Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.


La ciudad de las calles sin nombre
Una crítica a la construcción del espacio contemporáneo

Alejandro Guzmán Ramírez

Introducción



Fotografía 1.

La lectura de la ciudad y su arquitectura, al igual que la de algunos textos nos permite un acercamiento a nuestra condición cultural contemporánea, el papel que desempeñamos como habitantes y constructores del espacio; al mismo tiempo que permite distinguir entre los distintos episodios de nuestra realidad cotidiana, aquellos que son los más significativos, menos arbitrarios y más decisivos para edificar un verdadero lugar.

Estamos en un punto en que pareciera que la ciudad quiere cuanto antes deshacerse de nosotros y encontrar otro rumbo, pareciera que los discursos teóricos vertidos en su construcción nos empujan más hacia un anonimato de consumo y nos obligan a aislarnos y crear nuestro propio microcosmos. De tal suerte, desde el punto de vista más del arquitecto que pretendo ser, y no como un aficionado más en el espectáculo de la ciudad; la intención de este trabajo se encamina a analizar las condiciones de la arquitectura contemporánea y su repercusión en la ciudad, en nuestra vida cotidiana como un agente productor de realidad. Una realidad que vaya más allá de la manipulación comercial y de los experimentos más radicales de los distintos actores sociales, económicos y políticos.

Una realidad que involucre al conjunto de formas de existencia, que enriquezca la experiencia individual y colectiva, orgullosos de quienes somos y del lugar que habitamos. Para lograr este acercamiento, a los distintos elementos (negativos y positivos) de la arquitectura contemporánea; el presente trabajo parte de dos tópicos principales:

1. La ciudad como espectáculo de lo cotidiano: del Mito de la caverna a la arquitectura de los no-lugares.
2. De la ciudad como laberinto a la ciudad como jaula urbana: de los distintos laberintos a nuestras ciudades reales.

En los cuales, mediante la exposición de una serie de pasajes literarios, busco establecer un puente que nos sirva para analizar, explorar y reflexionar sobre nuestro papel como espectadores y constructores de la ciudad. Que nos lleve finalmente hacia la idea de la ciudad de las calles sin nombre, que aparece como la conclusión de este ensayo; como una invitación a detenernos y revalorar nuestra condición como hacedores de la ciudad.

La ciudad como espectáculo de lo cotidiano, del mito de la caverna a la arquitectura de los no lugares

El mito de la caverna, donde hombres prisioneros están condenados sólo a ver el espectáculo de las sombras que se producen frente a ellos, creyendo que no existe nada más claro y real que lo que se les presenta. Nos ayuda a comprender que en la actualidad, quizás, ahí nos encontramos, en una caverna; donde la arquitectura ha sido relegada a ser sólo un contenedor, en el cual estamos condenados a observar el espectáculo que se nos ofrece, sin formar parte de él: un momento en el que la arquitectura pierde valor como escenario y se convierte en mera escenografía.

La condición de la caverna: Nuestro momento actual



Fotografía 2.

Platón al comienzo del libro séptimo de la República nos habla de una caverna [1]. Un antro subterráneo que tiene a lo largo una abertura que deja libre el paso de la luz, y en ese antro, se encuentran unos hombres encadenados desde su infancia (sujetos de las piernas y el cuello), de suerte que no pueden cambiar de lugar ni volver la cabeza, pudiendo solamente ver los objetos que tengan delante.

A su espalda, a cierta distancia y a cierta altura, hay un fuego cuyo fulgor les alumbra, y entre ese fuego y los cautivos, se halla un camino escarpado. A lo largo de ese camino se encuentra un muro, un muro tras el cual pasan una serie de hombres portando objetos de varias clases, figuras de hombres y de animales de madera o de piedra, de suerte que todo ello apenas se aparezca por encima del muro.

De manera que los condenados sólo pueden ver las sombras que van a producirse frente a ellos. Ante este extraño cuadro de espectáculo e incertidumbre; sin duda los prisioneros no creerían que existiese nada real fuera de las sombras y de los ecos que escuchan al fondo de la caverna. Tal vez nos encontramos en una época en la que sin notarlo hemos entrado a esa caverna, donde la arquitectura ha sido relegada a una prisión de la cual estamos condenados a observar el espectáculo que se nos ofrece, hasta un punto que pareciera que no existe nada más allá. Sin duda, la identidad del espacio y del lugar están sufriendo cambios radicales, a raíz de las presiones de una nueva clase de modernidad donde las estructuras sociales están en decadencia y están siendo sustituidas por una estructura de flujos, la cual se apoya principalmente en el crecimiento urbano y en la invasión de la ciudad por los diversos medios masivos de comunicación y consumo [2].

De tal suerte, en la ciudad nos encontramos absorbidos por cantidades inauditas de objetos de consumo, de productos, de información y espectáculo; en consecuencia, el hombre es invadido y devorado por una cantidad innumerable de cosas superficiales y triviales. En un laborioso mecanismo sistematizado, las cosas no pueden ser contempladas en su esencia, ya que éstas no rodean al hombre, sino que fluyen a su alrededor como una corriente continua que desaparece rápidamente; las cosas se presentan con tal rapidez que son igualmente usadas y apreciadas con la misma prisa y celeridad.

Así, la arquitectura aparece como un objeto más, donde el espacio arquitectónico se transforma en un gran contenedor, una gran "caja", ¿una caverna?; tales "cajas" asumen funciones diferentes, pero en todas ellas se condena al individuo a ser un prisionero anónimo e indolente; de su propia condición y de la vida cotidiana.

Es aquí cuando el escenario pierde valor y se convierte en mera escenografía, donde la serie de ambientes que nos brinda la arquitectura van más hacia un engaño, un discurso que tiende a presentar a la arquitectura cómo monumento del poder económico, político e ideológico; lo que ha provocado, en nuestra actividad como arquitectos, que antepongamos valores de "imagen" por encima de valores espaciales.

Esta arquitectura nos lleva al concepto de los "no-lugares", definidos por Marc Augé [3] como los recintos donde el valor espacial se reduce a la circulación de personas y bienes, y la noción de vida urbana se reduce al tiempo de posesión y consumo. Esta creación constante de "no lugares", es el reflejo indiscutible de nuestra era cultural, donde los cambios se han producido entremezclados en una normalidad construida sobre la pérdida de asombro y el espectáculo comercial.

En el discurso de Nietzsche del eterno retorno [4] encontramos sin duda la caracterización de nuestra actitud, ya que los medios de información y consumo nos presentan las cosas como un acto fugaz, (la violencia, la destrucción, la desgracia -incluso- el placer). Hemos perdido esa dimensión de impacto de las cosas, donde en el mundo que nos rodea todo está cínicamente permitido (no se diga en la arquitectura) y lamentable nos hemos resignado a aceptarlo, sin oponer resistencia alguna.

Así pues, en la caverna donde estamos atrapados; el hombre pierde toda relación íntima con las cosas, su capacidad de contemplación; esa capacidad de desocultación (Heidegger) [5]; ya sea por la presión del ritmo de vida acelerado que no le permite ni detenerse ni demorarse; o porque simple y sencillamente hemos fallado como arquitectos, ya que en los espacios donde se mueve y habita la gente no hemos podido transmitir una relación de proximidad, de fascinación, de encanto y misterio; ya que en lugar de lo íntimo aparecen la distancia y la extrañeza, representados tanto por el cálculo frío y el razonamiento utilitario, como por el espectáculo formal y la simulación.. Por tanto, se hace necesario establecer un verdadero trasfondo en la obra arquitectónica, que le permita al habitante urbano guardar un estado de admiración continua por las cosas que lo rodean.

El retorno al mundo real: Búsqueda de una salida



Fotografía 3.

Retomando a Platón en el mito de la caverna, nos preguntamos ¿qué pasaría? Si fueran liberados de sus hierros. "Desátese a uno de esos cautivos y oblíguesele inmediatamente a levantarse, a volver la cabeza, a caminar y a mirar hacia la luz" [6] (...) "Si se le muestran luego las cosas a medida que vayan presentándose y se le dijera que ahora tiene ante los ojos objetos más reales, ¿no se le sumirá en perplejidad, y no se persuadirá a que lo que antes veía era más real que lo que ahora se le muestra?" [7]. El deslumbramiento en un principio le impedirá distinguir las cosas; sin duda desviaría sus miradas para dirigirlas a la sombra que afronta sin esfuerzo, ya que estimaría que esa sombra posee algo más claro y distinto que todo lo que se le hace ver.

Necesitaría tiempo para acostumbrarse a ello (poder ver), pero sobre todo sentir la multitud de objetos que llamamos seres reales; lo que mejor distinguiría sería primero, las sombras; luego las imágenes de los hombres y de los demás objetos; finalmente, los objetos mismos.

De los cuales no sólo se conformaría con ver sus imágenes, ya que se hallaría en condiciones de contemplar un verdadero lugar. Como liberarnos de ese conformismo por la mera representación tal como es generada y mantenida; [8] indudablemente, no tenemos que enfocarnos en los objetos arquitectónicos como tales, sino en la serie de emociones que ésta puede transmitir. De tal suerte, que la decisión de salir de la caverna y de sus engaños subterráneos parta de la voluntad de sustraernos a la apariencia de un mundo que se nos ofrece; así tengamos que cruzar un camino inseguro y tortuoso. Solo así, podremos edificar nuestra propia realidad construida de las distintas experiencias sensibles no importando que tenues o efímeras (aparentemente) se presenten. El regreso al mundo real, como arquitectos no se basa en ninguna experiencia pasiva del usuario como espectador; el factor clave es su participación.

Así, el efecto de la escena arquitectónica será el de exhibir las representaciones de distintos grupos, sus inquietudes, sus deseos y temores, que contribuyan a enriquecer la vida cotidiana, una realidad común que pase de lo ordinario a lo sublime, un punto de encuentro que nos permita explorar nuestras distintas realidades [9].

La autenticidad y lo poético

Nos encontramos en una tensión sin aparente remedio entre los continuos intentos para conseguir la diferenciación individual en la metrópoli y la tendencia creciente por parte de la modernización de hacer de la diferencia una cosa homogénea y uniforme, (incluyendo la diferencia humana). Esto nos lleva a un estado donde el individuo dentro de la sociedad, se ve envuelto entre un mundo de ser auténtico y un mundo de la apariencia, del desorden, de la inautenticidad, la cual parece ahogarnos y no dejarnos salir [10]. La autenticidad dentro de nuestro ámbito, no debe buscarse en el espectáculo de la forma; su permanencia es de otra clase.

La autenticidad va más allá de la simple representación. La autenticidad es un proceso de devenir constante fundamentado en el habitar. En el habitar poéticamente el espacio y hacerlo nuestro, entendiendo lo poético como ese movimiento que nos arranca de lo cotidiano y de lo banal, transforma nuestra dependencia de necesidades materiales en deseo metafísico de verdad, belleza y bondad [11]. El poder de lo poético no consiste en arrastrar al hombre al mundo de lo irreal, hacia el ámbito de una fantasía estéril, sino que reside en un respeto fecundo y frontal que hace al mundo habitable y lo protege contra la caída en lo prosaico, lo poético "es un poder que libera a los seres del yugo de los estereotipos, de la esterilidad y de la imitación" [12]. El encuentro con lo poético arranca al hombre de las relaciones cotidianas y ordinarias para transportarlo a un mundo radicalmente distinto, desconocido y misterioso: al mundo real.

De la ciudad como laberinto, a la ciudad como "jaula" urbana: de los distintos laberintos, a nuestras ciudades reales

Existen diferentes laberintos descritos en los relatos de Borges, que nos permiten ligar las contradicciones entre la ciudad en que estamos y la ciudad en que quisiéramos estar: ciudades construidas de fragmentos, de adiciones sucesivas a una escala humanamente sensible o la ciudad majestuosa (en apariencia) construida para impresionar y subyugar al hombre. Asimismo, existen ciudades que no son laberintos, pero tienden a aprisionar a los individuos que en ellas se mueven, espacios que se convierten en verdaderas cárceles sin salida; producto de la homogeneización y la monotonía.

Sobre la idea del laberinto



Fotografía 4.


La idea de laberinto como lugar en el que es fácil entrar pero difícil salir, en cuyo interior quedamos sometidos a una serie de opciones de resultado imprevisible; proviene no de aquella etimología que deriva "laberinto" de lábrys (hacha de dos filos), sino más bien de labra (caverna con abundantes galerías y pasadizos). La historia milenaria de la imagen del laberinto revela que a lo largo de su vida el hombre se ha sentido fascinado por algo que de algún modo le habla de la condición humana o cósmica. Existen infinitas situaciones en las que es fácil entrar pero difícil salir, mientras que resulta complicado pensar en situaciones en las que sea difícil entrar pero sencillo salir.

Podríamos decir que existen distintos tipos de laberintos, los cuales se reducen a tres modelos fundamentales: el clásico univiario (donde se entra por un lado y se sale por el opuesto); el manierista (de estructura arbórea) y el rizoma (de ramificaciones infinitas). Pero será el análisis de su concepción como un esquema de situaciones, la que nos aproximará más a su esencia [13]. Sin duda, su origen lo encontraremos en el mito; lo que nos lleva a uno de los relatos más populares de la antigüedad el de la historia de Minos y el Minotauro encerrado en el laberinto donde, con la ayuda del amor y del engaño, Teseo, el héroe solar bajará a buscarlo y a matarlo.

El Minotauro condenado por los dioses a ser cruel, morador de las tinieblas inextricables, encerrado en el fondo de un laberinto, mientras que Teseo será guiado por un largo hilo que lo llevará hasta el monstruo, y cuando lo haya derrotado con su espada reluciente (de dos filos) ese hilo lo devolverá a la luz y dejará atrás en la oscuridad eterna el cuerpo ya inerme de la bestialidad vencida; muerta la animalidad, se volverá al cielo resplandeciente. Se considera así el viaje en el laberinto como el proceso insoslayable de las metamórfosis de las que surge el hombre nuevo.

En muchas culturas, el laberinto equivale a trazar un acto mágico o sagrado; donde la situación primordial es la vida individual (en su trayecto ante la certeza de la muerte) [14]. Mientras que en las épocas señaladas por un vivo sentimiento místico religioso (como la civilización minoica del medioevo cristiano) se refuerza la idea del laberinto como representación del mundo, de la fe; en el que el paso por un laberinto equivale a expresar una elevadísima cantidad de experiencias misteriosas y retos, con el objeto de llegar al santuario (la salvación) a través de sucesivas pruebas.

En el siglo XVI, con el Barroco, el laberinto expresará "la trágica incertidumbre del mundo y del hombre que en él habita"; [15] en el cual al peregrino se le presentan dos caminos, uno correcto y otro equivocado. A diferencia del medioevo cuyo fin era guiar al alma creyente hacia el centro (Dios) ahora se agrega la incertidumbre del destino que sugiere al transeúnte la opción correcta. Así nos hallamos ante la imagen del laberinto como un secreto y un misterio, camino de la purificación. Finalmente, a partir del siglo XVIII, el signo laberíntico se verá "desacrilizado" y adquirirá la forma de un juego, perderá la conjunción de sus motivos como algo cerrado y maléfico, por el de lo abierto, lo optimista y generoso: el de los encuentros y reencuentros.

El laberinto sin duda nos devuelve a las profundidades históricas y míticas, de esa idea primordial patente en las pinturas rupestres y pavimentos de catedrales, en los emblemas químicos y fantasías silográficas; el de la iniciación moral como la conquista de un centro oculto o como una salida hacia nuevos horizontes. Podemos descubrir así el modelo, siempre igual y siempre distinto, de algo que habitamos desde siempre: el signo del laberinto como mundus. Nuestros laberintos, quizás los encontremos de manera distinta, de manera fragmentaria, libre, caótica, asimétrica o asistemática lo que representa hasta cierto punto "el fin de los modelos", pero no el de la sospecha que existe algo más profundo e irresuelto.

La condición laberíntica de la ciudad

En la contemplación de nuestros laberintos se confirma la intacta potencia generatriz de los antiguos mitos, de las primeras meditaciones del hombre sobre su propio destino, aun cuando cada época le proporcione una expresión distinta, sin duda permanece la idea de un camino de salida de las marañas aparentemente inextricables, para conducir al hombre, a través de rodeos complicados, a través de tinieblas y profundidades cósmicas, por fin al centro, o a una salida. Así, hay ciudades que sin haber sido diseñadas para tal fin, se convierten en el mejor laberinto construido por el hombre "el que más se asemeja en su complejidad al laberinto por excelencia: el universo" [16].

Sin embargo, no es a muchas de las ciudades contemporáneas de trama en cuadrícula, a las que se les podría aplicar esta denominación, tampoco a las ciudades producto de una planificación extremadamente racional; sino la ciudad generada por la yuxtaposición de distintos fragmentos, de adiciones sucesivas, de repeticiones equívocas. Muchas de las ciudades consideradas como "tradicionales" tienen los elementos que caracterizan un laberinto: calles curvadas, callejones sin salida, perspectivas truncadas; en donde la arquitectura en su conjunto se constituye a la vez en un verdadero contenedor y contenido. Si la característica fundamental que define una construcción laberíntica es su capacidad para crear la desorientación, para construirse en una aparente cárcel de imposible salida, habremos de aceptar que al final, por muy compleja que sea su estructura ésta, siempre podrá llegar a descubrirse. En contrapeso, se encuentran ciudades que no son laberintos, pero tienden a aprisionar a los individuos que en ellas se mueven. Ciudades que se convierten en verdaderas "jaulas" cárceles sin salida; donde la arquitectura parece preparar una serie de mecanismos (de homogeneización, monotonía y espectáculo) para sojuzgar, utilizar y encauzar a los habitantes urbanos.

Así en la desenfrenada búsqueda del orden, de la optimización de recursos (económicos y humanos) de un mejor "funcionamiento" de la arquitectura, se ha secretado una maquinaria de control que ha ocasionado que todos seamos prisioneros de modelos espaciales establecidos sin un verdadero trasfondo [17]. Esta "jaula" urbana, tiene un modelo casi ideal: una ciudad apresurada y artificial donde se define exactamente la geometría de las avenidas, el número y distribución de los espacios, la orientación de sus entradas, la disposición de los usos y la separación de actividades. Éste es el paisaje que se presenta en la mayoría de los entornos urbanos de las ciudades donde se exhibe el lado incontrolado de la arquitectura moderna, que en su idea de crear polos de poder económico, industrial y comercial, ha generado en la arquitectura una expresión de monotonía fundamentalmente utilitarista, y de una apariencia arquitectónica indiferente [18].

De los laberintos de Borges a nuestras ciudades reales


Existen, sin embargo, diferentes tipos de laberintos, algunos más próximos a "jaulas", otros más cercanos al caos ("el cosmos"). Borges en el "Aleph" nos muestra distintos laberintos que, sin duda, hacen referencia a nuestras ciudades [19].

La atracción laberíntica


En "el inmortal", se describe el viaje que realiza un tribuno romano a la ciudad de los inmortales, una ciudad asentada sobre una meseta de piedra, una ciudad rica en baluartes, anfiteatros y templos. Al internarse en ella a través de una caótica serie de pasajes, galerías y cámaras; la desventura y la ansiedad hacían presa de él; hasta que en el fondo de un corredor se topó con un muro y en lo alto, una entrada de luz, desde la cual, pudo divisar partes de ciudad.

"Capiteles y astrágalos, frontones triangulares y bóvedas, confusas pompas del granito y del mármol. Así me fue deparado ascender la ciega región de negros entretejidos a la resplandeciente ciudad" [20]. El laberinto, aquí descrito se constituye como una verdadera ciudad que está debajo de otra, quizás sea la ciudad que sirvió de base, en la cual se apoyó y surgió la ciudad majestuosa, o quizás son las ruinas que han quedado ante el paso arrollador de una nueva arquitectura.

Este relato, nos muestra dos tipos de laberintos; por un lado, el basamento de la ciudad construido para confundir a los hombres donde su arquitectura está subordinada a ese fin (a una escala humanamente sensible, donde el temor y la esperanza entran en juego) por otro lado, el laberinto representado por la ciudad majestuosa.

Continuando con la historia, el personaje, por fin pudo acceder del basamento a un patio, "Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogéneo pertenecían las diversas cúpulas y columnas" [21].Tras explorar los distintos recintos inhabitados y superar la sorpresa inicial; a la impresión de enorme antigüedad del monumento se agregaron otras: "la de lo interminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato. Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida ciudad de los inmortales me atemorizó y repugnó", el palacio era imperfecto y "la arquitectura carecía de fin (...)

"Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo..." [22]. "No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. Únicamente sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último laberinto, me rodeara otra vez la nefanda ciudad de los inmortales" [23]. Nos encontramos, ante la elección de una ciudad (aparentemente) atractiva por la magnificencia de su arquitectura, y terrorífica por lo complejo de su estructura laberíntica, estructura a la que, en ciertos momentos, terminamos por aceptar y acostumbrarnos.

La ciudad aparentemente majestuosa, está construida para impresionar a costa de subyugar e intimidar al hombre, cuyo atractivo es la mera apariencia, carente de valores espaciales; una arquitectura que se entrega a la fachada, a su mero atractivo formal. La ciudad entonces, aparece dominada por lo imponente y por lo colosal, donde lo sublime es erradicado y desplazado por lo grandioso que maniata y engaña. Así cuando la banalidad, no sólo proporciona a la gente todo lo que es útil, sino también lo abundante y lo inútil, encontramos que lo superficial se alza y se materializa en imponentes construcciones, pretendiendo que esta "grandiosidad" ofrezca la ilusión de lo sublime. Cuando la ciudad es invadida por formas altaneras, masivas y arrogantes sin duda lo sublime desaparece [24].

El laberinto como un caos contenido

En el relato"historia del guerrero y de la cautiva" se desarrolla la idea de la ciudad, como Laberinto construido por los hombres; donde el bárbaro Droctulf que viene de ese otro laberinto que es la selva inextricable, llega a Ravena (arrastrado por la guerra) y queda absolutamente perplejo por el espectáculo que se le presenta: "Ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos" [25]. Tal es su fascinación, que abandona a los suyos y muere defendiendo la ciudad que antes había atacado. Nos encontramos ahora, ante un atractivo más de los laberintos que construimos, su aparente orden en contraste del caos. Un orden basado en los mensajes que la arquitectura transmite.

En la cultura contemporánea, se trata de un orden espacial relacionado con la comunicación de masas [26]. En una arquitectura que abandona su forma pura en favor de los medios mixtos, creando espacios tan atrayentes como superficiales. Sin duda, cada día, nos dejamos "impresionar" por el espectáculo comercial que devora a la arquitectura, que compite con ella y termina por absorberla; en el propósito de embaucar a quien se adentra por el camino, donde la lectura espacial urbana queda reducida a una mera simulación que nos oprime. Se trata, en definitiva de evitar la absorción de la dimensión crítica en meras formulaciones figurativas, donde la ciudad como generadora de cultura se limite únicamente a fines persuasivos de la cultura de masas [27].

El laberinto como camino engañoso


Tan presente está la idea de la ciudad como laberinto, que despierta la fascinación y la atracción así Borges a parte de las historias de "el inmortal" y "historia del guerrero y de la cautiva"; en el cuento "Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto" encontrará la culminación de cómo la ciudad se constituye como un laberinto que sirve al hombre como defensa y como atracción. En este escrito, se relata la historia de un hombre que hace construir un laberinto, no para defenderse o esconderse, sino para atraer a su perseguidor y darle muerte. De tal suerte, el laberinto por su atractivo, se puede convertir en una verdadera jaula, que nos aprisiona en un mundo del espectáculo y la fascinación que termina finalmente por absorbernos.

La calle, quizás sea el elemento que más se pueda asociar a los pasajes de los laberintos; pero no se trata únicamente de un lugar de paso y de circulación, ésta cumple con una serie de funciones simbólicas, de esparcimiento y de comunicación. La calle dentro de la ciudad, es el espacio donde se manifiesta y se muestra un grupo (donde se libera y confluye), es un desorden vivo, que informa y sorprende. Pero cuando no se logra esta función, la calle realmente se asemeja a un laberinto obscuro y atemorizante, cuando estas intenciones se abandonan y resultan demasiado forzadas donde el paso por la calle es obligatorio y reprimido, ocasiona que uno se pregunte si la calle, es realmente ¿un lugar de encuentros? [28].

Aún peor, en una visión más pesimista que se adentra en la arquitectura contemporánea, dominada por los intereses económicos de mercado, la calle se convierte en una Jaula que nos atrae y nos absorbe; la calle se convierte en un escaparate, en un camino entre tiendas: "la mercancía convertida en espectáculo: provocante e incitante" [29]. Desde este punto de vista, la ciudad como "jaula" urbana, encauza a las multitudes móviles, confusas, inútiles de cuerpos y de fuerzas hacia la homogeneización del mercado como objetos y como instrumentos de su ejercicio: La ciudad como "fábrica" de individuos de consumo donde "la arquitectura ya no está hecha simplemente para ser vista, o para vigilar el espacio exterior, sino para permitir un control interior, articulado y detallado" [30].

Comentario

Ahora el laberinto, hasta una imagen del mundo en general. Ya no es sólo una concepción del mundo, sino que todo el mundo se hace laberinto. De tal suerte, el carácter simbólico del laberinto no se pierde; por el contrario, en la combinación y variación de todas las posibilidades, el laberinto como mundo adquiere un nuevo grado de realidad Una realidad marcada por nuestro momento cultural, en el que no nos resignamos del todo a afrontar lo que hemos construido [31].

La ciudad de las calles sin nombre, conclusión


Como hemos visto, la ciudad contemporánea, nos presenta la imagen de una caverna y un laberinto (que puede llegar a constituirse en una jaula), pero sobre todo la imagen de un escenario por construir: Lamentablemente, como arquitectos hemos aprendido a quedar satisfechos con sólo ver la foto de los edificios y a seguir admirando a los grandes "maestros" de la arquitectura contemporánea, esto ha ocasionado la producción de una arquitectura que se fotografía bien, olvidándonos que el objeto principal de la arquitectura debiera de hacer honor al hombre, que nos permita sentirnos importantes dentro de las cosas que nos suceden en nuestra vida cotidiana, que nos invite a pensar que habrá un futuro, que existirá un mundo mejor, orgullosos de quienes somos y del lugar que habitamos.

La arquitectura, entonces, dejará de ser un muestrario de objetos artificiales ajenos, para convertirse en una ciudad de calles sin nombre, donde la dimensión teatral, trágica y cómica de sus habitantes se convierta en lo que dé sentido a cada uno de los lugares por los que transitemos o permanezcamos en el ir y venir de nuestra vida diaria.

La ciudad de las calles sin nombre



Fotografía 5.

En la tragedia griega, el centro del escenario lo ocupaban casi siempre los héroes, únicos que se hallaban en contacto directo con los dioses. La vida cotidiana tenía reservado, en cambio, un espacio subalterno y sin rostro: el del coro. Lo formaban todos aquellos (habitantes comunes) que se quedaban relegados en la ciudad cuando los demás partían en busca de la aventura, del poder y de la gloria.

Indudablemente, se requiere de héroes que contribuyan a la construcción de la ciudad, pero no, cómo los que se nos han presentado, sino aquellos que son verdaderos identificables por su "penetración" y "sinceridad"; aquellos que viven entre las cosas, no entre la exhibición de las cosas. Hombres comprometidos moralmente con su calidad de vida y su comunidad [32].

En la República, Platón trazó el correlato político de la visión del mundo, donde el gobierno de su sociedad ideal no estaría en manos de inexpertos, sino de reyes-filósofos, únicos que se hallarían en contacto directo con la verdad. Ésta es sin duda, la perspectiva de la cultura que ha dominado nuestro pensamiento (la del hombre clásico); y simplemente, a través del tiempo, se han cambiado los decorados (el "gran" edificio y la aplastante construcción), al igual que los personajes y sus virtudes (el exitoso empresario, o la "vanguardia" arquitectónica) se presentan ante el escenario público como lo "grandioso", en oposición a la esfera privada, en que casi todos vivimos nuestra realidad diaria, sudorosa y poco mostrable [33].

De eso se trata la ciudad de las calles sin nombre, se trata de reivindicar la posición de todos nosotros que hemos sido absorbidos (por la atracción del espectáculo consumista y de las modas) o que hemos sido marginados (en aras del progreso y del crecimiento económico); se trata de rebelarnos y no mediante gestas épicas, sino de manera más reflexiva para darle sentido o no-sentido a las condiciones de nuestra vida diaria no importando que tan triviales pudieran ser éstas. De aquí la importancia para captar, analizar y poder expresar esta situación, donde el espacio de la gente, se revele con mayor identidad, un espacio con cualidades para construir la ficción, la idea de una forma de vida esperada; conscientes de que "la ciudad no es un cuadro que va a ser exhibido, sino un espacio que es habitado por el hombre [34].

Se trata, en suma de potenciar y de reivindicar los contenidos culturales y espirituales de la comunidad en nuestro tiempo histórico. Solamente, así, seremos capaces de construir una ciudad de calles sin nombre; en el mensaje de cómo la gente se apropia del espacio y construye un lugar; nacido de la necesidad de encontrarse con otros, surgidos de la voluntad de comunicarse, de manifestarse y de expresarse. Así, Cassirer en su Antropología filosófica, [35] nos deja en claro que el hombre no puede vivir en un puro universo físico, ya que necesita de un universo simbólico, donde el lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyan partes de este universo, formando los diversos hilos que tejen la experiencia humana; tanto en su valor personal como en su identidad colectiva. De tal suerte, la arquitectura y en consecuencia la ciudad se debe edificar respondiendo a una forma de vida, entendida como un espacio de ilusión y fenómeno perceptivo; como el lugar que se nutre de su entorno (cosmos), por el que debe discurrir la imaginación, hacer patente la memoria y percibir los sentimientos. Donde el espacio se presente como una dimensión de la existencia humana. [36].

Así, ante la evidencia del malestar y vacío urbano que hoy soportamos, se hace preciso edificar una ciudad de realidades y ficciones, donde convivan tanto los espacios reales como los imaginarios: "Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas, y cada cosa esconda a otra". [37]. De tal suerte, "No tiene sentido dividir las ciudades entre felices o infelices, sino entre las que a través de los años y las mutaciones siguen dando una forma a los deseos y aquellas en las que los deseos, o logran borrar la ciudad, o son borrados por ella" [38]. Sin duda dependerá de nosotros elegir, cuál de estas ciudades queremos construir.

Notas

1. Platón, "Diálogos", México: Porrúa, 1980, pp. 551-569.
2. El momento actual que vivimos se ha definido como la era de la llamada hipermodernidad, la cual se ha caracterizado como una etapa donde el valor social que había sido sustituido por un valor de mercado y consumo (que marco la posmodernidad, ésta ahora siendo sustituido por valores de flujos, es decir de información y comunicación; que han llevado no solo a una falta de identificación individual, sino también a la homogeneización, la abstracción y la anomia del sujeto.
3. Augé, Marc, "los "no-lugares" espacios del anonimato", Barcelona: Gedisa, 1996.
4. El mito del eterno retorno viene a decir, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, y, si ha sido horrorosa bella, elevada , ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. Si las cosas se repitieran constantemente éstas adquirirían mayor valor (peso) se convierte en un bloque que sobresale y perdura; cuando existe algo que no volverá a ocurrir, los hechos pasados se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones; se vuelven más ligeros.
5. Heidegger Martin, "Arte y Poesía", México: F.C.E. 1988, pp.41-68
6. Platón, op. cit., p.552
7. Ídem.
8. Una interpretación que rebasa el ámbito arquitectónico, en el cual cada uno de nosotros tenemos un papel, desempeñamos un rol, a la vez que nos desenvolvemos en un escenario entre cúmulos de ficciones.
9. El mundo de la vida cotidiana no solo es algo que se da por establecido como realidad por los miembros ordinarios de la sociedad (en su comportamiento subjetivo); es un mundo, que se construye cada día a partir de sus pensamientos y de sus acciones.
10. Gianni Vattimo comenta que nuestra existencia está presa en una red, maraña de caminos que se pueden recorrer, pero no existe una liberación más allá de las apariencias, en un pretendido dominio del ser auténtico; existe sin embargo, la idea de libertad como movilidad entre las "apariencias".
11. Kosik, Karel, "La ciudad y lo poético", Revista Nexos, México, Febrero de 1998, p.69.
12. Ídem.
13. El laberinto llamado univiario (clásico), visto desde arriba parece un entramado indescriptible aunque en realidad su recorrido es un ovillo con dos cabos, de modo que quien entre por un lado sólo podrá salir por el opuesto. Incluso, como un camino que nos lleva necesariamente a un centro (como en el caso del laberinto del minotauro). El laberinto univiario es la imagen de un cosmos de habitabilidad complicada pero, en última instancia ordenado.
14. Es propio de la vida ese espacio intermedio (a lo mejor brevísimo) por el que erramos largamente, sin una noción clara del sitio al que vamos ni para qué, ni qué es lo que vamos a encontrar en el centro o en alguna de sus numerosas encrucijadas imprevisibles.
15. Kosik, op. cit., p.336.
16. Grau, Cristina, "Borges y la Arquitectura", Madrid: Ediciones Cátedra, 1995, p.125.
17. Foucault, en su análisis del nacimiento de la prisión, sin duda, nos muestra una serie de mecanismos de control en la cultura social; un verdadero conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos para hacerlos a la vez "dóciles y útiles".
18. Acerca de la ida del trasfondo en la obra de arte.
19. Borges, Jorge Luis, "El Aleph", Madrid: Alianza Editorial, 1997.
20. Borges, op. cit., p.16.
21. Ídem.
22. Borges, op. cit., p.17.
23. Borges, op. cit., p.18
24. La forma normal, habitual, de erradicar lo poético de las ciudades modernas para sustituirlo por lo no-poético, la forma usual y más extendida de privar a las ciudades de lo poético es la metamorfosis humillante y degradante: "lo bello es reemplazado por lo bonito y por lo grato, lo sublime por lo imponente, la intimidad de las cosas por la agresividad".
25. Borges, op. cit., p. 57
26. Un sistema de concebir el espacio, caracterizado por el momento en el que el anuncio se sobrepone a la arquitectura y no se sabe si el edificio es el anuncio, o el anuncio es el edificio.
27. Lo que Umberto Eco ha definido como "la reducción de la imagen a la pura forma vacía y disponible".
28. Quizá, pero ¿qué encuentros? Aquellos que son más superficiales, ya que en la calle se marcha unos junto a otros, pero no es el lugar de encuentros; ya que domina el "se" impersonal, e imposibilita la constitución de un grupo, de un "sujeto".
29. Lefebvre Henri, "La revolución Urbana", Madrid: Alianza Editorial, 1972, p.25.
30. Foucault, Michel, "Vigilar y Castigar", México: Siglo XXI, 1999, p.177
31. Nos encontramos en un momento cultural, donde ya no podemos establecer claramente la oposición abrupta entre lo tradicional y lo moderno, esto ha traído, así una cultura híbrida caracterizada por una mezcla de memoria heterogénea e innovación, construyéndose una nueva cultura de recomposición urbana a niveles globales y universales.
32. Cassirer, Ernst, "El Mito del Estado", México: F.C.E., 1997.
33. Jose Nun, plantea esta reflexión en las esferas de lo político, la rebelión de los marginados; descompaginando el libreto, violando el ritual de la discreción y de las buenas formas, plantándose en medio del escenario y exigiendo ser escuchados.
34. Fernández Alba Antonio, "La metrópoli vacía. Aurora y crepúsculo de la arquitectura de la ciudad moderna", Barcelona: Anthropos, 1990, p.38.
35. Cassirer, Ernst, "Antropología filosófica", México: F.C.E., 1997, pp. 45-49.
36. Innumerables, son las referencias a esta idea por Bachelard en su poética del espacio, en especial cuando asocia las imágenes y los seres en su función de habitar; de cómo los seres generan sus formas (espacio construido) o tienen la capacidad de tomar la forma existente y hacerla suya.
37. Calvino, Italo, "Las ciudades invisibles", Madrid: Ediciones Siruela, 1994, p. 58.
38. Calvino, op. cit., p. 49.

Imágenes y fotografías: Cortesía del autor.


Bibliografía

Augé, Marc, "los "no-lugares" espacios del anonimato", Barcelona: Gedisa, 1996.
Bachelard, Gastón, "La poética del Espacio", México: Fondo de Cultura Económica, 1997.
Borges, Jorge Luis, "El Aleph", Madrid: Alianza Editorial, 1997.
Calvino, Italo, "Las ciudades invisibles", Madrid: Ediciones Siruela, 1994.
Cassirer, Ernst, "Antropología filosófica", México: F.C.E., 1997.
Cassirer, Ernst, "El Mito del Estado", México: F.C.E.,1997.
Eco, Umberto, "Obra abierta", Buenos Aires: Planeta, 1992.
Fernández Alba Antonio, "La metrópoli vacía. Aurora y crepúsculo de la arquitectura de la ciudad moderna", Barcelona: Anthropos, 1990.
Foucault, Michel, "Vigilar y Castigar", México: Siglo XXI, 1999.
Grau, Cristina, "Borges y la arquitectura", Madrid: Cátedra, 1995.
Heidegger Martin, "Arte y Poesía", México: F.C.E. 1988.
Kosik, Karel, "La ciudad y lo poético", Revista Nexos, México, Febrero de 1998.
Lefebvre Henri, "La revolución Urbana", Madrid: Alianza, 1972.
Num, José. "la rebelión del Coro", Revista Nexos, No. 46; México, Octubre de 1981.
Platón, "Diálogos", México: Porrúa, 1980, pp. 551-569.

Notas personales tomadas de asistencia a diversos cursos y coloquios

Coloquio Internacional "Megalópolis", Goethe Institut, México, D.F. Marzo-Abril 1998.
Curso "Problemas artísticos y disciplinares de la arquitectura europea del siglo XX"; Instituto de Investigaciones Estéticas y la Fac. de Arquitectura de la U.N.A.M. Sept.-Oct. 1998.
Foro Internacional "Del Movimiento Moderno al Fin de Siglo", Antiguo Colegio de San Idelfonso, México, D.F. Marzo de 1999.


Alejandro Guzmán Ramírez