Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

 

Que los arquitectos sean poetas

Gabriela Sánchez Serrano


No es que el señor X [1] estuviera lleno de mitos [2] y que se negara a dejar el departamento que había rentado por quince años, es sólo que se había hecho enteramente a él, y cambiarlo por otro o por una casa le representaba gastos, tiempo, insatisfacciones, pero sobre todo, inseguridad, miedo, soledad. Después de tantos años de convivir con los mismos espacios, el señor X estaba lleno de rituales [3] que ya eran parte de su vida, como regar las plantas de la terraza antes de desayunar, desayunar con la misma taza de café en la misma silla y con el periódico del día. Él no reflexionaba acerca de estas costumbres, sólo sabía que eran algo que le daba un cierto sentido de identidad; él pertenecía a ese espacio y ese espacio le pertenecía a él. "Somos lo que hacemos", recordaba, y ese departamento lo había ido haciendo él poco a poco, sensibilizándose con cada rincón, dedicando sus pocos ratos libres a adecuarlo hasta convertirlo en su hogar.

Al señor X lo visitaba su ayudante doméstica dos veces por semana, una mujer oaxaqueña llena de creencias míticas y ritos que consideraba indispensables realizar antes de comenzar con sus faenas, él era un científico, pero a pesar de su racional mente, sabía que los hombres y mujeres que ejecutan ritos mágicos son tan valiosos como los científicos que hacen experimentos en sus laboratorios; al final, ambos pensamientos expresan el mismo deseo de avenirse con la realidad, de vivir en un universo ordenado y superar el estado caótico. A veces le gustaba más el mundo de esa mujer que el suyo mismo; prefería -sin decirlo-, pertenecer a ese universo de ilusiones, alucinaciones y ensueños en el que todo se explicaba por medio de las creencias ancestrales y que resultaba -al parecer- ampliamente satisfactorio.

El señor X admiraba en secreto a esta mujer grande, robusta, silenciosa, activa y llena de creencias. A pesar de no ser arquitecto, el señor X tenía una gran sensibilidad espacial y artística, además, era lector asiduo de textos referentes a arquitectura y gran conocedor de arquitectos de todos los tiempos. Leía en periódicos y revistas las últimas tendencias arquitectónicas. Le impresionaban por igual las arriesgadas construcciones de Jean Nouvel o los estilizados métodos constructivos de Calatrava, como los dramáticos cristales fosterianos o la ligereza cuasi virtual de Toyo Ito. Sentía gusto y admiración por los impresionantes dibujos de Zaha Hadid y había quedado totalmente pasmado cuando conoció la biblioteca de Eberswalde (Alemania), obra de los suizos Herzog y De Meuron. Sin embargo, y no sin algún recelo, sentía él -inexplicablemente, como decía a sus amigos- una cierta predilección por otro tipo de arquitectura. Me gusta, es deslumbrante, pero no sé si podría vivir en una casa así, pensaba acerca de toda esa vanguardia tan llena de cristal, luz y tecnología.

El señor X había estudiado profundamente a Luis Barragán, Prizker mexicano que hacía años había quedado olvidado y desafortunadamente sólo imitado, mil veces plagiado por todo tipo de gente. Para él, este arquitecto era como un héroe [4]. Sin ningún protagonismo había logrado entender el espacio de la manera más sutil y misteriosa que se hubiera conocido jamás. Se sentía identificado con ese hombre solitario porque buscaba resolver los enigmas del universo para comprenderse a sí mismo, su destino y sus deberes. Como científico, el señor X sabía que la filosofía empieza con la duda, que es desde ese punto de vista, un elemento constructivo ya que será el impulsor de nuestras preguntas, el motor para encontrar posibles respuestas.

Un héroe es aquél cuya principal característica es la fuerza moral, el señor X había conocido a Barragán por su obra, y leyendo algo de su vida se percataba que había sabido perfectamente penetrar en las almas de los hombres, que había sido infatigablemente sincero y no buscaba una vanagloria ni un renombre, que su claridad de pensamiento, energía en la acción, fuerza de voluntad y capacidad de compromiso se habían constantemente reflejado en cada una de sus obras, pero sobre todo su pasión por la vida; un hombre que vivió en las cosas y no en la exhibición de ellas; genial, visionario, imaginativo, creativo y congruente, capaz de reconocer y sentirse hacia el otro. El señor X entendió que si encontraba una casa hecha por alguien tan sensible, no necesitaría más, sobre todo en estos tiempos de monólogos inacabables en los que todos quieren hablar sin escuchar al otro. Resignado a abandonar el lugar que lo había alojado por más de quince años y empujado por el dueño del edificio, el señor X comenzó la búsqueda del nuevo espacio. No le importaba en realidad si fuera casa, departamento o loft. Lo único que pedía era algo que no le resultara ajeno.

Como consecuencia de sus lecturas acerca del sitio propuesto por Barragán en El Pedregal, el señor X se aventuró por comenzar buscando algo en esa área urbana perfectamente organizada. Su sorpresa fue indescriptible cuando llegó a la zona y descubrió que no tenía nada que ver con aquellos postulados de los que el arquitecto había hablado y estructurado. Lejos de lo que había visualizado al leer, la colonia se había convertido en una serie de calles unidas sin ninguna coherencia, rodeadas de inmensas casonas de anacrónico gusto, con miles de conjuntos de casas repetitivas hasta el cansancio, como esquemas y lineamientos que parecían quererlas perder en una masa uniforme, cual casas Geo pero para ricos. Por si fuera poco, los precios de esas residencias eran exorbitantes. Esa área era muy parecida a la de Santa Fe, de la que tanto había escuchado miles de alabanzas y que hasta antes de visitar El Pedregal, se reservó el derecho a no conocer.

¿Cuáles han sido los criterios para calificar la arquitectura?, ¿quién ha decidido qué es lo que está bien y qué lo que está mal? El señor X se sentía totalmente fuera de época al continuar buscando algo que aparentemente ya no debía gustarle. Sin embargo, siguiendo el razonamiento de Worringer, [5] recordaba que, abrir los criterios artísticos a horizontes más amplios e incluyentes no sólo nos permite considerar artes de otras regiones y dentro de otros tiempos sino que resulta también un aspecto positivo y de retroalimentación para las mismas artes. Entonces, si tenía que gustarle la arquitectura de la globalización, entendía que él estaba pasado de moda según los criterios de los arquitectos protagonistas actuales que construyen por igual en todos los países, sin respetar clima, condicionantes económicas ni sociales, costumbres, ritos, etc. Comprendió ahora a sus amigos cuando decían que Santa Fe lo tiene todo, grandes avenidas, malls, servicios especializados, todo como en los países ricos, sí, tiene todo lo de un país desarrollado -incluyendo las vecindades paupérrimas anexas-, pero no tiene nada de lo que él buscaba. Al aceptar un arte impuesto, al buscar una arquitectura establecida por cánones de moda, se estaba cayendo en lo que Worringer criticaba; el arte se dictamina por unos cuantos que afirman tener la verdad y el conocimiento absolutos, el gusto excelente y refinado que no tienen las culturas salvajes, los primitivos, etc; y ese arte es el que debe imponerse, a partir del cual se seguirán los criterios y los juicios, el arte -la arquitectura- regidor.

El tiempo apremiaba y el señor X no encontraba otro sitio similar al que tenía que dejar. No se explicaba por qué tenía que vivir en un espacio repetido si la arquitectura, como había leído en Hartmann, [6] debía tener una estrecha relación con la existencia de las personas, sus tradiciones, sus formas de vida y estilos. Él necesitaba ese espíritu o solución de la composición que es precisamente lo que dictamina el gusto y la expresión de la voluntad vital, el modus vivendi. Algo que lo liberara, que le implicara ideas y nostalgias nacidas de una tradición. Pero todo esto parecía muy difícil de encontrar, sobre todo de explicar a los corredores de casas que simplemente no podían compartir su necesidad porque no la comprendían.

El señor X no podía comunicarles que los valores estéticos no sólo están en lo bello artístico sino en la naturaleza, pero sobre todo, en el ser humano. Él quería que su casa fuera como una obra de arte en el sentido de que ésta operara sobre él y el que la contemplara. Esa casa debía pertenecer a todo aquél que fuera capaz de llevarla a su encuentro desinteresadamente. Quien contempla una obra de arte puede penetrar en ella y apropiársela. El valor estético consiste entonces en la compenetración de la obra con quien la contempla. Pero tal vez era pedir demasiado y mejor sería olvidar a Hartmann para quien la belleza consiste en dar una forma tal a la obra de arte que el contenido espiritual aparezca nítido ante los sentidos del contemplador. La arquitectura es arte, tenemos el derecho a la vida estética; el arte pertenece a quien lo necesita.

Aparentemente, el señor X no encontraría lo que buscaba, sin embargo no cesó su búsqueda. Visitó miles de casas diferentes, con un criterio amplio y con ganas de encontrar algo que lo satisficiera. Conforme pasaba el tiempo, más se convencía de lo difícil que le sería adaptarse a lo que le proponía la gente. Leía en anuncios: hermosa casa, a cinco minutos del periférico; y cuando la visitaba, no era ni hermosa ni estaba a cinco minutos del periférico sino a cinco minutos del periférico a partir de que lograra salir de esa congestionada colonia (aproximadamente unos veinte minutos). Comprendió que había habido cambios de todo tipo, las distancias, por ejemplo, ya no se medían en metros o kilómetros sino en tiempo: ¿cuánto tiempo hago de la casa al trabajo?, ¿a cuánto tiempo estoy de Insurgentes? A su vez, las medidas de los jardines y patios -cuando subsistían-, también habían cambiado; ahora ya no se medían en metros cuadrados, lineales o demás, sino en mesas: ¿cuántas mesas le caben a este patio para la fiesta?, ¿cuántas mesas entran en este jardín para la pachanga? La mayoría de las terrazas de los departamentos que visitaba así como los patios de las casas, habían sido techados con estructuras de aluminio y acrílico para "ganar espacio", esto le resultaba inexplicable y antiestético. Los jardines se convertían en garages porque no era nunca suficiente el espacio para tres coches, la gente siempre quería más. Las casas estaban todas modificadas y "remodeladas" con gustos muy diferentes al suyo. Se sintió tan anacrónico como las poéticas que había leído en donde se describían armoniosamente espacios, detalles, rincones, universos.

Para el señor X, la casa tenía tanta importancia como lo leía en Bachelard. Alberga ensueños, protege al soñador, nos permite soñar en paz. Sin ella el hombre sería un ser disperso. Es el primer mundo del ser humano, es pequeña y grande, cálida y fresca, siempre consoladora [7]. Quizá lo que más le convenía era buscar un terreno -por pequeño que fuera- y pedir a un arquitecto que construyera una casa conforme a sus necesidades, pero eso era muy caro y tomaría mucho tiempo. En su desesperación pensó en huir, irse a otra ciudad, emprender la retirada en busca de otros vientos, de lugares donde hubiera casas y gente como la que él anhelaba, pero rápidamente venía a su mente el ruido inseparable de la gran ciudad, el movimiento, la vitalidad y la misma gente corriendo sin rumbo, que ya le resultaba tan familiar que se había vuelto necesaria, y entonces pensaba, seré un habitante del mundo a pesar del mundo [8].

No quería sentirse diferente al resto, pero tampoco estaba dispuesto a vivir como los demás. Un día un amigo lo llamó, creo que encontré algo muy parecido a lo que buscas. Fueron a verlo y, efectivamente, el señor X quedó lo suficiente complacido con esa casa. No era grande, tenía las dimensiones exactas, y aunque había que hacerle varios arreglos, se apropiaría de ella perfeccionando su belleza, sólo era cosa de escuchar a los poetas. Hay que vivir para edificar la casa y no edificar la casa para vivir en ella [9]. De esta manera, el señor X se mudó a lo que sería -ya era- su nuevo hogar y se dedicó a convertirlo para amarlo y vivirlo tan minuciosamente como los poetas. Siguiendo a Heidegger [10], se dio cuenta que, si se sensibilizaba, podría modificar cualquier espacio sin importar las circunstancias externas. Solo poéticamente es como el hombre habita la tierra. Una obra de arte no es sólo un cuadro en un museo, va mucho más allá de su representación. La arquitectura es un arte y por lo tanto sus obras deberían ser obras de arte. Como tales, no son completas por sí mismas, aisladamente, sino dentro de un conjunto de relaciones que la trascienden y la integran al mundo, un mundo como conciencia que da cuenta al hombre de su existencia y de su posición en medio de los otros seres existentes.

Nada más exacto para expresar esto que la misma materialidad de las obras de arquitectura. Y -aunque pueda parecer exagerado-, la casa donde el señor X quería habitar, debía ser una obra de arte. Pero el señor X no era un artista sino un científico y no sabía nada de construcción ni reglamentación. Lo único que sabía era que tenía una necesidad como una voluntad de espíritu que se elevaba y que sería resuelta, puesta en la tierra con la pesantez de la arquitectura. Lo que buscaba era poder contemplar su casa fusionándose con ella como en una unión mística y lograr que los demás dialogaran con ella. Si la arquitectura -como la poesía-, era capaz de cambiar al mundo, entonces ésta era un método de liberación interior. Basándonos en las lecturas de Octavio Paz [11], los arquitectos podrían confundir la palabra arquitectura con poesía y seguramente sus obras serían mejor resueltas, ya que no toda obra construida es arquitectura, así como no toda la arquitectura está construida. Los hombres no deberían habitar en casas que parezcan máquinas. La gente podría sentirse a gusto con las obras que crean los arquitectos, pero no siempre es así, ¿qué es lo que pasa?, ¿en qué momento se deja de hacer poesía para simplemente construir? Cuando el vendedor mostraba la casa al señor X, llenándolo de palabras que lo trataban de convencer a toda costa de comprarla, diciendo aún absurdos, cosas que le resultaban sin juicio, pero que a su vez él visualizaba de otra forma, el señor X sólo guardaba silencio, tolerando la ambigüedad, la contradicción y el embrollo, pero no la carencia de sentido. Un silencio poblado de signos, y entendía que todo es lenguaje, que no hay obra de arquitectura sin lector, y que dichas obras se deberían poder leer por cualquier persona. Y por eso la arquitectura podría ser algo que trascendiera al lenguaje, por medio de la cual el arquitecto fuera conocido [12].

Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro [13]. Esto aplica igual para la arquitectura. Por eso cuando se está en un espacio arquitectónico que nos hace sentir especiales, sabemos que hay algo de ese espacio que nos pertenece, que nos llega a fondo. En el flujo y reflujo de nuestras pasiones y quehaceres, hay un momento en que todo pacta. La arquitectura puede ser -y acaso deba serlo- una posibilidad abierta a todos los hombres, cualquiera que sea su temperamento, ánimo o disposición. La arquitectura es como las palabras, un testimonio de nuestra realidad. Los hombres hablan con las manos y con el rostro, los arquitectos hablan con sus obras. La fuerza creadora de la palabra reside en el que la pronuncia, de igual manera, la fuerza de la obra reside en el arquitecto que la proyecta.

Si la arquitectura se hace legible a todos, estamos entonces ante un arte de madurez. Las palabras del arquitecto serán también las de su comunidad ya que toda palabra implica a dos personas: el que habla y el que escucha. El señor X encontró finalmente un lugar que con el tiempo, hizo suyo, ese lugar pudo haber llegado antes, o pudo haber sido hecho por un arquitecto si éste hubiera sabido hablar, darse a entender y escuchar. Me pregunto qué dirían las cosas si hablaran, qué diría la arquitectura si pudiera dialogar con el arquitecto. Hacer arquitectura implica una búsqueda interior resultado de un deseo, de hambre, de un impulso amoroso, es el puente entre las necesidades de la comunidad y la necesidad de crear del arquitecto mediada por la obra de arte. Antes que el compromiso de la arquitectura como una imposición, ésta debe ser un acto de amor por parte del arquitecto, y esto será así, cuando él se vea a sí mismo como un poeta.


Notas

1. El señor X (equis), es eso, sólo un señor equis, sin nombre ni especialidad. Alguien que puede ser cualquiera de nosotros, nadie fuera de este mundo, no un héroe, no un mito, no un ejemplo a seguir. Sólo un señor más.
2. Cassirer, Ernst, "El mito del Estado" Colombia: FCE, 1996, pp. 7-63.
3. Ídem.
4. Cassirer, op. cit., pp. 222-264.
5. Worringer, W, "Estética y teoría del Arte. La esencia del Gótico", México: FCE.
6. Hartmann, Nicolai, "Estética", México: UNAM, 1977, pp. 147-155, 249-258.
7. Bachelard, Gaston, "La poética del espacio", México: FCE, 2002, pp. 36-40.
8. Bachelard, op. cit., p. 78.
9. Bachelard, op. cit., p. 141.
10. Heidegger, Martín, "Arte y poesía", México: FCE, 2002, pp. 148.
11. Paz, Octavio, "El arco y la lira", México: FCE, 1994, pp. 30-290.
12. "Por sus obras los conoceréis".
13. Paz, op. cit., p. 50.

Bibliografía

Bachelard, Gaston, "La poética del espacio", México: FCE, 2002.
Cassirer, Ernst, "El mito del Estado" Colombia: FCE, 1996.
Hartmann, Nicolai, "Estética", México: UNAM, 1977.
Heidegger, Martín, "Arte y poesía", México: FCE, 2002.
Paz, Octavio, "El arco y la lira", México: FCE, 1994.
Worringer, W, "Estética y teoría del Arte. La esencia del Gótico", México: FCE.

 

Gabriela Sánchez Serrano