Arquitectura
y Humanidades
Propuesta
académica
Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.
"El perfil del hombre y la cultura en México", de Samuel Ramos
Fondo de Cultura Económica, México.
Edgar Fabián Hernández Rivero
A partir de lo que observamos -especialmente en las sutilezas de la cotidianeidad- y los conocimientos que otros nos aportan, los diseñadores de espacios habitables podemos reflexionar e intuir cuál es el ser del habitante, es decir, qué es lo que guardan ciertas actitudes en el espacio, qué es lo que realmente se nos pide en una coloquial solicitud de diseño.
El habitante latinoamericano es, en general, 'derivado', en su interior reposan las inquietudes y perturbaciones de sus antecesores, siendo éstos producto del encuentro entre diversos grupos étnicos. Esta conjunción puede ocasionar pugnas internas, cierta autocensura; en realidad, corresponde a una rica suma de elementos que se esbozan en el comportamiento o actitudes ante la vida. El arquitecto, teniendo conciencia de ello, puede incorporar en lo espacial aquello requerido para manifestarlo, es decir, coadyuvar a la expresión de tales latencias con la intención de que el habitante se encuentre y descubra en el espacio.
El pueblo latinoamericano tiende a ser 'receptible' a aquello que signifique 'religiosidad', es decir, a lo que lo conecte con la trascendencia de sí mismo a través de la rendición de culto a una figura o a una idea. El arraigo de ello se observa en la expresión ritual y su fuerza es cohesionadora. El diseñador, al identificar estos elementos y darles cabida en el espacio, participaría en la construcción de estos vínculos profundos que le proporcionan sentido al habitante de nuestra región.
En nuestras comunidades existe una cierta fascinación por lo externo que se ha buscado neutralizar a través de la exaltación e idealización de lo interno. De acuerdo a Ramos, esta lucha se relaciona directamente con un sentido de 'inferioridad' que se incrementa por la 'deshonestidad' hacia nuestra propia naturaleza. Encontrarse lugar en el mundo significa sincerarse consigo mismo, aceptar y abrazar aquello que auténticamente nos compone. El diseñador contribuye a este proceso franqueando el espacio, es decir, posicionándose como un traductor de los anhelos humanos en el habitar, alguien cuyo conocimiento permita materializar ese lugar esperado, contrario a la imposición de modos de vivir.
En un contexto en donde la 'inferioridad' es generalizada, aprovechar con cierta desmedida cualquier oportunidad se convierte en una práctica cercana a la regla. La premura con la que tomamos aquello a nuestro alcance explicaría, de alguna manera, el predominio del 'utilitarismo' como forma de operar ante la vida y, por tanto, el pobre 'refinamiento' -en términos de depuración reflexionada- de nuestro proceder. El diseñador de espacios habitables ha de identificar los mecanismos que reduzcan esta tendencia en el ámbito que le corresponde. Esto puede ser a través del diálogo profundo con el habitante, aquél que permita captar la esencia de la obra por desarrollar; hacer comprender al habitante lo significativo en dedicar el tiempo adecuado a la construcción del contenido de la obra por lo que esto implica para una calidad habitable, no sólo inmediata sino también sostenida.
El 'vacío' generado por una subvaloración propia busca llenarse con determinadas ideas de poderío y supuesta superioridad -machismo, clasismo o nacionalismo, por ejemplo-, pero ello es sólo un 'camuflaje' que se pretende adoptar al interior (autoconvencimiento) y al exterior ('ficción'). El problema de no asumir lo propio, de no dar el salto hacia lo 'auténtico', y de aceptar sin cuestionar lo establecido, radica en que conducen a un 'conformismo', a una 'parálisis' a nivel individual y colectivo. En el caso de lo urbano-arquitectónico es sencillo caer en esta clase de pretensiones: por un lado a realizar continuamente propuestas políticamente correctas pero que evidencian fallas o limitaciones, y por la otra a buscar exacerbar por medio de la innovación o adopción de tendencias ajenas por considerarse superiores. El diseñador de espacios habitables ha de asumir un compromiso con la autenticidad a través de respuestas específicas y congruentes con el hombre que lo habita y la realidad del contexto en el que se encuentre inmersa la obra