Las
Ciudades y el nombre
Dioses de dos especies
protegen la ciudad de Leandra. Unos y otros son tan pequeños que no se
ven y tan numerosos que no se pueden contar. Unos están sobre las puertas
de las casas, en el interior, cerca del perchero y el paragüero; en las
mudanzas siguen a las familias y se instalan en los nuevos alojamientos
a la entrega de las llaves. Los otros están en la cocina, se esconden
de preferencia bajo las ollas, o en la campana de la chimenea, o en el
sucucho de las escobas: forman parte de la casa y cuando la familia que
la habitaba se va, ellos se quedan con los nuevos inquilinos; tal vez
ya estaban allí cuando la casa aún no existía, entre las malas hierbas
del solar, escondidos en una lata oxidada; si se echa abajo la casa y
en su lugar se construye un palomar para cincuenta familias, se los encuentra
multiplicados en las cocinas de otros tantos apartamentos. Para distinguirlos
llamaremos a unos Penates y a los otros Lares.
En una casa no es que los Lares estén siempre con los Lares y los Penates
con los Penates: se frecuentan, pasean juntos por las cornisas de estuco,
por los caños del agua caliente, comentan las cosas de la familia, es
fácil que se peleen, pero pueden también llevarse bien durante años; Viéndolos
todos en fila no se distingue cuál es uno cuál el otro. Los Lares han
visto pasar entre sus paredes a Penates de las más diversas procedencias
y costumbres; a los Penates les toca acomodarse codo con codo con los
Lares de ilustres palacios en decadencia, llenos de dignidad, o con Lares
de chabolas, quisquillosos y desconfiados.
La verdadera esencia de Leandra es tema de discusiones sin fin. Los Penates
creen que son ellos el alma de la ciudad, aunque hayan llegado el año
anterior, y que se llevan consigo a Leandra cuando emigran. Los Lares
consideran a los penates huéspedes provisionales, inoportunos, invasores;
la verdadera Leandra es la de ellos, que da forma a todo lo que contiene,
la Leandra que estaba allí antes de que todos estos intrusos llegaran,
y que se quedará cuando todos se hayan ido.
En común tienen esto: que sobre cuanto sucede en la familia y en la ciudad
siempre tienen algo que criticar, los Penates sacando a relucir los viejos,
los bisabuelos, las tías segundas, la familia de otro tiempo; los Lares
el ambiente tal como era antes de que lo arruinaran. Pero no es que vivan
sólo de recuerdos: urden proyectos sobre la carrera que harán los niños
cuando sean grandes (los Penates), sobre lo que podría llegar a ser aquella
casa o aquella zona (los Lares) si estuviese en buenas manos. Prestando
atención especialmente de noche, en las casas de Leandra, se los oye parlotear
y parlotear, hacerse reproches, echarse pullas, resoplidos, risitas irónicas.
Italo
Calvino
Calvino, I. (2011). Las ciudades invisibles. Madrid: Siruela.
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