En la actualidad, vemos cada vez con mayor frecuencia, que muchas de las propuestas arquitectónicas y urbanas, tanto a nivel académico e incluso profesional, no responden adecuadamente a las necesidades del ser humano desde una perspectiva integral que, no solamente considere las necesidades físicas y de confort ambiental, sino también aquellas de carácter psíquico, espiritual y cultural. Esta carencia involucra una deficiente reflexión teórica de los conceptos de “arquitectura” y “lugar” que se emplean de manera cotidiana y trivial y que, sin embargo, engloban una serie de significados más complejos.
En su cotidiano vivir, el ser humano se desenvuelve en múltiples espacios que tienen como finalidad responder a sus necesidades y, por lo tanto, permitir el desenvolvimiento de sus actividades. Estos espacios, definidos por una diversidad de objetos arquitectónicos, responden a los distintos grupos humanos a los que albergan y a los variados contextos donde se insertan, manifestando aspectos esenciales de la arquitectura, pero, también, aspectos muy particulares. Sin embargo, frente a esta inmensa gama de objetos arquitectónicos, encontramos que no todos son “vividos” ni percibidos de la misma manera por sus habitantes. En algunos casos, el ser humano no logra apropiarse de estos y, por lo tanto, no se produce un sentido de identidad. Se podría decir que estos objetos resultan ajenos a su contexto físico, socioeconómico y cultural, produciendo una ausencia de significados por estar desvinculados de sus costumbres, de su cultura y de sus vivencias. La arquitectura no es simplemente la creación de edificaciones; es la manifestación física de las relaciones sociales, culturales y ambientales de un contexto. Al reflexionar sobre estos conceptos, es fundamental entender que la arquitectura debe responder a las necesidades de las comunidades, respetando su identidad y contribuyendo a su bienestar. Cada proyecto arquitectónico tiene el potencial de influir en la vida cotidiana de las personas, desde el modo en que se relacionan entre sí hasta la forma en que interactúan con su entorno.
Por otro lado, el concepto de "lugar" va más allá de una simple ubicación geográfica, deviene de la reunión, la continuidad o la totalidad que se mantiene en equilibrio y marca una profunda simbiosis entre el sujeto, el entorno y el objeto arquitectónico. Implica un entendimiento profundo de la historia, las tradiciones, los recursos y los paisajes que caracterizan un sitio. La arquitectura, entonces, debe integrarse de manera armónica con el sitio, considerando no solo su topografía y su clima, sino también las dinámicas sociales y culturales que lo definen. Esta integración no solo crea espacios más funcionales, sino que también fomenta un sentido de pertenencia y comunidad. Es así que, en la actualidad, también es posible encontrar objetos arquitectónicos que adquieren una consideración especial por parte de la comunidad, son más importantes, se “habitan”; el ser humano se identifica con ellos y se apropia de los mismos de manera intensa. Objetos que producen un equilibrio con su contexto físico y cultural y se encuentran en armonía con éste. Estos objetos permiten al ser humano afirmar su presencia en el mundo y dar una respuesta integral a todos sus requerimientos. Se podría decir que confieren a un sitio ésa mágica cualidad de ser denominado, “lugar”. “Lugar” que responde plenamente a las necesidades, tanto físicas como espirituales, de los seres humanos. “Lugares” de los cuales, el ser humano, se apodera y le otorga significaciones que van más allá de sus cualidades físicas.
La simbiosis de los conceptos estudiados nos lleva a reflexionar sobre la importancia del sujeto, actor fundamental de este fenómeno. El sujeto, con todas sus particularidades es el encargado de generar “lugar” a partir de su cultura y de sus vivencias particulares. Sin embargo, la arquitectura, a través del objeto arquitectónico, también debe estar dotada de ciertas características producto de la sensibilidad del arquitecto para que se produzca el fenómeno de generación de lugar donde todo se mantiene un equilibrio y donde el sujeto impregna al objeto arquitectónico con su “ser”, el cual posee rasgos generales de la colectividad o grupo social al que pertenece y, también rasgos particulares. Cuando el sujeto se identifica con el objeto arquitectónico, habita y, como consecuencia, se genera el fenómeno de lugar.
Por lo tanto, el arquitecto tiene una labor esencial en este fenómeno ya que será el encargado de pensar, conceptualizar, generar y producir un objeto arquitectónico que sea la pauta para definir un habitar con pertenencia y con identidad. Además, la reflexión crítica sobre estos conceptos le servirá de estímulo para la innovación en el diseño arquitectónico otorgándole una visión más integral de su labor y promoviendo soluciones más equitativas y sostenibles con el ser humano y su entorno. Es primordial que la arquitectura se convierta en una herramienta de transformación y resiliencia. Así mismo, en el ámbito académico, este tipo de reflexión debe ser promovida en los programas de estudio,
fomentando un pensamiento crítico que desafíe las convenciones y aliente a los estudiantes a desarrollar proyectos que realmente respondan a las necesidades del ser humano y de su comunidad. La educación debe enfatizar la importancia de la investigación y el diálogo con el sujeto o comunidad, ambos particulares, integrando sus inquietudes y necesidades para obtener resultados mucho más interesantes y adecuados.
Finalmente, podemos decir que Arquitectura y Lugar están intrínsecamente vinculados y es fundamental adoptar una perspectiva crítica y reflexiva, tanto en el ámbito profesional como en el ámbito académico, con el objetivo de no solo mejorar la práctica, sino también de contribuir, de manera significativa, al bienestar de las personas y al cuidado del entorno promoviendo una labor más comprometida. Esta responsabilidad debe ser el fundamento de toda intervención arquitectónica, asegurando que cada proyecto no solo sea una obra estética, sino un legado positivo para las generaciones futuras.
Vania Verónica Hennings Hinojosa
Junio 2019
Bibliografía
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