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Arquitectura y literatura, encuentros y correspondencias
María Elena Hernández Álvarez
Como sucede con la palabra literaria, por medio de la imaginación, los arquitectos diseñamos, prefiguramos y habitamos otros espacios, y, en este proceso, también nos vamos construyendo a nosotros mismos como personas. Mediante la literatura, de la arquitectura y de otros lenguajes artísticos no verbales, es posible abandonar nuestra realidad, pero llevándonos nuestra individualidad, nuestra memoria, nuestro muy particular modo de comprender el mundo. Con este bagaje arribamos a otro contexto, a otros tiempos y espacios, a otras historias y, sin prejuicio alguno, nos despojamos libremente de nuestros ropajes, nos enfundamos el traje de otros y habitamos otras realidades: la del héroe o la del villano, la del hombre o de la mujer, la del abuelo o la del niño, de este o de otros tiempos también. Una vez que hemos vivido imaginariamente esos espacios y que hemos sido "otros", el lenguaje poético de las artes, como lo son la literatura, la arquitectura, la poesía, la música u otras, nos permite regresar más enriquecidos a nuestra realidad originaria.
El arte de la literatura, y el de la arquitectura entre las artes, implica discursos análogos que se construyen mediante un particular proceso en el que existen diversas concordancias y que al final dan como resultado un poema, una narración, un cuento o el proyecto de un espacio habitable. En la arquitectura, como en la narración o en la poética literaria, los objetos, la relación del adentro con el afuera y viceversa, las imágenes visuales, olfativas, táctiles o auditivas se animan en los espacios, reales o imaginarios, y forman parte esencial de las personas. Así, cuando recorremos un espacio arquitectónico, un cuento o un poema, realizamos en él un singular paseo, real o imaginario, por una serie de eventos los cuales no podrían verdaderamente ser sin el tiempo, ni tampoco sin los espacios; en otras palabras, tanto en la arquitectura como en la literatura, lectores o habitadores nos apropiamos de esos espacios y tiempos, los habitamos, les pertenecemos y también ellos a nosotros.
Por todo esto, afirmamos que cada proyecto arquitectónico edificado, aún no edificado o incluso que ya no existe en la realidad tangible, podría narrarse como un cuento o como un poema, y es así como constituyen textos cerrados en sí mismos, y precisos en su construcción, es decir, continentes a los que nada les falta, nada sobra.
Para ampliar esta idea de comprensión de los espacios que habitamos los seres humanos, o más bien, digámoslo así, de aquellos que nos habitan a nosotros, es decir, que nos otorgan pertenencia, identidad, cobijo, que nos son entrañables y que, en palabras de Gastón Bachelard, nos permiten afirmar "Yo soy el espacio en donde estoy", son particularmente reveladores los correlatos en la literatura. Veamos algunos ejemplos de la cuentística.
En el cuento "La luz es como el agua", de Gabriel García Márquez, los elementos mágicos de que está plagada la realidad nos trasladan al Paseo de la Castellana, donde gozamos con Totó y Joel "abriendo la llave", para que el espacio se pueble de luz y podamos navegar libremente en él, al lado de ellos, mostrándonos lo que es posible construir imaginariamente en pleno contexto de la cultura urbana madrileña.
En "Casa tomada", Julio Cortázar nos hace habitar y padecer los espacios junto con los protagonistas. Nuestro corazón sangra con el de Irene y el de su hermano ante la patética realidad urbana que viven actualmente muchas familias despojadas en sus propias casas. Más aún, durante la lectura de este cuento es fácil trazar imaginariamente los planos arquitectónicos de esta vieja casona en el corazón de Buenos Aires.
Los largos y sutiles párrafos en el cuento "Los baños de Celeste", de Alejandro Aura, [1] nos sumergen en los espacios húmedos, provocativos y evanescentes de una intimidad que se percibe exclusivamente por el ojo de la cerradura de una puerta: ..."Imagen bordada en los bastidores de la magia y a través de los cuales yo habría de encontrar el sentido de la libertad. ...Yo habría de estar a solas finalmente, hundido en mansedumbre, almiatado; porque así como tú no podías escapar de tu destino yo no podía escaparme de mí mismo, desvanecerme en el aire de la recámara aquel día que dejaste la puerta entreabierta, y todo, la manija de la chapa, las paredes, el espejo, estaba lleno de tu perfume".
El sentido de pertenencia y de identidad que nos brindaron algunos espacios en nuestra infancia, que atesoramos en los recuerdos y anhelamos reencontrar siempre en cada sitio que habitamos, parece hoy día no ocupar mucho la consideración de algunos arquitectos. A propósito de esto, en "El árbol perdido", de Francisco Segovia, leemos lo siguiente:
"Se precipitó por la entrada lateral, rodeó la casa y de pronto se detuvo. Lo que tenía enfrente era un jardín japonés. Ha costado mucho trabajo y mucho dinero hacerlo pronto, no quiso saber de quién era la voz. Recorrió el lugar en todas direcciones. El árbol ya no existía. Creyó desfallecer y se fue casi huyendo".
Quien lea este cuento vivirá el doloroso estremecimiento de una persona que busca reencontrar inamovibles los espacios de la infancia, y no sólo no los encuentra, sino que se da cuenta de que a nadie más que a él le han importado. Y, sin embargo, más adelante, en el mismo cuento, nos dice el autor que es posible recuperar en la vida, de otro modo, aquello que pensábamos perdido: "Allí estaba el árbol, y era suyo. El único. No se habían secado del todo ni viejas añoranzas ni tristezas. La compañía paterna, el huerto antiguo y también Cecilia". Y es que los espacios de la infancia, como nos dice Gastón Bachelard, [2] nos acompañan dentro de nosotros mismos para siempre, anhelando reinstaurarse en una nueva realidad.
En otros cuentos se nos hablan del sosiego y de la confianza que otorgan algunos de nuestros lugares amados, un ejemplo es "La plaza", de Juan García Ponce, [3] quien finaliza el cuento diciendo: ..."los pájaros empezaron a cantar invisibles entre las ramas de los laureles, y luego las campanas dejaron escapar su seco y prolongado sonido sobre el canto como si no viniera de las torres de la iglesia, sino de mucho más atrás, de un espacio distinto que se precipitó sobre C igual que una vasta ola, dulce, silenciosa y cada vez más grande, que se extendiera sin límites, oscura y envolvente como una noche hecha de luz en vez de sombras que lo cubriera todo con su callado manto. Por primera vez en mucho tiempo, como no lo había sentido en compañía de nadie ante ningún acontecimiento, C sintió una muda y permanente felicidad, y la plaza, a la que supo regresaría ahora definitivamente todas las tardes, se quedó otra vez en su interior, encerrando todo en un tiempo que está más allá del tiempo y le devolvía a C durante un instante fugaz pero imperecedero toda su substancia".
Y qué decir de la narración "Arquitectura hechizada", de Vicente Quirarte, [4] en la que se reconstruyen, de manera quizá más realista, los espacios arquitectónicos e hitos urbanos que brindan identidad y pertenencia a los "centrícolas": "Vivir en el Centro no sólo era vivir en el corazón de la ciudad, sino latir en el centro del mundo. Enterarse, antes que nadie, de lo nuevo. Sus mitologías se forjaban en consonancia con las vivencias. ...Centrícola es eminentemente la Gente de la Ciudad. ...San Juan de Letrán huele a tacos de canasta y de carnitas, a tortas compuestas, tepache, jugo de caña, aguas frescas, lámparas de kerosén, perfume barato, líquido para encendedores, dulces garapiñados, papel periódico de revista, de librito de versos de Antonio Plaza y novelita pornográfica... Si la arquitectura es la piel de la ciudad y los habitantes que pueblan y recorren sus arterias constituyen su sangre, las diversas lecturas de la capital equivalen en su conjunto a un gran tratado de anatomía urbana, a un inventario donde no pueden ser ignorados los fantasmas que justifican al presente".
En este texto de Quirarte se cita también la demanda de Juan Villoro por "una nueva forma de arquitectura espiritual del barrio, no a través de la reconstrucción cartográfica, sino mediante la traducción de las ensoñaciones que la urbe provoca en sus habitantes", exigencia a la que algunos arquitectos estamos intentando dar respuesta.
Muchos otros ejemplos encontramos en Borges, escritor argentino quien -quizá más que otros autores- nos abre a los arquitectos un amplio panorama de posibles lecturas del espacio habitable. En efecto, con la aportación de varios de sus temas y recursos literarios, tales como el laberinto, el espejo, el "adentro y afuera", lo marginal, los largos, pausados y también trepidantes recorridos en el tiempo y en el espacio, Borges nos atrapa en sus cuentos. "El Aleph" [5], por ejemplo, es un sorprendente infinito localizado en el sótano de la casa de Beatriz Viterbo; es todo un universo que cabe en un "rincón", en términos "bachelardianos", espacio que nos revela el germen de una existencia, de una casa, de la conciencia de la mortalidad y de la eternidad, esa inmensidad "íntima" que habita en cada alma humana.
Y en cuanto a la poética, hay mucho que decir. Cuando afirmamos que "una imagen dice mil palabras" es cierto, sin embargo, una palabra, puesta en un poema, evoca un sin fin de imágenes vivas; así, la poesía sugiere un infinito continente de imágenes poéticas de los espacios habitados amados, padecidos o anhelados, y esto cobra singular importancia para el arquitecto ya que lo acercan al espacio real de una manera como ninguna otra forma representativa lo puede hacer. A continuación algunos ejemplos. En un fragmento del bello poema "Mañana errabunda", el jalisciense Francisco González León dice [6]:
...Sin el convento que en el río se copia,
sin el halcón que silencioso acecha
posado en la alta cruz de la Parroquia
Sin todas esas cosas;
sin toda esa quietud injuta en rosas:
sin toda esa poesía;
faltará al pueblo su fisonomía.
En otro caso, Pablo Neruda en "A la Sebastiana" (De plenos poderes, 1962) evoca un millón de imágenes sobre el proceso constructivo de una de las casas que él mismo edificó. El poema comienza así [7]:
Yo construí la casa
la hice primero de aire
luego subí en el aire la bandera
y la dejé colgada del firmamento,
de la estrella, de la claridad y de la oscuridad.
Cemento, hierro, vidrio
eran la fábula,
valían más que el trigo y como el oro,
(...)
Ya no pensemos más: ésta es la casa:
Ya todo lo que falta será azul,
lo que necesita es florecer;
y eso es trabajo de la primavera.
Como vemos, definitivamente existe una correspondencia esencial entre la arquitectura y la poesía. Martin Heidegger, en su libro Arte y poesía, [8] afirma que "todo arte es en esencia poesía, poesía es la desocultación de la verdad, la verdad es la esencia del ente en sí y sólo poéticamente es como el hombre habita la Tierra". Parafraseando el texto, nos atrevemos a decir que la arquitectura es poesía edificada en palabras de habitabilidad, la cual desoculta cierta verdad que, por medio de una voluntad humana, inaugura un lugar.
Sobre esta misma idea, Octavio Paz, en su libro El arco y la lira, [9] nos dice que "las diferencias entre el idioma hablado o escrito y los otros -plásticos, musicales o arquitectónicos- son muy profundas, pero no tanto que nos hagan olvidar que todos son, esencialmente, lenguajes: sistemas expresivos dotados de poder significativo y comunicativo. Es más fácil traducir los poemas aztecas a sus equivalentes arquitectónicos y escultóricos que a la lengua española. ...el lenguaje de 'Primero sueño' de Sor Juana Inés de la Cruz no es muy distinto al del Sagrario Metropolitano de la Ciudad de México. Así, las palabras del poeta son las voces vivas, o lo serán, de su comunidad".
Hoy día, inmersos en un mundo que, como nos dice Guy Debord, [10] consumimos principalmente con el sentido de la vista y que nos aleja de "el ser" para encarcelarnos en "el parecer", bien podríamos buscar reinstaurar otras pautas para el diseño arquitectónico y a la vez confirmar lo que de vocación y oficio nos demanda la poesía…, pero, ¿de vocación u oficio? De nuevo acudamos a Octavio Paz: en El arco y la lira nos señala que "los poemas no son [afortunadamente] productos susceptibles de intercambio mercantil; [ya que] el esfuerzo que se gasta en su creación no puede reducirse al valor actual del trabajo. De ahí que el oficio de poeta -arquitecto, escultor o músico- demande nuestra entrega al oficio de poetas" [11].
Las ideas expuestas aquí forman parte de un proyecto de investigación educativa transdisciplinar que se titula "Arquitectura y literatura, encuentros y correspondencias". Parte de este trabajo se presenta publicado en compilaciones empíricas en el sitio www.architecthum.edu.mx. [12] El trabajo comenzó en 1998 y se elabora en el marco de la libertad de cátedra y de la gratuidad académica. El proyecto "Arquitectura y literatura, encuentros y correspondencias" intenta ser un espacio académico de consulta y apoyo para quienes buscan reinstaurar una esencial razón de ser arquitectos, esto es: habitar poéticamente la Tierra, en primera persona del plural.
Nota
1. Aura, Alejandro, "Los baños de Celeste", Cuentos mexicanos inolvidables, Antología, selección y notas de Edmundo Valadés. México: Asociación nacional de libreros, 1993, 1ª edición, pp. 11-116.
2. Bachelard, Gastón, "La poética del espacio", México: Fondo de Cultura Económica, México, 1a. edición en francés 1957, 2a.edición 1975.
3. García Ponce, J., "La plaza", El gato y otros cuentos, México: FCE/ SEP, 1984, pp.25-28.
4. Quirarte Vicente, "Arquitectura hechizada", en "La ciudad como cuerpo", México: Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, 1999, [107 pp.).
5. Borges J. L., "El libro de Arena", Obras completas de Jorge Luis Borges, Buenos Aires: Emecé, 1975, pp. 169-176
6. González León Fco., "Poesias: Megalomanias, Maquetas, Campanas de la tarde, Jalisco: Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, 1965, (96 pp.)
7. Neruda, Pablo, "Antología general", España: Real Academia Española, 2010, (714 pp.).
8. Heidegger, Martin, "Arte y Poesía", México: Fondo de Cultura Económica, 1958, (120 pp.).
9. Paz, Octavio, "El arco y la lira", México: Fondo de Cultura Económica, 1956, (287 pp.).
10. Debord, Guy, "La Sociedad del Espectáculo", México: Pre-Textos, 2005, (184 pp.).
11. Paz, op. cit.
12. Recuperado de www.architecthum.edu.mx
Bibliografía
Aura, Alejandro, "Los baños de Celeste", Cuentos mexicanos inolvidables, Antología, selección y notas de Edmundo Valadés. México: Asociación nacional de libreros, 1993.
Bachelard, Gastón, "La poética del espacio", México: Fondo de Cultura Económica, México, 1a. edición en francés 1957, 2a.edición 1975.
Borges J. L., "El libro de Arena", Obras completas de Jorge Luis Borges, Buenos Aires: Emecé, 1975.
Debord, Guy, "La Sociedad del Espectáculo", México: Pre-Textos, 2005.
García Ponce, J., "La plaza", El gato y otros cuentos, México: FCE/ SEP, 1984.
González León Fco., "Poesias: Megalomanias, Maquetas, Campanas de la tarde, Jalisco: Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, 1965.
Heidegger, Martin, "Arte y Poesía", México: Fondo de Cultura Económica, 1958.
Neruda, Pablo, "Antología general", España: Real Academia Española, 2010.
Paz, Octavio, "El arco y la lira", México: Fondo de Cultura Económica, 1956.
Quirarte Vicente, "La ciudad como cuerpo", México: Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, 1999. Recuperado de www.architecthum.edu.mx