraseando a Roland Barthes- está en el recorrido que hacemos de él. El laberinto no es solamente el centro sino el todo, los muros lo conforman, delimitan su forma, pero el espacio que tiene sentido para nosotros es el espacio que podemos recorrer, es el espacio negativo, ¿no es este mismo el espacio que interesa a la arquitectura? La imagen de la rosa para los cabalistas era tan importante por la metáfora que de ella se hacía como el mismo proceso del conocimiento. No se conoce a la rosa deshojando sus pétalos, porque la rosa no es la suma de sus partes ni el centro de ella, para saber lo que ella es, se debe comprender que es un todo, solo así se le conoce. El laberinto es como la misma rosa, no se tiene el laberinto estando en él, el laberinto se conoce desde fuera pero es necesario recorrerlo, el laberinto es un todo.
Desde que empezamos a ver que el laberinto puede también representar un concepto más abstracto que la forma misma, también podemos verlo como la representación de una forma de pensar. Si no vamos por el camino efectivo, y observamos que ni si quiera el progreso está marcado por la línea recta, podemos creer en la circularidad de los procesos biológicos o también filosóficos y construir otra realidad alterna a esta que vivimos. Es probable que nuestra incapacidad por entender otras culturas se deba, en principio, a esta sencilla diferencia entre un laberinto y otro, o aclarando, a la concepción de una metáfora u otra.
La ciudad como laberinto"...Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las
líneas de la mano, escrito en los ángulos de las calles,
en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras,
en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas,
surcado a su vez cada segmento por raspaduras,
muescas, incisiones, pararrayos".
(Italo Calvino, 1991 [1])
Fotografía 3.A las construcciones mentales occidentales se oponen las filosofías del underground, que no son otra cosa que diferentes concepciones del mundo. En nuestras sociedades subsisten las corrientes subterráneas de pensamiento en las que la arquitectura se suministra para sus espacios. El laberinto es una forma que interpretamos, podemos también decir que es la forma que nos dice: Interpreta que el mundo esta hecho para ello. Y si eres terco, entiéndelo.
Siendo la arquitectura una actividad humana, es también una actividad artificial, por ello ésta repercute sobre el medio "...cada visión arquitectónica implica una ola de violencia (...) el potencial de delincuencia se presenta en cada arquitecto...". [2] El acto arquitectónico implica destrucción puesto que una edificación se sobrepone a otra ya existente o a la misma naturaleza. Por otra parte, la edificación es un acto de continuidad cultural, la ciudad representa la cultura de su sociedad, es la forma en cómo esta se comunica con su gente, es su lenguaje; la cuidad es también un laberinto, es ese espacio negativo que vemos a vuelo de pájaro, pero que esta allí abajo, estando en ella no vemos más que sus muros y sabemos que está porque en ella habitamos, pero para entenderla la visualizamos desde arriba. La ciudad no son los edificios de la plaza mayor, la ciudad es cada plaza, cada calle, cada jardín que la conforma. Nuestras ciudades tienen características de ambos laberintos, podemos tomar el camino eficaz para llegar lo más pronto posible a una cita o mejor el largo si queremos conocerla. La ciudad guarda sus espacios laberínticos para nuestro placer, nuestra confusión o para las más profundas reflexiones desde su centro.
La palabra como laberinto
Fotografía 3.
La religión judía ha basado, en gran medida, el secreto de su fe en el análisis de su libro sagrado: La Torah. Lo que nos interesa de sus reflexiones es que para ellos la escritura es el espacio del laberinto; el laberinto es una práctica hermenéutica que lleva al conocimiento y, en el sentido místico, a la aproximación a Dios, puesto que él se expresó mediante la palabra por las diez emanaciones divinas (sefirot), pronunciadas a través de las veintidós letras del alfabeto hebreo, las respuestas, por lo tanto, habrían de encontrarse en los textos. El texto es la representación divina, de allí que cada elemento de la escritura sea significante, ya sean éstos signos de puntuación, espacios dejados en blanco, etc.; todo lo que está escrito existe por alguna razón divina, eso es lo que el místico está destinado a descifrar. Existen cuatro niveles de interpretación que coinciden con los de la exegética medieval cristiana, que son: el literal, el alegórico, el ético o moral y el místico.
Para los estudiosos no se puede llegar al nivel profundo del texto (entenderlo), sin antes pasar por el nivel literal o superficial, por llamarlo de otra forma. La interpretación implica un recorrido, el viaje hacia el centro del laberinto; aquél que puede recorrer al laberinto y regresar del mismo, es quien lo ha entendido y descifrado.
Las reglas de interpretación de las que se servían los cabalistas, eran principalmente tres: la gematría, que consiste en asignar valores numéricos a las palabras que a su vez representaban valores religiosos; la gematría era una forma de interpretación muy rigurosa y especializada. Otra más era la temurah, que consiste en el intercambio de letras de las palabras con las cuales se encuentran significados diferentes en el texto por intercambio semántico.
Una tercera técnica de interpretación era la del acróstico o notarikon que se refiere a la interpretación de las letras de una palabra como abreviaturas de palabras o frases. La composición de los acrósticos puede ser de diversas maneras, generalmente se usa tomando la primera letra de una palabra, y así con cada una de las palabras para que, finalmente, las palabras se lean hacia abajo. Se usaba también utilizando ciertas disposiciones dentro de cada palabra para formar unas palabras con otras.La interpretación para los cabalistas es también un acto creativo, puesto que el interpretar el texto, es crearlo, reproducirlo y decodificarlo; este podría ser nuestro hilo de Ariadna que nos ayude a evitar el perdernos dentro de la construcción mental o real del espacio.
Viendo al laberinto como una gran figura de conocimiento, encontramos que cada actividad que implique conocimiento, implica también un laberinto. El espacio de la arquitectura es un laberinto construido por todos y cada uno de los edificios construidos, el arquitecto que quiere conocer su profesión, emprende el camino hacia la tierra prometida, se adentra en el laberinto; así como Dédalo construyó un micro universo significante, el arquitecto crea laberintos de sentido para los que cada elemento es enunciado de su propio secreto. Para cada uno, el laberinto puede presentarse en diversas figuras; representará algo subjetivo o algo concreto, pero el laberinto es sobre todo, un espacio imaginario, abierto a la interpretación pero cerrado en su secreto.
Notas
1. Calvino, Italo, "Las Ciudades Invisibles", México: Minotauro, 1991.
2. Van Berkel, Ben & Boss Caroline, "Delinquent Visionaries", Segunda Edición Róterdam: Ediciones 010 Publishers, 1994.
Imágenes y fotografías: Cortesía del autor.
Bibliografía
Calvino, Italo, "Las Ciudades Invisibles", México: Minotauro, 1991.
Van Berkel, Ben & Boss Caroline, "Delinquent Visionaries", Segunda Edición, Róterdam: Ediciones. 010 Publishers, 1994.