Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.
De
tramas y entramados con Velázquez al fondo
Efi Cubero
Fotografía 1.Me gusta reencontrarme con Velázquez. Siempre. Cualquier excusa es buena; ya sea frente a la exposición Fábulas de Velázquez que concluye en El Prado o la casi obligada cercanía cuando me hallo de paso por Madrid y visito su "estudio" para ver cómo sigue pintando Las Meninas. De repente, me planto, por ejemplo, ante los ojos de Felipe IV, e interrogo su aparente tedio, su apariencia de abulia y también me pregunto cómo sería ese fondo no pintado, que protegió al artista frente a sus adversarios, dejando que expresara de una forma tan libre, frente a las rigideces de la Corte, lo que aún nos emociona, nos deja absortos siempre y asombrados… Me cae bien este Rey taciturno y ausente, que asume su destino con una incierta carga de silencios internos; de acompañada y prolongada soledad. Ante él, el tiempo y el espacio se hacen cómplices para un legado único que todos compartimos; en las salas del sueño, donde la irrealidad profunda nos atrapa con su carga real de estética y sentido, de pensamiento y arte más allá de los siglos pasados y presentes e incluso venideros. Dos personalidades confrontadas: creador, Diego Velásquez, espectador el Rey. El pintor y el monarca frente a frente, a solas con su carga, amando la creación y entregándose a ella sin reservas desde el fuego secreto del instante: uno al plasmar la hondura, la levedad sutil, de lo observado, sin juzgar al modelo, entendiendo su época desde la interrogante sin respuestas, alimentando llamas de otra hoguera interior más reservada. Y el otro a contemplar su decadencia, la suya personal, la de esa España, oro en el siglo del entendimiento; estaño en las gestiones y en la moral pacata y represora. Con cierto acíbar de melancolía, busca en el propio azogue, fijada su silueta melancólica en años diferentes, sucesivas etapas, consciente de estar siendo atrapado por los pinceles, implacables y sabios, de la inmortalidad.
Casi táctiles, casi etéreas, casi realistas, casi abstractas, respiro en estas obras sobre el líquido asombroso de cielos transparentes surcados por matices de serena belleza, el cielo es de cristal o de carámbano, de traslúcida atmósfera, de tercera dimensión guadarrameña, abierta a perspectivas de ahora mismo. Contemplo esa plata rosada de los atardeceres sevillanos que imprime a los ropajes de su tierna modelo, la infanta Margarita, la de sus preferencias. Me gusta el hombre, Diego, hasta en sus secretas ambiciones, largo tiempo esperadas. Me atrae su exploración indagatoria, sus desmitificaciones de dioses: tan humanos, de la complejidad de cada ser; su imantada postura ante la vida; que interroga, que ausculta, que atraviesa verdades interiores, que ahonda en deformidades que no están a la vista como espejo ominoso ante deformaciones que tan sólo son físicas, envueltas estas últimas en dignidad y respeto.
Ahí están sus bufones para corroborarlo. En esta fragilísima suspensión de platea y escenario, se conforma el vacío.
A veces es escueto; neutro el fondo y radical la forma, a veces es perfecto y otras inacabado, con un punto de fuga que concentra la huida. A veces, helicoidal, siembra de sugerencias el proscenio y nos deja la duda de algunas claves de interpretación. Planos sobre los planos. Se sabe que era culto, imposible no verlo en esos lienzos que, aun en el libre trazo, no sostiene el azar. Se sabe que había leído Las Metamorfosis… ¿Planea Ovidio sobre los círculos de Las Hilanderas? Imposible saberlo, todos son deducciones. Algunos opinarán que sí, por las correlaciones en lo representado. Otros en cambio aludirán a tramas más secretas, sólo su mente se halla en el misterio -perpetuo y elusivo- de la libre creación.
La rueca en el famoso cuadro, activa el movimiento. Ángulos diferentes sobre el plano primero, el círculo primero de mujeres reales que trabajan -como es documentado -para la manufactura de tapices de Santa Isabel. Cada expresión: de escorzo, de frente, de espaldas, de perfil de cada una de las tejedoras, concentra la atención sobre ellas mismas, al tiempo que introduce a cada espectador al interior del lienzo. Pueden narrar la acción lo que sucede, o pueden presentarla o simplemente dejan nuestro libre albedrío en conjeturas ¿Explican, en una suerte cinemática de realidad y ficción el Mito de Aracné? ¿O simplemente ajenas a la urdimbre, siguen con su tarea tejiendo sobre el tiempo? Al fondo -otro círculo más- y otras espectadoras, damas de clase alta, trazan plano intermedio sobre ficción y realidad, sobre el duro trabajo cotidiano y la vigencia o la ilusión del mito.
Sabemos bien la leyenda: Aracne, afamada tejedora de Lidia, jugando a tertuliana de ahora mismo, teje en vez de filmar, al mismísimo Júpiter, plasmando en los tapices los amores adúlteros del dios, la seducción constante del amador donjuán incorregible. La vengadora Palas- Minerva, hija del retratado convertirá en araña a la insensata manipuladora, atrapándola así en su propia y viscosa red divulgativa.
Velázquez tiende el hilo y nos une también a la ventana donde hemos observado su quehacer de entomólogo sobre el espacio tiempo, sutil tela tejida por las arañas de la inteligencia, de su creadora luz interrogante. La audacia en los extremos de esos matices que anuncian el impresionismo. La velocidad que en primer término imprime al movimiento de la rueca, en un segundo lo figurativo se diluye o desaparece dejando la acción misma, la abstracción del instante. Está el dato material y concreto, la apariencia de precisión, lo narrativo, y luego existe lo contradictorio, la sugestión fugaz mediante un complejo juego de interrelaciones. Equilibrio, confrontación, la técnica precisa del oficio y la imaginativa libertad en esa multiplicidad espacial que atrapa con la fuerza de las imágenes y que va más allá de los significantes o los significados…
¡Tan moderno e intemporal, tan de este nuevo tiempo, jugando con lo ambiguo de la vida, con la ilusoria realidad del mito, con ritmos distintos, con minuciosas precisiones, con manchas que sugieren, perspectivas cambiantes, espacios que se engarzan alternando la fantasía con el mundo real, lo inacabado con la perfección…! Aquí diríamos con René Char, "Y sólo los ojos son aún capaces de lanzar un grito…" Sevillano Velázquez, acostumbrado a calibrar la vida desde las dos vertientes de su ciudad: Escaparate y fondo, intimidad que hurta celosamente claves, espectáculo único mostrado sin reservas… Y, como diría un amigo poeta y periodista, Antonio García Barbeito, sobre otro sevillano, ilustre, extraordinario y único artista del toreo, en su artículo, Porque es Arte. "Te hiela o te achicharra, nunca tibio, nada de medias tintas: luz o infierno. Y lo mismo en persona, que las luces no le cambian el paso ni su viento…" Nadie cambiará nunca la realidad del mito, intemporal y siempre renovado, tan vigente Velázquez… porque es Arte.
Imágenes y fotografías: Cortesía del autor.