Arquitectura y Humanidades
Propuesta académica

Recomendaciones para la presentación de artículos y/o ensayos.

Arquitectura y Mística
número especial por 20 aniversario

 

Introducción

Ahí donde el filósofo argumenta,
el artista intuye, el místico experimenta.
Luce López

¿Puede un espacio arquitectónico promover, y de hecho provocar, un estado anímico metafísico que podríamos llamar aquí místico?  ¿Podemos pensar hipotéticamente que quienes diseñaron edificios como las catedrales góticas, o los templos y recorridos teotihuacanos, los monasterios ortodoxos en los abismales acantilados griegos, los imponentes conjuntos egipcios, y también, pensar en aquellos espacios íntimos y privados que nos sobrecogen y nos lanzan a la inmensidad íntima de nuestra alma y que hacen que el acontecimiento sublime y místico suceda? Afirmamos que sí es posible pensar y habitar imaginariamente escala uno a uno estos espacios antes, mucho antes, de su codificación y edificación y que de ninguna manera es casualidad esto. El arquitecto –individual o colectivo– vivió en su imaginación ese acontecer; y ello sucede porque, como seres humanos, seres de palabras, verbales o no, buscamos incesantemente el sentido de ser, la razón última de nuestra existencia. En los ensayos que integran este libro se comparte el estudio y verificación de ese acontecer místico que tiene como propósito abrir rutas de trascendencia.

Sabemos que la Real Académica de la Lengua nos dice que la mística y lo sublime, son la experiencia de lo divino, que se comprende como la vivencia integral de unión del sujeto (persona) con el Absoluto, entendiendo al Absoluto como Dios, la Naturaleza, el Cosmos, la Vida. Esta vivencia mística o metafísica inconmensurable va más allá de lo tangible físicamente, conmueve, trastoca, cimbra el alma, la grava por siempre, le ensancha el espíritu, lo transforma y lo trasciende hacia lo nuevo, hacia lo fundacional. Y ello ocurre por medio del lenguaje verbal o no verbal, mediante la Estética y la Verdad (M. León V., 2013). Las experiencias místicas y sublimes —según Graciela Montes (1999)—  son “grietas o fisuras” en las que se asoma la plenitud físicoespiritual; son “algo”, como un rayo iluminador que desencadena y hace presente el proceso de la experiencia plena del alma humana. Este “algo” puede suceder en segundos, instantes, tiempos no cuantificables que transforman a la persona; ese “algo” puede acontecer en un rincón de una celda, ante la admiración de un estanque, en el interior sublime de un edificio religioso, en la contemplación de una flor naciendo, en un rincón, un espejo de agua que refleje las frondas de árboles, estrellas o aves pasando, ante el hogar que cobija a una familia en invierno, o en la intimidad de una pareja que se ama; mediante el silencio, la palabra, el vacío, y también en la experiencia de ciertos espacios, tales como nos lo verifica Ortega y Gasset la primera vez que entró a una Catedral Gótica:

"Yo soy un hombre español, es decir, un hombre sin imaginación [...]El arte español, es realista...el pensamiento español, es realista...La poesía española, la épica  castiza, se atiene a la realidad histórica[...] soy un hombre que quiere ante todo ver y tocar las cosas y que no se place imaginándolas: soy un hombre sin imaginación. Y lo peor es que el otro día entré en una Catedral Gótica...Yo no sabía que dentro de una Catedral Gótica habita siempre un torbellino; ello es que apenas puse el pie en el interior fui arrebatado de mi propia pesantez sobre la tierra [...] Y todo esto vino sobre mí rapidísimamente. Puedo dar un detalle más común a aquella algarabía, a aquel pandemónium movilizado, a aquella realidad semimoviente y agresiva [...] [y ya fuera de la catedral, se sentó a contemplarla y a recordar lo que había vivido dentro de ella]-había mirado hacia arriba, allá, a lo altísimo, curioso de conocer el acontecimiento supremo que me era anunciado, y había visto los nervios de los pilares lanzarse hacia lo sublime con una decisión de suicidas, y en el camino trabarse con otros, atravesarlos, enlazarlos y continuar más allá sin reposo, sin miramiento, arriba, arriba, sin acabar nunca de concretarse; arriba, arriba, hasta perderse en una confusión última que se parecería a una nada donde se hallara fermentando todo. A esto atribuyo haber perdido la serenidad".

O también cuando Kant nos dice:

“Lo bello lleva consigo un sentimiento directo de impulso a la vida pero lo sublime es un placer que nace al sentir una suspensión momentánea de las facultades vitales, seguida inmediatamente por un desbordamiento mucho más fuerte de las mismas”. (…) “...Sublime llamamos a lo que es absolutamente grande”.

(...) el estupor o especie de perplejidad que se apodera de un espectador a su entrada por primera vez a...[una catedral]. Pues aquí es un sentimiento de la disconformidad de su imaginación con la idea de un todo, en donde la imaginación alcanza su máximo, y, en el esfuerzo por ensancharlo, recae sobre sí mismo, y, mediante todo esto, se sume en una emocionante satisfacción...

Y para Whilhelm Worringer estos momentos son:

Dentro de la concepción medieval, lo divino es buscado en el foco del propio yo, en el espejo de la contemplación interior, en la embriaguez y éxtasis del alma. He aquí una nueva conciencia humana, un nuevo orgullo humano, que considera al pobre yo del hombre como digno de ser el vaso de Dios. Así el misticismo no es otra cosa que la creencia en la divinidad del alma humana; pues solo siendo el alma misma divina, puede contemplar a Dios. ¡Cuán lejos queda el trascendentalismo oriental de esta orgullosa intuición, de esta fe en la capacidad de lo humano, de lo condicionado, de lo contingente, para extenderse y amplificarse hasta participar en lo divino, en lo incondicionado, en lo absoluto! El oriental sabe que no puede jamás contemplar a Dios; el místico cree poder participar aquí del allá... La mística se ha acercado tanto a la tierra que ya no ve lo divino fuera de este mundo, sino en el mundo mismo, es decir en el alma humana y en todo lo que es accesible a ésta. La mística cree poder participar de la divinidad por la vía del éxtasis y de la inmersión de su propio ser.

(…) El misticismo, al hacer del hombre el vaso de la divinidad, al reflejar a Dios y el mundo en el mismo espejo del alma humana, inicia un proceso de santificación, de divinización o, para nombrarlo por su verdadero nombre, de humanización, que abraza todo lo exterior, todo lo natural, y que, con gran consecuencia, se desenvuelve luego en la forma de ese panteísmo idealista que llama hermanos a los árboles, a los animales; en suma, a todo ser creado. La seguridad de poder contemplar a Dios en sí mismo, produce como una primavera de las almas.

Quizá hoy en día muchos consideren que la Arquitectura evoluciona a ser, cada vez más un producto industrial, utilitario, de modas y estereotipos fachadistas, y sobre todo, que dan respuesta a una demandante y voraz sociedad del espectáculo mediatizada y consumista; sin embargo, gracias a lo que nos aportan algunas obras en palabras verbales o no verbales, también es posible el encuentro con la mística. Y, de tal manera sucede como cuando el poeta Francisco González León claramente nos lo verifica como en muchos de sus muy bellos poemas como el fragmento de “Agua dormida” :

(…)
Agua dormida de aquel pilón:
agua despierta;
agua contagiada del conventual
silencio de la huerta.
Agua que no se evapora,
que no te viola la cántara,
y que no cantas, y que no lloras.
Tu oblongo cristal
es como el vidrio de una cámara fotográfica
que retrata un idéntico paisaje
de silencio y paz.
Tus húmedos helechos,
un cielo siempre azul, y quizás
un celaje…
Tu a la vida, jamás, jamás te asomas,
Y te basta de un álamo el follaje
Y en las tardes, un vuelo de palomas…
Agua dormida,
agua que contrastas con mi vida,
agua desierta…
Pegado a la cancela de la huerta,
de sus rejas detrás,
¡qué de veces de lejos te he mirado!,
y con hambire espiritual he suspirado:
¡Si me dieras tu paz!

Y en otro poema también de González León —“Merodeando” — un fragmento nos verifica esa inmensa e íntima experiencia mística en pequeños detalles y momentos:

(…)
Tardes de espuma; tardes de bruma;
tardes de luz húmeda y escasa
después del aguacero,
en que amaba salirme a la terraza.
Perfumes a tierra húmeda, y olores
a flores de “maravilla” y de “datura”…
…Locura en que soñaba el alma mía.
¡Con qué placer me escondía en el cenador
a escuchar de las gotas el rumor!

Y e aquella intuición con que quería
difundirme en el alma de las cosas,
¡con qué fruición me bebía
el agua fría
que colmaba las copas de las rosas!

     Para Henri Bergson, la mística es un salto supraracional, supraverbal, poético, que va más allá de los sentidos comunes físicos y espirituales del ser humano. Frecuentemente a la Mística se le asocia y se le encuentra en el silencio, en el vacío. Pero para San Agustín, la Mística es el ojo del alma; es el momento de éxtasis en el que se para toda actividad humana normal para poner en actividad otro órgano de percepción que capta al infinito en nuestra finitud. Ahora bien, ¿Cómo expresar el infinito en lo finito?, ciertamente, dice la Dra. Luce López Baralt, el asunto es insoluble.

     De lo anterior surgen muchas preguntas: ¿se provoca el instante místico?, ¿simplemente sucede?, ¿es una apertura casual, una ventana del infinito a el finito?, ¿lo místico es sinónimo de instante poético?, ¿el lenguaje artístico lo puede provocar mediante sus diversas expresiones literarias, arquitectónicas, musicales, plásticas?, ¿Se hace o se nace siendo místico?, ¿hay quías para ser místico?, ¿es posible que la conmoción, el trastocamiento de una experiencia mística promueva en la persona el ser místico? Todas estas preguntas y otras más se pueden afirmar o negar, decir o desdecir por la razón, pero todas convergen en la perplejidad de la apertura a lo otro, lo nuevo, lo fundacional, la Verdad, porque, eso sí, sabemos instintivamente que los místicos dicen la Verdad.

     Como sabemos, ha habido estudiosos en todos los tiempos de la experiencia mística, inclusive se puede hablar de una Teoría de la Mística y de lo Sublime, todos coinciden en que la experiencia de la mística y lo sublime es inefable, que no se puede describir ni transferir; que posee una calidad intuitiva, fenomenológica de duración inconmensurable; que es infusa y pasiva; que se puede inducir por medio de la soledad y el silencio; que es una experiencia ultra natural que demanda un camino de ascesis y entrega total; que la experiencia mística cambia para siempre la vida de la persona; y que lo místico no es sinónimo de paranormal.

     Actualmente se renueva el interés por la experiencia de la mística y lo sublime cuyas las manifestaciones en todo el mundo son múltiples y variadas Esto lo verificamos en poetas como Efrén Hernández cuyo tema principal en su producción literaria es la experiencia mística. También Enriqueta Ochoa lo manfiesta cuando nos dice que ella estuvo en “autocutiverio” para promover –libre y voluntariamente- su ascesis al encuentro consigo misma y con Dios en la experiencia mística. Margarita León Vega, estudiosa del tema de la Mística, nos dice que la Mística es una experiencia del Amor que se manifiesta en las siguientes etapas: el despertar del yo a la realidad, la purificación mediante sacrificios, ofrendas, silencio, austeridad, contacto con la belleza natural o artística; la iuminación y éxtasis; la Noche Oscura; y la Unión total con el Absoluto.

Con lo dicho hasta aquí, disfrutemos de los ensayos que los autores han aportado generosamente en gratuidad académica a este maravilloso primer libro sobre Arquitectura y Mística.

 

María Elena Hernández Alvarez

Ciudad de México, México, noviembre de 2020

 

1er. Coloquio de POESÍA Y MÍSTICA, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, mayo 2013

  Ortega  y Gasset, J., La deshumanización del arte, pp., 101-103.

Kant, E., Crítica del juicio, § 23, p. 146.

Ibid § 25, pág. 149.

Ibid, § 26, p. 154.

Worringer, W., La esencia del estilo Gótico., pp. 135 y 136

ibid., p 136

 González León, :., Obras Completas, FCE, pp 163-164

González León, F., ibidem, p. 119


María Elena Hernández Alvarez