Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

 

El susurro de la Arquitectura

Federico Martínez Reyes

"Los días se parecían unos a otros; exteriormente eran iguales,
pero se sentía cómo nos internábamos paso a paso en el verano."
(Arredondo, 1988
).

Muchos son los intentos que han existido por comparar a la literatura con las artes visuales y, con ellas, a la arquitectura. Algunos de estos intentos han convertido a los elementos de la arquitectura, como a las columnas, a los muros o a los ornamentos, en una especie de lenguaje y, por lo tanto, según su disposición, se sostiene que los edificios dicen cosas, gritan o susurran.

Estas comparaciones, cuya finalidad común es la de justificar a la arquitectura como arte, muchas veces se quedan a un nivel semiótico, en donde cada elemento arquitectónico representa un signo determinado cuyo significado es muy impreciso. Es un lenguaje superficial. Han existido esfuerzos por evitar tales comparaciones, pero la arquitectura no escapa de la literatura por completo, sobre todo, porque hay obras que han dedicado muchas letras a las descripciones de objetos arquitectónicos como en el caso del libro El nombre de la rosa, de Umberto Eco, donde el autor describe la portada de un templo románico [1] frente a la que Adso, novicio que aspira a monje, se queda arrobado por la cantidad de esculturas que adornan los arcos y los tímpanos que enmarcan el acceso al templo; o la descripción de ese lugar en el que Kafka, en su novela El Proceso, ubica el primer interrogatorio al que K. se ve sometido. En ambos casos la descripción hecha de las espacialidades ayuda a generar un ambiente que envuelve al espectador en lo profano y místico de un templo y en lo angustioso y nebuloso de un proceso de desconocido origen, respectivamente.

Si bien la arquitectura como tal no está presente, sí hay una representación de ésta que ayuda al escritor a lograr determinados efectos en el lector. Este tipo de representación arquitectónica sí permite hacer una lectura más clara, aunque a veces no sea tan fácil, del edificio que se representa o de las intenciones que se deducen de ese edificio representado, pues el uso del lenguaje lo permite. Muy distinto a intentar descubrir lo que un elemento arquitectónico representa con solamente verlo, por ejemplo ver una arcada e interpretar lo que ésta significa en el objeto arquitectónico. Sin embargo, cuando un arquitecto diseña no deja de lado las significaciones de lo que diseña, siempre tomando como destino de esas significaciones el objeto arquitectónico. Pero sus intenciones se diluyen en las formas de los edificios, en éstos son otros quienes los cargan de valores, similar a lo que pasa con la literatura cuando un texto sale del escritor y comienza su viaje itinerante por los ojos de los lectores, quienes a su vez reinterpretan lo escrito.

Como los escritores, el arquitecto que diseña cuenta historias que, cuando la arquitectura existe, difícilmente podemos mirar. Miramos los muros y los pisos y las losas: todo está construido y nos basta. Pero, diluidas, no sabemos nada de las historias que existen detrás de todo aquello, en lo otro, en lo dibujado, en donde se trazaron historias con las líneas en el plano, esas historias que obligaron al diseñador a preferir una altura sobre la otra o un acceso más pequeño y profundo, porque hay que llenarlo de sombras y de aire frío, o una ventana tímida en el centro del muro, porque si miras bien cuando te levantas de la cama verás el campanario del templo de Santo Domingo.

De la misma manera en que transformamos las historias literarias a nuestra imagen y semejanza, las arquitecturas se vuelven escenarios, hojas en blanco, que nos permiten escribir nuestra propia historia. Como en la literatura, el mismo cuento, el mismo poema, las mismas letras que leemos todos, pero qué historias tan diferentes reconstruimos. Recuerdo un ejercicio en el cual se tomaron varias fotos a los departamentos tipo de un edificio de condominios. Las mismas medidas, la misma ubicación de puertas y ventanas, las mismas alturas. Pero cada habitante transformaba la arquitectura y la adaptaba a sus hábitos. Desde la elección de los muebles y su disposición pasando por los colores de los muros y las pequeñas remodelaciones a los acabados originales, algunos muros tapizados y otros con pasta, o los pisos de unos departamentos cubriendo con alfombras las losetas desnudas que mostraban otros. En este edificio diseñado bajo la producción de viviendas en serie, todos miraban la misma arquitectura y reconstruían tomando en cuenta su propia habitabilidad. La misma persona puede leer dos veces el mismo poema y significarlo ambas veces de maneras distintas. Las situaciones en las que nos encontramos hacen que leer un texto sea como bañarnos en el mismo río. Así, lo departamentos tipos no se habitan nunca de la misma manera, ni siquiera por el mismo habitador.

En la literatura hay algunos ejemplos que muestran cómo aparentes pequeñeces de una casa se vuelven la perfecta hoja en blanco, que permiten al habitador reinterpretar a los objetos y escribir una historia que se aleja de las primigenias intenciones del diseñador. En el cuento El Estío, Inés Arredondo cuenta la vida de una madre con su hijo, Román, quien invita a vivir a Julio, su compañero de universidad, con ellos. La casa en sí nunca aparece representada, sabemos que existe porque es nombrada en el momento en que Julio es invitado a vivir en ella, pero la autora no la describe. Ciertamente, no es necesaria su descripción porque los eventos se desarrollan en el sutil erotismo de los cuerpos, sobre todo, en la sensible piel de la madre. Y es aquí donde la casa, diseñada en sus inicios con intenciones propias de un momento determinado, se vuelve también piel y solamente piel: exterioridad.

En el cuento El estío, esta casa apenas nombrada resguarda una historia edípica. Dos componentes de la casa, el piso y el techo de su recámara, miran cómo el deseo de la madre trata de acallarse y cómo, sin éxito, su pecho se agita anhelando lo imposible. En un momento de excitación reprimida, la madre intenta calmar el calor del verano y el suyo propio, recostándose, boca abajo y desnuda, sobre el piso helado de cemento. Y al final del cuento aparece otra vez la alcoba de la madre, cuando espera acostada la llegada de su hijo Román y de Julio, desnuda nuevamente y esta vez mirando el cielo nocturno a través de las rendijas de su techo de ramas. También es la recámara de la madre el escenario de los labios que besan a Julio y pronuncian el nombre sagrado y con ello las ansias del incesto largamente reprimido.

En el cuento no existe la casa sino la recámara y sus delgadas y sensibles pieles que tocan con el piso de cemento helado, el cuerpo de la madre y, desde lo alto del techo, un techo que como un velo deja apenas ver entre las rendijas de las ramas las estrellas, tal como se ve lo prohibido a través del ojo de una cerradura, el deseo fijo en sus ojos incestuosos. Nuestro paso por las arquitecturas es una reescritura de lo que alguna vez alguien diseñó y, como en el caso de la recámara de la madre de Román, es una valoración o revaloración de los elementos aparentemente insignificantes, como los pisos helados de cemento, que gracias a Inés Arredondo logran evocar el erotismo de la mujer.

El piso de cemento no dice nada, no nos dice nada, pero a través de la literatura podemos llenar ese vacío que los diseñadores solamente pueden hacer patente cuando justifican un proyecto frente a su cliente, sin embargo, dudo mucho que algún diseñador pretenda que en la recámara diseñada se cometa un incesto. Ningún arquitecto sabe lo que sucederá con aquello que diseña, de hecho muchas veces no sabe si llegará a construirse y si se construye, no sabe qué tan alejados estarán sus dibujos y sus planos, hechos con ciertas intenciones de uso y de sucesos imaginados, de los eventos que se desarrollarán en cualquier lugar de lo que se construya. El significado de las cosas se entiende entonces más con la palabra que con los elementos arquitectónicos y es el habitador quien, en el uso de los objetos, los significa. Estos significados van más allá de los diseños, van más allá de lo aparentemente igual de las espacialidades o de los departamentos tipo y se guardan secretamente al interior de cada uno de nosotros, generando un diálogo constante entre el escenario y nuestras propias historias. Es en este interior en donde los edificios nos gritan, nos hablan, nos susurran.


Notas

1 La mayoría de los elementos descritos en esta portada existen en el Pórtico de San Pedro, de la Abadía de Moissac, Francia.

Bibliografía

Arredondo, Inés, "El estío", (1988). Recuperado de http://www.loscuentos.net/forum/5/12248/ (14 de julio, 2013).
Eco, Umberto, "El nombre de la rosa", México: Random House Mondadori, Debolsillo, 2007.
Kafka, Franz, "El proceso", Madrid: Nórdica, 2008.

Federico Martínez Reyes