La búsqueda de la verdad
por: Viviana Catalina Benítez Jiménez
Verdad y sentido común
Si nos preguntamos acerca de la verdad, nos enfrentamos más que con un problema científico, con un problema filosófico. Nos han dicho que la verdad es la correspondencia entre el pensamiento y la realidad, ¿pero de qué realidad estamos hablando? Las ciencias naturales nos dirían por ejemplo que llegamos a ella a través de la búsqueda de reglas, leyes o principios generales; buscando muchas veces justificar, delimitar y articular lo injustificable, indelimitable e inarticulable.
Por ejemplo, si nos referimos a la realidad de la vida cotidiana, nos toparíamos con verdades comunes; es decir, ésta implica un mundo intersubjetivo, un orden dado, situado en un aquí y un ahora, donde existe, más que una correspondencia entre la realidad y lo pensado, una correspondencia entre significados individuales. Se trata de una realidad compartida.
De esta manera el sensus communis es lo que determina la verdad en este nivel de realidad. Pero éste no se refiere únicamente a lo que se cree con respecto a algo, el sentido común ha de implicar la formación del hombre, que se refiere a un cambio espiritual –Hegel nos dice que el hombre no es por naturaleza lo que debe ser, por eso necesita de la formación –, y esto es un ascenso de lo particular a lo general, un reconocimiento de sí mismo en el ser otro. De esta manera, el sentido común es lo que funda la comunidad. Y precisamente, aquello que orienta la voluntad humana es la generalidad concreta que representa la comunidad de un grupo, un pueblo, una nación o del género humano en su conjunto.
A este respecto y dentro de este nivel de realidad, cabría preguntarse ¿qué tanto de verdad conlleva la arquitectura que nuestra sociedad contemporánea ha venido erigiendo? ¿Posee siquiera algo de sentido común? La disciplina de la arquitectura, así como el hombre, habría de formarse. Aquello que constituye la formación práctica de éste es el distanciamiento con respecto a la inmediatez de su deseo, de la necesidad personal y del interés privado, alcanzando una atribución a una generalidad. De esta manera por ejemplo, una elección profesional tiene un destino que implica entregarse a tareas que no se asumirían para fines personales: la entrega a la generalidad de la profesión es un saber limitarse, hacer de la profesión, algo propio, por lo que ésta dejaría de representar una barrera. Este ascenso implicaría para aquél hombre que decida formarse como arquitecto, además de aprehender dicho sentido común, un aprender a habitar.
Si hiciéramos una lectura del Sur de la Ciudad de México, por ejemplo, probablemente no hallaríamos una arquitectura que se haya concebido en un saber limitarse y distanciarse de su particularidad; que haya sabido reconciliarse consigo misma en el reconocimiento con el ser de la ciudad. Tanto el individuo que asciende desde su ser natural hacia lo espiritual, como la arquitectura que asciende desde su ser material hacia la búsqueda de la verdad, encuentran en el lenguaje, en las costumbres y en las formas de habitar de su comunidad, una sustancia dada que deben hacer suya. El ejercicio del sentido común conlleva la distinción de lo conveniente de lo inconveniente, de lo que está bien de lo que está mal, y presupone una actitud ética. “El sensus communis es un momento del ser ciudadano y ético”.
Verdad y ruptura
Además de la verdad que se instala por el sentido común y que concuerda con la realidad de la vida cotidiana, existen otras verdades que corresponden a zonas “limitadas de significado”: la realidad de los sueños, la realidad de la imaginación, la realidad de la fantasía, la realidad de la religión, la realidad del arte. Y todas ellas han de implicar un quiebre en la cotidianidad.
Hoy, como hace más de cincuenta años, cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo. Impedir que siga siendo sucesión y sea lo que originariamente es: “un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian”. Esos días, son los días de fiesta. Octavio Paz nos dice que en esas ceremonias, el mexicano se abre al exterior, dándole ocasión de revelarse y dialogar con la divinidad. Es sólo a través de esos días que el silencioso mexicano descarga su alma. Dentro de esa atmósfera festiva –que es el revés brillante de nuestro silencio y apatía–, lo importante es salir, abrirse paso, embriagarse de ruido, de gente, de color.
Durante los días de celebración, la realidad se transforma, se quiebra. A medida que el regocijo gana terreno, las preocupaciones se apartan. Si el día anterior la verdad se instauraba al cumplir con las obligaciones laborales, académicas o domésticas, llevando a cabo la rutina correspondiente, saludando cordialmente a las mismas personas y haciendo lo debido en los lugares debidos; el día de fiesta la verdad se transforma: desaparece la noción de orden, el caos se hace presente; además de un exceso, es una revuelta, una inmersión en lo informe, en la vida pura; todo se comunica y se mezcla, el bien con el mal, el día y la noche, lo santo y lo maldito; todo cohabita perdiendo forma y singularidad.
La fiesta es, más que un gasto, una inversión, sólo que no se mide ni se cuenta; la ganancia es la potencia, la vida, la salud. El autor de El laberinto de la soledad no dice que la fiesta es re-creación, pues niega a la sociedad en tanto que conjunto orgánico de formas y principios diferenciados, afirmándola en tanto fuente de energía y creación. Al ser la fiesta el advenimiento de lo insólito, sus reglas especiales la hacen un día de excepción, su lógica y su moral contradicen a las de todos los días. Su tiempo es otro tiempo, que se sitúa en un pasado mítico o en una actualidad pura. Su espacio cambia de aspecto, se desliga del resto de la tierra.
El análisis de esta singularidad del mexicano intenta revelarnos una verdad, ¿pero de qué verdad se trata? ¿Cómo se puede relacionar este nivel de realidad con la búsqueda de la verdad del diseño arquitectónico? Podríamos hacer una suposición prematura, la arquitectura no ha de buscar sólo corresponder con un nivel de realidad, sino considerar los posibles quiebres que la verdad del sentido común puede experimentar. Porque, ¿quién asevera que una calle no puede dejar de ser calle para transformarse en el lugar donde el canto popular, las piñatas y las luces de bengala se hacen presentes durante los nueve días que preceden a la víspera de Navidad?
Si en la vida misma nos ocultamos a nosotros mismos, en el remolino de la fiesta nos disparamos, nos desgarramos. Sin embargo, la fiesta no es el único quiebre posible que puede presentar la realidad ordinaria, no es la única verdad que puede dialogar con la arquitectura.
Verdad y Arte
Si todo arte es en esencia Poesía, a ella debe reducirse entonces la arquitectura, la escultura, la música.
“¿No es algo obligado reconocer que también la obra de arte posee verdad?” Esta pregunta se plantea Gadamer, quizá porque en su tiempo, la modernidad –y aún ahora, la arquitectura– no quiso escuchar la respuesta que Heidegger había dado: el arte en su esencia es un origen, una manera extraordinaria de llegar a ser la verdad y hacerse histórica.
Tras largos recorridos aparentemente en círculo, pero realmente en espiral en ascenso, el autor de Arte y poesía menciona que la verdad es la oposición entre alumbramiento y ocultación, existiendo sólo como la lucha entre ambos, y sólo en la interacción de mundo y tierra. A ella pertenece lo que el autor llama instalación. Sin embargo ésta, más que lucha, es la íntima y recíproca pertenencia entre ambos. Lo cual nos hace recordar que de ello también habla Paz, al decirnos que lo abierto es el mundo donde los contrarios se reconcilian y la luz y la sombra se funden.
Y siendo la instauración de la verdad, la esencia de la Poesía; entonces todo arte, al dejar acontecer “el advenimiento de la verdad del ente en cuanto tal”, es en esencia Poesía. El arte instaura una verdad en el sentido de ofrendar, fundar, comenzar; impulsando lo extraordinario y expulsando lo habitual. De esta manera podemos pensar que la verdad de la que habla Heidegger, aquella que se instala en el la obra de arte, corresponde con la realidad de la Poesía, que es el estrato más profundo que puede ser alcanzado. ¿Cómo puede entonces el arquitecto llegar a ella?
En la Poesía ha de encontrarse la respuesta, sin embargo no nos referimos al género literario, el cual acontece en el habla porque guarda la esencia originaria de la Poesía. La arquitectura y la escultura, nos dice el autor, son cada una un modo propio de poetizar dentro del alumbramiento del ente, que ya ha acontecido en el habla inadvertidamente. Para vislumbrar la trascendencia de ello, prestemos atención a lo siguiente.
La Poesía revela aquellos valores del mundo que es necesario cuidar, trasciende las cosas que sólo son percibidas a través de los sentidos, hallando un nuevo significado de lo real. De esta manera, siguiendo los pasos del arte y su esencia, podemos encontrar aquellas verdades que los arquitectos, al diseñar, generalmente no consideran. Un poeta nos dice que, tras una mirada que contempla desde la cancela de la huerta, yace un pilón de agua, que bastándole de un álamo el follaje y de las palomas un vuelo, admira reflejando el idéntico paisaje a través de su oblongo cristal. Entre el silencio y la paz de la escena, el agua desierta que no canta y que no llora, y que no se asoma, revela una verdad. A saber, aquello que ya existía: la humedad de los helechos, un cielo siempre azul y a veces un surco tenue de nubes coloridas. He ahí la verdad que puede revelarse, y que, sólo ante la Poesía, puede instalarse en un pilón de agua dormida.
Verdad y diseño arquitectónico
De esta manera podemos decir entonces que la verdad puede instalarse en la arquitectura. Heidegger la aborda como revelación a través de la obra de arte, y Paz, como el advenimiento de lo insólito a través de la fiesta. Ambos representando el quiebre de lo cotidiano y correspondiendo con niveles de realidad más allá del sentido común.
En el filósofo, la verdad desgarra la obra de arte a través de esa lucha interna, dándole forma ; en el poeta, nosotros nos desgarramos en el remolino de la fiesta. La Poesía lleva a la obra de arte a lo abierto, iluminando su forma y llevándola al alumbramiento y la armonía ; la ruptura, cualquiera que ella sea –con nosotros mismos, con lo que nos rodea, con el pasado o con el presente–, engendra un sentimiento de soledad. Y al habitar en ella, oscilamos “entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás”.
Por lo que el diseño arquitectónico ha de contemplar las verdades que se revelan, que se manifiestan, o que es necesario desocultar; y que sólo pueden encontrarse al ser contempladas. La estancia dentro de la contemplación es un saber, que no consiste únicamente en conocer o representarse algo. Este saber queda como un querer y en el querer permanece un saber. Heidegger nos dice que este querer es el estado de resolución del ir-más-allá-de-sí-mismo. Y es aquí donde hallamos la correspondencia profunda con la formación de la que hablábamos en las primeras líneas. La contemplación como saber, como formarse, es el estado de interioridad en lo extraordinario de la verdad.
Con ello queremos decir que el diseño arquitectónico, en su búsqueda de la verdad, puede recurrir a la profunda contemplación de lo existente, en primera instancia acudiendo a ese sentido común que refleja una realidad construida en conjunto, la cual servirá de punto de partida para comprender las costumbres, tradiciones, creencias, formas de habitar. Asimismo, sin olvidar los quiebres de dicha realidad, a veces irracionales, pasionales o emocionales, pero que emanan de la esencia de dicha cultura –merece la tradición ser escuchada y reconocida como lo era antes del viraje moderno de las ciencias:
“La plaza mayor de donde se ha de comenzar la población siendo en costa de mar se debe hacer al desembarcadero del pueblo, y siendo en lugar mediterráneo en medio de la población. La plaza sea en cuadra prolongada, que por lo menos tenga de largo una vez y medio de su ancho, porque desta manera es mejor para las fiestas a caballo y cualesquiera otras que se hayan de hacer.”
Así, explorando los distintos niveles de verdad que conforman la realidad, el diseño arquitectónico no debe detenerse hasta encontrar la más profunda: la instalación de aquella verdad que produzca un ente tal, que antes no era y posteriormente no será. Es decir, la arquitectura que funde un mundo, que congregue lo existente y que lo mantenga en imperiosa permanencia.
Así como las ciencias humanas, el diseño arquitectónico no ha de ir en busca de La verdad, sino de una verdad que le permita dialogar con la historia. Ya que no se trata de algo fijo, sino de algo que se adapta y cambia, que se construye y reconstruye. Podemos hablar incluso de una necesaria “fusión de horizontes” que permita aproximar cada uno de los niveles de realidad, mediante un Diseño que lleve al diálogo, a la coincidencia y a la correspondencia entre ellas.
La verdad, entendida como desocultamiento del ser , no se ve obligada a tomar forma corpórea. “No es siempre necesario que lo verdadero tome cuerpo; basta con que se expanda espiritualmente y provoque armonía: al igual que el son de las campanas, basta con que se agite por los aires con solemne jovialidad”. Esto nos hace pensar en aquello que únicamente debe ser dejado en su esencia, de lo que también Heidegger nos habla en otro de sus textos: el construir es en sí mismo ya el habitar, y éste último significa abrigar y cuidar. Pero el verdadero cuidar acontece cuando dejamos a algo en su esencia. Las dos condiciones en el construir, y por lo tanto al instalarse la verdad, son el cuidar o abrigar –las cosas que crecen– y el edificar o erigir –las cosas que no crecen. En el diseño arquitectónico, podría considerarse un construir como cuidar, que implicará el respeto y resguardo del medio existente y sus formas de vida –incluyendo la cultura–; y un construir como edificar, considerando el empleo adecuado de los recursos brindados por la naturaleza.
En la disciplina de la arquitectura, más que diseñar , ha de buscarse el espaciar; ya que el diseñar contiene un rasgo de voluntad –en este caso la del arquitecto– que generalmente conlleva un actuar egoísta. En cambio al espaciar se dona un lugar que permite el acontecer de un habitar. El espaciar concede, no determina, un emplazamiento; el cual ha de admitir la aparición de las cosas al disponerlas en su sitio, es decir, al brindar un orden que permita su co-pertenencia, el Diseño Arquitectónico hará espacio a la verdad.
Ciudad de México, abril 2017.
Viviana Catalina Benítez Jiménez
vicabeji@gmail.com
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BERGER, P. y LUCKMANN, Thomas. La construcción social de la realidad. Amorrortu, Buenos Aires, 1968
DEFOSSÉ, F. “Zona de topes. Transcripción, fundación, reescritura, interpolación” en Ensayos de filología urbana. Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, 2016
GADAMER, H. Verdad y método, Trad. Ana A. Aparicio y R. de Agapito. Sígueme, Salamanca, 1993
HEIDEGGER, M. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. Fondo de Cultura Económica, México, 1958
_______________. Construir, Habitar, Pensar, Trad. Eustaquio Barjau, en Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 1994
_______________. El arte y el espacio, Trad. Jesús Adrián Escudero. Barcelona, Herder, 2009
PAZ, O. “Todos santos, Día de muertos”, en El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica, México, 1996
REFERENCIAS ELECTRÓNICAS
Diccionario etimológico de Chile. Recuperado el 31 de marzo de 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?verdad
________________________________. Recuperado el 07 de marzo de 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?disen.ar
“Francisco González de León”, en Enciclopedia de la Literatura en México, 04 octubre de 2013. Recuperado el 21 de marzo de 2017 en: http://www.elem.mx/autor/datos/3038
NOTAS
La palabra verdad (conformidad entre lo que se piensa y la realidad) viene del latín veritas, compuesta de verus (verdadero) y el sufijo –tat/-tas (cualidad). Diccionario etimológico de Chile. Recuperado el 31 de marzo de 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?verdad
Así como existen verdades racionales, también existen verdades comunes o sensibles, las cuales son útiles para todos los hombres en todo tiempo y lugar. Gadamer, Hans-Georg. Verdad y método, Trad. Ana A. Aparicio y R. de Agapito. Sígueme, Salamanca, 1993, p.24
(Berger, Peter L. y Thomas Luckmann. La construcción social de la realidad. Amorrortu, Buenos Aires, 1968, pp.38-41)
Oetinger realiza una investigación verdaderamente extensa sobre el concepto de sentido común, en oposición al racionalismo; en dicho concepto el autor contempla el origen de todas las verdades, siendo su verdadero fundamento el concepto de la vida. Gadamer, Hans-Georg. Op.cit., p.23
“La esencia general de la formación humana es convertirse en un ser espiritual general”. El autor nos dice que el hombre se caracteriza por la ruptura con lo inmediato y natural que le es propio, en virtud del lado espiritual y racional de su esencia. Lo que Hegel llama la esencia formal de la formación radica en su generalidad, es decir, el hombre se forma en la medida que su particularidad asciende a lo general. Ibídem, p.15
“La formación comprende un sentido general de la mesura y de la distancia respecto a sí mismo, y en esta misma medida un elevarse por encima de sí mismo a la generalidad”. Gadamer, Hans-Georg. Op.cit., pp.15-18
En el texto Construir, Habitar, Pensar, el filósofo alemán Martin Heidegger deconstruye el sentido de estos conceptos para develar la carga simbólica que el lenguaje humano ha ido olvidando: nos dice que la palabra del alto alemán antiguo correspondiente a construir, buan, significa habitar, esto quiere decir permanecer, residir. El buan, siendo nuestra palabra bin, soy, es la manera según la cual los hombres somos en la tierra; por lo que la palabra bauen significa que el hombre es en la medida en que habita. Pero habitar significa al mismo tiempo abrigar y cuidar; donde el construir como cuidar y el construir como levantar edificios, están incluidos en el propio construir –habitar–. Heidegger, Martin. Construir, Habitar, Pensar. Trad. Eustaquio Barjau, en Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 1994, pp.3-4
En esta descripción de formación práctica se reconoce el fundamento del espíritu histórico. Es este reconocer en lo extraño lo propio y hacerlo familiar, el movimiento fundamental del espíritu. Gadamer, Op.cit., p.16
También es el sentido de lo justo y del bien común, sentido que se adquiere a través de la comunidad de vida, determinado por las ordenaciones y objetivos de ésta. Ibídem, p.20
Paz, Octavio. “Todos santos, Día de muertos”, en El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica, México, 1996, p.2
La fiesta es una de las formas económicas más antiguas, como la ofrenda. Ibídem
El autor menciona que a diferencia de la fiesta, las vacaciones modernas no entrañan rito o ceremonia alguna, son individuales y estériles “como el mundo que las ha inventado”. Ibídem
Heidegger, Martin. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p.112
Gadamer, Hans-Georg. Op.cit., p.30
Heidegger, Martin. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. México, Fondo de Cultura Económica, 1958, pp.114-118
Heidegger, Martin. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p.110
Basado en el poema “Agua dormida” de Francisco González de León, profesor de castellano, francés y literatura. Nació en 1862 y murió en 1945 en Lagos de Moreno, Jalisco. Estudió en Guadalajara y se recibió de farmacéutico. Su botica en Lagos de Moreno se convirtió en lugar de reunión literario. Su obra se publicó tardíamente. “Francisco González de León”, en Enciclopedia de la Literatura en México, 04 octubre de 2013. Recuperado el 21 de marzo de 2017 en: http://www.elem.mx/autor/datos/3038
“La lucha llevada a la desgarradura y de este modo reestablecida en la tierra y así fijada es la forma. El ser-creado de la obra quiere decir fijada la verdad en la forma.” Heidegger, Martin. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p.100
Heidegger, Martin. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p.111
El mexicano, dice el autor, no trasciende su soledad, se encierra en ella. Paz, Octavio. Op.cit.
Heidegger, Martin. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p.104
“Nuevas ordenanzas de descubrimiento, población y planificación de las Indias” de Felipe II en 1573. Defossé, Fernando. “Zona de topes. Transcripción, fundación, reescritura, interpolación” en Ensayos de filología urbana. Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, 2016, p.25
Heidegger, Martin. Arte y poesía, Trad. Samuel Ramos. México, Fondo de Cultura Económica, 1958, p.98
El autor cita al poeta alemán Goethe. Heidegger, Martin. El arte y el espacio, Trad. Jesús Adrián Escudero, Barcelona, Herder, 2009, p.33
Heidegger, Martin. Construir, Habitar, Pensar. Trad. Eustaquio Barjau, en Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 1994, p.4
El término del antiguo sajón wuon y el gótico wunian significan, al igual que bauen, el permanecer, residir; pero Wunian significa, llevado a la paz –permanecer en ella. Y la palabra paz (Friede) significa lo libre, preservado de daño y amenaza, es decir, cuidado. Ibídem, p.6
“(…) los mortales abrigan y cuidan las cosas que crecen, erigen propiamente las cosas que no crecen” Heidegger, Martin. Construir, Habitar, Pensar. Trad. Eustaquio Barjau, en Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 1994, p.9
La palabra “diseñar” viene del latín disegnare y significa “dibujar una forma para que sirva de modelo de lo que se quiere crear”. Sus componentes léxicos son: el prefijo di- (dirección de arriba abajo), signum (signo), más el sufijo –re (terminación usada para nombrar verbos). Diccionario etimológico. Recuperado el 07 de marzo de 2017 en: http://etimologias.dechile.net/?disen.ar
Recordando que un lugar coliga la Cuaternidad; y que el habitar ha de pensarse como rasgo fundamental del ser del hombre; significa permanecer, residir, abrigar y cuidar. Heidegger, Martin. Construir, Habitar, Pensar. Trad. Eustaquio Barjau, en Conferencias y artículos, Barcelona, Serbal, 1994
En su texto, Heidegger busca la peculiaridad del espacio, la cual se muestra a partir de sí mismo. Nuevamente la exhortación del lenguaje nos dice que la palabra “espacio” se refiere a “espaciar”, que a su vez remite a “escardar”, “desbrozar una tierra baldía”. “El espaciar aporta lo libre, lo abierto para un asentamiento y un habitar del hombre”. Heidegger, Martin. El arte y el espacio, Trad. Jesús Adrián Escudero, Barcelona, Herder, 2009, pp.19-21
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