Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.


Acerca del encuentro de relatos y realidades en el espacio guanajuatense

Edgar Fabián Hernández Rivero

Las creencias de una sociedad son determinantes en la conformación y apreciación de su entorno, aunque no suelan observarse como tales por quienes planean, diseñan y promueven el espacio habitable. Aparentemente, es sencillo aceptar y operar bajo la idea de que, en una comunidad, los elementos cuyo valor no sea evidente -palpable y cuantificable- se contraponen y no son aplicables a la imagen generalizada que se tiene de desarrollo. Sin embargo, es en estos elementos 'de otra naturaleza' -y 'con otras finalidades'- donde justo recaen el porqué y el cómo de la vida en una sociedad. Se tenga o no conciencia de ello, son estos 'relatos' de carácter existencial los que, en última instancia, le generan identidad y proporcionan sentido a un pueblo, y esto, indiscutiblemente, tiene resonancia en la espacialidad. En algunas 'realidades', las expresiones a las que nos referimos se muestran con mucha fuerza, en otras, de forma más sutil, pero siempre están presentes.

El valor que le imprime la comunidad guanajuatense a su pensamiento -creado y heredado- posee implicaciones claras para el espacio. La fiesta patronal de la ciudad, conocida popularmente como 'El día de la cueva', adquirió una dimensión singular en años recientes, cuando se hizo pública la intención de edificar un desarrollo de uso mixto en el área donde se lleva a cabo anualmente la verbena de la celebración, surgiendo así una discusión entre diversos grupos acerca de lo que esto significaría -tanto positiva como negativamente-. Lo cierto es que la zona llevaba años en proceso de transformación, lo que nos dice que, en esencia, la discusión no se centraba en la acción precisa de edificar, sino en lo que esto representa en términos de tradición y creencia.

La propuesta de desarrollo, más allá de sus características, parece haber golpeado elementos sustanciales de la sociedad local, perturbando cierto efecto que le produce la festividad mencionada e incentivando un cuestionamiento generalizado acerca del concepto de identidad -y su puesta en práctica-. Y es que, en todo aquello referente a los relatos y manifestaciones tradicionales, lo que importa no es su validez lógica sino "la intensidad y la hondura con que se experimentan las relaciones humanas" [1] a través de ellos.

En una lectura superficial del panorama de la ciudad se observa que sus características y componentes son la respuesta a las condiciones geográficas específicas del lugar donde se asienta (entre los linderos de la sierra de Santa Rosa y las tierras cultivables del Bajío); sin embargo, son los detalles de su espacialidad los que nos permiten indagar cómo es que se establece el diálogo entre la materialidad y el imaginario de sus habitantes.

Al experimentar la ciudad, desde una óptica reflexiva, notaremos que el efecto provocado por la conjunción de su traza urbana, disposición de edificaciones, materiales, colores y texturas, manifiesta congruencia con el entendimiento del mundo de su población. Los intrincados recorridos que culminan en remates visuales muy específicos, las formas irregulares de sus espacios públicos cuya iluminación cenital pareciera hacer simbiosis con la disposición de vegetación y mobiliario urbano, e inclusive con el desgaste por el tiempo de los paramentos y túneles, son muestra de la persistencia de un pueblo por crear ambientes destinados a la detonación emotiva.

Haciendo uso de los relatos, el ser humano ha intentado satisfacer su deseo y necesidad de "discernir y dividir, de ordenar y clasificar los elementos de su contorno" [2], es decir, de vivir en un universo organizado que se encuentre dentro de los límites de su entendimiento. A través del uso del lenguaje, estos relatos explicativos del mundo, en su conjunto, se han constituido como un ideario unificador que conduce a la construcción de un imaginario colectivo; este imaginario, dadas las condiciones en que se gesta, es común que se muestre como un punto intermedio entre lo lógico y lo irracional; sin embargo, posee la capacidad de brindarle identidad a un grupo y, en gran medida, dictar su comportamiento. Teniendo conciencia de esto se comprende la inconveniencia de buscar establecer "una brusca distinción entre el mundo 'subjetivo' y el 'objetivo'" [3].

El pensamiento que comparte un determinado grupo social a través de sus relatos, en sí mismo, puede tener diversas connotaciones individuales al hacer manejo de un lenguaje simbólico asociado a una realidad, aunque, en 'el auténtico relato', las imágenes "no son consideradas como símbolos, sino como realidades" [4]. El análisis lógico del mismo pudiera resultar irrelevante para ciertos fines por conducir a la idea errónea de que, en la actualidad, la sociedad que hace uso de él lo interpreta literalmente. Ernst Cassirer, al estudiar las implicaciones políticas de estos relatos, comenta que "el estudio del tema del mito no puede proporcionarnos una respuesta definida. Pues lo que deseamos [comprender es] su función en la vida social y cultural del hombre" [5] y no su apego a la realidad. En las construcciones elaboradas de estos relatos -como la religión- "nuestras emociones no se convierten simplemente en actos; se convierten en 'obras'. Estas obras no se desvanecen. Son persistentes y duraderas" [6]. Es decir, los relatos se materializan a través de expresiones -artísticas, espaciales-, y en ellos, el hombre "vive una vida de emociones, no de pensamientos" [7].

La imponencia del contexto natural -particulares conformaciones rocosas y decenas de cadenas montañosas cubiertas por un denso bosque de pinos y encinos- debió estimular, en alguna forma, la interpretación que el guanajuatense tenía de sí mismo y de su entorno, llevándolo esto a niveles profundamente emotivos. A su vez, esto se vio enmarcado por el estilo de vida colonial -momento histórico del florecimiento y esplendor de la ciudad- y lo que esto supuso: un sistema definido de organización y creencias.

El papel que desempeña el entorno natural para el desarrollo de la comunidad guanajuatense es importante para el entendimiento de su conjunto de creencias y relatos. Si las actividades económicas y sociales giraban en torno a la minería, a la obtención de metales inmersos en las entrañas de la montaña, entonces esta conformación geológica se convierte, simbólicamente, en dadora de alimento y bienestar, adquiere un respeto colectivo cercano a la veneración. Sin embargo, en el imaginario de los pobladores de la colonia, el verdadero dador de bienestar es Dios, creador de esta fuente de suministro. Dice Emilio Reyes que: "en el sistema de representaciones y valores de la sociedad novohispana la idea del Dios creador es una necesidad absoluta para la concepción del universo, elemento sin el cual el hombre es incapaz de explicarse el mundo y de orientarse en él. Dios es la verdad suprema para el hombre novohispano, es el elemento organizador y estructurador de sus ideas, de sus imágenes y representaciones; es la referencia de todos sus valores, el principio regulador de la imagen del universo en su totalidad [...] Es una creación imaginaria [...] que actúa en Nueva España como un sentido organizador de los comportamientos humanos y de las relaciones sociales" [8].

Como ejemplo sobresaliente del acoplamiento entre 'entorno natural' y 'dios creador', así como la manera en que esto se convierte en cohesionador de la sociedad y expresión en el espacio, se encuentra la celebración anual al patrono de la ciudad: San Ignacio de Loyola. Esta festividad tiene su origen durante el siglo XVII en la clase acomodada local, un selecto grupo del que parte significativa de sus miembros provenía de la región vasca en la península ibérica. De acuerdo con el cronista de la ciudad de Guanajuato, Isauro Rionda, personajes de esta influyente comunidad guardaban un recuerdo idealizado de su región de origen, sus paisajes y costumbres; de igual manera, poseían un fuerte arraigo a la tradición católica que se vio reforzado con su presencia en la Nueva España.

Ignacio de Loyola fue el primer vasco canonizado, sin embargo, resultaría simplista señalar que su designio como patrono de Guanajuato se debió únicamente a esto; en realidad, destaca paradigmáticamente como el soldado civil reivindicado en 'soldado de Dios'. La figura de Ignacio de Loyola resulta emblemática en la fe católica por haber abrazado fuertemente su discurso y, especialmente, por haberlo transformado en logros significativos para la causa. Al adentrarse en el relato oficial de su vida, se observa que sus experiencias se encuentran bajo un halo de divinidad que ha permitido consolidar su trascendencia histórico-cultural, tanto para el mundo cristiano como para la ciudad de Guanajuato. Ignacio de Loyola ha sido objeto de veneración en diversos lugares y momentos. En el caso de Guanajuato, fue declarado como su patrono por el común acuerdo de las autoridades eclesiásticas locales y "los vecinos del Real de Santa Fe, minas de Guanajuato", según versa la declaratoria del Cabildo Sede/Vacante de Valladolid del 18 de junio de 1624 [9]. En este documento se hace la promesa de celebrarlo perpetuamente cada 31 de julio -fecha de su fallecimiento-. La presencia de una figura simbólica de veneración con 'gran fuerza moral' facilita en gran medida la consolidación de un sitio e identificación de sus miembros con la comunidad. En el contexto de la aprobación del patronazgo de Ignacio de Loyola, Guanajuato se posicionaba como un asentamiento minero importante en la Nueva España y "para el año 1630 [contaba] con más de 300 vecinos españoles, aparte de los indios y castas, dando entre todos un total aproximado de 5000 habitantes" [10]. Es probable que en este incipiente desarrollo, la diversidad étnica y la estructura económico-social se vieran traducidas en una complicada unificación -tanto de creencias como de organización- y, en consecuencia, en una volátil paz social.

Thomas Carlyle -quien reflexionó a mediados del siglo XIX acerca del 'héroe' como figura histórica, su perfil, mecanismos y capacidad de trascender- estableció en su teoría que, para estabilizar el orden social, lo recomendable es rendirle culto a individuos sobresalientes; ya que éstos se convierten en modelo, inspiración y guía para la comprensión del mundo más allá de la perspectiva racional, y es que "la sana comprensión no es nunca lógica y argumentativa, sino intuitiva" [11]. Estos personajes poseen la capacidad de hacer comprender a su comunidad, de manera emotiva, lo que le rodea -sea esto el mundo, la condición humana, etc.- Dada su imagen netamente positiva del individuo histórico, el mismo Carlyle propone una obediencia pasiva a esta figura: "adoración [...] cordial y reverente admiración, sumisión, ardor ilimitado por la más noble y casi divina forma del hombre" [12]. Al surgimiento de los 'personajes históricos' le antecede una serie de condiciones relacionadas con los sentimientos religiosos y espirituales del ser humano como colectividad [13]. Las circunstancias del Guanajuato de principios del siglo XVII debieron resultar adecuadas para la exitosa conexión entre sus pobladores e Ignacio de Loyola; al punto de permanecer con ahínco, al menos en apariencia, su veneración actual.

Entre las identificaciones de las características del individuo histórico desarrolladas por Carlyle existe una coincidencia importante en el caso del santo vasco. En las etapas previas a su vida religiosa, el patrono de Guanajuato mostró capacidad conciliatoria durante la pacificación en la Guerra de las comunidades de Castilla (1520-1522). De igual manera, manifestó 'convicción' y 'carácter' al permanecer desventajosamente en el frente durante el conflicto franco-navarro en Pamplona (1521) o en sus riesgosas intervenciones médicas tras ser herido en los ataques [14]. Precisamente, al encontrarse convaleciente por heridas provocadas en el conflicto militar, Ignacio de Loyola lee los libros La vida de Cristo y el Flos Sanctorum, los cuales le despiertan cuestionamientos y un posterior replanteamiento de su existencia [15]. En ese punto, su vida adquiere un nuevo significado y sentido -autoconocimiento- que finalmente lo lleva por una vida religiosa colmada de momentos con profunda carga simbólica, entre ellos, sus visiones divinas en una cueva, hecho que marcó permanentemente su mentalidad y acción. Carlyle plantea que toda figura histórica tiene un momento de descubrimiento -revolución interior- que lo conduce a tener una clara conciencia de sí mismo y sus objetivos; eventualmente, traduce esto en acciones [16].

Bajo esta línea, es de suma importancia considerar la claridad y visión que poseía Ignacio de Loyola en lo que a su proyecto personal se refiere. Peregrinajes, evangelización y una educación académica por Europa y Tierra Santa culminan con la fundación de la Compañía de Jesús bajo el juramento: "Servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo" [17]. Como Superior General de la organización, Ignacio de Loyola envió a sus compañeros como misioneros por Europa para crear escuelas, universidades y seminarios, recintos donde estudiarían, tanto los futuros miembros de la orden, como los dirigentes europeos; construyendo así una de las legiones más importantes e influyentes del catolicismo en el mundo. Estos hechos nos hablan de su gran capacidad de penetrar ideológicamente en las masas, de su aprecio por el conocimiento y de un profundo ideal por trascender a su propio tiempo. Indagar en la vida y logros de Ignacio de Loyola permite comprender que su designio como patrono de Guanajuato debió responder a elementos superiores al discurso colonial. Cuando Carlyle habló de Fichte lo calificaba como "una inteligencia [...] robusta y sosegada [...] elevada, maciza e inconmovible. Sus opiniones podemos aceptarlas o rechazarlas; pero su carácter como pensador sólo pueden valorarlo a la ligera quienes lo conozcan mal" [18]. A juzgar por sus características, el santo vasco puede considerarse bajo este mismo entendimiento.

El simbolismo relacionado a Ignacio de Loyola se evidencia de diversas maneras en las expresiones de los guanajuatenses. Por ejemplo, resulta de suma importancia la experiencia transformadora de nuestro individuo histórico en una cueva, dado que el momento culminante de la celebración patronal de la ciudad es, hasta el día de hoy, la procesión nocturna y misa de acción de gracias en una de las cuevas de los emblemáticos cerros de la Bufa y los Picachos. Por otra parte, la selección de este sitio para la celebración cumple varios propósitos adicionales: 1) Se dice que la zona, al dominar visualmente el entorno y poseer peculiares formas rocosas, fungió como centro ceremonial de 'rituales paganos' -por parte de los pueblos chichimecas de la región- desde tiempos previos a la explotación minera; por lo que celebrar a San Ignacio de Loyola en dicho lugar simboliza una 'victoria contra el mal' al verse sometido el dios pagano por el dios verdadero, justo como lo hizo el santo patrono en su lucha en la contrarreforma; [19] 2) Los recorridos rituales hasta la cúspide pueden interpretarse como un acto de gratitud y veneración al entorno natural y su grandeza, lo que se ve favorecido con las características visuales del contexto durante la época de lluvias que acompaña cada año a la celebración.

Simultáneamente, la fiesta local comprende una verbena en el cerro del Hormiguero -colindante al de la Bufa y muy cercano a la mancha urbana- que, en términos generales, consistía en una comida en el campo y actividades adicionales como carreras y recorridos a caballo. En este aspecto, la celebración ha ido transformándose radicalmente con la sociedad misma; los rituales, como tales, permanecen, pero su significado se muestra distorsionado al sumársele funciones tan poco relacionadas como la venta de piratería, la emisión de discursos políticos, las actividades deportivas o los juegos mecánicos.

Es así que se cuenta, por una parte, con estas transformaciones evidentes de usos y costumbres, y por la otra, una intensa controversia a la pretensión de edificar en la zona. Al parecer, la sociedad guanajuatense -como muchas otras- se encuentra en una disyuntiva en la que se discute si lo adecuado es apostarle a la continuidad de sus tradiciones -quizá los sesgos de éstas- o favorecer la contraparte, la idea que se tiene de 'desarrollo' en la sociedad actual.

Podríamos decir que esta disyuntiva se hace presente en toda valorización del espacio construido en aquellos sitios donde se guarda un significativo arraigo de sus tradiciones. Aparentemente, toda intervención arquitectónica de estas características representa un peligro, un hecho que marcará la pauta para una eventual desaparición. Pero ¿podría una obra arquitectónica constituirse como un medio que no sólo evite la disipación de los relatos y eventos cohesionadores, sino que funja como un vehículo real entre una sociedad vigente y su herencia intangible? La cuestión puede abordarse desde la reflexión sobre lo que una obra arquitectónica 'es' en realidad -o puede llegar a ser-.

A mediados del siglo XX, el filósofo Martin Heidegger planteó un nuevo entendimiento del concepto 'construir' desligándolo de su acepción tradicional. Él vincula su significado al de 'habitar', no visto como la simple ocupación o alojamiento, sino como el "haber sido llevado a la paz, permanecer [en lo] libre [...] que cuida toda cosa llevándola a su esencia" [20]. Es decir, en el 'habitar', el hombre encuentra aquella sustancia que le alimenta -espiritualmente- y le brinda cuidado; en el 'habitar', el ser humano 'es' y 'se encuentra', 'se construye'. Este autor comenta que el hombre es parte de un componente en el que convergen el cielo, la tierra, lo divino y lo mortal -la 'cuaternidad'-; elementos que, aunque entendidos individualmente, no se conciben los unos sin los otros. Esto tiene relevancia porque en el 'habitar' se suscita ese encuentro, es como si ahí -y sólo ahí- el hombre identificara su satisfacción a esta necesidad esencial.

No todo hombre 'se construye' ni toda obra arquitectónica permite el 'habitar'. Sin embargo, para cualquier creación debiera ser ese su destino. En el caso de la ciudad de Guanajuato, hemos constatado que la zona en la que se pretende edificar posee un significado trascendente para la sociedad local, mientras que, a su vez, se presentan severas transformaciones en la manera de ocuparlo -y muy probablemente de entenderlo-; parece que en algún momento se distorsionó el vínculo de los habitantes con el sitio. Retomando a Heidegger, quien comenta, a través de la metáfora de un puente, que: "No junta sólo dos orillas ya existentes. Es pasando por el puente como aparecen las orillas [...] es propiamente lo que deja que una yazga frente a la otra [...] El puente reúne [...] coliga según su manera [...] tierra y cielo, los divinos y los mortales" [21]. Una obra realmente puede constituirse como un medio para el fortalecimiento de vínculos, pero sólo si hay una búsqueda genuina de la esencia, tanto de esta sociedad como de este sitio; si este acoplamiento se lograra congruentemente construiríamos lo que Heidegger llama 'lugar', es decir, una delimitación -una 'frontera'- que no está referida a "aquello en lo que termina algo, sino [...] aquello a partir donde algo comienza a ser lo que es" [22].

¿Cómo lograr llegar a la esencia de este sitio y de esta sociedad guanajuatense a través de la obra arquitectónica? Sabemos que a todo objeto de diseño le antecede una necesidad utilitaria a la cual se le debe dar respuesta, pero habría que trascender la mera relación de superficies, volúmenes, costos y ganancias; en el proceso de creación de una obra resulta clave identificar cuál es realmente el asunto a tratar, en qué consiste y cómo se relaciona con otros aspectos, de tal forma que comprendamos qué debe resultarle inherente -esencial- al objeto a punto de ser creado; lograr un entendimiento global de lo interno y externo de la obra arquitectónica a partir de sus bases fundamentales.

La obra arquitectónica ni es un resultado aislado ni opera de forma cerrada, es parte de una serie de fenómenos sociopolíticos, culturales, geográficos o económicos, que inciden en ella y terminan por constituirla -desde su proceso de creación, pasando por su materialización y hasta sus transformaciones a través del tiempo-. Tener presente esto permite concebir a la obra arquitectónica con alcances muy superiores a las dimensiones del predio en el que se encuentra y, adicionalmente, con mayor profundidad para el ser humano que lo físicamente evidente. En su teoría estética dice Nikolai Hartmann que "el propósito práctico está lejos de ser un mero momento negativo o inhibidor de la arquitectura [...] Debe proponerse una tarea y justo en su solución debe mostrarse el arte" [23]. La aparición del 'arte' en la obra arquitectónica está más relacionada con la atención de los vínculos, con la emisión mensajes coherentes y significativos, que con el planteamiento arbitrario de funciones, elementos, formas y estilismos. En la obra arquitectónica, aunque inicialmente se busque cumplir la función primaria de utilidad, se gesta el 'habitar' con la búsqueda del diseñador por construir la experiencia del usuario de acuerdo a lo que a éste le resulte valioso, estimulante, evocativo; cualidades detonadas por el reconocimiento de sí en la obra, un diálogo -una conversación- entre el objeto en su conjunto y el habitante, un encuentro entre el relato y la realidad.

Tanto en el caso del conjunto en Guanajuato como en cualquier otro, la voluntad del habitante y la comunidad -sus creencias, su manera de entender la existencia, su estilo de vida, su 'alma'- ha de revelarse en y a través del espacio, "los valores formales se hacen inteligibles como expresión de los valores internos de manera que desaparece el dualismo entre la forma y el contenido" [24]. El entendimiento de la cultura e ideario de un pueblo es consideración clave en la concepción del espacio urbano-arquitectónico. La concordancia entre la imaginación colectiva y las características y usos espaciales trasciende a un discurso meramente preservacionista; "el punto importante es la relación con una vida humana que transcurra en formas determinadas. Sólo cuando se da esta relación puede aparecer la vida y la forma del ser del hombre en sus construcciones [...] puede llamarse [a esta relación] de la voluntad vital [...] no de modo individual, sino histórico, en el sentido de una comunidad humana viva con una peculiaridad, unos ideales y unas nostalgias comunes" [25].

El ser humano anhela un diálogo significativo con su entorno, al encontrar las condiciones para ello lo aprecia, respeta y busca su continuidad. El entendimiento de esto en los procesos de planeación, diseño y materialización del ambiente construido se traduce en un beneficio generalizado -y si así se quiere ver, de las partes-. Edificar no implica necesariamente que elementos intangibles, como las tradiciones, se encuentren en riesgo, contrariamente, puede enriquecerlas si en su esencia apunta al 'habitar', al deseo y necesidad humana de 'construirse'. A su vez, la intención de preservar por 'simple permanencia' es paradójica, pues desencadena efectos contrarios a sus fines; identificar a la ciudad de Guanajuato como un complejo de monumentos que debe situarse en lo inmutable puede significar poner en riesgo la supervivencia misma de sus estructuras e, inclusive, del contexto en el que se encuentran, al no hacerlos parte sustancial y efectiva en la vida de la comunidad. Si la transformación de la sociedad es inevitable -como la fiesta patronal actual parece corroborar-, se deben identificar las maneras de 'construir puentes' -en el sentido Heideggeriano- y evitar incrementar la brecha entre el vínculo fidedigno del habitante y su entorno; el espacio puede, y debe ser, un vehículo para el encuentro, la conciliación y la potencialización.


Notas

1. Cassirer, Ernst, "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985, p.50.
2. Ídem, p. 21.
3. Ídem, p.10.
4. Ídem, p. 61.
5. Ídem, pp. 45-46.
6. Ídem, p.60.
7. Ídem, pp. 32-33.
8. Reyes Ruiz, Emilio, "El pensamiento filosófico en la Ciudad de México durante la colonia: una muralla contra el tiempo", México: UNAM, 1995, p.24.
9. Vascos México A.C., "San Ignacio de Loyola, patrón de la ciudad de Guanajuato", México, 2011. Recuperado de: http://www.vascosmexico.comindex2.phpoption=com_content&do_pdf=1&id=926
10. Rionda Arreguín, Isauro, "Brevísima historia de la ciudad de Guanajuato", Guanajuato, 1983.
11. Cassirer, Ernst, "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985, p.224
12. Ídem, p.225.
13. Ídem, p.224.
14. De Loyola. Recuperado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_de_Loyola
15. Ídem.
16. Cassirer, op.cit., p.235.
17. http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_de_Loyola
18. Cassirer, op.cit., p.248.
19. Rionda, Isauro, Cronista vitalicio de la ciudad de Guanajuato, "entrevista".
20. Heidegger, Martin, "Construir, habitar, pensar", Barcelona: Conferencias y Artículos Serbal, 1994, p.3.
21. Ídem, p.5
22. Ídem, p.6
23. Hartmann, Nikolai, "Estética", México: UNAM, 1977, p.250
24. Worringer, Wilhelm, "La esencia del gótico", México: Fondo de Cultura Económica, 1975, p.13
25. Ídem, pp.253-256

Biblografía

Cassirer, Ernst, "El mito del Estado", México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
De Loyola, recuperado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_de_Loyola
Hartmann, Nikolai, "Estética", México: UNAM, 1977.
Heidegger, Martin, "Construir, habitar, pensar", Barcelona: Conferencias y Artículos Serbal, 1994.
Reyes Ruiz, Emilio, "El pensamiento filosófico en la Ciudad de México durante la colonia: una muralla contra el tiempo", México: UNAM, 1995.
Rionda Arreguín, Isauro, "Brevísima historia de la ciudad de Guanajuato", Guanajuato, 1983. Vascos México A.C., "San Ignacio de Loyola, patrón de la ciudad de Guanajuato", México, 2011. Recuperado de: http://www.vascosmexico.comindex2.phpoption=com_content&do_pdf=1&id=926
Worringer, Wilhelm, "La esencia del gótico", México: Fondo de Cultura Económica, 1975.


Edgar Fabián Hernández Rivero